Ángel
Zárraga: Laicismo y Nuevo Clasicismo Mexicano
Por Alberto
Espinosa Orozco
I
Junto con Fermín Revueltas, Ángel Zárraga
fue el mejor pintor durangueño de la primera mitad siglo XX y universalmente el
pilar trasatlántico de la Escuela Mexicana de Pintura, pionero ultramarino de ese singular
renacimiento inscrito en nuestra cultura nacional, sacudida por las tremendas
olas icónicas monumentales del movimiento muralista mexicano -arte de tesis
o programático, a la vez perfectamente público y de vocación eminentemente
educativa.
Tanto
por su obra como por su personalidad Ángel Zárraga es el pintor mexicano más
importante en la primera mitad del siglo XX en Europa. También lo es que la
vieja política oficial y su corte nacionalista, embozada en un socialismo autoritario,
algunas veces tenebroso y perfectamente reaccionario, han querido ocultar y
hasta desviar el sentido de la modernidad filosófica de su obra, debido a su claro
carácter espiritual e incluso específicamente religioso –toando hoy en día a
los humanistas y científicos sociales, tanto durangueños como metropolitanos, sopesar
el lugar específico que le corresponde al pintor en la zaga de la cultura
nacional. Porque si una tarea ha dejado pendiente los herederos de la Revolución
Mexicana ésta ha sido la tarea crítica y de valorización de algunos de nuestros
artistas murales, cuyas raíces se hunden en el subsuelo más íntimo de nuestra
cultura –y ha sido el dogmatismo y las ideologías políticas las que, ya por
miedo ya por sustentarse en místicas fallidas, han impedido tal revalorización.
Empero, puede argüirse que es la cultura el sentido mismo de la historia
humana, no por sí misma, sino por lo que sucede entre sus obras y nosotros: es
decir, por lo que significan sus símbolos y al hacerlo, también nos significa a
nosotros mismos, haciéndonos así partícipes de un origen y de un destino: de
una patria ideal y espiritual. Vamos, pues, a los símbolos, a los hechos de
cultura.
Como
a pocos estados de la Republica a Durango le ha correspondido entre sus
privilegios la prodigalidad de las riquezas materiales, también el don de sus
riquezas humanas y de sus artistas –que forman conjugados el cíngulo áureo y de argento de su corona en
que se engastan como adorno las brillantes joyas estéticas labradas por sus
artistas. En la llamada Escuela
Mexicana de Pintura, oficialmente coronada por las cumbres de los
muralistas José Clemente Orozco (1883-1949), Diego Rivera (1886-1957) y David
Alfaro Siqueiros (1896-1974), deben contarse una corte de poderosos astros
mayores que los acompañan. Presentes en el segundo plano, como difuminadas en
las lejanías del noroeste mexicano, se levantan otras simas del esplendor artístico
y estético, que potencian y dan la plenitud de su rica coloratura a la Escuela Mexicana:
me refiero a los dos titánicos talentos durangueños de Ángel Zárraga
(1896-1946) y Fermín Revueltas (1901-1935) -seguidos cronológicamente por los
maestros muralistas Francisco Montoya de la Cruz (1907-1994) y Guillermo Bravo
Moran (1931-2004).
Aunque muchas veces ignorados por la crítica
y la cultura oficial de su estado, esos genios regionales del arte nacional
representan, por su valor como ejemplo de vida y en el profesionalismo de su
obra, sendas concepciones del hombre, de México y el mundo, situándose a la
altura histórica que en suerte les tocara vivir, para dar testimonio de ella,
colaborando así a dar sustancia visual a
los ideales más acendrados de la patria, siendo por el testimonio de su obra
personalidades históricas, que trascienden los límites de su existencia
individual y cronológica, para ser presencias vivas en nuestro horizonte,
montañas fuerza y faros de luz, inamovibles ante las turbulencias históricas,
muchas veces procelosas, del agitado río del nuestro tiempo. La historia de
Ángel Zárraga Argüelles complica así, junto con las aportaciones de su obra, el
dilatado mundo de la más alta y profunda cultura estrictamente contemporánea
mexicana, alzándose junto con sus picachos entre sus cimas, siendo su
significación actual y plenamente contemporánea. Significación retardada en el
tiempo, como decía, pues a Zárraga achacan los rancios nacionalistas
revolucionarios el haber vivido por 40 años, sus años más fecundos, en Francia.
No sólo eso, también el ser su obra espiritual y acendradamente humanista,
incluso mística y de carácter religioso, cuyos valores esenciales o absolutos
muestran, por contraste, la relatividad de la fe en el progreso y la fragilidad
de las modernas religiones inmanentistas. Más allá de todo eso, sin embargo, se
encuentra la edificación de la cultura como la obra de fundacional de un
pueblo, que hunde sus dilatados cimientos en la roca para levantarse como un
templo. Por ello, las piedras de su construcción son piedras mitológicas, en
cierto modo impermeables al fragoroso azar, ajenas tanto a las contingencias de
la voluntad humana como a las vicisitudes del tiempo. Catedral de roca que escapa
al devenir, más no a la historia, porque es propio de lo eterno tener todo el
tiempo memoria y conciencia de ´sí mismo, estando sus piedras hechas para
fundar definitivamente –por más que el fluido aéreo de sus luminosas ondas
expansivas se le oculte y tarde en llegar hasta sus propias costas.
II
Ángel
Zárraga nació en la Ciudad de Durango, en el barrio de Analco, el 6 de agosto
de 1886 y murió en la Ciudad de México en 1946, a los sesenta años de su edad.[1]
Fue hijo de un prestigiado médico de
ascendencia vasca, Fernando Zárraga Guerrero, y de Guadalupe Argüelles, de
ascendencia francesa, quien lo enseñó desde pequeño las oraciones a San Jorge y
al Ángel de la Guarda, a rezar arrodillado y los misterios del culto y la vida
religiosa.
Su padre, Don Fernando Zárraga
Guerrero, hijo de Juan Antonio Zárraga, de origen vasco, nació en 1861 en la
misma ciudad de Durango, y se le reconoció como un prestigiado médico. En la
Escuela de Medicina de la ciudad de México impartió las cátedras Obstetricia,
Anatomía Topográfica y Clínica Quirúrgica, para luego fungir como director,
también fue presidente de la Academia Nacional de Medicina, y años después, en
el desaparecido Hospital Juárez, un pabellón llevó su nombre. Hombre de
desarrollada sensibilidad artística, estimuló las bellas artes en su hijo
Ángel. Deseaba que se dedicara, igual que él, al estudio de la medicina, pero
al advertir los intereses artísticos de su hijo, lo impulsó para que llevara a
cabo su vocación de pintor. El mismo Ángel Zárraga comentaba que tenía cuatro
afectos: "su padre, un self-made-man, médico alto y fuerte, Tiziano, El
Greco y Velázquez".
Por medio de su madre de ascendencia francesa, Guadalupe Arguelles, el
pequeño Ángel obtuvo sus primeros conocimientos del francés, así como el
acercamiento a las enseñanzas religiosas que, junto con las oraciones
aprendidas en casa, lo acompañarían toda su vida y que sembraron en su carácter
una profunda devoción cristiana presente en gran parte de su producción
plástica. Sobre sus años de infancia Zárraga rememoraba: “En esa recámara, mi
madre, que se llamaba Guadalupe, como la virgen nuestra, tomaba mis manos
infantiles y arrodillado me enseñaba aquellas oraciones [...] y era la oración
a San Jorge para protegerme de las ponzoñosas [...] y era la oración al Santo
Ángel de mi Guarda luz y compañía", guiándolo así por los caminos del
mundo y del ultramundo.[2]
Sus hermanos fueron Francisco, Guillermo, María e Isabel, así como Fernando,
Guadalupe y Luz, quienes murieron de niños.
En el año de 1893, Ángel Zárraga tiene que
trasladarse con su familia, a los 7 años
de edad, a la Ciudad de México, debido a un infortunado descuido profesional de
su padre, quien no obstante llegó a ser en la gran urbe notable catedrático de
la Escuela Nacional de Medicina.
Apenas dos años
mayor que su contemporáneo el poeta zacatecano Ramón López Velarde, el pintor
de origen durangueño se traslada en 1893 a vivir a la Ciudad de México, a los 7
años de edad, en compañía de su familia. Sus primeros estudios los realizó en
la Escuela Anexa a la Normal, la misma en la que iniciaron su formación otros
destacados intelectuales mexicanos, como Alejandro Quijano y Jaime Torres
Bodet.
En 1899 ingresa a
la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, teniendo como maestros a
José María Vigil, Justo Siena, Manu Parra, Amado Nervo, el filósofo Ezequiel A.
Chávez y al poeta y profesor de literatura clásica Pedro Arguelles -quien a la
sazón era hermano de su madre Guadalupe y, por otra parte, bisabuelo del escritor Guillermo Scheridan.
En aquel entonces Zárraga escribía prosa y dibujaba .algunas caricaturas y
retratos sobre tarjetas postales, las cuales vendía cono éxito en la casa
Pellandini solventando así sus gastos con las ganancias.
Hacia 1902 y 1903, cuando tenía escasos
dieciséis años, fue motivado por los
grandes poetas Luis G. Urbina. J. J. Tablada y Amado Nervo para que publicara
sus primeros versos en la Revista Moderna, y tres años más tarde, Rubén Darío
incluiría en la Antología de Poetas Hispanoamericanos, de Manuel Ugarte (1906),
dos de sus poemas, escritos en Bruselas en 1905. También realizó diversas
viñetas que ilustraron la afamada revista, la cual agrupaba a los más excelsos
escritores, también colaboraría con alguna epístola para la revista Savia Moderna.[3]
Posteriormente estudia en la Academia de San Carlos, teniendo
como compañeros a Diego Rivera y Saturnino Herrán, sus estrictos contemporáneos.
Orfebre del claroscuro aprendido del maestro generacional Germán Gedovius y del
neoclasicismo de Santiago Rebull, y pronto se impregna del simbolismo funerario
de Julio Ruelas, formándose en los rigores más exigentes del oficio, lo que le
permitiría desarrollar una técnica segura y triunfante. A Carlos González Peña
le confesaría un día Zárraga no sólo que Julio Rulas fue su primer maestro,
sino que tuvo el privilegio de ser su único discípulo. En efecto, por arcano
afortunado en 1903 se le otorgó al grabador zacatecano la dirección del Taller de Modelado en Yeso, donde por
afinidades electivas imanta al joven Ángel Zárraga, marchando al finalizar ese
año a Paris, donde muere de tuberculosis en 1907 a los 37 años de su
bohemia edad.
Para descifrar los misterios del simbolismo que
tan poderosamente lo atrajeran, Julio Ruelas (1870-1907) tuvo que viajar en 1892 a Alemania, becado por
Justo Sierra, para estudiar dibujo en la Academia de Artes de Karlsruhe, profundizando en el estudio
del grabado al aguafuerte en la capital francesa, en taller del grabador Joseph
Marie Cazin. A su regreso Ruelas se refugió en la Revista Moderna de José Juan Tablada, Amado Nervo, Luis G.
Urbina y Rubén Darío, dirigida por Jesús E. Valenzuela, desarrollando la
imaginación sombría en sus viñetas macabras, donde desfilan el dolor de la
angustia y el tormento de los suplicios fantasmales que roen el alma para
dejarla en ruinas.
Ángel
Zárraga quedó marcado desde el principio por el simbolismo vanguardista en boga
representado inmejorablemente por Julio Ruelas, pues tal corriente estética era
una respuesta a la época y a la altura histórica, reaccionando en contra del
racionalismo y materialismo científico positivista reinante en aquella época, al
expresar los estados del alma extremosos, bajo el escorzo de los temas
extremosos ellos mismos: la enfermedad, la muerte, la pasión sexual y los
terrores ocultos de la crueldad o del pecado, hasta incursionar por los
pasadizos y precipicios de lo sobrenatural, el misticismo y el ocultismo.
Pronto el joven artista queda inscrito al grupo del poeta y fiel amigo José
Juan Tablada y para 1903 ingresa a la Revista Moderna como escritor y viñetista, gracias al
reconocimiento de su primer maestro, el enigmático y perturbador grabador
zacatecano Julio Ruelas, de quien aprendió los principios de una especie de
exquisito simbolismo, de carácter fantasmagórico y alemán –en donde hay que
buscar, junto con José Clemente Orozco y su maestro Posada, las raíces y el
humus primordial del más profundo simbolismo mexicano.[4]
En 1904 Ángel Zárraga emprende
el viaje a Europa, del que regresó después de 37 años. Ya en París, una década después de aquel
afortunado inició espiritual, pinta su Martirio de San Sebastián (1911),
tomando como modelo a su amigo Modigliani, por lo que en París es comparado con
Fra Angélico y Tintoreto; también el extraño y suntuoso lienzo de profundo
hieratismo: La Adoración de los Reyes Magos, que fue la
admiración del Salón de Otoño
de París en 1912, sólo comparable con las obras de los más altos maestros del
género: Gustav Klimt, Gustave Moreau y Dante Gabriel Rossetti, pues en él logra
la difícil conjunción entre la modernidad y su necesidad de riqueza (gloria)
con sus enseñanzas del simbolismo en su fase espiritualista: el de la evocación
y apoteosis de la gloria en la inmortalidad de lo divino.
Ángel Zárraga vivió en Europa 37 años, de
1904 a 1941, siendo finalmente testigo de la destrucción moral y material de
Europa al iniciar la Segunda Guerra Mundial. En ese lapso de tiempo visita su
patria solamente en cuatro ocasiones: en 1907, 1910, 1914 y 1929, siendo esta
última especialmente desafortunada por las turbiedades del clima político
creado por sediciosos y calumniadores de buró, quienes en delirantes filosofías
especulativas sospecharon de su desarraigo para acusarlo de antinacionalista,
clerical y hasta de cristero. Vuelve definitivamente a México en 1941; muere un
lustro más tarde, en 1946, cuando pintaba uno de sus murales más importantes en
la Biblioteca México de la Ciudadela, el cual quedó
inconcluso, realizando sólo uno de los cuatro paneles proyectados.
III
En 1904, a los 18 años de edad,
apoyado por Justo Sierra, inicia en Francia su peregrinaje europeo. Estudia en
Bélgica, en la Academia Real de Bruselas, las antiguas técnicas pictóricas; luego
viaja a España y se inscribe en el taller de Ignacio Zuluaga y posteriormente
en el de Joaquín Sorolla (1905-08); estudia en el Museo del Prado a el Greco, Tiziano, Goya y Velásquez y en
Italia a los maestros del renacimiento florentino, especialmente a Botichelli y
el Tinttoreto (1910), hasta que se
establece definitivamente en París inscribiéndose en la Academia de Bellas
Artes (1911), pintando y dibujando sin descanso bajo la influencia de El Greco
y Zuloaga, para desarrollar luego un personal simbolismo, el cual se expresa
plenamente un su obra mural con las notas de un clasicismo romántico de elevada
serenidad y espiritualidad.
Puede decirse del pintor que tuvo una
madurez precoz. En las primeras obras maestras de Zárraga se muestra como todo
un maestro del realismo costumbrista español... a los 20 años de edad. De esa
etapa son los lienzos Mujer de Sevilla, El Hombre del
Paraguas, Retrato de una anciana (Toledo, 1906) y La
mala Consejera (Segovia, 1907), La mujer del espejo
(1907), El viejo del escapulario
(1907). Estudio de Cabeza de Mujer (1908). Retrato de Mujer
(S/F). Telas en las que logró fijar y exteriorizar con una sensibilidad
insólita el gran drama humano. Expresó como ninguno otro los diversos estados
del alma española provinciana y pueblerina, sumida en el estancamiento
histórico y en la decadencia espiritual. Tomó sus modelos de los tipos
populares, registrando el carácter étnico en sus modelos callejeros, sumando al
ascetismo de la pintura española la gracia florentina, para poder expresar una
esencia histórica de la cultura peninsular y más aún: de la condición humana.
Sus figuras no son así personajes cualesquiera, sino caracteres populares, que
son más que tipos verdaderos arquetipos o figuras esenciales de un pueblo.
Así,
Ángel Zárraga, hombre de inspiración razonada y de carácter metafísico, supo
por ello vislumbrar un foco orientador religioso y desarrollar de tal manera
una especie una especie de mística.
Desde temprano dominó el arte del retrato, el cual consiste para el pintor en
trasportar la expresión psíquica del retratado al resaltar un rasgo sobre los
demás, que surgen amortiguados o atenuados, contribuyendo a realzarlo en la
unidad de un carácter. Pinto no sin piedad las misteriosas congojas y pésames
inevitables del pueblo español (El viejo del escapulario) y las
atmósferas de maleficio de la jadeante miseria (La mala Consejera,
La mujer del espejo), no menos que cifrando en algunas de sus
figuras la divina gracia de la radiante esperanza que no muere aún en la
resignación irónica (Estudio de Cabeza de Mujer). En efecto, bajo
la dirección e influencia de Sorolla y Zuluaga alcanza sus más perfectos
retratos psicológicos o de tipos humanos, logrando la majestuosidad del
claroscuro.-siendo comparado en Europa por ello con el Españoleto.
Se ha dicho que lo luminoso o lo auroral es
lo esencial en la obra de arte. Es verdad. Porque a pesar de que en esa época
el pintor revela los terrores y profundos secretos del alma española, no hay
que obviar el hecho de tratarse de uno de los sentidos de la cultura mexicana,
siendo por ello sus pinturas poderosos cristales de refracción de nosotros
mismos, de una de nuestras raíces, es cierto, muchas veces sumidas en las
sombras de la decadencia, en que les dejó la caída de la grandeza conquistada
en las colonias explotadas de ultramar.
III
El
movimiento cubista lo iniciaron los pintores olvidados Meztinger y Alberto
Gleizes, acompañados por el parco pintor español Juan Gris, por el rudo y voluntarioso
francés Fernando Léger y el astuto
italiano sin imaginación plástica Severini; Diego Rivera, Pablo Picasso, el
poeta Guillaume Apolinaire y Ángel Zárraga completaban la baraja.
En efecto, el hoy abuelo y tatarabuelo del
arte durangueño Ángel Zárraga, encabezó
marginalmente junto con un puñado de inmigrantes latinos y un cuarteto de francés,
el movimiento más importante que sacudió la estética contemporánea, cerrando
con broche y oro los límites extremos del arte de la representación y la figura
–por lo que no es de extrañar que la imagen de México con todo su exotismo se
repitiera con frecuencia ente los grupos cubistas.
En
efecto, junto con George Braque y los españoles Pablo Picasso, Juan Gris y el
mexicano Diego Rivera, experimentó una especie de geometrismo extremo de feroz
facetismo, diríamos ahora de-constructivo, en cierto modo derivado de Paul Cézanne
(1839-1906) y Heri Matisse (1869-1954), para crear el cubismo sintético, grupo
que por tal aportación al arte universal es conocido como la Escuela de París, en cuyo núcleo,
el Centro de Arte Vanguardista,
se investigó las formas adaptables a la geometrización angular y la concepción
sintética del movimiento -taller y tertulia en la que giraban Jaques Villón, Marcel Duchamp, André Lothe,
Robert Delaunay y Francis Picabia. El artista mexicano formó parte también de
la Asociación de la Sección de Oro
de Léger, Picabia, Gleizes, Metzinger, Duchamp y Juan Gris, donde Ángel Zárraga
aportaba a la discusión teórica del grupo los exquisitos conocimientos sobre la
proporción aurea o la divina mesura, secreto
de secretos aprendidos en la Academia de San Carlos gracias a las
lecciones del maestro Alberto Lanndesio,
Santiago Reboul y Germán Gedovius[5]
Difícil hoy no aquilatar la grandeza y magnitud de su hazaña.
Porque la experimentación vanguardista es la consecuencia última en el
plano estético de los movimientos revolucionarios de inicios del siglo XX. Empero, la verdad es que el cubismo no fue
sino una reacción antiimpresionsita, un formalismo o mera búsqueda de la forma
surgido del fauvismo y su especulación del color por parte de “las Fieras”. La raíz del dogma cubista
vino de la sentencia de Cézanne: “¡Todo
es cilindros, conos, esferas!” –y de la arquitectura moderna, habría que
agregar, naval, aérea. Sin embargo, el principio de la fisura ocurrió cuando
Zárraga agrega a la intersección de los planos
las relaciones complementarias de las formas y los contrastes
simultáneos de las formas mismas... y el conflicto terminó en desastre. Porque
la consecuencia del movimiento revolucionario cubista fue su pronta osificación
en ortodoxia, en donde todo se estropeó, desgarrándose entre equipos rivales. Y
es que sumados al equipo teórico entraron en escena los poetas Jean Cocteau, el
viajero suizo Blaise Cendrars y Pierre Reverdy, siendo éste último quien
termina por imponer una dictadura puritana que prohibía pintar retratos y
paisajes, admitiendo sólo las naturalezas muertes de mesas de cafés y guitarras
–intento, pues, de reducir sintéticamente a los Picasso, Rivera y Zárraga a meros epígono del limitado Juan
Gris.
Desde temprano Zárraga presintió el peligro
latente en una abstracción excesiva, limitando el intelectualismo abstracto de
los franceses en una reconciliación con el neoclasicismo –operando empero en su
pintura la experiencia cubista una revolución de fórmulas emancipadas y el
rigor sereno en el uso del color. Para Ángel Zárraga l´avant garde fue, en su conjunto, un error, una experiencia
equivocada, un movimiento frustráneo que llevaba en si los gérmenes de su
propia ruina, pues acarreaba como consecuencia una dolorosa enajenación mental,
producto de la abstracción de los otros, de sí mismo y de Dios. Porque en el
fondo las ideas de Gustave Couvert sobre la pintura por la pintura, implicaban tácitamente la negación de
la tradición –particularmente del ideal cristiano, cimiento profundo en la
historia del arte occidental.
De ahí vino el desastre que acarreó todos
los desastres: ser hijos de una época sin fe, sin otro anhelo que resolver
insolubles problemas técnicos, donde se olvida que la vida no se resuelve en
pinturas, sino que las pinturas son sólo un medio de dar testimonio de un valor
espiritual. Zárraga responde a la mexicana con radicalismo religioso… y con
radicalismo francés: vuelve primero a los principios estéticos del
renacimiento, a las bellas líneas y los bellos colores en la celebración
dinámica del cuerpo humano, para remachar luego en el mismo clavo neoclásico,
con el propósito de reconfigurar el arte humanista y religioso contemporáneo.[6]
Aquella experiencia frustrada dejo, no
obstante, cuadros memorables -acaso el mejor de todo el cubismo, el lienzo del
poeta español El Lector Juan Ramón
Jiménez.[7] Obra
revolucionaria de pureza mística y perfección áurea, que pasó con sus jugos
nutricios por nuestras narices como un fruto maduro sin que muchos ni siquiera
se acercaran a olerlo. El pintor durangueño, que desde un principio derrotó en
Europa todo escepticismo sobre sus subidos méritos, especialmente en el arte
del retrato, aporta así a la tradición del arte una imagen perfectamente
cubista... pero viva - pues junto al esquematismo y fragmentación que le es
propio al estilo, junto con la desecación de la forma, el desmenuzar de los
volúmenes y la descomposición del color, hay en la estructura geométrica
buscada no sólo el peso y la densidad de los volúmenes sólidos con sus efectos
lumínicos, sino algo más: el encuentro con una especie de aura en calma, cuya
fija firmeza, por decirlo así, nos da en un hojear de su presencia estructural
la representación del poeta (del más alto poeta intelectual español de la
primera mitad de siglo), en gélidos términos de rigurosa arquitectura, es cierto, más mágicamente compensada por la calidez
conmovedora del color.
IV
Sin embargo, la experiencia vanguardista fue
una experiencia generacional fallida, incapaz de trascender el positivismo
impreso en la luz amarga tras la inocente sonrisa auroral del impresionismo (Retrato
de Auguste Renoir, 1919). En efecto, de la claridad de la mera
impresión sensible se derivó una cruda calamidad: la de un arte sin excelsitud
y hasta mezquino, vacío de trascendencia. Al ver y vivir las consecuencias
arrojadas por el movimiento, Ángel Zárraga queda enfermo y horrorizado y vuelve
entonces a los principios clásicos y neoclásicos del dibujo de la anatomía
humana y el denudo femenino, encontrando en una pintura deportiva formidable la
esencia del hombre genérico.
¡Volver a las fuentes!, es entonces su
divisa: ¡al estudio del hombre! –que para él se resolvió como una vuelta lúdica
al estadio y una vuelta lucida a la Iglesia. En efecto, en medio de la más
profunda de las crisis que le tocó vivir, el pintor vio como nadie que nuestro
tiempo ofrece dos expresiones diferentes de la vida: una física y otra
espiritual. La física tiene su esencia en los grandes estadios deportivos: la
espiritual en los templos. Así, en el estadio estudia la celebración dinámica
del cuerpo humano y la comunión con la colectividad. Es precisamente en ese
periodo que Zárraga sale del cubismo para recuperar de nuevo el sentido de la
mecánica humana, sus movimientos armoniosos expresados mediante el culto
deportivo al cuerpo humano y a la precisión de los juegos, ejercitando su
naturaleza en el vigor corporal –explorando nuevamente así la maravillosa mecánica del cuerpo humano que
aprendió de niño cuando acompañaba a su padre el Dr. Fernando Zárraga realizar
la anatomía de los cadáveres.
En
efecto, en La bañista sus pinceles se empapan de color, de mar,
de aire y de oro viejo. Porque si sus figuras guardan siempre algo del
hieratismo hindú, propio también de nuestra cultura, en la frugalidad del
color, en la paleta restringida y en la inmaterialidad de las tinturas hay algo
de la elegancia añeja, de la decadente inercia ajada española, algo también de
la frugalidad franciscana propia al principio de belleza ascética y cristiana,
lo que da a la pincelada esa alquimia de gran finura y de prodigioso
naturalista sintético.
En
su primera estancia en París vivió durante años con una maestra de gimnasia y
deportista, llamada Junnette Ivanoff,
quien fuera además su modelo y protectora de 1919 a 1924 –otro
paralelismo con Diego Rivera, quien además de iniciar sus estudios europeos
practicando el costumbrismo español y de participar activamente en el
movimiento cubista, vivió asimismo de joven con una mujer eslava: la pintora
Angelina Beloff, su primera esposa.[8]
En efecto, la crisis de angustia profunda
que deja como herencia la guerra danzando en el fondo de París y las delirantes
discusiones teóricas del movimiento estético por él encabezadas, lo hacen caer enfermo en el año de 1918. Durante su
enfermedad decide organizar su vida, casándose con una bella y atlética joven
cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener oculto. Hay quien afirma que
no era rusa en realidad, ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino polaca, cuyo
verdadero nombre era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de una fuerte
personalidad, de gran porte, maestra de danza rítmica e interesada en los
problemas de estética. Se ocupa del pintor quien recupera la salud física y se
casa con ella en 1919, viajan a California para luego vivir juntos en el # 9 de
los Chaletres Talleres de la Cité
des Artistes, en el boulevard Argo. Son de esa época los cuados que
nos visitaron: Estudio de Mujer, 1917; Las Futbolistas,
1922; Mujer de Rosa, 1922; Naturaleza Muerta, 1922;
Paisaje S/F. Jannette Ivanoff fue también una futbolista de fama
y renombre, llegando a ser la capitana del equipo Les Sportivs de París,
que gana el campeonato de 1922, por lo que es retratada por el pintor junto con
las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y Thérese Renault.
En 1924 pinta una serie de
grandes lienzos sobre el fútbol, los cuales son comprados de inmediato por el
periódico Excelsior de París –y así como fuese el Fray Angélico
del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres del Fútbol. En efecto, en los
cuadros deportivos y del futbolismo Zárraga quiso expresar la mística de la
acción y de los deportes, donde desarrollar el valor de la voluntad y la fuerza
moral aportada por la disciplina. En realidad se trata de un empeño del artista
por volver al estudio del hombre y de su inalienable esencia. Así, el pintor
continúa su reflexión sobre la exterioridad expresiva del cuerpo humano, en
especial de la figura femenina, trasportando el lenguaje de la expresión mímica
humana en términos de un formalismo absoluto, aunque ciertamente amable y aún decorativo, con el cual logra profundizar en
la sicología y profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo,
alcanzando figuras no exentas de perfección y angélica monumentalidad.
Se le ha reprochado que en tal obra lo que
se expresa no es más que el culto a la
figura, al hedonismo del cuerpo, más que los valores clásicos de pureza y
serenidad. Algunos incluso han ido más allá, apuntando a la “transexualidad” de
los deportistas, a la visión de los sexos en una sola constitución humana. No
es verdad. Sin necesidad de ir tan lejos, lo que se puede decir más bien, como
no ha dejado la ciencia médica de denunciar, es el reconocimiento por parte del
pintor del fondo meramente biológico en las actividades deportivas. Época
efectivamente de hedonismo del cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el
artista en un retrato a su primo coterráneo, el actor Ramón Novarro
(1919-1920).[9]
A la búsqueda de valores clásicos de pureza
inmanente, el futbolismo de Zárraga añade empero una tesis de carácter social,
cuyo ideal es el de devolverle al pueblo pauperizado su bloqueado volumen de
voluntad y de fuerza moral mediante las disciplinas deportivas. Se trata, en
efecto, de una mística de la acción traspuesta popularmente a términos
deportivos, para enseñarla en México, donde abundan los soñadores, a
perfeccionar la molicie del cuerpo por el deporte.
A lo largo de su extensa obra el pintor
durangueño desarrolló efectivamente toda
una filosofía del cuerpo, refinando en ese tiempo su visón del movimiento, ya
que fue un gran aficionado a los estadios y a las competencias atléticas, a las
carreras de a pie, al fútbol, al básquetbol, a la natación, al rugby, al tenis.
A su prodigioso instinto de pintor se sumó el más cultivado talento hecho de
afinamientos sucesivos y aureolados siempre por el buen gusto, un poco seco, y
la elegancia de un paradójico espíritu: sereno y a la vez ardientemente
cultivado.
Torpemente se ha querido retrasar el triunfo de los modernos, y de Ángel
Zárraga en particular, por su cultura francesa y su espíritu religioso –porque
la actitud característica de la reacción ha sido siempre la de fingir
ignorancia para no comprender la vida radical y desinteresada del espíritu, ya
sea en política, literatura, religión o arte. Empero, México ha querido ser un
país original y eso sólo puede hacerlo siendo radicalmente moderno –y una de
sus visiones más potentes es, sin duda alguna, la legada a su patria por los
experimentos franceses aportados por el atlético y culto pintor cubista
durangueño Ángel Zárraga Argüelles.
V
Pintura soberbia fue el cubismo, experimento de abstracción de la vida
concreta que exigía por su excentricidad una reacción: el retorno, pues, a la
verdad humana. La historia puede verse
como una sucesión de mutaciones y de reacciones, de excesos y de retorno a lo
tradicionalmente asentado. Así a la revolución cubista se sucedió el imperio y
vuelta de lo clásico: de Rafael, de Ingres. Porque el hombre, ese animal, esa
máquina de huesos, está también permeado por un sentido que sólo a él pertenece,
siendo en la constitución humana los polos equilibradores, centradores de la
vida y de la salud, la armonización de los planos físicos y espirituales
–teniendo la grandeza física su escenario en los grandes estadios deportivos,
la espiritual su mejor representación en los templos Su idea: la purificación del templo del
cuerpo por el deporte y del cuerpo del templo por un retorno a una renovada
comunidad de fe trascendente.
En 1926 es invitado por su amigo Alberto J.
Pani para decorar la Legación Mexicana de París,
realizando 18 paneles de intención mural para el Salón de Fiestas y la Sala de Estar, añadiendo a su lenguaje un tratamiento en estilo Art Decó.[10]
El mejor conocido de ellos, “Amaos los Unos a los Otros”, tiene
por tema el de la reivindicación de las
clases trabajadoras, obreras y campesinas oprimidas, bajo las figuras de trece
mujeres vistiendo atavíos populares, siendo la figura principal inspirada en la
actriz Dolores del Río. En un estilo moderno y decorativo logra una síntesis de
laicismo y religiosidad con el tema de la fraternidad universal entre las
naciones y el de la integración de México al progreso de las naciones
civilizadas –ideal de una modernidad revolucionaria, rectamente entendida, inscrito
también en los vitrales de Fermín Revueltas. También expresa las diferencias
entre el mero inmanentismo anejo al culto pagano y el contraste trascendente
inscrito en la civilización cristiana propia y acaso exclusiva de la
mexicanidad. Una imagen de Cuauhtémoc y otros dos paneles representando las
cuatro virtudes morales y las tres teologales cierran el conjunto. La
cultura de Francia es representada por el impuso moderno de la aviación en las
figuras de Nungesser y Coli, muertos en su aeronave al intentar cruzar el
Océano Atlántico y el triunfo de Charles Lindberg.[11]
En
ese mismo año de 1927 es propuesto por André Honorat para ser nombrado Chavalier dans l Ódre Legión d´Honeur (Roseta de Oficial de la Legión de Honor),
reconociendo el gobierno francés sus subidos méritos en sus 20 años al servicio
del arte... a los 40 años de edad. Durante su estancia en Francia conoció el
pintor todas las guerras y revoluciones que cada década sacudieron a Francia...
conoció también las que en el mismo siglo sacudieron a su patria. Ante ello el artista
mexicano respondió con un proyecto cultural de radicalismo y laicismo de
inspiración francesa, que trasplanta en términos de la filosofía cristiana los
ideales de la fraternidad universal entre los pueblos, la libertad del
individuo y la igualdad de todos los seres humanos.
En efecto, como vio Vicente Riva Palacio y a
su zaga Jorge Cuesta, si se escruta en nuestra historia, México es un país de
inspirado en la cultura francesa en todos sus órdenes, siendo Francia, la rosa
de la civilización, por su historia y
cultura, la influencia esencial de nuestro desarrollo nacional en el ámbito
espiritual y lo que le da su más profunda distinción y su carácter a nuestra
patria, siendo también el humus que alimenta la raíces de nuestra libertad en
todos los sectores de la sociedad. Es cierto, nuestra cultura encarna los
ideales de la cultura francesa sin proponérselo artificialmente, sino de manera
natural. Por doloroso que sea hay que reconocer que la nación mexicana no ha
tenido una verdadera existencia propia, ni ha existido propiamente una voluntad
y una conciencia nacional y las que ha tenido, las ideas gérmenes de una
responsabilidad histórica, han sido influencia del pueblo francés. Obra de gran refinamiento que aspira a la
modernización constructiva de la patria, anquilosada por soñadores burócratas y
por legiones masificadas aletargadas, que exige además la madurez de las costumbres el despertar del
sentido común –reminiscencias también de la cultura tolteca o viejo toltecayotl
bajo la figura emblemática de la serpiente alada de Quetzalcóatl, lucero de la
mañana que dio los fundamentos clásicos de la grandeza de los antiguos
mexicanos bajo la especie de una cultura laboriosa coronada de plumas y de
cantos.
Se ha criticado a Zárraga de apoliticismo.
No es verdad. De hecho su regreso a México precipitado por las hostilidades del
espíritu guerrero, se debió más que nada al clima de frialdad creado en su
contra en el medio acomodado y artístico
en el que se desenvolvía, debido a su participación en la Radio Francesa,
donde difundió exhortaciones públicas a las naciones hispanoamericanas para
condenar el socialismo totalitario que surgió como una amenaza de
anti-humanidad, invadiendo como un cáncer a los países de eje, teniendo su
cedes en Tokio, Roma y Berlín. Al finalizar el año de 1941 parte de Francia y
al inicio de 1942 desembarca en el puerto de Veracruz con su esposa Maria Luisa
y su hija Clarita, acompañando su menaje de viaje de un automóvil Renault del
que no quiso ni pudo desprenderse.
. Al igual que el genial compositor durangueño
Silvestre Revueltas, Ángel Zárraga muere de una pulmonía mal atendida el 23 de
septiembre de 1946, a
los 60 años de edad. Hay que señalar que el resto de la comitiva, integrada por
las máximas figuras de la Escuela Mexicana, sólo supo guardar un lamentable
silencio.
VII
Debido a la moda estética populista derivada del movimiento
revolucionario estratificado en institución, perpetrada hasta nuestros días por
la crítica de arte oficial, se ha intentado restar méritos a su trabajo,
calificándolo de cursi, veleidoso, amanerado y hasta de elitista, concediendo
al vulgo parasitario de la burocracia oficial el aplauso a las tendencias mundanas
de Rivera y Siqueiros, rodeadas de elementos existencialistas y decadentes que
celebraban la muerte de Dios y de la conciencia religiosa, para dar así rienda
suelta a un paganismo permisivo y moralmente lábil, cuya cuada desacralizadora nos aqueja hasta la fecha, poniéndonos así de
hinojos ante la presión de pueblos improvisados que quisieran subsumirnos bajo
su bandera y para adorar a su sus ídolos menores.
Por
último, hay que señalar que el retorno al hombre implicaba un retorno a los
orígenes y a la esencia de la naturaleza humana, lo cual se tradujo para el
pintor en una vuelta espiritual y geográfica a México.
El desarrollo de la conciencia íntima y
personal de la patria lo vertió el pintor entonces en términos de piedad, de
simpatía y compasión por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno
de sus cuadros más significativos, La
niña de la Lima (1942), se respira toda una inspiración de
concentración humanista, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa
sencillez y resistencia, y a la discreta actitud frugal propia del alma
mexicana. Lienzo de luminosa y dulce
frugalidad y de sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un
tratamiento de respeto profundo a la intimidad de la persona.[12]
Ángel Zárraga descubrió así en el radicalismo francés las raíces del
laicismo mexicano y de la conciencia social, intentando con el dinamismo y
modernidad de su pintura contrarrestar el enquistamiento de nuestra raza,
tendiente a la moribundez, amando la
salud y la vida. También encontró en él la liberación de la conciencia
individual, encontrando en las imágenes de los templos lo más mexicano de
nosotros mimos y de nuestra conciencia individual, pues en las figuras sacras
de las iglesias pueblerinas y regionales está depositado el sentimiento más
íntimo del alma nacional y la expresión visible de nuestra especial manera de
sentir la vida, cuyos hábitos religiosos y anhelos de reconciliación y
redención divina se trasminan en el arte popular, haciéndolo así inigualable
por su carga de interés trascendente, factor que da cuenta del refinamiento en
su elaboración.
Empero, en el medio académico ha sido sólito
propalar un falso laicismo también, que lo vulgariza al desviar su significado,
interpretándolo como falta de religión -equívoco que hay que disolver, pues ha
causado, sobre todo en la escuela misma, la depravación de los espíritus.
Porque el concepto “laico” se opone a “clerical”, no a “religioso”. El
laicismo, en efecto, es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, que se
deslinda por tanto de la religión, por ser ésta un asunto de conciencia
personal, justamente –por considerar que la conciencia social no debe
supeditarse a doctrinas o sentimientos reaccionarios o ser esclavizada por
doctrinas y sentimientos oscurantistas de la conciencia individual. En la
sociedad laica la doctrina religiosa, en efecto, deja de ser el fundamento de
la sociedad, la cual admite así que no se funda en ninguna doctrina, sino
directamente en su propia experiencia histórica y en su tradición. Principio de
realidad y de libertad, pues, que desencadena las almas de su grillete a
círculos sociedades detentadores del poder o de la organización social. Así, es el primer deber
de la sociedad laica es imponer la obligación de liberar la cultura de la
sociedad de grilletes impuestos por sociedades cerradas, para que ella se
realice tal y cual se da en su despliegue como cultura positiva y concreta.
Así, el laicismo no es sino la conciencia positiva de que la cultura y su
contenido (de arte, ciencia, técnicas, ideas e instrumentos de producción)
pertenecen de modo radical a la nación al través de la sociedad –y no de modo
histórico o tradicional a una clase, sea clerical, capitalista o proletaria.
Es así como la nación encuentra su fundación
en el laicismo, que es la sociedad fundada radicalmente en sí misma, que se da
ella misma el sentido que va tomando en su despliegue. No es entonces la
estructura o el predominio histórico o natural de una iglesia o clase
privilegiada o favorecida históricamente lo que le da el laicismo su estatuto,
sino precisamente lo contrario: la experiencia de la sociedad como libre
fundándose a sí misma. El laicismo es, en efecto, la expresión de la libertad
social, aneja a la responsabilidad: de liberar a la cultura positiva y concreta
de la sociedad de sus grilletes o ataduras convencionales, siendo por ello el
objeto de la conciencia social –no de la
conciencia individual, no del dogma clerical o del dogma marxista. Porque lo
revolucionario de un tiempo que evoluciona a otro no es un conjunto reumático
de normas individuales elevadas a categoría de aplicabilidad universal, mucho
menos una ortodoxia o un canon eclesiástico o una doctrina sagrada, sino la
experiencia revolucionaria o reformista de la sociedad como libre, producida en
el seno de la nación y fundada radicalmente en sí misma. Tal es la
responsabilidad verdaderamente revolucionaria: la de identificar a la nación
con la sociedad fundada radicalmente en sí misma. De la cultura francesa
heredamos las ideas republicanas del estado laico, siendo en el fondo laicismo y radicalismo una misma actitud de
espíritu.
Es por ello que la doctrina viviente de la
revolución mexicana está presente de forma silente, enclaustrada en la profundidad
de su cultura y en mucho está codificada en su pintura. Así, lo verdaderamente
revolucionario sería aceptar esa dimensión del arte nacional –pero también la
idea de la salvación de las culturas nacionales por la cultura, de donde se
desprende el programa de estudio de estas realidades para la potenciación de
los valores propios, como una salvación de las circunstancias en donde se da
una síntesis ponderada de mexicanismo y universalismo, de civilización y
humanismo.
[1]Situado en el extremo norte de la zona interior de la República
Mexicana, Durango ha visto nacer a diversas personalidades, como el caudillo
revolucionario Francisco Villa y los actores Dolores del Río y Ramón Navarro,
estos dos últimos primos de Zárraga y de quienes pintó sus retratos.
[2] “Mensaje a Durango”, en Archivo Carlos Pellicer, 1942
[3] Ángel Zárraga practico la poesía desde aquel
entonces continuando sus ejercicios en París donde, junto con su amigo
Guillaume Apollinaire (Roma, 26 de agosto de 1880 – París, 9 de noviembre de
1918), desarrolló una especie de catolicismo modernista. Se publicaron en
aquella ciudad sus libros de poesía: Oda a la Virgen de Guadalupe (1917),
algunos de cuyos versos aparecieron en la revista mexicana de Contemporáneos;
Tres Poemas (1934); Oda a Francia (1938) y; Oda a la Victoria (1939). La
editorial de la Revista Ábside publica su libro Poemas 1917-1939 con prólogo de
Alfonso Reyes.
[4] En 1907 traba amistad con los miembros de la Sociedad de Conferencias,
presidida por Antonio Caos, Alfonso Reyes, Pedro Enríquez Ureña, Isidro Fabela
y José Vasconcelos, la cual se convierte en 1909 en el renombrado Ateneo de la Juventud. Se
trata de la Generación
del Centenario.
[5]
Posteriormente tal corpus de conocimientos
clasicistas fue vuelto a compilar por Santos Balmori Picasso en el libro Los
Secretos de la Sección
Áurea, publicado hace años por la UNAM.
[6] Como muestra de
ello llegaron a Durango, tierra natal y de los primeros años del artista, dos
soberbios cuadros clásicos de la vanguardia, donde lo marginal evoluciona para
volverse verdadera mutación central: Niña con torta, 1917, El
Lector Juan Ramón Jiménez, 1917, a los que hay que sumar el bodegón
heterodoxo Naturaleza con Barco y Concha, de 1922.
[7]
Ángel Zárraga fue también uno de los grandes
retratistas del siglo, pintando desde Ramón del Valle Inclán y Juan Ramón Jiménez a Ramón Novarro y Dolores del Río,
pero también a lo mejor de la sociedad parisina, como Lucien Romier, Henrrí
Beqhín o madame Charles Brousse, siendo memorable el fantasma tomado a su amigo,
el mundano pintor Pierre Bonard, a los 46 años de edad, teniendo Zárraga 25
años, en 1912. Ello le permitió gozar en su carrera de un modesto éxito económico, que le permite
establecerse en la capital del arte, justamente cuando Ernest Heminguay la
recuerda en su inolvidable novela de costumbres
Paris era una Fiesta. Es memorable también el retrato que
realizó de Diego Rivera, en Toledo, en 1912. Obras a las que hay que sumar los
retratos efectuados en su última estadía y arraigo final mexicano: los niños Carlos
y Luis Prieto , la Señora Hilda Leal de Gómez y su hija Esther,
la Niña María Eugenia Souza y
Beatriz Asúnsolo con vestido de primera comunión.
[8] Ángel Zárraga
tuvo una hija, llamada Clara Bernadette y un hijo, Fernando, en México, de su
segundo matrimonio con la suisa-alemana Maria Luisa Gysi.
[9] Debido
a sus compromisos de trabajo desatendió el llamado del Secretario de Educación
con Obregón, quedando a distancia de la obra civilizadora del proyecto
muralístico nacional convocado por del filósofo José Vasconcelos -al que de
inmediato se adhieren José Clemente Orozco, Diego María Rivera, Fermín
Revueltas y Jean Charlot-, puesto que sus compromisos de trabajo parisinos se
lo impedían, ocupado en sus labores de pintor y muralista así como
magisteriales, pues hasta 1929 dio clases de pintura en la Academia La Grande
Chaumiére, en Montparnasse. Sin embargo, vale la pena señalar que Ángel
Zárraga, al igual que el gran muralista Jean Charlot, de ascendencia
méxico-francesa y exilado en las islas hawaianas desde finales de la década de
los 20´s, dedicarían gran parte de sus esfuerzos murales a la decoración de
templos cristianos, debido todo ello a una comunión que los une dentro de una
refinada sensibilidad religiosa y
espiritual –veta, pues, de profunda significación dentro del Movimiento
Muralista Mexicano aun por explorar.
[10] Estas obras se arrancaron de sus bastidores y se arrumbaron por años
en los sótanos de la Legación, para ser rescatadas y restauradas en México el
año de 1980. La mayoría de los tableros
permanecen en el país, empero otros fueron devueltos a la embajada.
[11]. Dentro de su
obra de intención mural, destaca uno de los cuatro grandes oleos de composición
circular1, pintados en 1914, que se titula El Cielo de la Acción. En ellos el
artista vuelve a probar su maestría armonizando sus composiciones en la difícil
dinámica circular de sus figuras. En el San Jorge, el pintor lo muestra uno de
los héroes míticos paradigmas de la historia de la humanidad,
especialmente para nuestra cultura
patria y muy especialmente para Durango, por tratarse de su Santo Patrono. La
tétrada es completada por Mctezuma Ilhuicamnina, el flechador del cielo, David,
y El Aviador o El Cielo de la Acción. El cuadro de San Jorge se presentó en la
tierra natal del artista del año 2006
flanqueado por otras dos imágenes de cuño religioso: San Miguel (1939) y
Juana de Arco, la Doncella de Orleáns (1939). Lienzos de carácter metafísico
que ponen de manifiesto la realidad histórica actuante de la moral y de fe
cristiana. La primera incursión de Ángel Zárraga en la
pintura de gran formato la realizó en el año de 1917, en los estertores finales
de la Primera Guerra Mundial, en la escenografía para la puesta en escena de
Antonio y Cleopatra de William Schaquespeare, montada en el Teatro Antonie de
París, llevando a cabo un plan que rebasó toda expectativa. De la escenografita
saltó al espacio mural, realizando su primera composición en la casa parisina
de uno de sus coleccionistas particulares, el Dr. Van der Hernst. Su segunda
obra mural tardó siete años en concluirla, ocupándose en ella de 1922 a 1929,
en el Castillo Vert-Coeur, en Chevrease, cerca del Palacio de Versalles,
perteneciente al conde René Phillipon, pintando al fresco los espacios del
Oratorio, la biblioteca, el corredor, los muros de la escalera central y el
salón familiar. Por aquella época desatendió el llamado del Secretario de
Educación con Obregón, el filósofo José Vasconcelos, puesto que sus compromisos
de trabajo parisinos le impidieron su regreso. Así, para 1924 inicia los
murales a la encáustica en la Cripta de Nuestra Señora de la Salette, en
Suresnes. Su cuarta obra mural la
realizó en la Iglesia de los Mínimos, en Réthel: se trata de un fresco en el
que desarrolla el simbolismo de los cuatro evangelistas a manera de bestiario
simbólico: Águila, León, Cordero, Hombre.
Vuelve a la pintura mural en el año de 1932, trasladándose al África, a
Marruecos, donde pinta en la Iglesia de Fedhala a Santiago apóstol, patrono de
los peregrinos y a Pedro y Pablo en su tarea evangelizadora que siguen a las
conquistas militares en tierras de infieles. De regreso a Francia pinta un
fresco más, esta vez en la Capilla de Cristo Redentor, en Guébrant, en la Alta
Saboya, también de tema cristológico. Obra de gran belleza, plenitud y
grandiosidad de la “Anunciación, Redención, Bienaventuranza y Vía Crucis”.
Sigue a esta obra la decoración de la Maisón du Café de París, en la Plaza de
la Ópera, que aunque posteriormente fue destruida -por reliquias fotográficas
sabemos que trataba de los Atlantes y de Don Quijote de la Mancha. Sigue con
otra obra en la Sala de Consejo del edificio de la Unión de Minas de
París. Por último realiza tres obras
murales más: en la Cúpula de Mal Paso, en Mégreve y en la Iglesia del Castillo
de Meudon plasma temas de la mitología griega, para finalmente desarrollar en
la Capilla de la Ciudad Universitaria de París el tema central del humanismo:
la pasión de Cristo, sirviéndose de un planteamiento calificado de intelectual,
en pleno bombardeo en Francia por los nacionalistas alemanes en junio de 1940. En
el inicio de la Segunda Guerra Mundial alcanza todavía a realizar otro mural
más, esta vez en la Iglesia de Saint Ferdinand des Ternes, sobre la vida y
milagros de Santa Teresa de Jesús, apoyado por el filósofo Jaques Maritain. A su llega a México pinta los murales en Los
Laboratorios Abbot sobre el tema de la salud y la enfermedad. Por instancias de
Arturo J. Pani es contratado para un mural en el bar del Club de Banqueros, en
el edificio Guardiola, donde pinta la
Alegoría de la Riqueza y la Abundancia, La Miseria y el Placer y El mito de
Dannae y Perseo. Por instancias de su antiguo condiscípulo en la Escuela Anexa
a la Normal, Jaime Torres Bodet, se
integra entre los miembros fundadores al Seminario de Cultura Mexicana.
Concluye la ábside de la Catedral de Monterrey, donde pinta las ocho
bienaventuranzas, separadas por unas filacterias que contiene textos de los
evangelios, terminándola, por cábala del destino, el mismo día de la victoria
aliada sobre la Alemania Nazi, por lo que la firma con la leyenda “Aleluya.
6/X/45”. Finalmente realiza uno de los
cuatro murales ideados para de la “Sala de lectura José Vasconcelos” en los
Talleres Gráficos de la Nación, hoy Biblioteca México, en la Ciudadela, los
cuales había sido encargada por el Secretario de Educación, el ensayista y
poeta del grupo Contemporáneos Jaime Torres Bodet. Alcanza a concluir La
Voluntad de Construir -dejando en proyecto El Triunfo del Entendimiento, El
Cuerpo Humano y La Imaginación. Se trata, en efecto, de una serie en donde el
autor quiso representar, de modo edificante, el poder del hombre para
transformar la naturaleza en cultura y el tiempo en historia, por virtud de sus
obras y sus creaciones. Tema de la técnica moderna proveyendo al hombre del
conocimiento material para transformar la materia y su entorno, y de la cultura
que presta el conocimiento simbólico que precisa el ser humano como el otro
medio para desplegar plenamente su voluntad, siendo estos elementos los
principios de un mundo superior en una síntesis entre el mundo secular y el
religioso y cultural.
[12] Sin embargo, hay que señalar
que en la muestra de Ángel Zárraga en Durango en el MACZ de 2006 se quiso hacer
pasar alguna flor que no pertenece al plástico jardín del artista. En efecto,
el cuadro titulado “Corazón” (1943), es un lienzo apócrifo y, hay que agregar que
se trata de una pintura balín y
rascuache, pues no corresponde ni a la finura del pincel del artista ni
a su visión del arte. Se trata, en efecto, de un burdo cahirúl, y de una
imitación pintada además con mala fe
Cuadro de gusto charro colado
por aquellos que quisieran fundar
la vida cultural de la nación en el fraude y
la impostura, pues lejos de ser una obra del espíritu estético del
artista, nos presenta a un ángel sí, pero pagano, a una joven autóctona inexpresiva consagrada a Venus... pandémica,
símbolo de los deseos terrestres y concupiscentes de la carne, para colmo
edulcorada con alas solferinas de
algodón de feria, imagen de la verdad neurofisiológica de la especie y sus
instintos más primarios, a la vez reducida al tipo de prietita despechugada
enfurruñada y de bigote, levantando un
corazón de papier maché, más propio de los carnavales o desfiles de 20 de Noviembre.
Cuadro, pues, que confirma la tesis de Jorge Cuesta, de que cuanto más
nacionalista se ha querido ser es cuando se ha falsificado más. Porque
difícilmente alguien puede ser buen mexicano si se es un mal hombre, si carece
de gusto, si pervierte confundiendo la sensibilidad con la voluptuosidad y la
pecaminosidad, si trastoca la poesía por el galanteo de alcoba o el socialismo
de burdel. Obra en una palabra reaccionaria, pues es esa la verdadera naturaleza
de la reacción: ignorar, no querer comprender la vida radical y desinteresada
del espíritu, ya se manifieste en política, literatura, religión o arte.
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