lunes, 9 de julio de 2018

Distopía Monterrey: Armando de la Garza Garza Por Alberto Espinosa Orozco


Distopía Monterrey: Armando de la Garza Garza 
Por Alberto Espinosa Orozco
 
 
 
 
 
            El arquitecto y artista plástico Armando de la Garza Garza (1973), practica una vertiente del realismo de carácter surreal  relacionado con el arte objeto, estando su búsqueda interesada en una estética conceptual que borda sobre los temas del estilo y de la moda, pero también del lujo y la excentricidad. Sus alabastros y porcelanas tatuadas al óleo o revestidas con aplicaciones de plumas y cintas, pero también en sus construcciones óseas alienígenas, donde se mezcla el lujo, la ironía y la sensualidad, tienen algo propio del estilo barroco, algo también que recuerda la cornucopia de la diosa Fortuna, ataviada de flores y frutos. Figuras que nos hace pensar en la riqueza tomada como abundancia natural, pero también en el don de hacer reales los deseos, con el consabido peligro que tal poder implica. Desde esa plataforma, sus objetos exploran así el sentido del lujo, del trabajo fino, producido cuidadosamente, que hace bienes preciosos, ligando en un mismo campo semántico la escasez y la carestía, el precio y la belleza, dando con ello un sentido estético global a lo suntuoso. El artista agrega entonces a las piezas una dificultad o una oscuridad. En cierto modo se trata de agregar un misterio o un enigma, oscureciendo el contenido, que apunta a la abundancia natural vista como un edén de cristal paradisíaco, ligado a su vez a la exuberancia de la naturaleza y a la prodigalidad de la tierra, pero sobre todo al despilfarro de la riqueza, que en cierto modo la ennoblece, salvándola de la avaricia y lavándola de la explotación del circuito económico del trabajo.
La estrategia conceptual del artista es la de todo ready made: poner el trabajo fuera, pasando directamente de la concepción a la realización de la obra mediante la elección de un objeto. Las aplicaciones del artista, sin embargo, van revelando algo más, que está escondido. No tanto el regodeo de la confusión barroca en las meras apariencias sensibles o el sentido del despilfarro con que se brinda la riqueza para encontrar una belleza libre, que está más allá de lo económico. Se trata más bien de la trasmutación moderna de los valores, en cuyo paso se oscurece no sólo el contenido sino la forma misma mediante el oscurecimiento de la sintaxis, de la gramática o de la misma estructura de la imagen. Garza Garza, en efecto, enmascara, disfraza o vuelve extraña la forma, aludiendo con ello no sólo al arte de la prestidigitación, o a la técnica del prestigio, sino más esencialmente aún a lo extravagante. Mundo en donde la bella figura de Venus, pródiga y sensual, imagen a la vez de la naturaleza, del impulso erótico y de la fortuna, deja ver la ambigüedad de su rostro o cambia de sexo para volverse macho, comenzando con ello los “infortunios de la virtud” al infectar su erotismo de extraño fetichismo o de siniestra destrucción, paralizando el sentido en la osificación final de las estructuras, ya cadavéricas, como reliquias de ominosas significaciones.












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