Alberto
Einstein: Antropología Filosófica Negativa
Por Alberto Espinosa orozco
VI.
Antropología Filosófica Negativa
La teoría del hombre o antropología
filosófica einsteniana, enmarcada en una Zeitcritik, debe abrirse
con su antropología negativa, atendiendo al hecho más contundente y terrible
del siglo que termina: la crisis y decadencia en la que se ha sumergido el
hombre y la cultura occidental. Se trata de un extremo de una crisis
constitutiva de la especie humana, cuya esencia misma es peligro: peligro de
dejar de ser lo que es, en sus oscilaciones y desequilibrios, al entrar en un
proceso regresivo de lo humano para ser de otra manera. Sin embargo, la misma
crisis constitutiva del ser humano es también posibilidad: posibilidad de
volver a ser, de esencializarse recuperando su propia naturaleza y estabilidad
perdida.
Los acontecimientos contemporáneos de los
que se ocupó Alberto Einstein y que, distantes de nosotros por varias
generaciones, alcanzan y se ahondan en nuestros días, caracterizando toda una
época histórica, pueden describirse ante todo como un proceso de decadencia
moral, de ninguna manera ajeno a la pérdida del sentido religioso profundo. En
efecto, mientras que la religión prescribe amor fraterno en las relaciones
entre individuos y grupos, el escenario actual parece más un campo de batalla
que una orquesta. El principio rector que se ha establecido pareciera ser la
pseudo-filosofía del éxito y del triunfo, concebidos como una lucha implacable
a expensas del prójimo, como algo que nace de la ambición personal y del miedo
al rechazo. Se trata de un punto de vista derrotista y pesimista, el cual
pretende demostrar que esta situación es inherente a la naturaleza de los seres
humanos, y sostiene indirectamente que las doctrinas religiosas son ideales
utópicos no aptos para regir y orientar los asuntos humanos –ideas que la
antropología científica ha desmentido plena y contundentemente en diversos
estudios sobre el llamado hombre “primitivo”, desde Bronislaw Malinowski hasta
Ruth Benedic. Sin embargo, el predominio
del espíritu de competencia, presente incluso en las escuelas y universidades,
ha ido destruyendo todos los sentimientos de cooperación y fraternidad.
En cuanto al anhelo de una estructuración
ético-moral de la vida comunitaria no hay ciencia que pueda salvarnos –debiendo
de haber una subordinación incondicional de la ciencia a la religión y a los
ideales humanitarios.36 Otra de
las causas más patentes de la decadencia moral, es el excesivo hincapié que la
educación ha puesto en lo puramente intelectual dirigido sólo hacia la eficacia
y lo práctico- utilitario. Este hábito de pensamiento “materialista” (muy mater
of fact) se ha extendido de manera asfixiante y como una terrible
helada en la consideración mutua entre los hombres. Sin embargo, la comprensión
entre los hombres, incluso en el pensamiento y la investigación científica,
sólo resulta fecunda cuando se sustenta en un sentimiento cordial y fraterno en
la alegría y en la aflicción. Se trata de una “cultura ética”, cuya fuente de
acción moral mana en las aguas puras de lo religioso (exenta de elementos
supersticiosos), y que debe de recibir una consideración sistemática como parte
importantísima de la función educativa.37
Las antiguas universidades surgieron de las
escuelas eclesiásticas sirviendo a un mismo propósito: el ennoblecimiento del
individuo mediante la extensión de la moral y la cultura, y la renuncia del uso
de la fuerza bruta. Todas las religiones, artes y ciencias no son sino ramas de
un mismo tronco, tendientes a elevar al hombre de la esfera de su existencia meramente
físico-biológica al guiarla hacia la esfera de la libertad. Sin embargo, la
unidad esencial de las instituciones culturales eclesiásticas y seculares se
perdió durante el siglo XIX, hasta llegar a una intensa hostilidad mutua, no
por la santidad cultural de la meta, sino por la discusión sobre el método o
camino a seguir. Así las cosas, el desarrollo de las ciencias de la naturaleza,
con su gran influencia sobre el pensamiento y la vida práctica, siguió un
camino independiente, debilitando el sentimiento religioso de los pueblos, pues
el método causal y objetivo del pensamiento generalmente deja poco espacio para
el ahondamiento en el sentimiento religioso profundo y, dados los vínculos
tradicionales entre religión y moral, el sentimiento moral de los hombres
occidentales se erosionó y debilitó seriamente. A los ojos de Einstein tales
son las causas de la barbarie de las corrientes políticas de su tiempo –que en
mucho sigue siendo el nuestro.38 También
son las causas, podría agregarse, de otras barbaries contemporáneas que, junto
con la anterior, forman un fabuloso y temible complejo socio-antropológico
negativo. Estas son: la irrupción de las masas, la barbarie del especialista,
la tecnocracia, la anarquía del mercado y el relativismo moral.
La crisis del mundo contemporáneo sobreviene
así cuando los pilares de la existencia humana civilizada (ennoblecimiento de
la vida del hombre, búsqueda desinteresada de la verdad objetiva y de la
sabiduría moral), pierden su firmeza.
Por un lado la decadencia moral impactó inmediatamente al imperativo moral y
sus principios constantes, desembocado la cultura occidental en una abismática
teoría “relativista” o “convencional” de
la moralidad, según la cual las diversas religiones desnudadas de su mitos
divergen fundamentalmente.39 Los
defensores de esta doctrina, inconscientemente o no, abrieron con ello la caja
de Pandora de las acciones humanas: tiranos que osaban afirmar abiertamente que
“¡Sólo es justo lo que nos conviene!”, que usaron de la mentira como arma
política y para intoxicar a la juventud, doblegaron a Naciones enteras
fundándose en el vacío de actitudes intolerantes, dictando leyes arbitrarias,
ejerciendo la opresión y la persecución de individuos y comunidades enteras por
buscar la verdad por la verdad misma o por sus creencias. Para vergüenza de sus
pueblos, generaciones enteras de esas Naciones aceptaron esas prácticas como
justificadas e inevitables. En otros estados totalitarios los propios
gobernantes se esforzaron por destruir el imperativo moral y su espíritu de
humanidad. En los lugares menos radicalizados, el nacionalismo, la intolerancia
a él anejo, y la opresión de los individuos por fuerzas económicas amenazan aún
hoy con ahogar las más preciadas tradiciones.40
Las generaciones que recibieron de lleno el primer impacto de esa crisis
inédita, carentes de fuerza y de vigor moral, aceptaron un compromiso funesto,
pecando por omisión en su negativa a reaccionar contra la injusticia y en pro
de la justicia –reacción que representa la única protección del hombre frente a
un retroceso a la barbarie. 41
Por otro lado se encuentra el fenómeno del
asalto de las masas en la sociedad moderna, rebañega ciega que se mantiene
torpe en el sentimiento y torpe en el pensamiento pero que, alentadas por los
estados totalitarios y tiránicos, se imponen mediante la fuerza. Se trata en el
fondo de un falso comunitarismo apelmazador de masas, forjado en la presión
social y el prejuicio convencional (fuerzas que ensordecen los imperativos de
la conciencia y el sentido de la responsabilidad individual, que disminuyen el
espíritu independiente en política y menguan el sentido de la justicia del
ciudadano), el cual estaría condicionado por la anárquica producción y
distribución de bienes, que vuelve al trabajador dócil a fuerza de evitar el
temor y la angustia de verse eliminado del ciclo económico.42
Por lo que toca a la barbarie del
especialista, hay que señalar la inutilidad moral de los conocimientos
especializados si no se encuentran firmemente asentados en la capacidad general
para el pensamiento, el juicio independiente y la actitud crítica.43 No basta, en efecto, enseñar a un
hombre una capacidad (adiestramiento) convirtiéndolo en una especie de máquina
útil, pues sin la comprensión y la afinidad hacia los valores fundamentales no
alcanzará una personalidad armoniosamente desarrollada. El conocimiento
especializado (ya sea en historia, filosofía o física), así como la
especialización técnica basada en la utilidad inmediata, promovidas por el
sistema competitivo, matan el espíritu de libertad de pensamiento crítico y
cooperación en que se basa toda la vida cultural.44 En el terreno epistemológico, la
especialización hace cada vez más difícil que podamos captar de modo general la
ciencia en su conjunto, sin lo cual, a pesar de que aumente el progreso
científico, el verdadero espíritu de investigación queda mermado sin remedio,
construyéndose el edificio científico a la manera de la bíblica torre de Babel.45 El colofón práctico de esta barbarie
del especialista es lo que hoy se llama “doctrinas tecnológicas”, las cuales se
presentan con un venenoso carácter ambiguo: por un lado como desprovistas de
cualquier aspecto moral o ideológico (neutralidad científica) y al mismo tiempo
aptas para influir en las decisiones morales –postura que representa un
verdadero peligro para la humanidad.46
Para cerrar el círculo de la antropología
negativa hay que tocar, por brevemente que sea, la definición dada por Einstein a la crisis contemporánea.
La esencia de la crisis de nuestro tiempo tiene su núcleo en un desajuste
profundo y extremo de la relación del individuo con la sociedad que, aunque
explicable en último término por la anarquía del mercado de la sociedad
capitalista, se manifiesta en primer lugar en un desequilibrio de la naturaleza
moral del hombre, desbalanceada hacia un predominio de los impulsos egoístas
sobre los impulsos sociales, de por sí más débiles y en un proceso de creciente
deterioro. La posición del individuo respecto de la sociedad ha contraído en la
modernidad mayores ingredientes de dependencia, empero, esta dependencia no se
experimenta como un haber positivo, como un lazo orgánico y una fuerza
protectora, sino como una amenaza a sus derechos naturales e incluso a su
existencia económica, sumiendo en el miedo, angustia e inquietud de perder el
trabajo y “maleando” la conciencia social, lo cual lleva al hombre a ser un
prisionero inconsciente de su propio egoísmo, haciéndolo sentir inseguro,
aislado y privado del ingenuo y sencillo goce de la vida. La competencia entre
los capitalistas unido al motivo del lucro, es la causa de ese “maleamiento” de
la conciencia social, el cual se resuelve volviendo al individuo indiferente e
incluso hostil hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenece, injertando
en él un descontento que alimenta el sentimiento de odio y aniquilación
generalizada, que lo va desligando cada vez más de la vida y lo hace abrazar
las respuestas de la provocación y el chantaje, pasando al uso de la fuerza
bruta y a la guerra. O, dicho junto la filosofía madrileña: al desterrarse la
concepción de Dios como ente de bondad y amor
infinitos, se abre el paso franco a la concepción de la aniquilación
infinita o de la Nada.
Así, la fuente de todo mal es para Einstein
la anarquía económica de la sociedad capitalista tal y como hoy existe. La
comunidad de productores, en la incesante lucha por arrebatarse los frutos del
trabajo colectivo, forman la oligarquía del capital privado, financiando e
influyendo ampliamente a los paridos políticos, los cuales eligen a los cuerpos
legislativos separándolos del electorado, de tal manera que los representantes
del pueblo no protegen los intereses de las capas menos privilegiadas de la
población. Los capitalistas también guían, directa o indirectamente, las
principales fuentes de información, desde la prensa y la radio, hasta la
educación, haciendo imposible que el ciudadano llegue a conclusiones objetivas
y haga uso inteligente de sus derechos políticos. El “maleamiento” de los
individuos se revela entonces sobre todo en el sistema educativo, en donde se
inculca al estudiante una falsa filosofía del éxito, del triunfo, la eficacia
competitiva y la glorificación del poder, avalando esa postura con la teoría
darwiniana de la lucha por la existencia , la selección natural y el pesimismo
de la servidumbre.47
Todo ello no es sino la expresión de los
factores causantes de un desequilibrio onto-axiológico que, por un lado, niega
la verdadera naturaleza social y cooperativa del hombre, arrojado por otro lado
al capricho, labilidad y accidentalidad
historicista de la existencia, aprisionando al hombre en la jaula de la soledad
y el aislamiento estéril, con frecuentes recaídas compensatorias en extremos
gregarios (de masificación, de sexualidad equívoca y vergonzante, de
francachela estridente, impulsiva y vertiginosa, etc.), lo cual pone en peligro
la realización y dignificación misma de la humanidad como cumbre y conciencia
de la Naturaleza entera.
36 “Religión y Ciencia:¿Irreconciliables?”, Op. cit., Págs. 72 a 73.
37 “La necesidad de una cultura ética”, Op. cit., Págs. 74 a 75.
38 “Decadencia moral”, Op. cit., Pág. 19, y “la moral y las emociones”,
Op. cit., Pág. 16.
39 “Religión y Ciencia: ¿Irreconciliables?”, Op. cit., Pág. 71.
40 “Decadencia moral”, Op. cit., Págs. 19 a 20; y “Ciencia y Religión”, Op. cit., Págs. 23 a
24.
41 “Sobre la libertad”, Op. cit., Pág. 11.; y “El mundo tal y como yo lo
veo”, Op. cit., Pág. 15.
42 “Cursos Universitarios de Davos”, Op. cit. Pág. 79, y “Mensaje de la
cápsula del tiempo”, Op. cit., Pág. 24.
43 “Sobre la educación”, Op. cit. Pág. 91.
44 “Educación y pensamiento independiente”, Op. cit, Pág. 94.
45 “En el sesenta aniversario del nacimiento de Arnold Berliner”, Op.
cit. Pág. 101.
46 “La filosofía moral de Einstein” de Fernando
Salmerón, Op. cit., Pág. 314. Nota. En la primavera de 1924, unas semanas antes
de la visita de Albert Einstein a Madrid, José Ortega y Gasset suspendió su
curso de doctorado para darse a todo pasto al estudio y exposición de la teoría
de la relatividad, cuyos resultados se condensaron en el apéndice agregado a El
tema de nuestro tiempo (1923). Sin embargo, no fue sino hasta el libro La
rebelión de las masas (1930), en el capítulo “La barbarie del
espacialismo”, donde se deja sentir la fecunda colaboración entre los dos
sabios respecto del tema. Para Ortega el hombre de ciencia especializado es el
prototipo del hombre-masa, ese primitivo, ese nuevo animal de la modernidad,
carente de una visión integral del mundo. La paradoja de esa configuración
humana defectuosa es la del sabio-ignorante: hombre que conoce bien su mínimo
rincón, su porciúncula del universo, y que trabaja con la firmeza y exactitud
de los métodos científicos como una máquina ejecutable por cualquiera (incluso
por gente de inteligencia menor), obteniendo abundantes resultados, pero sin
conocer ni interesarse por el sentido profundo de la ciencia y su función
enciclopédica. Así, en su cuestión especial es un sabio, de donde deriva la
energía y suficiencia de la personalidad crática para juzgar sobre materias que
en realidad ignora, tales como los usos sociales y las artes. Lo que lo
caracteriza es su adopción de posiciones satisfechas y primitivas marcadas de
primitivismo, no dejándose someter por instancias superiores calificadas –en
cuya sordera y rebeldía se manifiesta el hombre masa. Tal barbarie y
primitivismo propio del positivismo constituye, a decir de Ortega, la causa
inmediata de la desmoralización europea –y, hoy puede añadirse, occidental y
mundial. La crisis de las ciencias naturales requiere urgentemente, concluye
Ortega, una “nueva enciclopedia” más sistemática que la primera.
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