Nazario Espinosa Araujo: La Litografía en
Zacatecas
Por Alberto Espinosa Orozco
I
La
invención de la litografía se debe al dramaturgo, músico, actor y pintor Alois
Senefelder, quien nació el 6 de noviembre de 1771 en Praga, capital de Baviera,
y murió el 25 de febrero de 1834 en Munich, Alemania. Llevó a cabo su
descubrimiento calcográfico en 1796, cuando buscaba un método económico para
poder editar su drama Mathilde von Alteristein.
Al
artista italiano Mario Claudio Marcelo Antonio Pompeyo Blas Juan Linati de
Prevost, hijo del conde Filippo Linati, se debe la introducción de la
litografía a México. Nació en Carbonera de Parma en el 1 de febrero de 1790,
hijo de Filippo y Emanuella, de los Condes Cogorani. Moriría en México, en el
puerto de Tampico, Tamaulipas, en el ocaso de 1832, a los 42 años de edad.
Luego del triunfo en la guerra por la Independencia de las fuerzas liberales de
Guadalupe Victoria, Linati ofreció al gobierno de la flamante República
establecer en la capital de país una imprenta y una oficina calcográfica, y
enseñar gratuitamente el nuevo arte de la litografía en nuestro país, y que a
manera de intercambio el gobierno mexicano le proporcionara transporte, alojamiento
y dinero para el establecimiento de sus prensas y piedras, comprometiéndose a
reintegrar posteriormente el dinero
-proyecto que interesó al nuevo gobierno sobre todo por la posibilidad
de reproducir mapas topográficos. Linati
estableció su taller en la Ciudad de México, poniendo sus oficinas en la calle
de San Agustín # 15. El taller constaba de una prensa para transportes, otra
para impresión y una colección de estampas de artistas franceses que servían de
modelo y ejemplo a los alumnos.
Al poco tiempo el grabador se asoció con el
también italiano Florencio Gally y con el poeta cubano José María de Heredia
para publicar una revista literaria: El Iris, Periódico Crítico Literario,
apareciendo el primer número el 4 de febrero de 1826. Se imprimieron en total
cuarenta números, el último el 2 de agosto de 1826, a un ritmo que debió
parecer acelerado y luego vertiginoso de periodicidad semanal y luego de
números por semana, incluyendo una litografía mensual. La revista tenía como
temas de interés la poesía, el teatro, artículos sobre costumbres mexicanas,
biografías y en sayos, contando también con una importe parte gráfica de
retratos, piezas musicales, figurines, dibujos e imágenes de objetos
arqueológicos.
El
arte tipográfico de los periódicos se vio así enriquecido con el nuevo proceso
de ilustración, destacando en este renglón los diarios y semanarios: El Iris (1826), El Mosaico Mexicano (1837) y El
Recreo de la Familia (1838) de Rocha y Fournier, El Semanario de las Señoritas Mexicanas (1841), La Cruz (1855), México y sus Costumbres (1872), El
Artista (1873) de la Casa del Llano y Cía., y El Álbum de la Mujer (1883). Dentro de los periódicos musicales los
más sobresalientes fueron: La Historia
Danzante (1873), El Rascatripas
(1882) y La Historia Cantante (1879).
Por su parte, los periódicos de oposición más notables que usaron el nuevo arte
fueron: La Orquesta (1861-75) en el que descollaron José María Villasana y
Santiago Hernández, El Monarca
(1863), El Ahuizote (1874) y el Hijo del Ahuizote (1897).
El
arte litográfico también se desarrollaría en los estados con excelente
producción, especialmente en Puebla, San Luis Potosí, Michoacán, Toluca,
Yucatán, Aguascalientes… y en la capital de
Zacatecas, que ha sido hasta el día hoy un caso, aunque notable, poco
estudiado. En Puebla destacó
la Litografía de J.M. Macías, publicando la novela Rafael de Lamartine en
1849, con litografías firmadas por R.S., y la Guía de Forasteros con un
plano litográfico firmado por Rivera; destaca también otro pionero poblano de
la estampa en piedra: el impresor Neve, quien en 1868 y con dibujos de Pacheco
publica una curiosa novela: El Cazador Mexicano. El taller de
Toluca inició sus actividades el 25 de julio de 1851, en el Instituto
Literario, con la edición de las Cacetas Geográficas del Estado,
levantadas por Tomás Ramón del Moral, incluyendo la práctica de la técnica
litográfica una gran solución, pues debido a la imposibilidad de adquirir
piedras de Baviera se usaron losas de mármol traídas de Tenancingo, siendo el
grabador Don Pedro Riberoll, quien tuvo como discípulos a Tapia y a Trinidad
Dávalos quienes estamparon la primeras vistas ferroviarias del camino el tren
de México a Veracruz. Ese taller pasó luego a la Escuela de Artes, y fue
dirigido por el mismo Trinidad Dávalos, al que se le sumó e l impresor Plácido Blanco.[1] En San Luis Potosí surgió la
litografía asociada a un periódico político, El Monarca, con los litógrafos B. Oteiza y Melchor Álvarez. En las
primeras litografías que llegaron a Mérida se imprimieron en la Habana, Cuba,
pero pronto se editó un folleto, la Vida de Fray Manuel Martínez, con
texto de Don Crescencio Carrillo y Arcona (1883) con una serie de litografías
sin firma. En Michoacán se implementó un taller de litografía en la Escuela de
Artes de Michoacán, donde se editaron las Memorias del Gobierno de Guanajuato con
litografías firmadas por E. Villaseñor.[2]
Especial mención merece el caso de
Aguascalientes con la imprenta “El Esfuerzo”, del liberal José María Chávez
(1812-1864). Su sobrino José Trinidad Pedroza (1837-1920) se formó en esa
imprenta y fue a su vez el maestro de José Guadalupe Posada (1852-1913) quien
entró como aprendiz al establecimiento en 1868. Se relaciona con Irineo Paz,
quien publicó infinidad de obra y un periódico, La Juventud Literaria (1887-1888), y cambia su domicilio a la
Ciudad de México donde establece su propio taller, primero en la Cerrada de
Santa Teresa y luego en la Calle de Santa Inés (hoy Moneda). En 1890 se
relaciona con el editor Antonio Vargas Arrollo e ilustra sucesos políticos en
sus gacetas populares, pero también almanaques, calendarios, silabarios,
novenarios, libros, cuentos y anuncios de corridas de toros. Muere unos días
antes de la Decena Trágica en la Ciudad de México el 20 de enero de 1913 a los
61 años de edad.
Al
finalizar el Siglo XIX y para las primeras décadas del Siglo XX los principales
talleres de litografía en la Ciudad de México fueron: la Imprenta Montauriol,
la Litografía Española, la Litografía Catalana, la Litografía Latina y la
Litografía de la Cigarrera el Buen Tono.
II
El
primer taller litográfico del que se tiene noticia en la ciudad de Zacatecas
fue el de Don Aniceto Villagrana (1803-1850), quien puso un pequeño taller
tipográfico en 1838, el cual fue mejorando poco a poco. Sin embargo, no fue
sino hasta 10 años después, en junio de 1848, que se asoció con el francés Mr.
A. Baudouin, introduciendo en su taller la primera prensa de litografía,
forjando con el paso del tiempo toda una tradición y una estirpe de impresores
litográficos en la entidad.
La obra más
importante editada en la imprenta de Massé y Decaen se realizó en 1841,
reeditándose en 1855 y 56, con el álbum del artista italiano Pedro Gualdi: Monumentos
de México tomados del natural, pieza notable de todos los tiempos por
el detalle de su dibujo y la grandiosidad con que plasmo la arquitectura de la
ciudad de México. Gualdi impartió cátedra en la Academia de San Carlos para
mediados de siglo, destacando como su discípulo Casimiro Castro, el cual heredó
su amor por la arquitectura realizando luego una serie extraordinaria de
láminas sobre la Ciudad de México, cuyas vistas fueron captadas desde un globo
aerostático. El álbum histórico ilustrado magníficamente por el litógrafo
mexicano Casimiro Castro se tituló México y sus Alrededores. Colección de
Vistas, Trajes y Monumentos, con textos de L. Castro, J. Campillo, L.
Auda y G. Rodríguez. La publicación del editor
Decaen se hiso entre 1855 y 56, contiendo los álbumes de 38 a 42
estampas, 31 de ellas fueron litografías de Castro, las restantes obras de
Julián Campillo, Luis Auda y G. Rodríguez. Las estampas primero se vendieron
por separado y luego fueron reunidas por Decaen en un solo volumen con textos
de 12 ingenios, entre los que también figuraban José María Roa Bárcenas, José
T. Cuellar y Francisco González Bocanegra.
III
En la Ciudad de México el importante impresor francés José Antonio
Decaen, distinguido por la perfección y belleza de sus impresiones y por haber
establecido de 1838 a 1864 seis talleres litográficos diferentes, se asoció con
el empresario francés Mr. A. Baudouin, produciendo
ilustraciones para calendarios religioso y novenas. Junto con Baudouin estableció dos talleres más en la
ciudad de Zacatecas, asociándose primero con Don Aniceto Villagrana y luego con
el impresor Juan Cantabrana, quienes montaron así sus talleres en la bizarra
capital de la céntrica provincia. Un joven venido de la capital y oriundo
de Guanajuato, el aprendiz de litógráfo Nazario Espinosa, llegaría a Zacatecas
en 1862 para trabajar con Cantabrana y comprar luego su taller.
Nazario Espinosa Araujo nació en la ciudad de
Guanajuato, Guanajuato, el 28 de julio de 1839; murió en la ciudad de
Zacatecas, Zacatecas, el 30 de marzo de 1919, unos meses antes de cumplir los
80 años de edad, dejando tras de sí una obra empresarial y artística en sus
talleres, como editor, impresor y litógrafo, de gran envergadura. Hijo del
comerciante Antonio Espinosa de la Barrera (1813-1860) y de Ramona Araujo
(1817-1890), ambos oriundos de Guanajuato, sólo tuvo una hermana, un año menor
que él, de nombre María del Refugio (1940-?), quien se casó con un fotógrafo,
yendo con él vivir a la hermosa ciudad de San Miguel Allende, Guanajuato.
Nazario Espinosa realizó sus primeros estudios y los de bachillerato en su
natal Guanajuato, donde inició estudios de ingeniería, marchando a vivir a la
Ciudad de México en 1857, a los 18 años de edad –mismo año en que moriría el
litógrafo italiano Pedro Gualdi en la ciudad de Nuevo Orleans, pero cuyo famoso
álbum Monumentos de México tomados del
natural, editado en 1841 por Massé y Decaen, se reeditaba con gran
éxito en 1855 y 56.
Una
vez instalado en la gran metrópoli Nazario Espinosa se inscribe en la Academia
de San Carlos, en donde se sintió atraído por el arte litográfico, siendo
apenas seis años más joven que un grabador, prácticamente legendario, que
llegaría a gozar de amplio reconocimiento: Santiago Hernández (1832-1908),
quien había sido de joven artillero y combatido en 1847 al lado de los niños
que defendieron el Castillo de Chapultepec. Autodidacta, a la muerte de su
padre comenzó a ganarse la vida pintando cuadros, naturalezas muertas, retratos
a lápiz e impartiendo clases, empezando a destacar cuando pintó al óleo los
retratos de los Niños Héroes. Fue tribuno popular, ideólogo del civismo,
intérprete de la Comisión de Cartografía Mexicana, excelente retratista y
caricaturista satírico, colaborador de los periódicos, ya desde 1862 había
participado en: La Pluma Roja y La Jácara, luego en la importante
revista La Orquesta, El Rascatripas, El Máscara, El Palo de Ciego,
El Espectro, Juan Diego, El Cascabel, Juan Diego, San Baltasar, El Ahuizote
y El Hijo del Ahuizote, de un lápiz
crítico, implacable y exacto, según lo describe Don Manuel Toussaint, el cual
formaría sociedad más tarde con Hipólito Iriarte, colaborando ambos en el
magnífico periódico El Artista
(1874), realizando juntos obras notables como: La Llorona de J. M. Marroquín (1887), Los Ceros sobre textos de Vicente Riva Palacio (1882), la
sorprendente colección de retratos El
Episcopado Mexicano con texto de Francisco Sosa (1877) y firmados por
Hernández, y el libro Poetizas Mexicanas,
publicado por la Secretaría de Fomento (1893). Santiago Hernández murió a los
75 años de edad, el 8 de julio de 1908 como el último superviviente de los
defensores de Chapultepec.
Es
el tiempo en que los obras realizadas con la técnica litográfica empiezan a
abrir el mercado a partir de la ilustración de libros como: Gil
Blas de Santillana (1843) editado por Masse y Decaen (1843); Boletín de Geografía y Estadística
del Conde de Cortina (1849), con grabados litográficos de Hipólito Salazar, el
patriarca de la litografía en México, quien montó su taller en el año de 1840; Pablo y Virginia (1843),
con litografías trabajadas en el taller de Hipólito Salazar; Historias
de Vida de Pantaleón Tovar (1851) y Los Ciento uno Roberto Macario,
con texto de Manuel Alhoy y Luis Huart (1860) con reproducciones litográficas
de pinturas de Daumier, editados por la casa editorial de Lara, donde se
imprimieron las más bellas imágenes del Siglo XIX; Los Mexicanos vistos por sí
mismos, con una serie de tipos populares (1853), editado por la casa de
Manuel Murguía, con litograbados de Hesiquio Iriarte e Ignacio Cumplido; El
diario de un testigo de la guerra de África de Don Pedro Antonio de
Alarcón (1861), con litografías de Iriarte e impreso en el modesto taller de
Inclán, establecido desde 1859 en la Calle de San José Del Real, y Gonzalo
de Córdoba o la Conquista de Granada de Floiran, editado en el modesto
taller de Inclán establecido en 1859 e ilustrado por él mismo.
Los
calendarios tuvieron también su auge en ese tiempo, floreciendo el de Juan N.
Narro en 1848; El Impolítico y Justiciero
de 1854 a 1857; El Caricato y Polvos de la Madre Celestina en
1857; El Popular y El Reaccionario
en 1860; El Burlesco de 1862; el de
J.M. Rivera en 1863, y; el de Cuevas de 1865, señalándose todos ellos por el
cuidado, cariño y gusto que tenían nuestros bisabuelos por hacer bien las
cosas, aún las más pequeñas. Los periódicos ilustrados con litografía tenían en
esa época a los feroces caricaturistas como los grandes animadores del momento,
destacando por su sátira mordaz tanto los de José María Villasana como los de
Constantino Escalante, a los que acompañaban textos de Vicente Riva Palacio. En
el periodismo circulaban los diarios; La Ilustración Mexicana (1850), editado
en los talleres de Cumplido; La Cruz
(1855-58), editado por Andrade y Escalante con litografías de Hipólito Salazar
y A, Decaen, y; El Renacimiento, de
F. Díaz de León con litografías de Iriarte. Los litógrafos más destacados de
ese tiempo son, además de Casimiro Castro, Hipólito Salazar, quien publica en
su propio taller fundado en 1840 un extraño e importantísimo trabajo: Iconología
o Tratado de Alegorías y Emblemas de Gravelot, traducido por Luis G.
Pastor (1866); Plácido Blanco, quien terminaría como impresor en Toluca;
Constantino Escalante, quien murió el 28 de octubre de 1868 al ser atropellado
por el ferrocarril de Tacubaya; Luis Garcés, el litógrafo de Murgía; José María
Villasana, quien tenía su taller en la calle de Capuchinas #9 y publicaría La
Linterna Mágica de José T. Cuellar (1871).
Pero
sobre todo, Espinosa Araujo llega a México justo en el momento en que está
empezando a circular una obra sin duda histórica, no sólo para la litografía
mexicana del Siglo XIX, sino para la historia del arte en general: las estampas
sueltas y el famosísimo álbum que los colecciona publicado por Masse y Decaen,
llamado México y sus Alrededores (1885 y 1856), ilustrado con litografías
de Casimiro Castro, J, Campillo, L. Auda y C. Rodríguez, obra que apasionó a la
época y del cual se hicieron varias ediciones, llamando poderosamente la
atención las vistas aéreas de la Alameda tomadas desde un globo aerostáticos y
siendo una de sus imágenes más memorables una bellísima y misteriosa
estampa: “El Paseo de las Cadenas en Noche de Luna”. El influjo de dichas imágenes debió de
resultar al joven aprendiz una especie de revelación y de poderosa atracción
irresistible, haciendo volar su imaginación hacia horizontes en ese momento
recién explorados. Cosa que seguramente no hiso sino confirmar un hermoso libro
editado en 1858 por Decaen: el tratado de arquitectura y ebanistería titulado Viñolas
de los Propietarios y Artesanos, enriquecido con 80 láminas
litográficas de gran nitidez en su estampa y de inmejorable precisión en la
realización del dibujo. Fue en ese ambiente de libertad creativa y
efervescencia política que el futuro editor zacatecano comenzó a dar sus
primeros pasos como aprendiz y artista.
Luego
de haber permanecido en la Ciudad de México por un lustro, el cual aprovechó
para ilustrarse en el arte de la estampa calcográfica, Nazario Espinosa llegó a
la ciudad de Zacatecas en el año de 1862, a los 23 años de edad, en donde puso
su residencia, lleno de proyectos, sueños e ilusiones. Un par de años antes,
sin embargo, había ido a la ciudad de Guanajuato debido al fallecimiento de su
padre, Don Antonio Espinosa de la Barrera, acaecido en el año de 1860. Nazario
Espinosa llegaba entonces a los 21 años de edad cuando recibió la fatal
noticia, a la que Doña Ramona Araujo, su madre, sobreviviría 30 años más, pues
murió en 1890. Una modesta herencia dejada por su padre quedó entonces en
litigio por un cierto tiempo, en cuyo lapso su hermana María del Refugió casó
con un artista de la fotografía y se fue a vivir a San Miguel de Allende. El
joven aprendiz volvió solo a la gran capital del país, pero en esta ocasión con
otras miras en mente, pues en la ciudad de Zacatecas funcionaban para ese tiempo
dos talleres equipados con prensas litográficas y piedra de Baviera: tanto el
taller particular de Don Aniceto Villagrana, fundado en 1848, como el taller de
Juan Cantabrana, una céntrica y prestigiosa imprenta, localizada en el Callejón
de la Moneda y Doctor Hierro, en la que laboraba como tipógrafo Francisco
Flores.
Contando
con algunas recomendaciones debajo del brazo el joven impresor Nazario Espinosa
Araujo llegó así en 1862 a Zacatecas para atender la imprenta de pequeña
imprenta de Juan Cantabrana, donde laboró por un par de años. En 1864 marchó el
litógrafo a su natal Guanajuato para contraer nupcias con Salomé Dávila
(1843-?), oriunda de Sombrerete, atractiva y de no mala posición, de mediana
estatura, rubia y de ojos azules, viuda y sin hijos, que moriría en Zacatecas.
Con ella procrearía una familia de cinco hijos, la Espinosa-Araujo, que
nacieron todos en Zacatecas: Enrique (1871-1928); Antonio, que murió de pequeño
en la cuna (1872-1873); Aurora (1873-1942); Guadalupe (1874-?) y María Magdalena
(1875-1963).[3]
En
ese mismo año de 1864 compró a Juan Cantabrana su taller. La “Litografía de
Nazario Espinosa” estuvo primero en la
esquina del Callejón de la Moneda y Dr. Hierro, después a espaldas del Teatro
Calderón, luego se trasladó a al Callejón del Chepinque y más tarde el maestro
grabador mandó construir un lujoso edificio de dos pisos en el Callejón del
Cobre y el Callejón del Borrego, donde instaló sus talleres, teniendo sus
oficinas en el Callejón de la Caja #20.[4]
Abrió también un taller de encuadernación y de sellos de goma, el cual se
encontraba frente al justamente célebre Instituto de Ciencias de la bizarra
capital.
Debido al notable esfuerzo, laboriosidad y capital invertido, los
talleres de Nazario Espinosa se levantaron a envidiable altura, anexándose a
los talleres tipográficos y de encuadernación, una fábrica de libros en blanco,
grabados al aguafuerte, sellos de goma, clichés
y el taller de fotograbado –y aunque realizó tarjetas postales con ésta
técnica, el taller de fotograbado no
alcanzó a desarrollarse plenamente, como consecuencia de los movimientos
revolucionarios de la revuelta armada de 1910 y la toma de Zacatecas en 1914
por las fuerzas leales a Felipe Ángeles y Francisco Villa.
El
gran desarrollo alcanzado por la imprenta de Nazario Espinosa se debió en gran
medida a sus bellos trabajos litográficos. El edificio ostentó mucho tiempo en
la fachada la inscripción: "Talleres de Nazario Espinosa Movidos por Vapor",
a los que después se aplicó la electricidad.
Algunos peritos llegaron a expresar que los talleres de Don Nazario,
montados al estilo europeo, eran los primeros en toda la República. En efecto, de esa acreditada casa salieron
artísticos memorables, como la publicidad impresa de la gran Fábrica de
Cigarros del Buen Tono, acaso los más famosos de todos, pero también las
atractivas marmotas multicolores del gran Circo Orrin, un importante mapa de la
ciudad de Zacatecas grabado a fines de siglo, que a principios del Siglo XX se
reeditó como parte de una interesante colección de donde mapas de las
principales ciudades del estado; el impreso de la emisión de giros postales
ordenada por la Secretaría General de Correos y los timbres postales usados en
el norte del país, en 1914, cuando el general Francisco Villa imperaba en esas
tierra, y los Billetes de Lotería de Zacatecas de 1922. Los trabajos de la imprenta notables por su
delicada ejecución y singular concepto, incluían también planos, croquis, partituras,
anuncio, y aun trabajos encargados por casas extranjeras., introduciendo el
artista en el mercado para principios del Siglo XX una atractiva modalidad de
imágenes reproducidas por el método fotolitográfico: las tarjetas
postales.
IV
La
Toma de Zacatecas tuvo dos capítulos; el registrado en 6 de julio de 1914 cuando las fuerzas de Pánfilo Natera se enfrentaron a las fuerzas de Victoriano
Huerta rechazándo el ataque; y la batalla decisiva tuvo lugar a los pocos días: la famosa División de Norte ataco por todas
partes aquella plaza, estando comandado el ataque por Felipe Ángeles y al que
asistió en persona el general supremo de aquel inmenso ejército: Doroteo
Arango, el mítico Centauro del Norte. La guerra civil y revuelta armada daba
con ello cima al conflicto ideológico latente en la sociedad que se apresuraba
a entrar de lleno en la era de la modernidad, la técnica y el progreso,
descrito por el bate jerezano Ramón López Velarde como un choque entre
católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de la Época Terciaria, los cuales se
odiaban los unos a los otros con “buena fe”.
La
batalla de Zacatecas fue las más sangrienta y la mayor de las que tuvieron
lugar en la revolución contra el usurpador Victoriano Huerta, “El Chacal”,
debido a su posición estratégica, pues era un cruce de ferrocarriles situado en
el plexo solar geográfico de la nación. La ciudad, de 30 mil almas, había
impresionado a atacantes y defensores por su belleza de pulida gema y
zozobrante pintoresquismo barroco: en ella una población reacia a la alteración
de las costumbres se posaba en esa encantadora miniatura, que tiene algo de
tasita de oro y de argentino dedal, en que numerosas personas vestidas de negro
subían y bajaban por las calles, perdidas entre las heladas barrancas, dando a
la ciudad el aspecto de las antiguas poblaciones religiosas. Unos días antes de
la batalla de 1914, lo lejos, Felipe Ángeles contempló el águila formada por
las edificaciones de la ciudad de Zacatecas, con el valle de Calera y de
Fresnillo allá abajo, escrutando los cerros de la Bufa y el Grillo convertidos
en dos posiciones formidablemente fortificadas.
Villa
llegó el 22 de julio para comandar el sitio, planeado en sus últimos detalles
por Felipe Ángeles de atacar Zacatecas por todos los lados a la vez. El cerro
del Grillo cayó como a la una de la mañana, corriendo los soldados de los
baterías federales por las calles de Zacatecas presos del pánico, y cientos de
ellos se desvestían en las calles, tirando donde fuera sus uniformes y sus
rifles. Después de terribles combates, los federales expulsados de la Bufa
llegaron en total confusión a la Plaza de Armas, enloquecidos de espanto, en
una visión lamentable de esa gente que huía de Zacatecas bajo una lluvia de
balas, para ser finalmente masacrados por las fuerzas de la División del Norte.
Zacatecas se había convertido ese día en un infierno, sumido en una ola de
destrucción que barrió la ciudad que produjo como crudo resultado una
carnicería.
En
determinado momento hubo una terrorífica explosión en el corazón del centro,
que hiso cimbrar a toda la ciudad: el Coronel Bernal había hecho volar la mina
que estaba en el edificio del Cuartel General, con grandes cantidades de
municiones, cuando un gran número de soldados intentaba ponerse a resguardo de
los rebeldes que entraban para tomar las instalaciones. Toda la manzana de edificios, desde el Banco
de Zacatecas hasta llegar a “La Palma”,
quedó hecho un montón de ruinas. Sobre la “Botica
de Guadalupe” toda la familia Magallenes, con no menos de una docena de
miembros, voló en pedazos; el Hotel Plaza y la casa de Don Nacho flores
quedaron severamente dañados, lo mismo que el Correo de México, que se
encontraba en la acera contraria. Cientos de cuerpos humanos y decenas de caballos
yacían enterrados entre los escombros. Al día siguiente en la Plaza de Armas el
espectáculo pavoroso de innumerables cuerpos apilados unos sobre otros completó
la macabra escena.
Para
la cinco de la tarde una lluvia de balas, como una atroz granizada sembró el
terror entre la población, cuando 20 mil rifles disparaban contra la ciudad
desde las alturas que rodean Zacatecas; algunos revolucionarios empezaban a
ejecutar masivamente a los cautivos ante el regocijo de Felipe Ángeles. Un
convoy cargado con 500 prisioneros fue conducido a un cementerio cercano,
deserrajándoles los resentidos vengadores rebeldes y sin más averiguación un
tiro en la cabeza. Al terminar la jornada 6 mil federales y mil
constitucionalistas habían caído; tres mil federales y dos mil
constitucionalistas quedaron heridos, sin contar a muchos civiles que fueron muertos o heridos
en el combate.
Se
cuenta en Zacatecas que en esa batalla fueron tantos los cadáveres de hombres,
niños y bestias, que tuvieron que ser incinerados en las calles y plazuelas;
otros enterrados en fosas comunes o tirados en las bocas de minas. Al día
siguiente recogieron en las calles de la ciudad 850 cuerpos sin vida y varios
cientos de caballos inmóviles, procediendo a quemar a 3 mil cadáveres en el camino
entre Zacatecas y Guadalupe. Con siete mil hombres apostados en la Villa de
Guadalupe Pancho Villa tomó las riendas de la región mientras que detonaba una
derrota indeleble al general Victoriano Huerta, a consecuencia de la cual al
poco tiempo tuvo que huir a los Estados Unidos.[5]
Un
par de años atrás, en de 1912, Don Nazario Espinosa, a los 72 años de edad,
había incursionado por primera vez en política, postulando su candidatura para
diputado, teniendo su fórmula como suplente a Benito Palacios en mancuerna,
quienes apoyaban la candidatura para Gobernador del Estado a C. Alberto
Elourdy, por el Partido Liberal Zacatecano. En ese año de disturbios
revolucionarios el partido liberal local se encontraba dividido, ganando la
contienda para gobernador el otro candidato liberal, apoyado por el Club
Anti-Reelecionista, Lic. José Guadalupe González, quien en ese mismo año asumió
la regencia del Estado.
No
sabemos si su poca fortuna en aquella incursión en política o una supuesta vinculación a una cofradía de
un grupo Mason, lo marcó de alguna manera, exponiéndolo en 1914 a las vendettas,
insidias e iras revolucionarias. Como quiera que haya sido, lo que sí sabemos de
cierto es que Enrique Espinosa Dávila, hijo primogénito de Don Nazario, atendía
la librería y la papelería de su padre, local que se encontraba casi enfrente
de lo que fue posteriormente el Cine Ilusión. Cuando el Coronel Bernal voló el
edificio del gobierno, echó por los aires también la papelería, robándose luego
las fuerzas villistas todas las cosas que habían quedado servibles.[6] La imprenta de grandes cuartos y enormes
ventanales localizada en el Callejón del Cobre sirvió en cambio como cuartel a
los forajidos, que destruyeron todo lo que encontraron en su estancia, Ahí
trabajaba un nieto de Don Nazario, el joven Antonio Espinosa González, quien
vio con ojos asombrados como las fuerzas rebeldes iban robando todo lo que
hallaban a su alcance, quedando en el taller apenas unas cuantas máquinas para
el final de la refriega. Entre otras cosas en la papelería había tibores de
porcelana, oriental, muy finos, que después de la revolución se llegaron a ver
en algunas casas elegantes de Zacatecas,
donde presumiblemente los habían vendido los rebeldes villistas.
La
papelería se encontraba apenas al lado del Hotel de la Plaza y de la asociación
política Zacatecanos Unidos, cuyo órgano “La Unión Zacatecana” era dirigido por
el Sr. Alberto Muños, los cuales habían volado, mientras los revolucionarios
saqueaban el Almacén de Ropa y Abarrotes “La Caja”, la cual fue quemada por el
revolucionario Galván. Algunas casas quedaron también destruidas en sus
interiores. Una división villista asesinara a
Inocencio López Velarde, tío del gran bate jerezano. Aciagos
acontecimientos que dejaron en la psicología colectiva zacatecana una profunda
cicatriz, la cual quedo abierta y se ahondó al quedar la plaza prácticamente
abandonada por más de cinco décadas, colapsándose la población a los 20 mil
habitantes, estando la ciudad por mucho tiempo sumida en un limbo de amnesia,
sin grandes personalidades, sin los necesarios documentos escritos y sin
transformaciones económicas y sociales.
Con
el nuevo gobierno algunas imprentas intervenidas por el Estado. La “Tipografía del Sagrado Corazón de Jesús”,
establecida en el año de 1901en el Internado Anexo a la Capilla de Guadalupe,
sostenida por el Sr. Canónigo Anastasio Díaz, de Aguascalientes, la cual fue
dirigida por los Sres. José Sandoval, Vicente Serrano y Juan Muro. Luego de ser
intervenida por el Gobierno Revolucionario en 1914 fue trasladada al Hospicio
de Niños de Guadalupe, y devuelta a su propietario en 1920 por órdenes expresas
del presidente de la república Álvaro Obregón.
Asimismo la tipografía del “El Ilustrador Católico”, dirigida por
Vicente Serrano, Juan Muro y Francisco Delgado, que fue intervenida en 1914 por
las fuerzas revolucionarias y trasladada en 1915 al hospicio de Niños en
Guadalupe de Zacatecas; una parte de esa imprenta fue prestada por el
Gobernador Enrique Estrada, en 1918, a la “Cámara Obrera” de la Escuela
Nacional para Maestros (luego Auditorio del Instituto de Ciencias), integrada
por los Sres. Prof. Teodoro Ramírez, Tomás Leal, J. Inés Medina, José C.
Escobedo y Francisco Torres, laborando en ella los reconocidos tipógrafos
Gregorio R. Rivera, José y Manuel Escobedo y el Señor Jesús F. Sánchez, quienes
editaron ahí la “Ley Agraria del Estado de Zacatecas”, taller que luego se
cambió a la Avenida Hidalgo, donde por su inspiración comunista tuvo como
nombre a “La Internacional”, encargándose de ella el Sr. Gregorio R. Rivera,
pasando después los implementos tomados prestados de ese lugar al Palacio de
Gobierno; la imprenta fue devuelta en 1920 por el Gobernador del Estado,
cambiando de nombre a “Imprenta de Refugio Guerra”, sosteniéndose hasta 1926,
año en de nuevo fue intervenida por el gobernador interino Sr. Leonardo
Recéndez Dávila, quien puso al frente al Sr. Salvador Arciniaga y fue cambiada
definitivamente al Hospicio de Niños de Guadalupe donde, según se dijo,
finalmente fue fundida una prensa “Brower” para hacer arados con ella.[7]
Los talleres de Nazario Espinosa se situaban en amplios departamentos
estilo europeo con grandes ventanales de vidrios esmerilados en el segundo
piso. Había también una pequeña huerta
con árboles frutales, un aljibe y un patio de regulares dimensiones en donde
sentaba sus reales la “Duquesa”, mascota de la familia que fue la centinela de
la imprenta hasta su muerte, la cual era alimentada por Juan Medrano y un hijo
natural de Nazario, llamado Manuel Espinosa, que también trabajaba en la
imprenta. En la parte baja había un gran salón que servía de bodega de papel,
pues en aquella época no había en el país fábricas nacionales para elaborarlo y
se importaba de Estados Unidos por carros enteros de ferrocarril. En la parte alta del primer salón estaban la
oficina y el almacén, tanto de productos terminados como de papel en cantidades
más fáciles de manejar, así como de tintas y de artículos indispensables.
De
ahí se pasaba al taller de grabado y de impresión, a un salón de transporte y a
otro salón de dibujo. El ala del frente tenía un taller de grabado de impresión,
así como el sistema de pruebas con un
rol. En el ala izquierda todos los "chivaletes" con los tipos,
en el ala derecha, pegadas a la pared del patio, las máquinas de imprenta. Estas eran: una máquina para pequeñas
impresiones marca Liberty, había también una Chandler, una Cordón y una
bronceadora. En la sección de
litografía, que era la mayor, cuatro prensas: una pequeña, una media cuádruple,
una cuádruple y una triple. Entre el salón de transporte y el final del salón
estaban los molinos para la fabricación de tinta y mesas de limpieza de las
piedras. En el ala trasera estaban las cortadoras, cizallas, perforadoras,
máquinas dobladoras, engrapadoras, el departamento de encuadernación y una
máquina rayadora. Había también una caldera de vapor para mover las flechas de
acero y las bandas que hacían funcionar todo el taller, al cual luego se le
aplicó la fuerza de la electricidad.
Por
un documento de balance de capital hecho por Nazario Espinos en 1902 de su puño
y letra, que se ha conservado hasta nuestros días, podemos darnos una idea del
valor en metálico de aquellos bienes que se perdieron, el cual ascendía en ese
año a 89 mil pesos.[8] Verdadero centro de activad, de trabajo y de
cultura que esplendió en la ciudad de Zacatecas que tristemente terminó en la
ruina. El edificio donde se encontraban los talleres, situados en el Callejón
del Cobre #s30, 32-34, cerca del Callejón del Borrego, fue a la postre vendido
y reducido con el pasar del tiempo y las vicisitudes revolucionarias a una
vecindad, quedando el gran patio con aljibe reducido a pasto para vacas al ser
transformado en un establo.
En
efecto, cuando la entrada de Pancho Villa a Zacatecas, sus tropas hicieron
cuartel en la imprenta, destrozando las máquinas y robando todo lo que
pudieron, volando la papelería de Don Nazario a consecuencia de la temible
explosión que hubo en un edifico del gobierno, donde después estuvo el Cine Ilusión.
Como suprema humillación, a fuerza de frustración y a punta de pistola algunos
rebeldes obligaron al orgulloso litógrafo, pasando la barbarie sobre sus
ideales de tolerancia, racionalidad y buena fe, a barrer personalmente con una
escoba los papeles quemados y los restos destrozados de las cajas tipográficas,
cuyas letras habían quedado esparcidas por la calle, como si fuesen los
inteligibles signos de un poema roto y mancillado. En la imprenta no se
salvaron sino unas cuantas máquinas que, luego de la ausencia su dueño, fueron
manejadas por su hijo Enrique Espinosa Dávila.
Don
Nazario Espinosa Araujo murió un lustro después de aquel incidente, el 30 de
marzo de 1919, unos meses antes de cumplir los ochenta años de edad, en la casa
de alquiler donde vivía, situada la Plaza de Miguel Auza #29, descansando sus restos fúnebres en una fosa
del lote #7 del panteón de “La Purísima”, en la ciudad de Zacatecas que tanto
amó.
Con
los exangües restos de todo aquello, su hijo Enrique pagó deudas y enfermó,
agobiado por la falta de trabajo
agravada por lo extenso de su familia; malvendiendo el gran taller del
Callejón del Cobre y Borrego, y descuidó decididamente la imprenta al entrar a
trabajar a una agencia regenteada por Don Epigmenio Gonzáles Flores, en una
empresa donde reportaban minas, las cuales eran en aquel entonces
frecuentemente “envenenadas”. La imprenta siguió trabajando, aunque malamente,
como a su pesar, ya sin la originalidad creativa de otro tiempo, tal como lo
revelan algunos documentos, como el folleto: “Coronita del Espíritu Santo para alcanzar el remedio de nuestras
necesidades”, firmado escuetamente con la fecha, 1922, y al calce la firma
“Espinosa, Zac,”.
A la
muerte de Enrique Espinosa Dávila en 1928 ya se habían perdido muchas piedras y
quedaban sólo unas cuantas máquinas impresoras de menores dimensiones,
asumiendo su hijo Antonio Espinoza González el cargo de regente, llevándose
después los maltrechos restos de aquella empresa a la Plaza de Miguel Ausa, a
un local que resultaba comparativamente pequeño, cerca de la Iglesia de San
Agustín, en 1937, quedando el resto de los Talleres en poder del Banco de
Zacatecas por una acción judicial.[9] En ese local estuvo trabajando la imprenta
hasta 1944, año en el cual Don Antonio Espinosa se separó de esposa y decidió
marchar a vivir a la Ciudad de México,
vendiendo así todos los restos que quedaban del viejo taller
–acontecimiento que cerraba el círculo de uno de los talleres de estampa más
lustrosos, profesionales y singulares y de mayor calidad artística que han
existido en el Norte del México.
V
En el
Archivo Histórico de Zacatecas, sorprendente por el nivel de conservación de
los documentos de los siglos XVI, XVII, XVII y XIX y todos en perfecto estado.
Existen ahí muchos libros de la impetra de Don Nazario Espinoza, pues su obra
es amplia y diversificada, en temas y composiciones que varían en función de
los pedidos que recibía el litógrafo. Se encuentran en etiquetas comerciales,
anunciando todo tipo de productos y de empresas, y en símbolos patrios,
representados tanto en los anuncios como en los informes gubernamentales. La
masa de imágenes puede dar una idea de las actividades productivas que existían
en la región durante la segunda mitad del decimonoveno siglo y principios del
vigésimo, pues la atmósfera misma que envolvía aquella época es perfectamente
sintetizada a través de la iconografía, la temática y las técnicas empleadas.
Además se encuentra depositados en el mencionado Archivo ediciones de algunos
libros editados y con litografías de Don Nazario Espinosa.
En
efecto, tanto en las bibliotecas públicas del estado como en las colecciones
particulares de la capital, abundan ejemplos de su prolija producción
documental, cuyos estampas están aún por inventariar, entre los que hay que
contar una vasta variedad de imágenes que ilustran partituras, decenas si no es
que centenas de libros, carteles, revistas, planos, boletos, etiquetas,
esquelas, retratos, empaques, acciones, sellos, membretes, tarjetas y
calendarios. Algunos peritos han
señalado la importancia de la Casa Impresora, pues los “talleres para
impresiones de todos géneros” eran los primeros de la República y los
visitantes distinguidos de Zacatecas llegaban a ella para conocerla, siendo
orgullo para las artes gráficas de México y un honor merecido para Zacatecas al
irradiar el centro de trabajo artístico la cultura a las tierras del norte.[10]
La
obra de Don Nazario Espinosa, pionero y virtuosos del oficio litográfico
contribuyó al esplendor zacatecano de la segunda mitad del siglo XIX,
obteniendo el ilustre litógrafo reconocimientos locales, nacionales y
extranjeros, entre los que destacan la “Medalla
de Plata en la XVII exposición de Aguascalientes” mención honorífica al Sr.
Nazario Espinosa en testimonio del interés que le inspiran la aplicación al
trabajo y a la constancia, en abril 27 de 1874 y el Diploma de Miembro Fundador
a Monsieur Nazario Espinosa de la “Academie
Universalle des Sciencies et des Arts Industriels” de Brucelas, Bélgica, el
8 de Noviembre en 1891.
Cabe
mencionar el nombre y la obra de los magníficos dibujantes y litógrafos que
enriquecieron el taller con sus esmeradas y pulidas representaciones, igual de
planos y portadas arquitectónicas que de tranvías o de carretas mortuorias,
destacándose entre ellas la obra específica en el género caligráfico, en los
sombreados y en los relieves ópticos, pero también las diestras
representaciones de las incipientes compañías industriales o aquellas que
atienden a las figuras humanas de personajes o comercios, en donde se puede
ahora comprobar la filigrana estética en que culminó el arte plástico
representativo de toda una cultura autónoma regional
De
acuerdo con Salvador Vidal el departamento de dibujo fue integrado por los artistas
en piedras litográficas y grabadores en acero: Aurelio Corral, Juan García Nava
y Miguel Espinosa. El Sr. José Reveles
fue el maestro tipográfico, distinguido por su competencia en el ramo, quien se
separó de la compañía en 1913 para radicarse en la capital de la República. En
ese mismo año asumió la regencia tipográfica el maestro J. Dolores Delgado,
abandonándola por falta de trabajo y volviéndola a tomar en 1921 por poco tiempo, pues un tiempo
después se hizo cargo de la Presidencia
Municipal de Zacatecas.
Trabajaron también en la imprenta: Aureliano Barrón, Manuel Ramírez y
Francisco Calderón en el taller litográfico, estando en las prensas
litográficas el Sr. José López y Enrique Borda. En el taller de encuadernación
figuraron como maestros Víctor R. González, el gran rayador Cruz Rangel, Florentino Corral y José Galindo, teniendo
como ayudantes a las Señoritas. María Fidel Castro, María de Jesús Hernández y
las hermanas María Guadalupe y Rita Díaz. Cuando la casa vivió tiempos de
penuria por la precaria situación económica, colapsado el industrioso
centro-norte mexicano por los acontecimientos revolucionarios los encargados
tipográficos fueron Gregorio Rivera,
José Escobedo y Sebastián Arciniegas.
También trabajaron en la Casa Impresora los señores Francisco Castañeda
de la Torre, Moisés Torres, Francisco J. Salazar, Fernando Rodarte, Ezequiel
Salcedo, Gabino Saucedo, Aureliano Corral, Moisés Torres, Miguel Arciniega,
Rosendo Frausto, Fidel Guerrero, Rosendo Nava Trujillo y muchos más. Hay que agregar
que la mayor parte de estos maestros del arte e industria litográfica,
editorial e impresora, posteriormente, cuando se suscitó el éxodo masivo
zacatecano a la capital del país, descollaron en la metrópoli en los diferentes
ramos de su competencia. De acuerdo al testimonio de Enrique Salines Enríquez
correspondió a los maestros Ezequiel Saucedo, Fernando Rodarte y J. Guadalupe
Escobedo ser protagonistas del nacimiento, en su estancia en la gran
metrópoli, de la Confederación Regional
Obrera Mexicana (CROM).[11] La obra de Nazario Espinosa se extendió así
a la educación de sus paisanos, siendo recordado su magisterio por muchos
zacatecanos con verdadero cariño, por sus lecciones austeras, pues aun cuando
era severo en las enseñanzas y en la disciplina, siempre supo interpretar
capacidades y hacer hombres de trabajo y responsabilidad.
VI
La
trayectoria litográfica y como editor de Nazario Espinosa Araujo forma parte
medular de la historia de la imprenta en Zacatecas, pero también es capitulo a
considerar para la historia del arte en México, debido a la calidad de su obra
gráfica y a la organización empresarial alcanzada en el desarrollo de una
industria de reproducción mecánica que aunque moderna estaba hecha todavía a la
medida humana.
Se ha
dicho, y con razón, que el estilo es el hombre. La historiadora del arte de
origen belga Maestra Anne Leyniers ha sido la primera investigadora en ocuparse
del estudio de iconológico de la obra de Nazario Espinosa, destacando que el
gran caudal de imágenes del artista zacatecano da cuenta del impulso
modernizador y de las actividades productivas de la región en la segunda mitad
del siglo XIX y primeras décadas del XX. En efecto, la obra gráfica del ilustre
litógrafo da cuenta de las invenciones revolucionarias de la modernidad, tales
como la luz eléctrica, el telégrafo, la máquina de vapor, el ferrocarril y la
fotografía. El estilo publicitario que desarrolló el maestro de la estampa y de
la reproducción mecánica se caracteriza por sus elementos narrativos, que lo
diferencia de la concepción actual, cuyo diseño es más compacto, centrado en la
codificación de una idea o de una imagen seductora. El despliegue del
simbolismo gráfico y del lenguaje ideográfico abunda en la representación de
los símbolos patrios presentes en los informes gubernamentales, pero también en
etiquetas comerciales y anuncios comerciales, entre cuya s viñetas publicitarios se revela un gusto por los emblemas de los
diferentes oficios dominantes de la época, que son expresión de la pujanza y el
progreso en la capital del estado. Así,
el arquitecto es representado junto con los emblemas de su oficio, los
instrumentos de medición y dibujo; el médico por el caduceo; el boticario junto
con su mortero y maja; el cartógrafo por su mapamundi; el minero por su
martillo, pico y pala y el tipógrafo por la prensa, el rodillo y el busto de
Gutemberg.
El
gusto por la combinación tipográfica, por los relieves y garigoleos tenía como
sentido profundo el rescate del símbolo, inquietud que empezaba a despertar en
aquella época. La historiadora ha
observado con acierto que la tendencia iconográfica de Nazario Espinosa
constituye una especie de nuevo clasicismo de carácter ecléctico y universal y
de profunda identidad mexicana. En efecto, las composiciones complicadas del
artista, teniendo como esencia un estilo barroco sin voluntad barroquizante,
incluye equilibradamente elementos de la antigüedad greco-romana, del
renacimiento y del neoclásico, del
romanticismo, historicismo y del modernismo, más algunos rasgos de inspiración
gótica, siendo en resumen una expresión de raro e inusitado tradicionalismo
acorde al ritmo de los tiempos.[12] A
ello hay que sumar el desarrollo, prácticamente ilimitado, del diseño
tipográfico, encontrándose en la obra un sin fin de diseños para las formas
alfabéticas, algunas de ellas de verdadera astucia contenida, siendo frecuentes
los elaborados relieves así como la variedad, en una misma impresión, de tipos
e intenciones gráficas, las cuales van de la caligrafía manual y de la letra
palmer a las letras de molde, destacándose en este terreno una especial
abundancia en la imaginación compositiva y en la creatividad formal.
La
fundación de ciudades, como la de pueblos y familias, está edificada con las
piedras del mito. El mito estará siempre ahí, y es imposible borrarlo o
reducirlo a cenizas. Algo de ello tienen también las estampas litográficas que
se labraron en el Siglo XIX mexicano: están ahí como un fundamento, como un
origen a la vez último e irrebasable circularidad. Porque la litografía suma a
las artes gráficas una misteriosa dimensión, solo comparable al indefinible
poder de los espejos. A medio camino del arte del dibujo y de la técnica de
reproducción mecánica, el grabado en piedra resulta así una semilla intencional
cuya potencia puede actualizarse y multiplicarse y crecer en extensión hasta
alcanzar los miles de ejemplares.
Hoy
los eventos históricos en cuanto tales, vistos por el historicismo europeo en
el Siglo XIX como hechos últimos, comienzan a perder el poder de su autonomía,
siendo considerados ahora sobre marcos más generales: el de la cultura, el del
destino de un pueblo, etc., pues comienzan a ser mejor considerados en lo que hay en ellos de
símbolo, esto es de fuente y origen. La perspectiva histórica hoy en día
aprecia los hechos pero ya no en sí mismos, ni siquiera para integraros a una
serie de hechos humanos que le preceden, sino como la clave, la llave o el
puente que nos permiten comprender a una época –porque el símbolo totaliza,
globaliza y enmarca, ya no interesando tanto la historia de un hombre en sí, ni
su categoría social o económica, sino su destino: su símbolo. A ello hay que
sumar que el pensamiento simbólico y su profunda tradición se refugió en ese
siglo, más que en la iglesia o en la francmasonería, en las artes de la
estampa, particularmente en el arte litográfico. Cuando menos el minucioso
simbolismo filtrado en las piedras labradas por el lápiz de Don Nazario
Espinosa así lo probaría. Es cierto también que están presentes los símbolos y
signos de los tiempos, de un periodo problemático y de transición entre dos
visiones del mundo y de la vida, que señala el paso de una atención en la vida
trascendente y de la cercanía con lo sagrado a la distracción de la vida
moderna en la inmanencia del ahora, al confort de los servicios, a la
accesibilidad de las clases medias a la multiplicación de las mercancías y su consumo, así como a la entrada de la
aceleración del tiempo histórico.
Existen escasamente tres retratos conservados de Nazario Espinosa: uno
de joven, que lo muestra dispuesto a enfrentar la tarea de la vida con ilusión;
vemos en él a un hombre discreto, soñador incluso, vestido a la usanza de los
tiempos; otro donde posa con su hijo Antonio, impresor litográfico; y otro más de viejo, estragado por el tiempo, que llama la atención por
mirada casi se diría que escéptica, desengañada; y la figura, un tanto
desaliñado, pero en la que se conserva una especie de arrogancia, de orgullosa
prestancia por la trayectoria alcanzada y por los logros de la obra realizada
tras medio siglo de creación de estampas litográficas y de constante producción
editorial. Hay un último retrato, pero esta vez realizado con la palabra, por
su hija menor, la Señorita María Magdalena, quien describió al artista
lapidario de la siguiente manera: “Complexión
mediana pero musculosa, erguido y de paso firme, cabello entrecano, ojos café,
bigote a la inglesa, estricto y determinante en su trabajo; e actividad poco
común a su edad, ponía a su persona el más elocuente ejemplo de laboriosidad.
Afable y servicial para con sus amigos y caballeroso y cortés hasta con los
contrarios a sus ideas formaban la característica del ilustre tipógrafo y
grabador a la edad de 80 años, tal y como la generosidad de los zacatecanos que
lo conocieron y trataron lo recuerdan.”[13]
Nazario Espinosa Araujo fue ejemplo sustantivo del nivel y desarrollo
alcanzado por el arte litográfico y las profesiones liberales en el centro del país, donde llegó a uno de
sus puntos más altos y a una de las últimas florescencias de su plenitud. A la
manera de inventor de la estampa en piedra Alois Senefelder (1771-1834), Don
Nazario Espinosa se retiró los últimos años de su vida a su estudio para dedicarse
a la reflexión y al arte de la pintura al óleo; pocas obras nos han quedado de ese tiempo, sobresaliendo
sin embargo el retrato del Apóstol San Pablo, de ardiente rostro y desmadejados
cabellos, cuyas proporciones clásicas no ocultan la piedad del evangélico
semblante; figura que ostentando luengas barbas níveas se presenta leyendo en
una moderna impresión el libro eterno -como símbolos todos ellos de las
virtudes morales máximas: la Frónesis, (que es la prudencia); la Templanza,
entendida como contención, pero sobre todo como don de la propia persona o el
dar de sí; el Nous o inteligencia, que es el fuego penetrante de la intuición y
de los arquetipos inamovibles o de las formas puras; la Sofía, entendida como
desarrollo y amor por las cosas más sencillas y pequeñas, también por aquellas
más grandes y que son propias del espíritu; y la Fortaleza, o resistencia interior,
de sobreponerse resignadamente a la adversidad.
La obra y vida de Nazario Espinosa, como la de
otros litógrafos de la época, se presenta así como un invaluable testimonio
gráfico de todo un periodo promisorio y optimista del centro de la república,
en donde puede leerse también toda una interpretación y recreación de la
historia en la que se vislumbraba el centro axiológico de un esplendor futuro,
hecho a tercias partes de emoción trascendente, de técnica de reproducción y
del arte de la representación. Visión esencial de la tierra también, de la
tierra colorada de Zacatecas en la que algo del sabor del cinabrio y a la que
artista se trasplantó para crecer, echar raíces y prodigar sus frutos, dejando
para nosotros como patrimonio intangible una visión de la cultura, cuyas temas
y problemas calan hasta nuestro futuro, hoy presente, la cual él mismo artista
dibujó, componiendo a manera de exhorto, de oración y de acción de gracias,
como símbolo pues, una espléndida quinteta, a la vez bizarramente barroca y
modernísima, que reza:
“¡Zacatecas, tierra de Dios
y de María santísima,
futuro puerto de mar,
donde en las noches apagamos las luces
para que no nos confundan con Londres!”.
Victoria de Durango,
7 de marzo de 2014
[1] Víctor Ruiz Meza: Apuntes para la Historia de la Litografía en Toluca en el siglo XIX,
México, 1948. Junta Mexicana de Investigaciones Históricas.
[2] Manuel Toussaint, La
Litografía en México en el Siglo XIX. Sesenta facsimilares con las
mejores obras. Estudios Neolitho, M. Quesada. B. México 1934. Con un Prólogo de
Enrique Fernández Ledesma, Director de la Biblioteca Nacional.
[3] El hijo primogénito, Enrique
Espinosa Dávila, casó con María de la Mercedes Gonzales Flores (1881-1946), de
Guadalupe, Zacatecas, hermana del célebre literato y editor Don Jesús B.
González (Bufalmaco). Tuvieron 12
hijos: Bertha, que murió de niña (1902-1907);
Antonio (1904-1970); Enrique (1905-1944); Consuelo (1907.1979); Bertha
(1909-1985); José Luis, quien murió en la cuna (1910); José Nazario
(1912-1995); Carlos (1915-1979); Mercedes (1917-1999); José Luis (1919-2002);
Salvador (1922-1980), y; María Aurora (1923.2003). Guadalupe casó con Don
Enrique Ibargüengoitia (1807-?) y tuvieron sólo un hijo, Joaquín Enrique
(1913-?). Aurora casó con Don Agustín Álvarez (1870-1909), tuvieron sólo un
hijo, el Arquitecto Roberto Álvarez Espinosa (1892-1884), quien casó a su vez
con Consuelo del Valle Arispe (1893-1895), de Saltillo, hija del gobernador de
Coahuila Jesús del Valle, y hermana menor del Bachiller Don Artemio del Valle
Arispe. Se cuenta que Don Nazario acepto como hijo natural a Manuel Espinosa
(1872-?), hijo de una mujer humilde, quien fue impresor en los taller y murió
joven.
[4]
Un año antes de la llegada
de Don Nazario Espinosa a Zacatecas comenzó a trabajar, en 1861, la tipografía
de la Escuela de Artes y Oficios, situada en el Callejón del Cobre, a cargo del
Sr. Mariano Mariscal, siendo impresor en ese taller desde 1871 el Sr. Juan
Luján, empresa que estuvo en actividad hasta 1893.
[5] Friederich Katz, Pancho
Villa. Tomo I. Editorial Era, ICED, CONACULTA. Traducción de Paloma
Villegas. Págs. 398 a 404.
[6] En la actual Avenida Hidalgo, antes llamada Calle Real y luego Calle de la
Merced Nueva, se encontraba las Antiguas Casas Consistoriales o Casas Reales de
los Intendentes, que es donde se encuentra hoy en día el Hotel Santa Lucía. En
ese edificio estuvieron por dos semanas, del 20 de Agosto a 5 de septiembre de
1811, las cabezas decapitadas del Cura Hidalgo , Allende, Aldama y Jiménez, en
tránsito para la Alóndiga de Granaditas, Guanajuato, en donde para escarmiento
del pueblo fueron las cabezas colgadas cada una de una esquina, donde
permanecieron hasta 1821, hasta que finalmente fueron sepultadas en la Columna
del Monumento a la Independencia conocida popularmente como “EL Ángel”.
[7] El Sr. Mariano Elías fundó la “Tipografía Moderna” en 1906, la cual
permaneció hasta la muerte de su dueño 1927, localizándose primero en la Calle
de Arriba #2 (Av. Guerrero y Allende) y luego en la Avenida González Ortega, la
cual fue también intervenida, por el General Eulogio Ortiz, y luego entregada a
su esposa la Sra. Elías, quien en 1946 se la llevó a Chihuahua.
[8] El costo estimado de bienes
habría sido el siguiente: el valor de la finca donde se encontraban los taller
ascendía a 19, 248 pesos; el de la imprenta con máquinas y útiles a 15, 644
pesos; el del taller de litografía con máquinas y útiles a 23, 584; la
encuadernadora a 6 652 pesos; el de la caldera de vapor que proporcionaba la
fuerza motriz a 5, 530 pesos; las mercancías a 12, 871 pesos; más los muebles y
enseres de ambas imprentas a los que sumaba los útiles del fotograbado por
cerca de 3, 000 pesos más. Los adeudos
diversos y documentos a pagar sumaban 32 mil pesos. Todo lo cual daba un
resultado de más de 56 mil pesos libres de polvo y paja.
[9] En la Plaza Miguel Auza, en los
bajos del edificio que fuera el Hotel Zacatecano, estuvo en 1905 la “Imprenta Literaria” del Señor Domiciano
Hurtado, quien publicaba ahí el periódico “El
Correo Zacatecano”, dirigido por Mariano Elías. Otra imprenta que estuvo en
esa calle hasta 1909 fue “La Imprenta de
Thomas Lorck”, estando situada en la Antigua Plaza de San Agustín #21.
[10] En el libro de viajes del
italiano Alfonso Doleiro, México
al Día, Impresiones y Notas de Viaje (Librería de la Viuda de C.
Bouret, Paris-México, 1911) el autor refiere que en su visita a la imprenta de
Don Nazario “Nos causó maravilla la
perfección de los trabajos que ejecutan en aquella Casa, Bornetti me hizo
observar la perfecta imitación de un anuncio a colores que figuraba Tosca
cunado pone el crucifijo sobre el pecho de Scarpia”. Por su parte Juan A. Pérez, en su Almanaque Estadístico (México, 1876, Pág. 679), consigna que
Don Nazario no omitió esfuerzos para desempeñar al mejor su trabajo,
adquiriendo en 1876 una magnífica prensa mecánica, de las últimas
perfeccionadas, fabricada en París en ese mismo año.
[11] Enrique
Salinas, Miografía Litográfica Zacatecana, Fundación Roberto Ramos
Dávila, A. C. Zacatecas, México. 1ª ED. Mayo de 2000, Pág. 23.
[12] Anne Leyniers, “Nazario Espinosa: Comentario Estilístico”,
publicado por el Suplemento Trópico de
Cáncer de El Sol de Zacatecas, Año 1, # 52, Domingo 8 de Abril del 2001.
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