sábado, 16 de agosto de 2014

Poemas de Tierra del Alba Por Alberto Espinosa Orozco

Poemas de Tierra del Alba
Por Alberto Espinosa  Orozco


Caímos

El viento turbulento hace estragos
al recorrer las galerías interiores:
las faltas, las angustias, rebeliones,
sordas presiones, cenizas que dejó,
como sus huellas, el fúlgido relámpago;
más allá, el oprimente cubo que de pronto
se incendia entre la arena con la noche
y el cilindro que se ahoga gota a gota
al estrecharse amurallado contra el pozo
dejando el cuenco de las manos roto.

Así caímos de la gracia del Señor,
caímos, y la desdicha cayó como una roca
sin dejar memoria de aquel gozo,
barriendo con las briznas de perfume
que dejaba su presencia inmarcesible;
nuestra barca zozobrante se fue a pique
distante de la playa de hermosura
en la hora amortajada que se hunde
en los ojos sin luz, completamente ciegos,
por al terrible estrago de los yerros.



El Regreso

Este mundo que hallo tan ajeno
que nunca ha sido ni presente o mío
que no encuentro en mis pasos distraídos
que nunca arraiga en el instante
en que sitiado habito; este mundo,
en fin, tan poca cosa, amurallado,
evanescente, extraño, desteñido, ahíto
de no ser más que un reflejo colorido;
este mundo que va ciego entre sus luces,
infestado por el crimen y las cruces,
se diluye entre mis pasos peregrinos
por entre un sendero de polvo, roído
por el tiempo, erosionado, subsumido
bajo el espectral fantasma del olvido.


Alma Mía

El alma se hunde en el cuerpo del hombre
como el hueso se hunde en la carne del fruto:
pero no es un hueso, es un pasar, un uso ya sin peso;
el alma duerme, sueña, en el cuerpo de los días,
pero despierta al roce de otro cuerpo que, incorpóreo,
celebra la forma de otra idea en el cuerpo de otra forma,
caminando por un tiempo, monocordes, al desplegar
conformes los cuerpos las miradas del alma sensitivas.

El alma se funde al cuerpo del hombre, más no
sólo por hambre de la caduca carne sino por sed:
por sed de vivir, para insuflar en los sentidos
la voluntad del aire: la dulce música en los ojos,
en la escucha la luz de las caricias, para hacer volar
sobre la espalda el cuerpo con las alas que viajeras
nos levantan del alma prisionera, para ir lavando,
ente las nubes pasajeras, el canto de la carne de la tierra.





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