Alberto Einstein: El Ideal Político
Por Alberto Espinosa Orozco
IX. El Ideal Político
Si la respuesta moral de Einstein al
problema de la mejora social tiene prima faquie una dirección
pedagógica, en un segundo plano de mayor envergadura contempla una vía
económico-política de carácter social-demócrata.
La fuente
del desnivel u oscilación característico de nuestro tiempo, que se revela sobre
todo como un “maleamiento social” de desequilibrio egoísta, tiene su causa, de
acuerdo con Einstein en la anarquía económica de la sociedad capitalista, donde
los productores, cumpliendo fielmente las reglas del mercado legalmente
establecidas y estando en manos de unos cuantos la propiedad de los medios de
producción, se encuentran en incesante lucha para arrebatar los frutos del
trabajo colectivo, difundiendo consciente o inconscientemente el espíritu
oscuro de la voracidad y la guerra.77
El riesgo de las libertades y las
dificultades del mercado laboral, han de resolverse cuando se resuelva en forma
democrática el gran problema económico.78
Sin embargo hay que advertir que, frente a los éxitos extremadamente
afortunados en el campo de la ciencia y de la técnica, el hombre ha sido
ineficaz y ha fracasado en el desarrollo de formas de organización política y
económica, de tal manera que incluso la coexistencia pacífica entre las
naciones del mundo no tiene garantía alguna. Una primera solución democrática,
puesta en marcha en EE. UU., es la exigencia por parte de la opinión pública de
que el individuo al frente de los medios de producción ponga parte de sus
riquezas e incluso de sus propias energías al servicio de la comunidad,
formando de esta manera su conciencia social -jugando el gobierno un papel
limitado.79 Aunque la influencia de la oligarquía
económica sobre las ramas de la vida pública es muy poderosa, no debe
sobrestimarse (como contraejemplo estaría el caso de F. D. Rohosvelt, que fue
elegido y reelegido tres veces como presidente a pesar de la desesperada
oposición de estos poderosos grupos).80
En su aspecto económico, la filosofía de la
“libre empresa” acusa una poderosísima debilidad: la inmensa capacidad
productiva de los países desarrollados es incompatible en proporción con el
poder adquisitivo del pueblo (consumidores). Esta pequeña situación es
delicadísima, pues orilla a los países productivos a reforzar su comercio de
exportación para tener en pleno uso su aparato productivo, evitando el peligro
amenazador del paro a gran escala. Los países satélites o dependientes no
pueden así pagar los artículos de exportación de las metrópolis productivas
sino con importaciones que de nos ser materias primas no pueden ser abundantes,
en razón de la protección al propio aparato productivo. El problema político
entrañado en tal economía es que los países satélite tienen que financiar
sus exportaciones con recursos propios, siendo esos prestamos y empréstitos, no
solo impagables por definición, sino también peligrosos regalos obsequiados
como armas en la arena de los poderes políticos.
Sin embargo, la gran mentira del capitalismo
sobre la que se basan sus leyes económicas es una inaceptable y errónea
concepción del “trabajador”, definido meramente como aquel que no comparte la
propiedad de los medios de producción. El propietario de los medios se
encuentra en cambio en una situación angélica, donde compra la potencia de
trabajo del trabajador, el que produce artículos que pasan a propiedad del
capitalista, en un proceso donde la relación entre lo que produce y se le paga
resulta profundamente alterada, pues lo que el trabajador percibe no está,
incluso en teoría, determinado por el valor real de los artículos que produce,
sino por el mínimum de necesidades vitales que ha de cubrir para
su elemental sobrevivencia. Esta “fase predatoria” de la humanidad ha de
superarse reconociendo que la ciencia económica en su estado actual, no sólo
hace difícil el establecimiento de leyes generales (por estar los fenómenos
económicos afectados por innúmeros factores difíciles de valorar por separado),
sino también por arrojar poca luz sobre una sociedad organizada de otra manera.
La evolución de la oligarquía del capital
privado, acrecentada en su poder por el desarrollo tecnológico y la creciente
división del trabajo, que alimenta la formación de amplias unidades de
producción triturando a las pequeñas, no puede, empero, ser refrenada por una
sociedad política de organización democrática. De acuerdo con Einstein, sólo
existe un camino para evitar los grandes males de una economía de
capital privado y anárquica: el establecimiento de una economía socialista,
acompañado de un sistema educativo orientado hacia las metas sociales. Una
economía socialista es aquella donde los medios de producción pertenecen a la
propia sociedad y se utilizan con arreglo a un plan orientado no hacia el
lucro, sino a la utilidad de toda la comunidad. Sin embargo, una economía
planificada no es aun socialismo, pues puede ir acompañada de una completa
esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere de la solución
de éste y otros escollos políticos-sociales extremadamente difíciles de
sortear.81
En primer lugar, la economía planificada
trae como consecuencia la formación de una burocracia administrativa
poderosísima. Contra el peligro de su arrogancia todopoderosa no quedan sino
dos recursos: 1) el contrapeso democrático que protege los derechos del
individuo; 2) si en los países
capitalistas los dueños de la riqueza no están obligados a rendir cuentas de
sus acciones ante el público en general, en los países socialistas los
empleados civiles, semejantes a los que ejercen el poder político, deben
hacerlo, manteniendo la administración en un nivel adecuado; y 3) la economía
planificada debe mantener una sana proporción entre la producción y el poder
adquisitivo del pueblo.82
Pero quizá el escollo más profundo que ha de
salvar el socialismo es la creencia, maniquea e infantil, de que el capitalismo
es la fuente de todos los males económicos y políticos, suponiendo que el
socialismo podrá curar, como una panacea de ajos supranaturales, todas las
enfermedades políticas y sociales de la humanidad –actitud mesiánica que invita
no sólo a la erección de ídolos injustificados (sean absurdos héroes
divinizados o Estados totalitarios), sino también a la intolerancia predatoria
y fanática, que convierte a un posible método social en una iglesia con todo y
papas, cardenales, obispos, fieles... y herejes tachados de traidores, canallas
y malhechores por no pertenecer a la rebañiega gregarista o a la jerarquía del
orden feudal. Creencia rígida que impide la comprensión elemental del otro y
que ha sido la causa de indecible sufrimiento para la humanidad.83
Por otra parte, acaso uno de los aspectos
teóricos más débiles del marxismo es su falta de desarrollo de una teoría del
hombre, apareciendo los factores psicológicos del ser humano (sus deseos y
pensamientos) como sin importancia y secundarios, siendo el individuo
fácilmente degradado en mero instrumento o “material humano”, punto de vista
donde los fines normales de las aspiraciones humanas desaparecen.84
No hay que subestimar el abismático escollo
representado en nuestra época por ese ídolo moderno que es el Estado –a cuyo
poder de sugestión pocos hombres pueden escapar. La función del Estado no es otra que la de mantener relaciones
pacíficas y ordenadas entre sus ciudadanos. Empero, en nuestros tiempos esa
relación se ha vuelto más complicada y extensa a causa de la centralización del
aparato industrial. De hecho, todo gobierno es un mal, en la medida en que
lleva dentro de si el germen, la tendencia de convertirse en tiranía. Sin
embargo, salvo los anarquistas, todo el mundo está convencido que una sociedad
civilizada no puede existir sin un gobierno. El peligro de degeneración es más
agudo cuando el gobierno posee la autoridad sobre todas las vías de educación,
comunicación y la existencia económica de cada ciudadano. La estructuración
socialista puede promover una solución social a esta inmensa amenaza mediante
un contrapeso democrático, resolviendo una nación sana en el dinámico
equilibrio entre la voluntad del pueblo y el gobierno –normas e instituciones
democráticas frecuentemente poco apreciadas en los países donde se disfrutan.85 También es cierto que el socialismo ha
de universalizarse a una escala planetaria, internacionalizándose hasta el
extremo de formar un Gobierno Mundial, capaz de controlar el poderío militar,
los derechos humanos y resolver los conflictos Oriente-Occidente.86
X. Conclusiones
Por último sólo me resta concluir estas líneas con tres consideraciones:
1) recordar que para resolver los problemas de nuestra vida social no basta sólo la razón, aunque ésta pueda servir para resistir a los atávicos instintos y a las pasiones hace falta también la fuerza viril de la emoción inspirada por altos ideales de vida;
2) que el hombre pocas veces encuentra una felicidad más grande que cuando se embarca y navega en una tarea colectiva de objetivos dignos y nobles para el beneficio de la humanidad;
3) finalmente, no me queda sino un saludo y un reconocimiento a ese científico de todos los tiempos que fue Alberto Einstein como lo que también significó en realidad: un caudillo moral que, ajeno a toda agresión y resentimiento y sin conocer el miedo, pasó su vida entera al servicio del prójimo.
74 “¿Por qué Socialismo”, Op.
cit., Pág. 69.
75 “Un mensaje a los
intelectuales”, Op. cit., Pág. 47.
76 Op. cit., Pág. 49; “Mensaje a
la posteridad”, Op. cit., Pág. 9; “Ciencia y Sociedad”, Op. cit., Pág. 40;
“Mensaje en la cápsula del tiempo”, Op. cit., Pág. 24.
77 Supr., Op. cit., Pág. 40, “En una asamblea por la libertad de
opinión”, Op. cit., Pág. 97.
78 Supr., Op. cit., Pág. 98.
79 “Mis primeras impresiones de
los Estados Unidos”, Op. cit., Pág. 8.
80 “Respuesta a los científicos
soviéticos”, Op. cit., Pág. 85.
81 “¿Por qué Socialismo?”, Op. cit., Págs. 64 a 72.
82 Op. cit., Pág. 72, “Respuesta a
los científicos soviéticos”, Op. cit., Págs. 82 a 83.
83 Op. cit.,
pag. 83.
84 “La instrucción militar en la
ciencia”, Op. cit. Pág. 126.
85 “Un mensaje a los intelectuales”, Op. cit,
Págs. 48 a 49; “Respuesta a los científicos soviéticos”, Op. cit., Págs. 83 a
84.
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