Por Alberto Espinosa Orozco
“Patria de luz y polvo.”
Octavio Paz
I
El primer
rasgo que salta a la vista en los oficios artesanales es su carácter
tradicional. En efecto, el sentido de sus prácticas es siempre heredado, no
siendo la práctica la aplicación de una teoría sino la práctica de un uso, de
una costumbre, cuyos cambios se producen siempre remitiéndose a un pasado
–siendo así los oficios no sólo parte esencial de lo que realiza históricamente
una cultura, sino la parte que más la caracteriza e individualiza, la que
aporta sus símbolos más caros y las claves de su estilo de vida.
La
significación de los oficios es así una significación práctica, que funciona
sobre el trasfondo de otras
significaciones. Ese segundo rasgo de los oficios da cuenta de que su tradicionalidad pertenece a una serie de cosas que la cultura
realiza en la historia real como memoria, como significación en el tiempo, como
pasado histórico y orientación del sentido que le da un sentido al tiempo que a
la vez funciona como fundamento de lo social.
Sin embargo,
frecuentemente, tras la conciencia moderna de trabajar abnegadamente por lo
“social” y de las convicciones anti individualistas y anti idealistas que
afirman el carácter social del hombre y la determinación de todo lo humano por
estructuras históricas, se deslizan sibilinamente actitudes que acaban por
negar el valor de lo social en su fuente y raíz misma, terminando por soñar en
fundar al hombre en una verdad absoluta, a la vez supra social y supra
histórica, sustentada por una necesidad
causal y material que en su totalitarismo ciego no puede sino fundar el reino
de la impiedad.
. Una de sus expresiones más habituales es la que
condena a la tradición como traba del progreso, oscurantismo y opresión de la
libertad –idea, por otra parte, compartida con aplauso por las mentes más
individualistas, burguesas y reaccionarias, que tras el vanguardista rostro
socialista muerden con furor y bizarro estrépito cualquier manifestación
desinteresada del espíritu. Porque lo que asecha detrás de todo ello es la
tentativa de querer comenzar la significación de la nada, de una vez y para
siempre, escapando así a la indeterminación del mundo real. Partir, pues, de un
pasado sin memoria o de una pasado “teórico”, rebanando arbitrariamente esa
propiedad del tiempo o dimensión suya de la memoria que es tiempo ella misma.
Querer comenzar una cultura partiendo de la nada es como querer asistir al
propio nacimiento; es también querer escapar de la historia real a la
tradicionalidad del significar, creando una memoria teórica, arbitraria y artificial
que borre la memoria real –con la
intención de reabsorber la realidad en la mecánica cósmica de la fuerza y de
del apetito, es decir, de la voluntad de poder, cuya insignificancia repetitiva
constituye claramente la barbarie.
Equívoco todo
ello del que es mejor despertar a tiempo, pues lo primero que hay que comprender en el campo de
las humanidades es que su esencia está en que sus movimientos no son hijos de
la causalidad mecánica, sino reflejos de la significación, y que la
sustantividad misma de lo social es la tradición, la cual en su plano más
general es sinónimo de histórico. En efecto, a diferencia de la sociedad
animal, la sociedad humana se distingue en que el tiempo en que se desenvuelve
no es repetitivo y mecánico, sino un tiempo orientado por la tradición –donde
cada nueva generación es heredera de la anterior y no sólo su sustituto y donde
la memoria social estructurada por la
tradición es la que hace posible todo cambio y toda evolución –piénsese si no
en el largo trecho que va de la sexualidad de la amebas a la sexualidad
tradicional. En efecto, la tradicionalidad, contra lo que suele pensarse, es el
fundamento radical de la sociedad, pues
es a la vez memoria social, historicidad
y profundo ejercicio de racionalidad.
Así, lo que
nuestros incomprendidos ancestros y obliterados antecesores defienden con
vehemencia en su conservadurismo, lejos de ser la trasnochada nostalgia del
rezagado o del falto de información, es el hecho de que una sociedad funda su
sentido necesariamente en el tiempo –fundando con ello reversiblemente un
sentido del tiempo, una orientación del sentido. Es por ello también que su
decir o sus prácticas aspiran a la autenticidad de lo que quedó dicho y hecho o
representado, repitiéndolo en círculos concéntricos para encontrar en la
repetición con sus vueltas y revueltas la plenitud del decir, la verdad del
lenguaje, su justicia y su belleza –desconfiando a la vez de la novedad que
desarraigada y lisonjera, exploradora perdida de golondrina sin verano, viaja desamparada
trayendo bajo el ala idólatra el chancro del error, el enmohecimiento de la
fealdad y esterilidad la injusticia, siendo en última instancia formas de la
impiedad –y que cuando hacen de la tradicionalidad un tradicionalismo no es
sino para robar al pasado, estableciendo una forma fija de tradición para
excluir otras de sus formas capaces de fertilizarla; también para robar al
futuro, estableciendo a la generación siguiente un programa para que lo siga.
Casticismo oscurantista, pues, que hace de la vanguardia un academicismo más y
de la herencia una práctica fanática para heredárselo todo ellos mismos… al precio de dejar a sus
hijos en cueros.
II
Plato de
lentejas metafísicas, claro está, cocinado por la exacerbación de una actitud
automatizada y maquinal ella misma, que aplicada a la literatura, resulta hija
de una vacua oratoria, oportunista y sin verdadero contenido intelectual o
filosófico, que emplea recursos técnicos en el discurso público para
“convencer” de manera perfectamente amoral y fraudulenta, hasta el extremo de
persuadir por medio de la repetición extravíca de una mentira hasta volverla
venenosa verdad –croar de ranas de suástica que canta alegremente en la
ciénaga, saltando alegres por la fe
cerril en la mera eficacia de la técnica y en cuyo balancín de monos sabios y
autosatisfechos desgastan al serruchar
la rama sobre la que se columpian.
Se trata también del empleo de recursos literarios, críticos o
narrativos, festinados por la académica cultura oficial, que embozados tras el
vanguardismo de sus maneras y la rebeldía de sus consignas instrumentan el
automatismo de la técnica y añadiendo el ilusionismo de la ideología –evitando
ambos pasos incorporar la carnalidad del oficio.
Su
manifestación más burda e inmediata esta en describir los sentimientos en la
materia en bruto de su origen, empleando palabras violentas y vulgares,
desligándose así tanto del proceso temperado y continuo del pensamiento cuanto
de las formas poéticas o de los auténticos raptos místicos. Tal procedimiento
muestra la cercanía del sentimiento y de las sensaciones, es verdad, pero al
precio de su chatura, que oscurece al
sentimiento hasta el extremo de volverlo irreflexivo y desconocido para
sí mismo, siendo por tanto congénitamente infiel e infecundo estéticamente al
estar viciado por su carácter chantajista por intenta disponer del deseo del
otro y así apropiárselo, resultando
constitutivamente destinado a la frustración de la propia libertad.
Utilitarismo, pues, que factura empero la malversación de las sensaciones al
presentarlas en toda el atropello de su accidentalidad, dando cuenta con ello
de su original barbarie.
Ingeniería
literaria de las emociones a que se agrega, como en una receta o una fórmula
mágica, el ansia imperfecta y oscura de mejoramiento social, plagada de
confusos ideales revolucionarios, cuya orientación no es otra es la idea vaga y
simplista del valor universal de la felicidad general del hombre
confundida con el bienestar material, el
consumo y el progreso y que al pretender realizar al hombre sin fundarlo ejerce
una influencia política oscurantista que no pueden sino verterse en acciones
azarosas y malogradas resultando impermeables a la esfera pública -para
finalmente justificarse utilizando argumentos contrarios a sus razones,
haciendo pasar los caros anhelos de justicia social por la barba de los
privilegios inmerecidos de un grupo autocontenido, excluyente y cuya estructura gregaria y
reaccionaria se muestra como una adherencia ciega y sin fidelidad al
conglomerado, que en esencia carece de principios unitivos por estar huérfano
de alma a la cual pertenecer, estando siempre por tanto lejos de los otros
Se trata, en
efecto, de la frivolidad insoportable de la ideología retórica, cuya técnica se
destila en el matraz de una especie de manierismo imitativo, que en sus gestos
y mímicas se acoge a un modo meramente adjetival de tratar con el mundo,
sobresaliendo así sólo su carácter superficial y ayuno de verdadera perspectiva
esencial. Técnica, pues, que vive de estampar epítetos como quien ensarta
mariposas, no por motivación y participación con el objeto, sino de manera
arbitraria al estar movida sólo por los intereses transitorios del sujeto.
Manipulación técnica de la realidad que cuando emplea la crítica para ponderar
la obra de arte no lo hace de acuerdo con un criterio estético y según las
categorías directrices del gusto y la experiencia personal sino arreglado a un
orden eclesiástico establecido y que inquisitorialmente juzga el sentido
artístico, creyendo pontificalmente que la crítica consiste en ensalzar o
condenar sin mayor argumento de por medio que la desmesurada hipérbole.
Doble mutilación de la realidad, pues, que
no puede sino culminar en la esclavitud de la parodia, cuya falta de libertad
se expresa bajo la forma de una opereta de farsea bufa que rasura la realidad
por dogmatismo en litotes de irracional proyección diminutiva, que quisiera
hacerse ojo de hormiga ante su
conciencia confesional culpígena que termina por odiar su objeto de deseo, ya
sea por corrupción y contra versión consigo misma, ya por el dogmatismo con que
trasquila el cordero de la realidad para extraer de él sólo las blanduras
níveas de sus rentables algodones. También doble oscilación o desequilibrio,
donde el sujeto pasa del extremo de la caricatura, suprimiendo el carácter
general del hombre a favor de lo particular sin universalidad posible, a la
excentricidad de diluir en la insignificancia el carácter individual por el
predominio de lo general y blandengue –en ambos casos excluyendo la posibilidad
de encarnar la dignidad del individuo con una significación personal propia.
III
Tal es el
resultado de aplicar al campo de la significación y de lo humano procedimientos y métodos sólo justificables
regionalmente, en áreas ajenas a la cultura y cuyas prácticas sirven a otros
fines. Porque la técnica, en efecto, concibe a su objeto según sus límites
enteramente artificiales y sus fines prácticos –pragmatismo cuyo aspecto cínico
relaciona por estrictas mediaciones utilitarias o sociológicas a un máximo de automatización de
procedimientos un mínimo de significación y a un mínimo de esfuerzo un máximo
de provecho (doble fórmula de la eficiencia motivada por el doble interés
técnico y económico)
Se trata así
de una elaboración concreta de la experiencia, cuya esfera por definición tiene
una existencia limitada al estar
atenazada por la pinza que determina el alcance de la experiencia que elabora.
Así, la
acción tecnológica limita extraordinariamente la experiencia, pues se interesa
por sujetar y modificar un solo perfil, una delgada película de la experiencia
–oponiéndose en sus aproximaciones y cálculos al espíritu científico y
filosófico, que concibe su objeto de acuerdo a su infinitud natural y a sus
fines desinteresados y eternos, pues su interés no es otro que el conocimiento
mismo y su método el más rico posible para articular sistemáticamente la
experiencia en toda su extensión, salvaguardando que no se reduzca la
profundidad de la experiencia. La filosofía, en efecto, aspira a conocer en la
pureza de la teoría, tomando por ello distancia y siendo en cierto modo
aséptico con su objeto de conocimiento –a diferencia de la técnica, que le
impone tener un ser diferente, sometiéndolo a una especie particular de
voluntad y sentimiento.
La técnica así desconoce el
alcance natural de la experiencia obligada por la condición de convertirla en
otra (práctica, utilitaria, eficiente), estando por principio impelida por el
deseo de que la realidad sea como ella quiere, impidiendo tal pasión conocer la
experiencia como realmente es, reduciendo su saber a aquel que permite
modificar el universo a su conveniencia, no atendiendo a la esencia de las
cosas o de las personas sino al modo de manipularlas –creando para ello
fábricas, centros de producción o férreas doctrinas literarias y eclesiásticas
que fundamentan la tecnocracia moderna.
Así, se
presenta la técnica como el paso directo de una ciencia o un saber practico a
sus aplicaciones sin referencia a ningún oficio, al cual sustituye –llegando en
su umbral más alto a la aplicación tecnológica, que soslaya todo contacto con
la carne, pasando directamente de la teoría a la máquina. Pero si la técnica es la sistematización y
regulación de una práctica, para limpiarla de toda dependencia a la
significación individual, empero en sus zonas de contacto con la persona impone
a la carne reversiblemente una automatización que la tecnifica, que la libera
de su fluctuación y contingencia individual, es cierto, pero a costa de hacerla
equivalente a una máquina. Porque su interés es el poder disponer los medios de
acción que rebasen la fuerza de que el hombre dispone por sí mismo para dar
rienda suelta a su voluntad sin fin –siendo empero a la vez estructuralmente
impotente para logar su objetivo, al imponer más de lo que puede exigir,
afectando su desarrollo por locura fundamental de trastocar medios y fines. De
tal manera no sólo la experiencia, sino la misma existencia social se ve
amenaza por el problema del poder, que toma el centro de la vida colectiva al
usurpar sus focos de significación, engullendo en una rueda de molino a
opresores y oprimidos como meros instrumentos de dominación, deformado también
las relaciones hombre-naturaleza por la religión de la producción y de la
propaganda que termina falseando todas las relaciones sociales.
IV
La técnica
es la tentativa de lograr lo que el oficio, pero con plena autonomía respecto
de la significación de la carne, independizando de su limitación individual, de
su fluctuación, imprevisibilidad y contingencia individual, pero aislando del
sentido del alma que le imprime el corazón de la persona.
La técnica
resulta entonces un procedimiento codificable repetible por el conocimiento
–pero sin las virtudes de la iniciación y el aprendizaje –capaces de incuso de
viajar encapsulados por siglos, aislados de vehículos carnales, y ser
redescubiertos al entrar en contacto con una personalidad y por un ejercicio
corporal de la técnica que en el oficio recupera la significación de la carne.
El oficio recupera la técnica al volver a hacer un uso carnal de los
procedimientos automatizaos y al tomar como valor inestimable en el uso
corporal de la técnica por el talento personal, el saber hacer y la gracia
infusa o el don personal.
El oficio
escapa siempre al conocimiento formal y sistemático por ser indesarraigable de
la experiencia, cuyo reino es el del tiempo, de la carne y la memoria. El
triunfalismo de la razón instrumental y técnica se cifra en poder captarlo todo
codificándolo y subsumirlo bajo la automatización de los procedimientos, todo…
menos la experiencia, que es el mundo real, del tiempo y de la carne. Los
oficios, antes de ser suplantados por la tecnología, son antes que nada
prácticas en la que la técnica vulva a ser una experiencia corporal, en la que
acaba reabsorbiéndose y en la que toma su sentido –y sin la cual dejan de tener
sentido.
De esta
manera, los oficio del grabador o del poeta, pero también del fabricante de
algodón de azúcar del trabajador del papier
mache o del piñatero popular, representan sin embargo para la cultura más
que la técnica, porque constitutivamente y por sí mismos limitan tanto al
automatismo de los procedimientos cuanto al uso retórico de las fórmulas y los
abusos ilusionistas de la ideología, por esponjar en el uso corporal y en la
encarnación individualizada de la significación los profundos vínculo de
parentesco, afinidad y comunicación con la tradición y su simbolismo, ligados
irrecusablemente a una visión completa del mundo o una filosofía de la vida.
Así, todo oficio es un uso carnal, pero también tradicional, de de una técnica,
alcanzando por ello las expresiones de la cultura vernácula las bases de la
educación anímica de una cultura. Humildes semillas que sin embargo son
potentes para despertar los contenidos simbólicos de la conciencia y hacer
germinar en el humus de la memoria colectiva las formas eternas, cristalizadas
en el tiempo sin tiempo del espíritu. Alacena de las emociones, pues, que se
abre al espíritu por virtud del uso corporal y en cuya significación la carne
despierta a la luz para refractar los mil colores de los recuerdos y los
sueños, para revelar también las iluminaciones y las esperanzas en el corazón
del hombre.
Por ello,
ante el entusiasmo tecnológico de la producción en masa y el consumismo, ante
un arte que es mercancía o que es sólo adjetivalmente creativo cuando copia los
rasgos artísticos de las artesanías como si fueran aislables y reproducibles
una vez objetivados, frente a los procedimientos burocráticos que incautan el
sentido de lo social para apropiárselo,
pequeñas comunidades al margen del progreso nos muestran a la vuelta de la
equina que el valor artesanal es también uno de los fundamentos de lo social.
Porque la
actitud del trabajador artesanal muestra también su dignidad al tamizar las dos
caras opuestas del trabajo; por un lado al aceptar lo que hay en él de
producción, de transformación de la materia de nuestra herencia natural en un
mundo de bienes útiles y consumibles –pero a la vez pone el acento lo que hay en
el trabajo de raíz humana, suspendiendo lo que ese mundo tiene de apetitito
irracional, de apropiación, destrucción y desperdicio.
Porque por su
manera de trabajar el artesano pone entre paréntesis lo que en los bienes
económicos hay de objeto y de mercado, desactivando así los circuitos económicos, que crean al
alejarse de su raíz y cerrarse autárquicamente en si mismos el orden de la
injusticia y la explotación -pero compensando esa actitud con el valor de la hechura,
de esa lucha amorosa con la materia cuyo contacto corporal y manual sabe de su
peso como nunca el intelecto podrá hacerlo, tratando con la materialidad del
mundo y dialogando directamente con su resistencia y temporalidad, abriendo así
un espacio a los signos que responden a la carne cuando ella corresponde
humanamente a la naturaleza.
V
La labor
artesanal entrega no sólo un bien de consumo y desechable, sino un servicio que
subraya no lo que en el objeto hay para la satisfacción de la necesidad y el
apetito, sino lo que tiene de bien precioso, de objeto para la contemplación,
que nos habla también de un contenido histórico, abriendo con ello un lugar
sagrado, un templum para preservar el alma de una cultura y donde el
espíritu pueda recogerse entero.
El cuerpo de la cultura, concebida como un
animal orgánico o como una entidad articulada y que respira por ser un ser
vivo, toma toda su savia de la sustantividad de los oficios y todo su oxígeno
de la respiración tradicional y sus prácticas y costumbres –sin los cuales o
duerme en la piedra de los usos girando sin sentido alrededor del automatismo
técnico o se dispara todas direcciones por la aplicación arbitraria de la
retórica de las reglas.
Tal es el
sentido histórico del espíritu: permitirnos comunicar con la especie en cuanto
tal, siendo la instancia de lo específicamente humano, en cuya exclusiva
histórica y temporal el espíritu se manifiesta como memoria cultural y a la vez
como la significación moral más alta de la realidad, pues nos afirma en el
suelo de una tradición al afirmarnos no en las leyes hacemos los humanos sino
que nos hace humanos, que a la vez al abrir nuestro deseo a lo realmente
deseable nos permite participar en el reino del sentido al contemplar la vida
como un campo de valores y a la tierra como el lugar de lo habitable.
La humanidad,
en efecto, es un legado, y es por ello tradicional e histórica. El hombre vive,
en efecto, en la humanidad como se vive en una morada y la humanidad vive en el
hombre como mundo humano. Ser hombre, ser hijo de hombre es aceptar vivir en
ese mundo histórico y es entrar en posesión de él por medio la cultura –pero no
como un lugar al que se posee o que se consume, sino como un sitio al que se
entra. Mundo que puede ser ajeno al hombre por vivir fuera de sí o enajenado… o
porque no se alcanza, porque no existe
por falta de oportunidades.
Si las dos
relaciones fundamentales del hombre con el mundo son la propiedad y el diálogo,
la propiedad entendida por la tecnológica resulta proveedora de una felicidad
muerta y sin sentido, poseída como un objeto y
apropiada como una colonia. El trabajo artesanal en cambio nos seduce
por ser a la vez un diálogo con la materia y con la tradición, logrados en base
a la significación impresa por el uso corporal y por la impregnación amorosa de
la carne. Así, en una primera vertiente de la comunicación humana, las
relaciones que el artesano establece con el mundo exterior una relación
económica sui generis, que no es la riqueza de lo explotado y apropiado, sino
el lujo de dialogar desde el origen con la materia misma de las cosas,
estableciendo a la vez una relación directa con los seres humanos. Relación de
seducción, es verdad, que amalgama así los bienes utilitarios y de consumo a
los poderes eróticos que a la vez despierte y participa del goce producido en
los otros, dando así aire oxigenante a los pulmones y alas a la libertad
irreducible que habita en el individuo.
Los
artesanos, muchas veces más que los artistas mismos, son los únicos que
realmente trabajan para nosotros en un tercer sentido: pues no sólo comunican
con su trabajo con el mundo exterior y en el dialogo que establecen con la
materia con los otros hombres, sino que también abren la posibilidad de
comunicar con la humanidad en general, con la historia y con los lenguajes. Instancia
del espíritu que nos redime al hacernos pertenecer al alma de un pueblo y
vibrar con sus ritmos históricos y expresivos -.abriendo con ello la
posibilidad interminable de volver a la fuente, de recuperar el contenido, de
volver ha hacer germinar a una cultura en la experiencia al ser infinitamente
interpretable.
Porque la
pertenencia al espíritu de la humildad es una verdad libre como el viento y
eternamente inapresable -que se vuelve monstruosidad y mentira cuando alguien
la retiene intentando apresarla en su verdad o en la literalidad de la teoría.
El carácter indecible de la verdad de un pueblo se expresa así en cambio en su
tradición, pero no en sí misma, sino a través de sus manifestaciones concretas
e individuales, detrás de las cuales vive la verdad de la tradición como
conjunto de gestos y creencias en el despliegue histórico de su gesta cultural.
La crítica de la tradición y el arte crítico de la tradición son así
necesarios, pero no para derrotar a la
tradición, sino para mostrar la verdad de su verdadero sentido es tradición.
En los
oficios artesanales, a medio camino de la profesión y el oficio, entre la
técnica y el conocimiento personal, entre el saber hacer y el don, .arraigados en el santo seno de la provincia
mexicana,. se encuentra preservada el alma nacional y es a través de ellos que
puede exaltarse el sentimiento de la patria, el estilo colectivo de vida que
con características regionales propias resiste conservando el núcleo de nuestra
pertenencia.
Porque tras la apariencia
externa del grado de civilización alcanzado por la nación y al borde de ser
engullida por el vacío de pueblos improvisados y a la deriva, gravita todavía,
al fondo de la difusa atmósfera creada por las eficaces técnicas de
comunicación en masa, el sentimientos de ser herederos de un pasado histórico
fecundo.
Porque una
nación es un organismo vital que se mide de frente a la historia por su
fecundidad creadora -no por su mera repetición tradicionalista, sino por su
crecimiento, por su posibilidad de crear .un mundo donde realizar las mejores
condiciones de vida para el hombre, tomando el paisaje en torno con todo el
peso rugoso de su extrañeza y opacidad y la historia en todo el caudal de su
sentido.
Porque la
visión artesanal es también la del morador, la de quien busca entre los
elementos un espacio habitable en el cual construir y en el campo temporal una
estancia del espíritu en la cual poder edificar –para ser de nuevo así hijo
legitimo del hombre y poder pertenecer a la vez de verdad a una tierra
cultivable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario