Alberto
Einstein: La Religión
Por Alberto Espinosa Orozco
V.-
La Religión
Pasemos, pues, al desarrollo seguido por
Einstein en la aclaración de los fines y valores morales al abordar el problema
de la religión y de la naturaleza humana
Es indispensable establecer lo que Einstein
entiende por religión y sentimiento religioso, así como intentar precisar la
relación que estos guardan en su concepto con el arte y la ciencia.
Al preguntarse lo que es la religión, el
moralista reconoce que no sólo no es fácil dar con una respuesta, sino que
nunca podrá unificar los pensamientos de todos los que han prestado una
consideración seria a ésta cuestión. La religión, si no es puramente irracional
si, al menos, se sitúa en un campo a-racional, fuera de la razón
(tradicionalmente entendida), por lo que no es susceptible de definición
religiosa alguna. No queda, pues, sino cambiar la pregunta e inquirir por lo
que caracteriza las aspiraciones de una persona religiosamente ilustrada. A
Einstein no le tiembla el pulso al
responder a este punto: una persona religiosamente ilustrada es la que
se ha liberado en la máxima medida de su capacidad de los grilletes de los
deseos egoístas, de la servidumbre de los anhelos y temores egocéntricos,
entregándose a pensamientos, sentimientos y aspiraciones por el valor
suprapersonal que poseen, por la fuerza de su contenido y significación
irresistible –que ni requieren, ni son susceptibles de un fundamento racional.
En este sentido la religión se presenta como la vieja tentativa humana de
alcanzar clara y completa conciencia de esos objetivos y valores, fortaleciendo
y ampliando constantemente sus efectos.[1] Se trata de un ideal en modo alguno
incompatible con el auténtico espíritu científico.
En otro texto el moralista vuelve sobre la
religión, pero esta vez ejerciendo una función esclarecedora mediante la
reflexión y crítica histórica. 1) Los orígenes históricos de la experiencia y
el pensamiento religioso están precedidos por las más variadas emociones, siendo
sobre todo el miedo (al hambre, a los animales salvajes, a la enfermedad, a la
muerte) el que produce ideas religiosas: es la religión del temor. Se
trata de una primera etapa de desarrollo en que apenas se descubren algunas
cuantas relaciones causales, en lugar de las cuales el pensamiento humano
crea, mediante los poderes de la fantasía, seres ilusorios, imaginarios y
antropomorfos, de cuya voluntad parecía depender el mundo fenoménico y su
seguridad. Esta creación fantástica se relaciona estrechamente con un fenómeno
psicológico bien conocido: el de la proyección sentimental de los temores y
deseos sobre el material sensible –que va del Einfulhung estético
a la franca proyección alucinatoria. La tradición transmitida a través de las
generaciones va creando la magia, los sacrificios y la oración para ganar el
favor de esos seres sobrenaturales y sobrehumanos hacia los mortales. Esta
primera conformación religiosa se afianza
en la formación de la casta sacerdotal que se erige como mediadora entre
el pueblo y los dioses temidos, logrando sobre la base de la esperanza y el
miedo un poder inmenso y la hegemonía social.
2) En segundo lugar se encuentra la religión
moral, representada sobre todo por los pueblos de Oriente y por la
evolución que va de las Sagradas Escrituras judías al Nuevo Testamento
cristiano, siendo un gran paso en la vida de los pueblos. Tal religión no es
sino una cristalización de los impulsos sociales: padres, madres y dirigentes
son falibles y mortales, de tal manera que el deseo de guía, amor y apoyo moral
más perfecto empuja a crear el concepto social o moral de Dios (infinitando de
esta forma el concepto moral del bien). Se trata del Dios de la Providencia,
que protege la vida de la tribu y la misma vida, que custodia las almas de los
muertos, que consuela de la aflicción y que recompensa y castiga.[2]
Común a estos dos tipos de religión es el
carácter antropomorfo de su concepción de Dios –idea sobre la que sólo se
elevan individuos y comunidades excepcionalmente idealistas. Empero, la idea de
un Dios personal (omnipotente, justo y misericordioso), aunque puede
proporcionar guía y ayuda, además de que por su sencillez resulta accesible a
las inteligencias menos desarrolladas, conlleva para Einstein un fallo básico y
doloroso. Pues si este ser es omnipotente los pensamientos, sentimientos,
aspiraciones y acciones humanas son obra suya, no dejando lugar a la
responsabilidad individual; por otro lado, al otorgar premios y castigos se
estaría juzgando a sí mismo, siendo esto incompatible con la bondad y rectitud
que se le asignan.[3] Para
la mentalidad científica un Dios de esa naturaleza pudiera no ser más que una
sublimación de la relación del hijo con el padre (o, más míticamente, con los
abuelos).
3) Se abre así la posibilidad de un tercer
estadio de religiosidad, al que Einstein llama sentimiento religioso
cósmico. Se trata del sentimiento complejo que se abre con la experiencia emocional de la
futilidad de los deseos y objetivos humanos, donde se sufre la existencia
individual como una especie de cárcel, experiencias negativas que conducen a
una emoción positiva frente al orden sublime y maravilloso que se revela en la
naturaleza y el mundo de las ideas, perspectiva donde se vive el universo como
un todo único y significativo. Es el espíritu de los Salmos de David, de
algunos textos de los Profetas y del budismo, caracterizado estéticamente por
el sentimiento de lo sublime, que ni conoce dogmas ni concibe a Dios a imagen
del hombre, careciendo de iglesias y doctrinas. Espíritu religioso superior que
ha sido frecuentado por los heresiarcas, ateos y santos de todas las épocas,
como Demócrito acusado de locura por su posición moral y salvado por el médico
Hipócrates , por San Francisco de Asis despojándose de los bienes materiales y
en diálogo poético con la naturaleza toda, o Benito Spinoza labrando el
infinito mapa de aquel que son todas sus estrellas. Ese Dios precede también la
actitud moral de Einstein.
Para el gran moralista el sentimiento
religioso cósmico, despertado y transmitido sobre todo por el arte, es también
el motivo más fuerte y noble de la investigación científica seria, en tanto
empresa alejada de las realidades inmediatas de la vida y los resultados
tecnológicos prácticos. Se trata de una singular fe en la racionalidad del
universo y en el anhelo profundo de alcanzar la verdad y de comprender las
cosas. Ese sentimiento brota justamente de la esfera religiosa, a la cual
pertenece también la fe en la posibilidad de que las normas válidas para el
mundo de la existencia sean racionales (comprensibles por medio de la razón).
Tal situación es elaborada por Einstein en una imagen de gusto netamente
kantiano: la ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es ciega.[4]
En efecto, el individuo imbuido en la
hipótesis de la aplicación universal de la ley de causalidad constitutivamente
no puede creer en un ser que interfiera en los acontecimientos premiando y
castigando, por la simple razón de que las acciones del hombre vienen
determinadas por la necesidad externa e interna, siendo para el hombre así
formado insignificante la religión del miedo y la religión moral. El verdadero
investigador científico, por el contrario, muestra una actitud profundamente
religiosa cuando rechaza la triste concepción del hombre contenido en su acción
por el miedo al castigo o por la esperanza de recompensa después de la muerte,
aceptando mejor que la conducta ética del hombre debe basarse en la compasión,
la educación y los lazos de las necesidades sociales, que no
requieren de ninguna base religiosa en tanto doctrina.[5]
Los talentos científicos más profundos han
tenido siempre un sentimiento religioso propio, distinto de la religiosidad del
lego. El científico que se sumerge profundamente en el sentimiento de la
causalidad universal, no puede desligarse del sentimiento religioso cósmico, el
cual adquiere la forma de un asombro extasiado ante la armonía de la ley
natural, que revela una inteligencia de tal superioridad que, comparados con
ella, el pensamiento sistemático de todos los hombres y las acciones humanas
más nobles aparecen como un reflejo insignificante (desequilibrio axiológico
propio del sentimiento de lo sublime). Tal sentimiento puede convertirse en
rector de la vida y obra científica.[6] Así, la ciencia no sólo
tiene la función de purificar el impuso religioso de su escoria antropomorfa,
también puede contribuir a la espiritualización de la religión y de
nuestra visión de la vida, al ahondar en el sentimiento de conmoción,
reverencia y humildad ante la grandeza de la razón encarnada en la existencia y
que es inaccesible al hombre en sus profundidades más hondas.[7]
La auténtica religiosidad se constituye así,
según opinión de Alberto Einstein, por una certeza y una emoción. La certeza de
que existe algo que no podemos alcanzar: la razón más profunda y la hermosura
más deslumbradora que se manifiesta en la naturaleza, a las que nuestras mentes
sólo pueden acceder en sus formas más toscas. Y la emoción fundamental de la
hermosura del misterio de la eternidad de la vida, cuna del verdadero
arte y de la verdadera ciencia. Al vislumbrar la estructura del mundo real en
el esfuerzo por abarcar una parte, aunque sea pequeña, de la Razón que se
manifiesta en la naturaleza, sólo cabe la experiencia del misterio como
admiración, asombro y maravilla –experiencia sin la cual el hombre está como
muerto y con los ojos nublados.[8]
[1] Op. cit., Pags. 63-64.
[2] “Religión y Ciencia”, Op. cit., Págs. 53-55.
[3] “Ciencia y Religión”, Op. cit., Págs. 65-66.
[4] Op.
cit., pags. 64 a 65.
[5] “Religión y Ciencia”, Op. cit., Págs. 55 a 57.
[6] “El espíritu religioso de la ciencia”, Op. cit., Pág. 58.
[7] “Ciencia y Religión”, Op. cit.,
Pág. 68.
excelente síntesis del pensamiento religioso de Albert Einstein
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