Las
Moscas
Por
Alberto Espinosa Orozco
La
Mosca
A mosca heroica conocí el día de hoy
mientras orinaba. Volando al lado de otra,, realizaba subidos divertimentos de
pulida audacia aeronáutica, realizando dibujos tridimensionales en el aire –no
igualables por el mejor espirógrafo, que ahora imagino en su transparencias como
los poétalos de una flor fantástica. Movimientos que, por mi desconocimiento de
la literatura científica sobre ese nimio reino apenas logro describir con
vaguedad. De pronto la mosca realizó un movimiento sorprendente, dejándose caer
desde lo alto en caída, con una línea sorprendente vertical, rayando el aire como
si fuese un vidrio con punta de diamante. El vuelo más que temerario terminó
suspendido en su caída libre en medio de burbujas de espuma de anilina, hasta
dejarse enredar por la fuerza en estrógiro del remolino y la catarata fatal que
se hundía en el recipiente cónico y
blanquísimo de la gran taza, hasta perderse finalmente en el turbio remolino
por la oscuridad de la cloaca.
Quedé por un momento suspenso y admirado
luego de jalar de la cadena, y luego, reflexionando, interpreté aquel acto como
de heroico suicidio, asombrado, al contemplar a una ínfima, a una nimia porsíncula
de vida, nacida en medio de no sé qué deyecciones y frutas pútridas, cuyo único
don es la suprema gracia de dos o tres días de increíbles vuelos por el aire, y
la suerte contingente de inesperados reglaos culinarios, amotinarse de pronto
contra su no pedida suerte ontológica, contra su abyecto ser de mosca. Como si
a la luz de una intuición ignota, aptada por los sensores de alguna antena
distraída hubiese mejor optado por el arcano de una posible nueva vida, más
alta para la esfera de la conciencia, a la que tal vez después renacería.
Las
Moscas
Vivo en mi pequeña sweet durangueña
regularmente acompañado por algunas mokas de hábitos insomnes. He optado por convivir
en paz con ellas, movido sin duda a que los esfuerzos emprendidos en otro sentido
no tuvieron más efecto que capotear inútilmente al aire.
Vivo, mejor sería decir que me dejo vivir,
sitiado consuetudinariamente por dos o tres de ellas. La convivencia, sin
embargo, ha tiempo que dejó atrás las mutuas hostilidades, que antes francamente
nos desvivían, para dar lugar a una especie de armonía tolerancia mutua, aunque
no se pueda hablar de franca amistad sin por ello dejar de reconocer lo que tal
sociedad ha traído de frutos venturosos.
Por caso he de citar lo que apenas hace
unos días me sucedió para rubricar nuestro protocolo de cese de hostilidades:
era la tarde, me encontraba profundamente dormido, descansando a pierna suelta
en la siesta vespertina, cuando uno de esos regordetes zancudos me afligió decididamente
la nariz, hasta con insistentes mordiscos me hizo despertar de mi aletargado
descanso, justo a tiempo para llegar a la cita que tenía concertada a esas
horas con el optometrista.
La anécdota, aunque trivial, pone de relieve
el agradecimiento que les guardo, el cual aun siendo distante la profundidad,
es sincero, manifestándose ahora en tenues sonrisas de simpatía -acaso
observadas a la distancia, más bien con sorda indiferencia, por sus miradas de
ojos verdi-negror y escarlatas.
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