viernes, 9 de enero de 2015

Enrique Guerra: Asamblea del Mármol y el Bronce Por Alberto Espinosa Orozco


La Asamblea del Mármol y el Bronce: Enrique Guerra
Por Alberto Espinosa Orozco





   Enrique Guerra (1871–1943) viene a cerrar el círculo de grandes escultores mexicanos del siglo XIX de la Antigua Academia de San Carlos, compuesto por: Fidencio Nava, Agustín Ocampo, Felipe Sojo, Juan Bellido, Martín Soriano, Felipe Vallero, Gabriel Guerra, Jesús Contreras,, Arnulfo Domínguez Bello y José Tovar. 
   Enrique Guerra nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz, el 8 de noviembre de 1871 y murió en la Ciudad de México el 3 de febrero de 1943. En realidad una un par de años más joven que su coetáneo Fidencio Nava (1869-1938), y una generación más joven que el también jalapeño Arnulfo Domínguez Bello (1886-1948), Enrique Guerra fue hijo de un conocido talabartero del barrio de Techacapa, donde era monaguillo en la iglesia de San Jorge. Desde temprana edad Guerra se mostró como un virtuoso del arte del repujado, trabajando pronto como jefe de un taller de talabartería, donde realizaba obras de repujado y ornamentales.
   Becado por el estado de Veracruz, al mando del gobernador Teodoro A. Dehesa, cursa los estudios de preparatoria, siendo distinguido por el profesor de pintura Catuccilo que le permite ingresar en 1893 como estudiante de arte de escultora en la ENBA, becado por el gobierno de su estado natal, por los 6 años de la carrera. En la Academia es alumno del artista italiano Enrique Antonio Alciati, académico clasicista quien se encarga de dirigirlo y con quien también estudiaron los otros dos jalapeños del grupo: Fidencio Nava y Arnulfo Domínguez Bello –quedando a cargo del artista catalán Alberto Fabrés los artistas Goitia, Diego Rivera, Alberto Garduño, De la Torre y Saturnino Herrán. 
   El también discípulo de José María Velazco, Santiago Rebull, con quien estudia dibujo nocturno, y Manuel Noreña, realiza con Alciati los ejercicios académicos: “Bajorrelieve”, “El Abrazo de Acatempan” (1896), “Busto de niño”, “Agar e Ismael”, “Anibal moribundo”, “Cupido y Psiquis”, “Aparición de Jesús a María Magdalena” (1898), “Retracción de Galileo”, (1899). Además de los trabajos: “Busto del Sr. Don Francisco Gasca” y “Busto del Sr, Director de la Escuela Don Román S. Lascurain”. En 1892 son seleccionados en la Academia dos dibujos de su autoría. La Antigua Academia de San Carlos conserva dos de sus bajorrelieves: “Asesinato de César” (1899) y “Coriolano” (1900). 



"Coriolano" (1900)


"El Asesinato del César" (1899)



   Fue pensionado por el gobierno de Veracruz para perfeccionar su arte en París, a donde se traslada en 1900, estudiando en la Academia de Bellas Artes y en la Academia Julién de París, con Verlet, Couller y Frémiet, todos bajo la fabulosa égida de Rodin, donde gracias a la renovación y libertad del estilo alcanza el desarrollo de su imaginación personal. En París figura dignamente en algunos de los Salones Anuales de Arte. Su obra en yeso “Sulamite dans le revé” obtiene una mención especial en la Academia Julién en 1904 y en 1905 obtiene el primer premio por su obra en yeso “Prometeo” y por su escultura “Caín” una Mención de Honor, siendo muy apreciada su obra en mármol “Crisálida”, con la que en 1906 gana el premio en el correspondiente Salón de Artistas de París. En ese mismo año trabaja en las obras “Caín y Abel”, “Eros y Psiquis” y “Epavé”. Se relaciona con el poeta nacional Amado Nervo (1870-1919) y traba amistad con el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), quien en una visita a su estudio le inspira las siguientes palabras: “El barro es la vida, el yeso es la muerte y el mármol es la resurrección”. Lucha por un lenguaje estético renovado, impregnado por la influencia del romanticismo, y explora los nuevos caminos señalados por la nueva escuela escultórica francesa.



   Estando radicado en Europa, Enrique Guerra participó también en el Salón Mexicano de la Exposición Mundial de París de 1900 con “La Sed”, y en la Feria Mundial de Artes de París de 1906 con: “Caín y Abel”, “Mendiga” y “El sueño de la Sulamita”. 
   Hace un viaje por Italia para ver de cerca las esculturas etruscas y regresa a México en agosto de 1906, obteniendo en la Academia de San Carlos las Cátedras de Ornato y Modelado, relacionándose con la Revista Moderna, colaborando con un fotograbado y la reproducción fotográfica de sus obras: “Voluptuosidad”, “Crisályde”, “Gigolette”, “Sulamita dans le réve”, “La caza del oso” y “Epavé”-tiempo en que en la Antigua Academia de San Carlos se reconocía y valoraba más la obra de los escultores, por su fina calidad, que la de los pintores. En sus primeros años de retorno a la patria destacaron sus obras en yeso: “Thais” (1908-1909) y la figura yacente “Flor de fango”, impresionado por las flores del mal y el pacto demoníaco de Charles Baudelaire. 
   Como académico fue maestro de Dibujo y Modelado en la ENBA de 1907 a 1915; posteriormente dio clases en la Escuela Nacional Preparatoria, de 1916 a 1926 y en la Escuela de Maestros Constructores en 1922, y luego enseñó en escuelas secundarias y en colegios particulares, como en el Colegio Francés, de 1927 a 1940, donde enseñó con desencanto el arte del modelado con caracoles vivos. Primero se le calificó como un escultor inspirado, que sabía sentir y conmover, como lo hiciera con su escultura de bella composición, fuerte y austera, titulada “Mendiga”, en la que una doliente madre harapienta y extenuada que levanta la mano de esperanza y con la otra toma a su hija abatida por el hambre y el frío. Sin embargo, después se le censuró, señalando alguno de sus críticos que había “olvidado el camino de Damasco para hacer muñecos de Panduro”. Tachada su obra de desigual, como la de Jesús F. Contreras de mercantilista, y tal vez por las mismas razones, se reconoció empero su audacia en el manejo técnico de los materiales y amor por la tradición académica, como un artista en resumen de composición simple pero enérgica e influenciando por el modernismo romántico de Rubén Darío. En algún momento de su trayectoria, al disminuir los encargos oficiales, sobrevino en su alma el desinterés por la enseñanza y el desencanto de la vida, desengañado del mundo, viéndose por tanto constreñido a la inactividad. 



  Su obra monumental, en mármol blanco de Carrara, “Las cuatro Virtudes Cardinales”, fue encargada al escultor por el artista escultor Nicolás Mariscal, para el Ministerio de Relaciones Exteriores, del que era ministro su tío Ignacio Mariscal. Las inmensas esculturas en mármol de Carrara, pensadas para las celebraciones porfiristas del Centenario de la Independencia, quedaron empotradas en el edificio que estaba sobre Avenida Juárez, institución para la que Guerra también labró el emblema del “Escudo del Águila”. La obra se inauguró a mediados de 1910, permitiendo en ese lugar hasta 1923, cuando el inmueble del MRE cambió totalmente su fachada, estando desde esa fecha las esculturas y por ocho años en las bodegas gigantes del interminable y frustráneo Palacio Legislativo, cuya construcción estuvo suspendida desde 1911 a 1932, quedando sus enormes estructuras de hierro tras una barda de zinc, como una especia de gigantesco deshuesadero de pedacería de materiales de construcción y fragmentos de mármol. 



   Por órdenes de Pascual Ortiz Rubio, en realidad de Plutarco Elías Calles, “La Templanza”, representada bajo la figura de un hombre que sujeta a un brioso corcel, fue llevada al Parque de Chapultepec donde se le erigió una fuente para recibirla, en noviembre de 1931, mientras que Adalberto Tejeda ganó para la capital su veracruzano estado las tres esculturas restantes, que fueron llevadas al Parque Hemiciclo del Ayuntamiento de Jalapa, en la parte sur del Parque Juárez, antes Huerto del Claustro de San Francisco, del Siglo XVI, e inauguradas en diciembre de ese mismo año. La réplica de la escultura de “La Templanza” no se unió a sus otras compañeras virtuosas sino hasta 1979, cuando Armando Zabaleta de León realizó una copia de la escultura original en Chapultepec, aunque tallánda en dos piezas de mármol gris de Tlatila.





   Las esculturas encargadas en 1907, de 2.80 a 3 metros de altura aproximadamente cada una, fueron cobradas a razón de $3 500 pesos la pieza, más $2482 por el escudo, por un total de $16 482 pesos, aunque sólo fueron modeladas en yeso, en 18 meses, repartidos entre 1908 y 1909, y mandadas a tallar a Italia, en la misma Carrara, en el taller del artesano Alessandro Lucchetti, quien con gran celeridad las tuvo listas en 1909, enviándolas a México en 10 grandes cajas junto con los moldes de yeso. 
   La intención del conjunto escultórico es comunicar alegóricamente la idea clásica de las cuatro virtudes naturales o cardinales (de “cardo” o bisagra, pues son los ejes sobre los giran todas las acciones humanas), jalando “La Prudencia” la oreja a un sátiro, “La Fortaleza” representada con un hombre con un mazo de bastos y con la rodilla izquierda sobre un león, y “La Justicia” bajo la especie de una mujer de pie que sostiene horizontalmente una espada de la cuelgan cadenas. 











   A “La Templanza” corresponde dejar que la razón anule los deseos, los apetitos y tendencias, luchando contra la perversión interior, a la manera que el hombre doma el caballo negro de la satisfacción avariciosa. “La Prudencia” consiste en el mismo ejerció de la razón práctica o intelecto activo; siendo por su parte “La Fortaleza” el ejercicio de las mejores emociones y del buen espíritu de la voluntad. “La Justicia” es la virtud central, por ser el principio armónico de las virtudes, donde cada elemento debe estar proporcionalmente de acuerdo con los otros, siendo así expresión de de la virtud total o perfecta. Aunque hay que decir que es inmediatamente asistida por “La Fortaleza”, que lucha contra la vulnerabilidad, pues cuando se ha entrado en combate por la persecución del bien, no pueden serle ajenas las heridas y lesiones que menguan la voluntad.




   Idea clásica del hombre, fundada en la doctrina de la metáxis platónica y la mesotes aristotélica, que indica que el yerro moral se encuentra siempre en las puntas, sobreviniendo ya por exceso, ya por defecto, extremos que resultan viciosos, mientas que las virtudes son siempre meridianamente centradas, contenidas y modestas. 
Enrique Guerra ejecutó otros monumentos de gran magnitud por encargos oficiales del estado.
   Imposible no mencionar la escultura porfirista “Estatua a Benito Juárez”, hecha para Ciudad Juárez, Chihuahua. El Juárez de 2.5 metros de altura fue modelado por Enrique Guerra, como todas las figuras, y fue fundido en Florencia, como las otras piezas de bronce, mientras que las restantes piezas de mármol fueron labradas en Milán. La columna, al igual que el Palacio de Bellas Artes, fue construida con mármoles blancos y negros de Durango y otros de Morelos. 



   Por otra parte, en el Edifico de la SEP se encuentra una gran obra monumental suya, en bronce: la escultura sedente de “Enrique Répsamen” –habiendo en la Escuela Normal de Xalapa otra escultura del Maestro Répsamen, pero ahora un altorelieve de pie y tallado en piedra de chiluca. Hay que recordar que Enrique Conrado Rébsamen Egloff (1857-1904) fue un educador mexicano nacido en Suiza cuyas reformas educativas influyeron de manera decisiva en el sistema educativo actual de México y que la Escuela Normal Veracruzana fundada por él, lleva su nombre: Benemérita Escuela Normal Veracruzana "Enrique C. Rébsamen".




   De entre sus últimas obras puede mencionarse un retrato en yeso de “Luis G. Urbina” (1938), el “Monumento a Bolívar”, para la colonia Polanco, el yeso “Luz y Sombra” (1942) y “La Sedienta”. 
   Pertenece a la colección escultórica del MUNAL su obra “Voluptuosidad” (“Volupté”, vaciado en yeso con pátina). Aunque su obra más conocida e importante, que forma parte también de la colección de escultura del Museo Nacional de Arte, es “La Sulamita dans le revé” (“El sueño de la Sulamita”, 1904), celebración de la belleza humana femenina modelada en yeso, reputada como la primera escultura erótica mexicana -obra que mereció una mención honorífica en el Salón de París de 1906, junto con otras dos del mismo artista (“Mendiga” y “Caín y Abel”). 








"El Beso"   (1905)






"La Sulamita"

   En su momento fueron muy reconocidas sus obras: “Caín y Abel”, el bronce “La Perla”, “La caza de osos”, el mármol “La Crisálida” y el “Alhajero de Sirena”, adquirido por el potentado chihuahuense Don Jesús Luján. Entre sus obras más populares se encuentra: “Thais” y su obra “Flor del Fango” (1908), cuyas reproducciones en bronce pueden contemplarse en el Paseo de los Escultores, frente al Hemiciclo a Juárez –conviviendo junto a las esculturas “Pescador” (1858) de Agustín Franco, “Dolor” (1892) de Claudio Islas Allende, “Isaac” (1862) de Epitaco Calvo, y “La Musa del Pintor” (1907), reproducción en bronce de la escultura que Arnulfo Domínguez Bello labró para la tumba del pintor Julio Ruelas en el Cementerio de Mont Parnasse, en París. 


"Don Santiago Moreno Cora" (1928)

"Yacente" o "Flor del Fango" (1908)

 "Crisálida" (1905)

 "Epavé" (1906)

   “Thais” es una de sus obras mejor logradas. La leyenda de su conversión la cuenta Jacobo della Vorágine en su Historia e los Santos, incorporando al relato fuentes sirias, griegas y latinas que recogían un tema tratado por la monja Hrosmita, abadesa de Gondersheim, en un drama en latín. Considerada por la iglesia católica como una santa, Thais fue duran mucho tiempo en realidad una sofisticada prostituta de Alejandría, de excepcional belleza, perdición de los hombres que disipaban sus fortunas en sus caprichos. Sin embargo, un día se encuentra con el eremita Pafuntius, quien haciéndose pasar por un cliente le habla del temor de Dios, convenciéndole de abandonar su vida pecadora, hablándole con tal celo que ella, sinceramente arrepentida, se tiro a llorar a sus pies. Se deshizo de todas sus pertenencias personales y las restantes las quemó en la plaza pública, acordando encerrarse por cinco años en una celda, en un monasterio lejano en el desierto, orando más con lágrimas que con palabras y con el sollozo de su corazón atribulado. Un monje del convento declaró haber tenido la visión de tres doncellas, que representaban el temor de las penas futuras o la prudencia, el arrepentimiento sincero, que es la fortaleza, y el amor sostenido a la justicia, que contrarrestarían la perdición del hombre de vivir sin temor de Dios, alejados de sus mandatos de vida, conciliadores del equilibrio entre el debido amor celestial o divino, y el amor terrestre, no divino y sensual. 




   El tema de legendario de Thais, puesto de moda en esos días por Anatole France, es tocado por Enrique Guerra con maestría. Saliendo de la materia informa emerge una figura de rara perfección, que deja ver el cuerpo hermoso, aunque ajado por el tiempo inexorable, de la doliente, cubriéndose totalmente el rostro entre los desordenados y ensortijados cabellos, justo en el momento del desolado llanto acongojado, invadida por la culpa, y que por propia voluntad dejó marchitar su belleza en el desierto en expiación de su anterior vida pecadora. Imagen de la carne placentera de la afamada meretriz de Alejandría, que por el correr del tiempo ha perdido ya su lozanía, con la decadencia impresa en la piel por estar entrada en años, arrinconada en un pequeño espacio, conservando su estampa algo del antiguo aprecio por la sensualidad, dramáticamente contrastante con el extremo opuesto de la modestia de sus situación, a pan y agua e incomunicada, en conjunción con las penas propias del arrepentimiento. Otra vez el conflicto entre alma y psique, entre el invisible eros y el ánima femenina de la mujer que busca la redención y la elevación espiritual, decidida a tomar la vía de la ruda ascesis al ser guiada por la espinosa luz de la conciencia. Situación desplegada por el paganismo al chocar con la verdad de la verdadera religión, que trae a la mente las palabras del profeta:

“Y la gloria del Señor aparecerá,
y toda carne la verá, todos juntos, 
porque la boca del Señor así dijo: 
Dice una voz: “Grita”
¿Y qué debo gritar?
“Que toda carne es hierba, 
tan firme como una flor del campo.
La hierba se seca, la flor se marchita 
cuando el aliento del Señor sopla sobre ellas
-de veras que el hombre es hierba.
La hierba se seca, la flor se marchita
-más la palabra de Dios
es para siempre.” 

Isaías 40. 6-8







   Hay que agregar que otras obras de Enrique Guerra catalogadas del MUNAL son: "Voluptuosidad", “El asesinato del César” (1899), “La Justicia”, “La Pobreza”, “La Sed” (1929), “Proyecto del Monumento de José María Morelos”, “Monumento al Charro”, “Pantera en asecho”, etc.

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