El Huraño Alacrán Durangueño
Por Alberto Espinosa Orozco
I
Figura indispensable de la zoología
fantástica y capitulo de honor en el folklore mexicano, la figura del alacrán
de Durango se articula como todo un complejo legendario, sólo comparable con
las pulgas vestidas de Morelia, en Michoacán.
Los durangueños,
blasonados con la figura del artrópodo anómalo, expresan con ese símbolo un
fabuloso complejo de amor y simultáneamente de odio hacia el terruño querido,
tesis que Francisco Antúnez describió por
primera vez en su precioso tomo Los Alacranes en el Folklore de Durango.[1] El
culto abogado detectó efectivamente una
paradoja excepcional en el pueblo de Durango, que en un abrazo junta amor y odio,
vida y muerte, fundiendo en el crisol de su corazón la figura del alacrán,
juntando en su figura las tensiones más extremas de los afectos, pues a la vez
que le da un lugar principal en sus querencias, detesta al filisteo con toda la
fuerza de su alma.
Su culto popular resulta así en extremo
contradictorio, pues a la vez que lo considera como lo peor del mundo, le rinde
tributo al estampar su efigie en todo tipo de chuchulucos, que van de llaveros
que capturan a un ejemplar en burbujas plásticas a elaboradas piezas de
orfebrería, pasando por todo tipo de milagritos de plata ofrendados al señor
San Jorge en la Catedral Basílica Menor, pirograbados en piel y esmeriladas copas
de tequila. Símbolo de la tierra que ama, y conjuntamente del venenoso
despotismo que detesta.
Durango se encuentra así regido por la hermosa
constelación de Escorpión, localizado en la bóveda sideral entre las de
Sagitario y Libra, y en el punto terrestre donde se encuentran las carreteras
transoceánica y panamericana.
El famoso Antúnez transcribe en su singular
volumen la leyenda mexicana del alacrán, llamado cólotl por los
antiguos, es decir “monstruo”, que es la siguiente: Se cuenta que un sacerdote
indígena llamado Yappan, se separó de su esposa para agradar a los dioses,
retirándose a la montaña para hacer penitencia y votos de castidad, donde se
encontró sin embargo con Tlahuitzin, una hermosa doncella, quien lo tentó,
quebrantando su juramento por aquel amor impuro, por lo que los dioses los
castigaron convirtiéndolos en escorpiones. Otras versiones dicen que estando casados
Yappan y Tlahuitzin, el primero hizo votos de castidad subiendo a la piedra
sagrada llamada Tehuéhuetl, enviándole los dioses para tentarlo a
la diosa del amor impuro, Tlazoltéotl, quien logró hacer que Yappan quebrantara
sus votos de castidad, por lo que los dioses enviaron a su enemigo, de nombre
Yáotl, para castigarlo, quien le cortó la cabeza de un solo tajo, cayendo
Yappan de bruces con los brazos extendidos y convertido por los dioses en
alacrán, el cual corrió a esconderse debajo de la piedra sagrada que había
profanado con su amor ilícito.[2]
Dentro del bello folklore mexicano, nacido
de las más hondas raíces del México indígena y de sus tradiciones coloniales,
la leyenda de Yappan merece un lugar de honor, siendo el primer cabo de una
madeja a ir desenredando con ayuda del tiempo y del estudio.
II
En lo que se refiere a la ciencia puede
decirse que el alacrán durangueño, denominado centruoides sussuffus, es
una especie de escorpión de la familia Bathide, que es la familia de
escorpiones más extensa que existe, con 90 géneros y 1 011 especies difundidas
en todo el mundo –con excepción de Nueva Zelanda y la Antártida. De ellos sólo
20 son de picadura mortal, incluidos notablemente los de la familia de los centruoides.
En México existen 100 especies endémicas, de las cuales seis especies son de
gran peligro, siendo el centruoides sussuffus el segundo más venenoso
del país, sólo a la zaga del centruoides noxuix de Nayarit y comparable
al centruoides límpidus de Iguala.
Dentro de los siete alacranes más venenosos
del mundo ocupan el tercer lugar el límpidus límpidus de Morelos, junto
con el tecomanes de Colima. Mientras que el más venenoso se encuentra en
Irán, el androetonus crasiacauda (nocturnus austalis), llamado
por los lugareños “el nieto de Belcebú”.
Según los estudios de Hoffman de 1932, en
México existen 35 especies y 6 subespecies de alacranes, de los cuales 28
pertenecen a la familia de los centruoides, siendo seis los más
venenosos: el noxiux de Nayarit y Sinaloa, rojizo de 5 a 6 cts., descrito por Marx
en 1890; el límpidus tecomanus de Colima, Manzanillo y Michoacán, de color
ocre y de 6 cts.; el inflamatus inflamatus de Tierra Caliente y Michoacán,
según la clasificación de Karsch,
caracterizado por sus peines ventrales igual que el de Durango; el límpidus
límpidus de Iguala, Puebla, Guerrero y Morelos, de color amarillo verdoso y
5 cts.; el thorell del Istmo, y; el sussuffus sussuffus de
Durango y Zacatecas, güero, de color café amarillento y motivos en verde, de 7 cts.,
con peines en el orificio central del cuerpo –el cual es, según la descripción
del Dr. Baerg, el artrópodo más peligroso de todo el hemisferio occidental. Otros
muy venenosos son el infamatus de Guanajuato; el acatlanesis de
Jalisco y Guerrero; el elegans elegans de Guerrero, Michoacán,
Nayarit y Jalisco, de 8 cts., con bandas ores en el dorso, y; el suclpthuratus
de Arizona, emparentado con el vittatus de Arkansas y Oklahoma, y que
corren por el río Gila, de acuerdo a los estudios del Dr. William J. Baerg,
entomólogo de la Universidad de Arkansas. A los alacranes más oscuros se les
llama escorpiones, habiendo algunos ejemplares de color completamente negro.
III
En cuanto a su morfología, su cuerpo está
dividido en tres porciones llamadas prosoma, mesosoma y metasoma. El prosoma es
el céfalo-torax, que incluye la cabeza, los ojos, las pinzas bucales o quelíceros
y las tenazas o predipaplos, el cual se ensancha en cuatro segmentos, cada uno
con un par de patas; el mesosoma, que es el tórax o preabdomen, dividido en
siete segmentos, y; el metasoma que es el abdomen largo que se estrecha en cinco
o siete segmentos o cola, y que termina en una vulva o “telesón”, llamado
aguijón o aséculus, que produce una albúmina muy tóxica. Se dice que los
alacranes de siete canutos son los más peligrosos que existen. Su ponzoña tiene
propiedades químico biológicas que producen severos trastornos en los centros
nerviosos, con síntomas de angustia, intenso dolor, hormigueo, hasta llegar a
la muerte –causando su sola imagen un horror casi instintivo. El daño
neuro-sensitivo puede ser muy doloroso, empezando con una sensación de
hormigueo y de engrosamiento de la boca; pasando a la trabazón de las
mandíbulas; luego a las contracciones abdominales, incontinencia, insuficiencia
respiratoria, hasta culminar en la muerte. En México se registra un promedio de
200 mil picaduras al año.
Es una criatura de hábitos nocturnos que se
alimenta de insectos paralizados por el piquete de su ponzoña, los cuales
detectan por finas redes sensoriales llamadas “tricobotias”. Se dicen que cantan,
pues emiten un sonido agudo y plañidero, muy triste y dramático, y que mugen
débilmente para llamar a la hembra. Su andar es pausado, lento, por lo que son
fácilmente detectables. Viven bajo tierra en busca de humedad, en climas más
bien secos, o en la corteza de los
árboles y en las vigas de las casas añosas, por lo que pueden caer del techo súbitamente
durante el sueño y sorprender a su víctima.
De carácter huraño y retraído, vive de tres
a cinco años gustando de la soledad de las ruinas y la melancolía de las peñas,
siendo sus costumbres más bien morigeradas. Su danza nupcial es dramática y algunas
veces trágica: primero rodea a la hembra para luego atenazarse mutuamente por
las pinzas mirándose de frente; luego, mientras
la hembra estimula sus peines con las patas delanteras, el macho eyacula en el
suelo y jala a la hembra para que reciba el líquido seminal, entones el macho
se suelta y huye rápidamente para no ser devorado por la hembra y que el apareamiento termine
en boda trágica. Luego la hembra pare de 6 a 90 crías por camada, que deposita en su
dorso, donde los nutre hasta la primera muda de su caparazón o cutícula, cuando
los jóvenes tienen que huir para que la hembra no se los coma.
Pertenece a la familia de los artrópodos, probablemente
la especie más antigua del planeta, siendo pariente morfológico de las arañas.
El árbol naturalista del reino animal está dividido en troncos y clases, cada
una de las cuales cuenta con géneros y especies. Una de las secciones más
abundantes o numerosas de todo el reino animal es el tronco o “filus” la
de los artrópodos, cuya etimología zurce las expresiones verbales “arlhon”,
o articulación y “pous” o pies. Sin embargo, no sólo las patas se
encuentran articuladas, sino en realidad todo el cuerpo, construido en
segmentos repetitivos. Se trata de animales invertebrados dotados de un
esqueleto externo o exoesqueleto, llamado también “cutícula”, y de apéndices
igualmente articulados. Se han contado más de un millón 200 mil especies diferentes
de artrópodos en todo el planeta, que incluye insectos, arácnidos, crustáceos y
mirápodos o seres de “10 mil pies”, todos de diseño simple, pero
extraordinariamente eficaz.
Los naturalistas clasifican a los alacranes en
la subrama aracnídea por su taxonomía, en el orden o familia de los
escorpiones, pues como las arañas tienen unas prolongaciones en el orificio
oral, llamadas quelíceros –al igual que las garrapatas y los ácaros, de los
cuales vienen resultando primos. Los quelíceros son unas tenazas pequeñas, de
posición anatómica preoral o que se sitúan delante de la boca para fijar,
cortar y triturar los alimentos, y que en el caso de todas las arañas cumplen
también con la función de inyectar veneno. Los apéndices rematados en punta
pueden tener forma de navaja, de tijera o de pinza, como en los alacranes.
IV
Pastor Rioaux explica que la propagación del
arácnido anómalo en Durango se debe a la gran cortadura del rio Mezquital, que
va del Valle de Durango a la costa de Nayarit, camino que recorren también los
vientos fríos de la sierra.[3]
La cinta en la que se desarrolla el alacrán durangueño
va de los 23º a 25º paralelo y 109º a 106º meridiano, digamos de Mortero y San
Dimas a San Juan del Río y Huasamota. Su
hábitat natural en la ciudad de Durango se encuentra localizado sobre todo el cerro
del Calvario, que es una peña de caolina, y en el cerro de los Remedios, un
yacimiento de estaño puro, siendo sus antiguos dominios Analco, Tierra Blanca,
el Panteón de Oriente, encontrando sus refugios más frecuentes en las zonas
populares del norte de la ciudad –junto con otros bichos rastreros,
desatadamente las pulgas, chinches y cucarachas, de difícil exterminio.
Algunos de los remedios tradicionales para paliar
los efectos de su picadura han sido: ingerir un terrón de azúcar disuelto en
una cucharadita de aguarrás; inyecciones de cloral; el compuesto de bromuro, cloral
y policarpina; tomar un huevo crudo batido; el suero de veneno de ofidios de Calmette,
el cual es ineficaz por la ley de Phisalix, sobre la especificidad de los
venenos; el polvo de crisantemo; la creolina; el ungüento amarillo vendido por
los boticarios, así como el emplaste Monópolis y las pastillas de “alacranina”,
ya que debido a sus finas escamas que contienen antibióticos llegó a usarse
como remedio, el que consiste en polvo de alacranes secados al sol y luego
molidos, tomado en una infusión de hojas de naranjo, un remedio de origen maya
que servía también para quitar verrugas y acné. En los poblados más alejados de
la sierra se cauterizaba la picadura con una braza, embriagando a la víctima
hasta la inconsciencia, o bien se daba a beber alcohol reposado en alacranes con
una pizca de marihuana. Sobra decir que la mayor parte de estos remedios
resultaban ineficaces, usados sólo y en la mayoría de los casos como meros paliativos.
Los médicos durangueños Carlos León
de la Peña (1890-1947) e Isauro Venzor (1888-1944) descubrieron el medicamento
o antídoto contra la picadura del alacrán en 1928, lográndose controlar
completamente la epidemia en Durango en el año de 1931. El tratamiento
seroterápico fue presentado con éxito en el VII Congreso Latinoamericano de
Medicina por Isauro Venzor en 1930.[4]
Los doctores durangueños crearon un suero
llamado “polivalente”, antígeno eficaz, cuyas inyecciones están preparadas en
base a ponzoñas de diferentes alacranes. El procedimiento consiste en obtener
el veneno de los alacranes vivos (con un costo de 35 mil pesos el gramo), el
cual se inyecta a un caballo, diluido en una solución de agua con sal, luego de
seis meses se extrae la sangre separando el plasma y reteniendo el resto. El
tratamiento ideado por León de la Peña y Venzor desde 1922, vino así a culminar con las investigaciones
hechas por los doctores durangueños Mariano Herrera, Carlos Santamaría y
Fernando Gómez Palacio.
V
La figura del alacranero se encuentra hoy en
día amenazada de extinción. Su oficio se organizaba a la manera de las antiguas
cofradías, trasmitiéndose de padres a hijos o de personas relacionadas entre sí
por lazos sanguíneos. Los alacraneros vendían su mercancía al Ayuntamiento, el
que pregonaba en anuncios la recompensa por atrapar al maléfico insecto “vivo o
muerto”, a la manera de los temibles forajidos. Para tal efecto algunos
expertos en la materia usaban un par de palillitos chinos, sujetando al alacrán
del abdomen para introducirlo en una botella de cuello angosto. Cuando el
Ayuntamiento los tenía en su poder los tiraba en la Acequia Grande partidos por
la mitad.[5]
Uno de los más célebres alacraneros de
Durango fue Don Catarino Hernández, quien llegaba a cazar hasta 150 mil
arácnidos en un año, y cuando la temporada era buena hasta 240 mil. En su casa
tenía un bote con 4 mil alacranes, que despachaba a los compradores como si
fuesen chiles en vinagre, nos explica Antúnez. Muchos de ellos eran cazados en
la región de El Salto, a 50 kilómetros de la ciudad de Durango. La caza se
realiza en la noche, con una guía de luz o fanal, pues los cuerpos de los
alacranes son fosforescentes. Tradición como tanas otras en trance de
extinción, por falta de alicientes. A pesar de los subidos méritos de Don
Catarino Hernández, éste no recibió nunca la pensión vitalicia por parte del
gobierno, a la que tan justificadamente era acreedor.
Los alacranes, sin embargo, continúan siendo
una mercancía válida en la actualidad, sobre todo solicitados disecados en
llaveros, los que se venden en el céntrico Mercado de Gómez Palacio. Se trata
de un símbolo señero de Durango, por lo que el famoso Antúnez llega a proponer,
en su delirante amor por lo durangueño, cambiar el escudo de armas de la
entidad, poniendo en lugar de los dos lobeznos cebados de corderillo a dos
alacranes sosteniendo el emblema del estado, a la manera en que el unicornio y
león sostienen el escudo de Inglaterra.
Dentro del capítulo reservado al folklore
durangueño sobre el alacrán, destaca el cuento de un bolero llamado “El Tiliches”,
quien narraba como su hermano había amaestrado y exhibía a dos alacranes llamados
Sabás y Barrabás, los que hacían piruetas en el aire montados en un columpio
obedeciendo a la voz de su amo. Sobresale también la anécdota de una
miscelánea, que se encontraba en la calle de Pasteur, la que exhibió por muchos
años un alacrán momificado de 18 centímetros de largo, hallado en el barrio de
Tierra Blanca. El propietario lo exhibía muy ufano en su vitrina, a la manera
en que el comerciante Federico Schroeder exhibe hoy en día en su chocolatería a
sus vírgenes de yeso. Aunque algún turista le llegó a ofrecer varios miles de
pesos por la macabra pieza, el dueño de saguán se reusó bravamente a venderlo,
resistiendo la tentación del oro vulgar, porque siempre que lo veía se
acordaba, con lágrimas en los ojos, de su padre.
Hay que recordar asimismo aquella moda de las
barberías, a principios del siglo XX, que adornaba los bigotes de
“alacrancito”, rizados hacia arriba de las puntas –no faltando quienes
adjudican, verbalmente o en pintura, ese estilo a Francisco Villa, aunque
malamente, debido sobre todo a que ese otro gran símbolo de la cultura local se
ha intentado reducir, como al de José Revueltas, a mera figura decorativa, de cliché,
a vulgar truismo, por parte de la ideología oficial, relegándolos prácticamente
de la memoria colectiva al deformar su imagen, depositándolos así en el polvoso
osario del desdeñoso olvido.
VI
En lo que respeta a las letras, el folklore
durangueño no ha dejado de imprimir las huellas del maléfico alacrán. En el
famoso soneto de 1805 de Rezmira sobre Durango ocupa así su lugar de honor:
Soneto a Durango
Dan al Ser de los seres homenaje
asiduo, sus piadosos moradores;
como no hay petimetres corruptores,
ni se vio ni verá libertinaje.
Cielo sereno que el brillante traje
casi siempre nos muestra sin vapores;
algún lujo en las damas y señores,
que hace con la escases mal maridaje.
Un tranquilo y pacífico gobierno,
la gente en general amable y grata,
placido otoño con benigno invierno
tenemos en Durango; pero mata
de alacranes y pulgas un infierno;
víveres caros y ninguna plata.[6]
Castillo Nájera dice en su célebre poema “El
corrido del Gavilán”:
Hubo un tal Jesús Cienfuegos,
por alias el Gavilán,
siempre metido en rejuegos
y bravo como alacrán.
También las mujeres participan de la
analogía con el alacrán, pues como reza la cultura popular:
La mujer es como el diablo,
parienta del alacrán,
cuando ven al hombre pobre
alzan la cola y se van.
Así, avecindarse en Durango, donde “cuatro
reales vale un chango” y es adornado con 6 meses de huracanes (de noviembre a
marzo) y otros tantos de alacranes (de abril a octubre), infestado por las
plagas de chinches, piojos y alacranes, ha sido para muchos lo mismo que salir
del trueno para dar con el relámpago.
Calificado de déspota, filisteo y aun de tirano,
el alacrán durangueño ha sido motivo de alarma y preocupación para la religión,
donde como anticrotálico encuentra como protector al Santo Jorge, patrono de la
ciudad en la oración que reza:
Oración a San Jorge
“Invicto
mártir de Jesucristo, gloriosísimo San Jorge, que alentado por una fe finísima
despreciaste las halagüeñas promesas de Dioclesiano, igualmente que sus
amenazas, yo te doy los más festivos plácemes, porque estás gozando de una
gloria eterna, gózala, en hora buena. Que yo, entretanto, confiado en que no
desatenderá los clamores de sus devotos, que tuvo piedad para pedir por los
mismos que lo estaban atormentando, te suplico que me alcances de Dios Nuestro Señor la gracia de estar bajo tu protección, para librarme de los males y
peligros que a cada paso me amenazan, por aquel consuelo que recibió tu
espíritu al oír la voz del cielo que decía:
“¡No temas Jorge, que yo estoy contigo!”,
Te suplico que estés tú conmigo y no me desampares
hasta ponerme en puerto seguro, y libre de caer en las manos del dragón
infernal. Amen.”[7]
Oración que recuerda aquella otra,
tradicional, que die:
“San Jorge bendito,
amarra a tu animalito
con tu cordón bendito,
y que no me pique a mí,
ni a otro pobrecito.”
Se dice también en la tierra de la Nueva Vizcaya
que al que le hacen las hormigas no le hacen los alacranes. Puede agregarse que
los tlaxcaltecas que acompañaron al sanguinario Nuño de Guzmán en la primera
exploración al Valle del Guadiana llamaron a esta tierra Coatlán o
tierra de alacranes, según puede verse en el códice del Lienzo de Tlaxcalá,
región que abarca desde el río Tunal hasta la región volcánica del valle de Malpaís, al que también llamaban “el
Valle de la Muerte”. Se sabe por el testimonio de Bernal Díaz del Castillo que
por esas mismas fechas el Conquistador Hernán Cortés fue picado en su casa de
Cuernavaca por un alacrán, mandando
realizar, para curarse de la herida sufrida por el pequeño artrópodo, un
pequeño exvoto, con la figura del arácnido realizada con perlas y rematado en
oro, el cual todavía se encuentra en el monasterio de Guadalupe, en
Extremadura.
Los Huicholes lo llaman la “Toruca” y tienen
para ellos la creencia que es un insecto consagrado, una especie de genio del
mal, que castiga a los violadores de las normas morales. Animal misterioso,
descrito verbalmente por el poeta Carlos Gutiérrez Cruz de forma magistral como
esencialmente enigmático y ensimismado, del que dice en perfecto haiku
castellano:
Sale de un rincón
en medio de un paréntesis
y de una interrogación.
Porque el poeta escucha
en cantos lo que quieren decir en su esencia insobornable el mundo con sus
seres y sus cosas, José Pertronilo Amaya ha escuchado también la queja del alacrán esquivo del solar
nativo; porque lo ha visto agazapado en su
elemento de penumbras, en sus cavernas húmedas donde anida la sombra, la mancha
y el rescoldo, como inesperada fosforescencia o como alarma, entre los adobes
desnudos de la noche. También porque el poeta local lo invoca como escudo
protector del tedio; porque el bardo de Coneto lo busca como talismán entre los
ecos solariegos de la tarde, para dar vida al día con temible efigie de
guerrero, de flechador del cielo y de mínimo dragón, que enciende con su
presencia sola al día y nos despierta del mal mayor de estar dormidos, bajo el
hechizo de las mortales horas del hipnótico letargo. Centinela de oquedades y
de escombros cuya queja deslavada es un discreto gemido detenido; lamentable
arácnido que con sextuples pasos avanza sobre el reloj de la rutina o colgado en
el llavero del tedio, que envenenan más que él los pensamientos. Hechizado del
silencio, sin lacra ni nardo en su cuerpo, queja desleída, detenido grito,
encarnada exclamación, esponja insustante que odia a los violentos devolviendo
sus maldiciones en picadas o cuyo lento paso se posa pavoroso narcotizando la
tarde con su néctar.
“La
penumbra es su elemento
Es
una sombra,dicen, apenas una manhá,
Acaso
un rescoldo que prende su braza de pavor.
Fosforecencia
insesperada que posa y reposa
En
horas del letargo, cuando la siesta incendia
Desesperanzas,
y hasta las hormigas –ajetreadas-,
Detienen
su desfile.”
[1] Francisco Antúnez detectó y
describió el complejo bipolar del alacrán por primera vez en su precioso tomo Los Alacranes en el Folklore de
Durango. Ed. Del autor. 1ª ed. 1950. 2ª reimpresión, corregida,
aumentada y definitiva, 1977. Aguascalientes, México.
[2] La leyenda ha sido recopilada
por Moisés Herrera, la cual es citada por el Dr. William J. Baerg en sus
estudios científicos de entomología para la Universidad de Arkansas. Moisés
Herrera, Los Escorpiones de México.
Memoria de la Sociedad Científica “Antonio Alzate”. Tomo 39. Pág. 137. 1921.
Ver también el artículo “Durango:
Alacranes y Huracanes”, sin firma, Revista “Tiempo”, 25 de agosto de 1950,
México, D.F.
[3]
Rouaix Pastor, Geografía de Durango, Edición 1980. Pastor
Rioaux nació en el estado de Puebla, en Tehuacán de las Granadas, en 1874.
Estudió ingeniería y residió en Durango por más de 16 años ejerciendo la
ciencia topográfica. Destacó como presidente de la Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística durante tres épocas, y fue miembro de la Academia de
Artes y Ciencias Antonio Alzate, amén de ser el autor del Diccionario Geográfico Histórico
y Biográfico del Estado de Durango. Más tarde abrazaría la carrera
política, iniciándose como oficial mayor del gobierno del estado de Durango,
hasta llegar a ser gobernador. En 1917 el presidente de México, Venustiano
Carranza, lo nombró secretario del despacho de comunicaciones y obras públicas
y en el mismo año de 1917, siendo diputado
constituyente, redactó en la ciudad de Querétaro los trascendentales artículos
27 y 123 de la Constitución General de la República, base medular del
movimiento obrero y campesino del país. Otra hazaña histórica del ingeniero
Pastor Rouaix fue la de haber devuelto íntegros varios millones de pesos en oro
que representaban los fondos de la Tesorería General de la Nación, que tras la
caída del poder de don Venustiano Carranza fueron llevados por don Pastor a
bordo del famoso “tren dorado” a la capital del país, por lo que se le llamó
“Pastor, el Honesto”.
[4] Venzor, Isauro. “Seroterapia específica contra los efectos
producidos en el organismo humano por el piquete del alacrán de Durango”.
VII Congreso Medio Latinoamericano, 1930.
[5] De 1784 a 1786, cuando la ciudad
de Durango contaba con 12 mil almas y 16 kmts 2, se exterminaron 600 mil
alacranes, sin contar los vivos, contando en aquel entones la Intendencia de la
Nueva Vizcaya con 160 mil almas. Segú8n los datos del Archivo Municipal en 1846
se exterminaron 115 mil alacranes; en 1865 más de 100 mil y en 1925 cerca
de 116 mil. Las medidas tomadas por el
Ayuntamiento en 1875 fueron las de ofrecer medio real por la docena,
recolectando en un solo día 19 mil 300 alacranes, y a la semana 60 mil más. De
1890 a 1930 se registraron en la ciudad de Durango 1 mil 719 muertes por
efectos de la picadura, cuando la ciudad contaba con un promedio de 60 mil
habitantes. 2
[6] Soneto publicado en el Diario de
México el 6 de diciembre de 1805 por Rezmira, pseudónimo del autor, cuyo
anagrama apunta probablemente al padre del famoso historiador José Fernando
Ramírez, quien en ese tiempo tendría dos años de edad.
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