Alberto Einstein: Los Valores y los Derechos Humanos
Por Alberto Espinosa Orozco
VIII.- Los
Valores y los Derechos Humanos
Después de mostrar como la sociedad puede
ser enriquecida, el proyecto de su mejora y reforma ha de resolverse, de
acuerdo con Einstein, por medio de un segundo paso moral, el cual debe
transitar igualmente por el terreno de la educación. Se trata del proceso de
conscientización en los valores y derechos del hombre más acendrados (los
cuales, evidentemente, están gravados con un destino histórico, tendiente a la
plena realización de la especie -que es la lucha y batalla fundamental de la
humanidad en tanto proceso de esencialisación o naturalización, pues el hombre
no está dado, sino que es la tarea de convertirse, de llegar a ser hombre).
Más allá de la empresa de valorar nuestro
tiempo (Zeitcritik), la labor fundamental del intelectual es la
de cuidar el más alto y eterno de nuestros bienes, aquello que da a nuestra
vida sentido y deseamos entregar a nuestros hijos más puro y más valioso de lo
que nosotros lo recibimos de nuestros antepasados: la libertad del individuo.
Lo que en esta fase de la cultura moderna está en juego es la libertad
intelectual, sin la cual no hubiera existido ningún Schaquespeare o Gohete,
ningún Newton o Paster... ningún Einstein o López Velarde. Para resistir con
los poderes de los enemigos de la humanidad que, aún hoy mismo, amenazan
suprimir la libertad intelectual, hay que tener presente que nuestros
antepasados la ganaron para nosotros tras duras luchas, dándole con ello un
sentido preciso a la voz “modernidad” y salvándonos con ello de una vida oscura
de servidumbre semejante a la de las viejas tiranías asiáticas. También hay que
recordar que sin los hombres libres, únicos que crean los inventos y las obras
intelectuales, fuente de todo progreso y conocimiento, y sin la libertad del individuo, de nada vale
la vida para un hombre que se respete a sí mismo. En efecto, sin tal libertad
no habría ni casas confortables, ni radio y TV., ni ferrocarriles, ni medicina
contra las epidemias, ni libros baratos, ni cultura, ni máquinas que alivian el
rudo trabajo, ni retos intelectuales y goces artísticos, ni filosofía y poesía
para todos.60
En nuestros tiempos difíciles no queda sino
(frente a las tentaciones del odio y la opresión, engendradores de descontento,
más odio y violencia), mantenerse firmes en la defensa de la libertad
individual, rechazando enérgicamente el pesimismo de quienes creen o aceptan
que el desarrollo intelectual descansa sobre la base de una declarada o
disimulada servidumbre. Vayamos, pues, a la zaga de Einstein, a rescatar los
valores y derechos fundamentales del individuo, los cuales han de postularse
como la fuente de todos los progresos del hombre. En principio hay que partir
de los valores más altos del ideal humanitario de Europa, base de los triunfos
más grandes de aquella civilización y cuyo complejo puede analizarse en las
siguientes fases: i) libre determinación el individuo (restringida); ii)
libertad de pensamiento, iii) libre expresión de opinión, iv) libertad de
enseñanza; v) objetividad de pensamiento y deseo de alcanzar la verdad sin
tener en cuenta la utilidad y el provecho individual, iv) fomento a las
diferencias en el campo del espíritu y del gusto.61
Para lograr la primera fase axiológica de la
libre determinación del individuo (i), es necesario que concurran diferentes
factores. En primer lugar, para alcanzar este objetivo es necesario un primer
género de libertad, que Einstein llama libertad exterior. Es
indispensable que el individuo no tenga que trabajar tanto para cubrir sus
necesidades vitales básicas, pues ello agota el tiempo y el vigor para las
actividades de cuño personal. La satisfacción de las necesidades físicas es,
sin duda, la condición previa sine qua non de una existencia
feliz, pero no es suficiente por sí sola. Para cumplir plenamente con la
satisfacción del hombre se debe atender a las actividades personales e íntimas
que son, justamente, las que abren la posibilidad de desarrollar las
capacidades intelectuales y artísticas acordes con las posibilidades y
características, aptitudes y predisposiciones de carácter del individuo. Se
trata de un objetivo que atañe en sus primeros pasos a la función educativa y
en el que probablemente todos nosotros estaremos de acuerdo. Sin duda alguna,
para el desarrollo espiritual de todos los individuos, hace falta éste género
de libertad externa. En opinión de Einstein, el progreso tecnológico haría
posible éste tipo de libertad si se lograse una división racional del trabajo.
Para alcanzar las tres faces siguientes del
ideal (la libertad de pensamiento (ii), la libertad de comunicación (iii) y la
libertad de enseñanza (iv)), es necesario, empero, un segundo tipo de libertad
exterior. Por libertad exterior entiende Einstein “condiciones sociales de tal
género que el individuo que exponga opiniones y afirmaciones sobre cuestiones
científicas e intelectuales, de carácter general y particular, no corra por
ello peligros o riesgos graves”.62 Las
leyes por sí solas no pueden asegurar la libertad exterior, pues es necesario
que haya espíritu de tolerancia en toda la sociedad para que un hombre pueda
expresar sus puntos de vista sin temor a sufrir castigo. Se trata de un ideal
imposible de realizar en pureza, pero que debe perseguirse con denuedo si se
quiere el avance del pensamiento científico, filosófico y creador en general.
Una consideración importante prácticamente es que la libertad de comunicación
(iii) y de enseñanza (iv) es indispensable para el desarrollo y crecimiento de los
conocimientos científicos, pues el progreso de la ciencia (el conocimiento de
las leyes físicas y los procesos sociales), exige la posibilidad de difundir
sin restricciones opiniones y resultados, pues la tarea científica es un
conjunto natural cuyas partes se apoyan mutuamente.63
Sin embargo, es necesario para la evolución
de la ciencia y el trabajo creador otro tipo de libertad: la libertad
interna o libertad de espíritu, consistente en pensar con independencia (i)
de las limitaciones de los prejuicios autoritarios y sociales, así como frente
a la rutina antifilosófica y los hábitos embrutecedores en general (que van de
la masificación promovida por la Afrodita Pandémica o vulgar, el
convencionalismo malediciente y la conducta impulsiva y arbitraria, a las
adicciones y el abuso del poder, etc., etc., etc.). La libertad interna es un
raro don de la naturaleza y un objetivo digno para el individuo, que la
comunidad puede estimular como mínimo no poniéndole trabas. Hay que reconocer,
empero, que el desarrollo de este segundo género de libertad ha sólido ser dificultado por escuelas y
sistemas de enseñanza, ya con influencias autoritarias ilegítimas, ya con
imposiciones y cargas espirituales excesivas a los jóvenes; aunque tales
instituciones también han podido favorecer este tipo de liberar al fomentar el
pensamiento independiente.64
Libertad de opinión (iii) y libertad de
enseñanza (iv) son ambas los cimientos de todo desenvolvimiento sano y natural
de cualquier pueblo. Sin embargo, en los últimos capítulos de la historia occidental estos valores han sido
sistemáticamente amenazados por el abrumador dominio que ejerce la oligarquía
del capital productivo (en manos de un número muy pequeño de ciudadanos), sobre
las instituciones educativas y los medios de comunicación, ejerciendo también
enormes influencias sobre el gobierno. Para Einstein es deber ineludible de los
intelectuales poner en obra toda la influencia a su alcance para mantener a la
opinión pública al tanto de este peligro real, así como de unirse con toda la
fuerza de la que sean capaces para defender, custodiar y acrecentar estas
libertades, único procedimiento para que el mayor daño de todos sea prevenido
–peligro que no es otro que el de la servidumbre y mecanización
desesencializadora y nihilificante de la persona humana por los receptáculos de
las soberanías antisociales, que intentan corromper el espíritu y el bienestar
hasta extremos de franco horror y desastre.65
En cuanto a la libertad de enseñanza (iv)
hay que tomar en cuenta varios factores. En primer lugar, el hecho de que los
políticos reaccionarios, azuzando a las masas, han logrado que la juventud y el
público sospeche de cualquier empresa intelectual, pasando incluso a limitar la
libertad de enseñanza y oprimiendo y privando de sus puestos a los que no se
muestran sumisos. Ante este peligro latente quizá hoy más que nunca, la única
solución sistemática prevista por Einstein para la minoría de intelectuales es
el método revolucionario de la no cooperación, individual o conjunta, en
el sentido de Gandhi: esto es, estar dispuesto de buena gana a ir a la cárcel,
a correr el riesgo de la ruina económica, sacrificando el bienestar personal en
pro del bienestar cultural del país.66
En efecto, la continuidad y la salud de la
humanidad dependen de las instituciones de enseñanza y educación, las cuales
han sido desde siempre el medio más importante de transmitir el tesoro de la
tradición de una generación a otra, en la modernidad incluso en mayor grado que
en otros tiempos, pues el desarrollo contemporáneo de la vida económica ha
debilitado a la familia en cuanto portadora de la tradición y de la educación.
El fin de la educación a de ser formar individuos para que piensen y
obren con independencia y, simultáneamente, vean en el servicio a la comunidad
su más alto ideal vital, desarrollando las cualidades y facultades individuales
y sociales más valiosas para la república.
Para lograr este valor en bienes efectivos
de nada vale el culto palabrero a un ideal, meras intenciones que empiedran el
camino del infierno. Menos aún la moralina. Solo vale el trabajo y la actividad.
El método de educación siempre ha consistido en urgir al alumno o discípulo a
la realización de una tarea concreta, cuya motivación se fortalece en el
cumplimiento de la empresa. Pero la motivación no ha de tener su origen en el
temor al castigo, la autoridad artificial, la coacción o la fuerza, el
ambicioso deseo de distinción a toda costa o el entusiasmo egoísta, pues tal procedimiento destruye los sanos
sentimientos de sinceridad, confianza en sí mismo y cooperación con el prójimo,
convirtiendo al alumno en súbdito sumiso y servil –que es el peor de todos los males. Por el
contrario, el método educativo ha de basarse en una amorosa afición por el
objeto, en una ansia de verdad y comprensión, en la divina curiosidad que
acompaña al hombre desde sus primeros pasos y en el deseo de placer y
satisfacción naturales. Tal actitud, tanto en la administración de la escuela
como en la posición de los maestros, ejercerá así una influencia positiva en la
formación de la base psicológica de los alumnos, siendo la fuente de
respeto las cualidades humanas e intelectuales de las autoridades.
La escuela y el maestro deben estar en
guardia contra el empleo del fácil método de estimular la ambición individual,
la cual fomenta el espíritu de competencia. Tal espíritu psicológicamente se
funda en el deseo desviado de ser reconocido como el mejor, como más fuerte o
más inteligente que los demás, siendo su justificación psíquica excesivamente
egoísta e injuriosa tanto para el individuo como para comunidad. El deseo de
aprobación y reconocimiento por parte de los demás, es por sí mismo un sano
estímulo, si se entiende como un importante poder cohesivo de la sociedad y de
la cooperación humana, estando
firmemente arraigado en la naturaleza humana. Sin embargo, en tanto
complejo sentimental, ha de purificarse de sus fuerzas destructoras (que
radican en la ambición) y fomentar sus energías positivas (el deseo de
pertenencia a una “tribu” , de ser “uno de nosotros”, siendo ese nosotros la
sociedad humana humanizada). Se deben, pues, desarrollar las energías
psicológicas productivas en el alumno,
tomando acaso como modelo la experiencia del juego, el deseo dialéctico
reconocimiento-pertenencia (deseo del deseo del otro), pero también la
orientación de los individuos hacia un terreno grato e interesante para la
sociedad. Para que todo ello sea posible, el maestro no sólo debe de ser un
artista en su clase, sino tener también amplia libertad para elegir la materia
que ha de enseñar y los métodos de educación a emplear, no permitiendo que el
placer en el trabajo sea aniquilado por la fuerza y la presión exterior.
En tal espíritu debería ser educada la
juventud, recordando que el fin de la escuela estriba en que el joven egrese
con una personalidad armoniosa. No, pues, al pseudo ideal del especialista,
sobrecargado de disciplinas que no le dejan tiempo para pensar realmente,
adiestrado de tal suerte que se puede manejar como una herramienta inerte,
semejante a un perro de circo o a una hormiga que batalla en un hormiguero por
su vida. Por el contrario, formar al individuo autónomo y responsable, teniendo
espontánea afinidad hacia los valores, un vigoroso sentimiento de lo bello y de
lo moralmente bueno y una amplia comprensión de las motivaciones de los seres
humanos, de sus ilusiones y sufrimientos, para poder alcanzar una adecuada
relación con sus prójimos y con la comunidad.67
Es necesario también que los
sacerdotes, monjes y monjas se conviertan en profesores y maestros de religión
en activo (bajo las innumeras maneras que van del maestro universitario, al de
primaria, con todas las variedades que permite el abanico de la tradición,
tales como el ofrecimiento de suculentos desayunos infantiles donde se enseñe
la oración de acción de gracias y
pláticas formales e informales de todo tipo, etc.), cumpliendo
dignamente con la excelsa misión educativa encomendada por los grandes
maestros, llevando a la verdadera religiosidad, que es ajena al miedo a la vida
o a la muerte y a la parálisis de la fe ciega, estando por lo contrario ligada
a doctrinas luminosas que junto con el ideal ético luchan en pro del
conocimiento racional. Con esa actitud y acción se cerraría el paso a una
conducta indigna y fatal para los representantes de la religión instituida: la
del refugio en la reserva o en campos de tiniebla ajenos al conocimiento
científico.
Alberto Einstein fue, es cierto, un teórico
revolucionario no menos en el campo de la física que en el de la moralidad,
pues consideró que la actual situación de la humanidad, no percatada por los
gobiernos, exige medidas inéditas en nuestro modo de pensar, en nuestras
acciones, entre los trabajadores intelectuales y en las relaciones entre las
naciones del mundo. Con respecto a los trabajadores intelectuales, golpeados
por el aparato en sus directivas sobre la educación de la juventud, es urgente
que protejan sus intereses (que son los de la libertad de expresión, de
enseñanza, académica y sus ingresos económicos) mediante la organización,
puesto que la carencia de ella ha sido su fallo tradicional, encontrándose más
que ninguna otra clase desprotegidos
frente a arbitrariedades y explotación. Así, lo primero que deberían
hacer es: a) organizarse evitando el debilitamiento por disensiones internas y
desavenencias entre los grupos constituyentes; b) censurar la división entre los intelectuales,
pues los derechos innatos de esos grupos son las dotes especiales y la experiencia,
asegurando en esta esfera que los acontecimientos se determinen por el conocimiento
profesional y el juicio basado en el conocimiento objetivo,
rompiendo con ello la amarga tradición que los ha determinado por el mezquino
deseo de provecho y la ambición política; c) asegurar la posición económica del
grupo en tanto comunidad de fines, d) crear una Organización de Trabajadores
Intelectuales (OTI) para defender estos derechos y establecer una futura
política supranacional contra la agresión de nuevas guerras a escala
planetaria.
Con respecto al valor de la objetividad del
pensamiento y el deseo de alcanzar la verdad por sí misma y sin miras
utilitarias (v), sólo cabe recordar que se trata de una actitud enmarcada y
articulada orgánicamente en la ciencia como vocación de establecer normas o
leyes de la naturaleza que exijen una validez absolutamente general... no
probada. Se trata, en efecto, de un programa y una fe en la posibilidad de su
cumplimiento, que sólo se basa en principio en éxitos parciales. Sin embargo,
la actuación de la ciencia sobre la mente humana tiene un carácter educativo,
al vencer la inseguridad del hombre ante sí mismo y ante la naturaleza, pues si
la ley natural se aceptara sólo de manera fragmentaria (tal y como lo hacía un
observador primitivo) se fomentan todo tipo de creencias irracionales sobre
fuerzas arbitrarias, mágicas o sobrenaturales que intervendrían el destino del
hombre. Por el contrario, la confianza de que
la ley natural es universal y el
pensamiento humano es veraz, puede ofrecernos otra experiencia, que purifica al
mismo sentimiento religioso. El atisbo de que la estructura total del mundo,
natural y humano, es una sola y está regida por una Razón universal que
determina la marcha del cosmos en su completud como una unidad armónica, cuya
regularidad ordenada no da margen a causas de otra naturaleza.68
Por su parte, el valor humanístico del
fomento de las diferencias en el campo del espíritu y el gusto (vi), no es sino
el objetivo mismo del “liberalismo cultural”,
el cual se debe fomentar desde la misma enseñanza de la historia y la
geografía con una nutrida y simpática compresión por las características de los
diferentes pueblos del mundo, especialmente por aquellos que han sido llamados
“primitivos”. De tal forma, ha de educarse en las escuelas en un pacifismo
racional internacional, combatiendo el chauvinismo nacionalista como una dañosa fauna que corroe
el progreso cultural.69
Este valor de “tolerancia generalizada”
permite una actitud crítica frente a instituciones y tradiciones, dando acceso
a la ponderación de cuales de ellas son útiles y proporcionan una mayor
felicidad a los seres humanos y cuales perniciosas al producir una mayor
aflicción, esforzándose por adoptar los que mejor nos parezcan, sin importar si
las vemos plasmadas en nuestro país o en otro distinto.70
Los derechos humanos no son sino ideales
sobre el comportamiento mutuo de los seres humanos y la estructura más deseable
de la comunidad. Sin embargo, su existencia y validez no está escrita en las
estrellas, sino que son producto de la concepción y enseñanza de individuos
ilustres a lo largo de la historia. La necesidad de la lucha en pro de los
derechos humanos, aceptados inmediatamente por la gente en teoría, se deriva
del hecho de que son pisoteados por esa misma gente bajo la presión de los
instintos o las coerciones sociales. Es parte central de la lucha eterna de la
humanidad por preservar y mejorar su ser, sin posibilidad de victoria
definitiva, pero cuya claudicación sería la ruina de la sociedad. Tales
derechos básicos apuntados por Einstein no son sino:
1)
la protección del individuo contra la usurpación
arbitraria de sus derechos por parte de otros, o por el gobierno;
2)
el derecho a trabajar y a recibir un ingreso
adecuado y equitativo por el trabajo;
3)
la libertad de diálogo, debate, discusión, enseñanza
e investigación;
4)
la participación adecuada del individuo en la
formación de su gobierno;
5)
el derecho y deber que tiene el individuo de no
cooperar en actividades que considere erróneas o perniciosas.71
Los avances de la tecnología podrían también
servir para allanar el camino a dos valores fundamentales, en transe de
constituirse en derechos humanos, a tomar en cuenta por la ley y la sociedad en
general. En efecto, el progreso tecnológico y el desarrollo de su alto nivel, puede conducir a la plenitud de la libertad
externa (si se toma en cuenta una división realmente equitativa y un adecuado
abastecimiento para todos). Sin embargo, para ello es necesario tomar en cuenta
los siguientes objetivos éticos que, al menos formalmente, serán admitidos por
la gran mayoría:
6)
los bienes instrumentales que ayudan a mantener la
vida y la salud de todos los seres humanos, deben ser producidos con el menor
esfuerzo posible de todos, de tal manera que;
7)
los hombres tengan la posibilidad de desarrollar sus
facultades, características y capacidades personales, valor o derecho que tiene
como correlato el deber personal de impedir que se enmohezcan y oxiden
los propios talentos y dones con que la naturaleza dotó al individuo, siendo él
responsable de su custodia y desarrollo.72
Un último derecho que hay que consignar en
este parágrafo tiene un carácter político, y podría bautizarse provisionalmente
como “principio Einstein-Platón”, por ser éste último quien, en boca de
Protágoras, lo expresa por primera vez nítidamente, y por ser el primero quien
lo limita y le da una formulación moderna, y que puede recogerse en la
siguiente fórmula:
8)
es inadmisible que sólo sean los peritos o
especialistas (sociales, económicos o políticos) los únicos con derecho a opinar
sobre cuestiones que afectan a la organización de la sociedad, no debiendo de
sobrestimarse la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas
humanos; siendo lo justo oír a todos cuando se trata de asuntos políticos.73
En política
no sólo hacen falta los dirigentes, sino también el espíritu
independiente y el sentido de la justicia del ciudadano –actitudes en
decadencia debido al “maleamiento” social y al socavamiento del régimen
democrático parlamentario. En efecto, las dictaduras sólo pueden ser toleradas
donde el sentido de la dignidad de la persona y los derechos humanos hayan sido
debilitados sistemáticamente.
60 “Ciencia y civilización”, Op.
cit., Págs. 43 a 44.
61 “¿Ha sido Europa un éxito?”,
Op. cit., Pág. 89 , “Fascismo y Ciencia”, Op. cit., Pág. 43.
62 “Sobre la libertad”, Op. cit.,
Pág. 45.
63 Op. cit.,
pags. 44 a 45, “¿ha sido Europa un éxito?”, Op. cit., Pág.
89.
64 Op. cit., pag. 46.
65
“En una asamblea por la libertad de opinión”, Op. cit., Págs. 97 a 98.
66
“Métodos inquisitoriales modernos”, Op. cit., Págs. 45 a 46. Este método
fue aplicado con buen éxito por el durangueño José Revueltas, quien
gustosamente se dejaba “becar” de vez en
cuando por el poder político para poder proseguir sus estudios intelectuales y
humanísticos en la cárcel.
67 “Sobre educación”, Op. cit., Págs.
86 a 91; “Educación y pensamiento independiente”, Op. cit., Pág. 94. Einstein
creía con toda sinceridad que el mejor servicio que uno puede prestarle al
prójimo es el de proporcionarle un trabajo que le estimule positivamente y le
eleve indirectamente –caso que habría que aplicar especialmente a los artistas
y científicos. A la mente creadora sobre
todo le estimula la monotonía de la vida tranquila y solitaria, por lo cual el
famoso científico recomendaba, a manera de ejemplo, emplear a los jóvenes con vocación matemática
y filosófica en las torres de faros, donde no hay grandes exigencias físicas ni
intelectuales, lo que daría el tiempo para meditar, sin atropellarse en sacar
conclusiones definitivas prematuramente. “Bien y Mal”, Op. Cit., Pág. 17; “Ciencia
y Civilización”, Op. cit., Págs. 44 a 45.
68 “Ciencia y Sociedad”, Op. cit., Págs. 41 a 42, “Religión y Ciencia”,
Op. cit., Pág. 67.
69 “Las escuelas y el problema de la paz”, Op. cit., Pág. 124.
70 “Para asegurar el futuro de la
humanidad”, Op. cit., Pág. 93.
71 “Derechos humanos”, Op. cit., Págs. 49 a 50.
72 “Sobre la libertad”, Op. cit.,
Págs. 44 a 45.
73 “¿Por qué Socialismo?”, Op. cit., Pág. 65, Platón, “Protägoras o de
los sofistas”, Diálogos, ED. Porrúa, Sepan Cuantos, núm. 13, Pág.
115.
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