jueves, 28 de agosto de 2014

Jesús B. González “Buffalmaco”: un Periodista del Moderno Zacatecas Alberto Espinosa Orozco

Jesús B. González “Buffalmaco”: un Periodista del Viejo Zacatecas
Alberto EspinosaOrozco 

A Enrique Salinas

“Porque ustedes son la sal de la tierra”
Evangelio según San Mateo 5.13


I.- Las Raíces
   El escritor y periodista Jesús Buenaventura González Flores, mejor conocido en el mundo zacatecano con el nombre de “Buffalmaco”, nació en la ciudad de Guadalupe, estado de Zacatecas, el día 14 de julio de año 1887, nació en Guadalupe, Zac., en la casa que está a un lado del Hotel Guadalupe, junto a la Presidencia Municipal, siendo hijo del matrimonio formado por Don Epigmenio González Sánchez y Doña María Josefa de la Concepción Cecilia  Flores Maciel, quienes tuvieron otros tres hijos, su hermana mayor Mercedes (Guadalupe, 1883- México, DF, 1942) quien casó con un hijo del afamado artista e impresor Nazario Espinosa, Enrique Espinosa Dávila, su hermano mayor Epigmenio, llamado familiarmente Don Epis (Guadalupe, 1885- México, DF, 1957), casado con la zacatecana Refugio de las Piedras, y un hermano menor de nombre Victoriano, conocido en el medio familiar como “el tío Tolano”, quien tuviera un trágico fin. Su padre, Don Epigmenio González Sánchez ejerció durante el porfiriato una especie de benévolo patriarcado en Guadalupe, de 1874 a 1894, muriendo tras caerse de un caballo. Su madre, conocida familiarmente como Mamá Quica, hermana del letrado periodista Ignacio Flores Maciel, fue pionera de los voluntariados municipales y primera dama de alcurnia, que organizaba colectas con las mujeres de la alta sociedad, recaudando fondos para acciones de caridad. El futuro escritor se desarrolló de niño en una familia de políticos, benefactores, artistas y literatos. Murió el 10 de mayo de 1955 en la Ciudad de México. 
  De entre los personajes del viejo Zacatecas sin lugar a dudas Buffalmaco tiene reservado un sitial de honor, pues es una da las figuras que más huellas felices dejaron entre sus contemporáneos y amigos, por su singular talento y las prendas de caballero que adornaban su distinguida y recta personalidad. El apodo de “Buffalmaco” hace alusión al pintor gótico en Florencia y en toda la Toscana para la primera mitad del siglo XIV, Buffalmacco o Buonamico di Martino, (Floreótio, ncia, 1290 – 1340), de quien habla Boccaccio en su célebre novela Decamerón cuando narra cómo los simpáticos pintores Calandrino, Bruno y Buffalmaco van por el río Mugnone buscando la piedra mágica heliotropo, concediéndole Vasari las dotes del agrado y del humor, y con bastante buen juicio en el arte de la pintura, y dice de él en su Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos: “He aquí un pintor bromista que debemos de tenemos muy en serio. He aquí un pintor que utiliza el disfraz de burlador para burlar la solemnidad. En una palabra, se trata del primer pintor con actitud de moderno.” Así era Jesús González: un burlador serio, que hacia cosas estúpidas con total seriedad, y las cosas más serias con burla completa, pues la vida es una comedia de equivocaciones. 
   Fue sobre todo un gran conversador. Su plática hipnótica, a veces francamente delirante y de éxtasis verbales, en frecuentes ocasiones hilarante, estaba poblada de felices y pertinentes ocurrencias, salpicada de dichos vernáculos y trufados con anécdotas de la vida cotidiana, rematados con juicios certeros y definitivos sobre la condición humana. Así, apegándose a derecho, sabía que toda explicación no pedida es una confesión manifiesta, lo mismo que recordaba los misterios de la atracción entre los géneros, como quien al para sobre una escena de la vida real despierta un filamento de memoria, evocando la sibilina sentencia inapelable de que “dos tetas jalan más que un par de carretas”.  Una de las bancas del Jardín de Guadalupe en Zacatecas lo recordó con la lacónica leyenda: “Jesús B. González, de aquí de Guadalupe”, haciendo honor a su cautivador ingenio y al amor que siempre profesó por su solar nativo.
   El primer matrimonio de Jesús B. González lo realizó con Doña Amparo de los Desamparados Carrillo Licona, de Fresnillo, Zacatecas (Fresnillo, 10 de mayo de 1893-México, D.F., 13 de septiembre de 1966), hija del Dr. Manuel Carrillo y de se Cecilia Licona, y se casaron en esa misma ciudad, en la Iglesia de Santo Domingo, y tuvieron seis hijos, los González Carrillo: María del Carmen (Carmela, Zacatecas, 1913), María de la Luz (Lucha, 1914, México, D.F.), María Cecilia (May, México, D.F. 1916), Martha, quien murió de un año, Guillermo Epigmenio (1920, México, D.F.), Jesús Alejandro (1921, México, D.F.) y Héctor Xavier (1923, México, D.F.). Después, en la Ciudad de México contrajo matrimonio en segundas nupcias con una estudiante de la canto de la “Alondra Durangueña”, Fanny Anitúa, la soprano María Trinidad Martínez.

En esta fotografía aparecende sus hijas, Lucha y María Cecilia, con integrantes de la familia Espinosa Gonzales y González Flores

II.-Las Ramas y los Brotes
   Al quedar huérfano de padre a los ocho años de edad, junto con su familia fueron apoyados por un tío abuelo, lo que les permitió seguir viviendo en la ciudad de Guadalupe, inmediata a Zacatecas, en una casa espaciosa y de comodidades pueblerinas, en la calle de Tránsito. La casa y mesón anexo eran propiedad de don Mateo López Velarde, hermano del honrado licenciado don José Guadalupe López Velarde, padre del bardo inmortal. Don Mateo y otro hermano suyo, don Pascual López Velarde eran mineros laboriosos que habían sido varias veces ricos y varias veces pobres, pues los beneficios de una mina los dejaban en otra, pues para tener una mina hay que invertir una mina. Don Mateo murió accidentalmente en el Mineral de Catorce, en el estado de San Luís Potosí.[1] Los vaivenes de la fortuna subterránea los conocía Jesús González directamente, pues su propio hermano Epigmenio González, don Epis, también fue minero y encontró una riquísima veta de plata en un mineral, pero quedo totalmente arruinado cuando uno de sus capataces envenenó una muestra, obligándole aquel lance de confianza malentendida a vender muestra, mineral y mina, volviendo  resignado a la pobreza regular y a cambiar definitivamente de oficio.
  Jesús B. González estudió en algunos colegios de Zacatecas, destacando sus estudios en el Seminario Conciliar de la Purísima, en la ciudad de Zacatecas, entre 1902 y 1904, hasta alcanzar luego los primeros ciclos de la preparatoria. Mientras tanto se iba desempeñando como dependiente en varios comercios y como aprendiz en los talleres de impresión de Nazario Espinosa, habiendo entre ellos una relación familiar ya que a principios de siglo una hermana suya, Mercedes González, casó con un hijo del editor y artista litográfico, Enrique Espinosa, por lo que casi automáticamente se incorporó a la empresa donde tomó amor al oficio de impresor y editor, al grado de convertirse en las pasiones de su vida.  .
   Durante toda su vida fue infatigable fundador de revistas. En el año de 1905, cuando trabajaba como empleado en el Banco Nacional, que era de la familia Descose, situado en lo que hoy es la calle de Juárez y el único de bizarra capital, fundó y editó la revista El Cañonazo, donde hacía ingeniosos ataques a todo lo atacable, defendiendo la democracia y las posiciones antirreleccionistas. Cuando el asesinato del presidente Ignacio Madero y Pino Suárez en 1911 a manos de chacal y usurpador Victoriano Huerta, Jesús atendía un local llamado “El Trébol” en los bajos de una espléndida casona de la familia Flores Legen ubicada al norte de la Plaza de Armas, vendiendo artículos de importación, paños de la lana y lencería fina a la elegante sociedad zacatecana porfirista. Fue en “El Trébol” que alguien le advirtió de las oscuras intenciones del gobierno por sus comentarios críticos en el pasquín, pues una voz en tercera persona le mandó decir “”Por favor, dile a Jesús que se vaya, porque quieren matarlo”. Jesús González decidió irse entonces a la Ciudad de México. La tienda “El Trébol” sobrevivió hasta el año de 1914 cuando la Toma de Zacatecas, año fatídico para la entidad, pues muchos comercios que le daban prosperidad y un inigualable aire de modernidad a Zacatecas, entre los que tristemente se incluía la imprenta de Nazario Espinosa, menguaron o desaparecieron para siempre debido a los saqueos y contoneos revolucionarios.


   Jesús B. González con una pistola suya fajada al cinto y el rezo de la bendición materna gradada en la mente como un disco salió de Zacatecas santiguado tomando la ruta de Jerez, Huejúcar, Colotlán, Momáx, hasta llegar a aquel río anchuroso que llega a Tlaltenango. Un lívido gas neón parpadeante lo acompañó en forma de un signo de interrogación  en medio de la oscuridad en las posadas que habitó en Tlaltenango, hasta hacerle saltar el ritmo de las sienes y apretarle el insomnio contra la frente. El grito madrugador de los mesones, “¡Huéspere!”, lo hacía despertar para escuchar el ruido de arneses en el empedrado y el rugir maternal de la res que lamía a su becerro para peinarle la seda de su pelo bermejo y los torrentes de orines de las bestias despatarragadas olorosos a rastrojo verde.
   Se quedó a vivir en Tlaltenango por algunos años a donde llegó  con un nombramiento de cajero y contador de una empresa bancaria. Fue arropado por la fortuna, pues pronto llegó a vivir al pueblo don Víctor Berástegui, un vasco que abandonó el comercio en Zacatecas para rentar la hacienda de la “Cofradía” que pertenecía a don Aureliano Castañeda. Acompañado de su esposa, doña Ana Morfín Chávez, el industrioso hombre de Elibar hizo pronto prosperar las tierras, adoptando prácticamente a Jesús González, quien se dedicó gustoso a la agricultura, cultivando el maíz y obteniendo de ello gran fruto. Regateando a los peones en la oscuridad de la primera luz conoció la yunta que unce a los bueyes del arado primitivo, la recta impecable en la tierra húmeda, la mano del niño que arroja el maíz pepita e el hondo surco de la tierra, el beso del sol y la caricia vertical de la lluvia campesina. El pueblo del Tlaltenango prósperamente, pues la cizaña del agrarismo absurdo y del liderazgo sis sentido no logró echar raíces en aquel pueblo honrado.
.  El pueblo, a primera vista triste y sin interés, contaba con toda una sociedad en la que el periodista pronto logró acomodo: con el tendero Pancho Delgado y sus hermanos Aureliano y Salvador, con Rubén Rodríguez Real, el Apolo del pueblo, dinámico y mentiroso; con sus compañeros banqueros Silvestre Pérez y el “Chuma” Haro. Trabó relaciones también con Ramón W. Ortega, el capital más fuerte de leguas a la redonda y con Inés y Rodrigo Ortega, con José y Salvador González y Clemente Godina, con Manuel Magallanes y Jesús Velásquez. Con los ricachos Luís y Samuel Dávila tomaba coñac en “El Mundo de Colón”, siendo acompañados por don Manuel Pérez Lete, que era igualito a Alfonso XIII. Don José María Caballero, Julián Horendo y don Zenonito Robles también fueron sus amigos. Con ellos organizaban paseos campestres, tamaladas, cacerías de venado en la sierra, bailes n ocasión de santos y bautizos y las fiestas de aniversario en Tocatic.
   Se pusieron así a inventar mil diversiones para atraer a las muchachas recatadas, sencillas y de buen humor del pueblo. Allí fue que descubrió su gran talento como organizador cultural, pues armó oncenas de fut bol, carreras de relevos, carreras de caballos y corridas de toros. Para mantener la algarabía del pueblo organizó también funciones teatrales en donde para cerrar la fiesta recitaba emocionado el monólogo en verso “En Presidio” del bate zacatecano José Vásquez, al que declaraban para ellos inmortal, y “La Huelga de los Herreros” de Francisco Copel. Jesús B González fue de todo: torero, cazador, deportista, cómico, jinete, enamorado y también agricultor, haciendo todo el bien y todo el mal que pudo, incursionando así con inusitado éxito en el arte de la “todología” o de la “mundanidad”, en el cual fue un verdadero maestro, por todo lo cual acepto y sin rubor el cargo honorario de Presidente de la Junta Patriótica de Tlaltenango del Valle del Estado de Zacatecas.


III.- El Brazo de Ramón
   El previsible resultado de todo ello fue la huída de Jesús B. González a la Ciudad de México, a la que llegó de Tlaltenango sin recursos y sin amistades. El poeta Ramón López Velarde lo salvó del naufragio, invitándolo a trabajar a su lado en la Secretaría de Educación cuando era jefe del Departamento Universitario –tiempo que ambos aprovecharon sabiamente para hacer las correcciones de La Sangre Devota. A finales de 1915 López Velarde es nombrado profesor interino de literatura en la escuela Nacional Preparatoria y en 1915 cubre la ausencia de Enrique González Martínez y conoce a una mujer culta maestra de la normal, diez años mayor que él a quien corteja: Margarita Quijano y cuyo noviazgo durará hasta 1918. A la vez, que durante la confusión del breve gobierno de seis meses de Roque González Garza, nombran al poeta titular de la Secretaría de Instrucción Pública por ausencia del Ministro del ramo, siendo sustituido inmediatamente por el Jefe de Sección Administrativa Joaquín Ramos Roa, conservando Ramón la jefatura de la Sección Universitaria de Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Junto con Jesús B. Gonzalo traba amistad con José Juan Tablada, Julio Torri, Alejandro Quijano y  Enrique González Martínez y publica en 1916 en Revista de Revistas su primer libro de poesías, La Sangre Devota con elegante portada de Saturnino Herrán, llamando a Jesús B. González con justicia “tío carnal” del libro y dedicándole uno de los poemas más celebrados del libro: “A la Bizarra Capital de mi Estado”.
   Al poco tiempo de su llegada Jesús González fundó una imprenta en el centro histórico de la Ciudad de México, en las calles de Regina, donde editaba las revistas culturales Pegaso y Multicolor. La revista semanal  Pegaso, que duró de marzo a julio de 1917, era dirigida por Enrique González Martínez y Ramón López Velarde, encargándose Jesús B. González de la información de espectáculos. Pedro de Alba y Ramón López Velarde publicaron en ella algunos poemas del lagunense Francisco González de León. La imprenta pasó luego a instalarse en las calles de San Fernando, contando sus revistas para entonces con brillantes colaboradores, entre los que se contaban las de Enrique González Martínez y José Vasconcelos. Es por ese entones cuando entra a formar parte del círculo literario y artístico de Antonio Caso, Carlos González Peña, José Vasconcelos, Saturnino Herrán, Roberto Montenegro, el “Chango” Ernesto García Cabral, Manuel M. Ponce, José Juan Tablada, Rafael López, Manuel Horta y Enrique Fernández Ledesma.


  Jesús B. González y Ramón López Velarde reforzaron sus lazos de amistad cuando el poeta se encargó de ayudar a su amigo periodista poniendo su influencia y generosidad a su servicio, logrando que ocupara primero un puesto fugaz en la Secretaría de Comunicaciones y luego otro en Gobernación. En efecto, en el año de 1919, durante el gobierno del presidente Venusiano Carranza, nombran a Manuel Aguirre Berlanga, antiguo compañero de leyes de Ramón López Velarde en San Luís Potosí, Secretario de Gobernación, quien designa al poeta como su secretario personal y al periodista zacatecano como auxiliar. Ramón publica su segundo libro de poemas Zozobra en la distinguida revista literaria México Moderno, cuenta con treinta y un años de edad y su amigo Jesús con treinta y dos.
   En el año de 1920, al ocurrir la derrota del presidente Carranza, tanto Jesús B. González como Ramón López Velarde, acompañados de otro escritor zacatecano, Manuel de la Parra, van en uno de los trenes que acompañan al gobierno a Veracruz,  dispuesto a seguir al Barón de Cuatrociénegas hasta Tlaxcalantongo… o hasta la eternidad. Por alguna razón abandonan en tren en la villa de Guadalupe. Carranza es asesinado en Tlasxcalantongo el 21 de mayo de 1920, perdiendo en el acto don Ramón y don Jesús sus puestos en Gobernación.[2] A partir de ese momento López Velarde se niega a colaborar en ningún puesto público del gobierno de la República, en cambio  a manera de confesión de parte sabemos que a la muerte del cuadillo del norte Jesús González aceptó ser comandante del estado Mayor del general Enrique Estrada, quien lo tomó a su servicio en lugar de mandarlo al patíbulo. .Para proteger su vida se protegió con el vellocino de la cabra de Amaltea y adornado con la cabeza de Medusa a manera de escudo. No mucho más sabemos de aquella aventura en que se embarcó cual Jasón al Hiperbóreo, integrando su grupo con otros dos argonautas zacatecanos más, el escritor Manuel de la Parra, nuevo Ulises de la aventura, y el poeta Ramón López Velarde, quien volvía a ser por vez segunda el divinal Orfeo.[3]
   Corría el año de 1921 cuando López Velarde es designado profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Facultad de Altos estudios de la Universidad y vuelve a dar clases de literatura castellana en la Escuela Nacional Preparatoria (de las que había sido suspendido en 916), mientras que Jesús B. González fue llamado por José Vasconcelos como asesor de la Secretaría de Educación, siendo compañero de la poeta chilena Gabriela Mistral quien trabo amistad con su segunda esposa, Trinidad, a quien alguna vez le envió un retrato cuya dedicatoria reza: “Dios le dio a Usted por esposo a    un hombre de cabeza sutil para librarla del tedio y de la muerte”.
   Una mala noche, cuando Jesús y Ramón se encontraban en un bar, dejaron que se les acercara una gitana que pregonaba: “¡Tu suerte; Tu pasado; Tu porvenir!”. Tomó la larga mano espatulada del poeta, la leyó con atención y le dijo: “¡Amas mucho a las mujeres, pero les temes! ¡También tienes miedo de ser padre! ¡Esta línea me dice que morirás de asfixia!”[4] En un artículo publicado en Revista de Revistas  el crítico de espectáculos escribió: “Algunas ocasiones caminábamos por las calles de Capuchinas, a altas horas, yo envuelto en un grueso gabán y con bufanda, él sin abrigo, cuando el agua s estaba volviendo cristales al beso de la brisa del sur. Montaigne era su leitmotiv y no le importaba la línea de mercurio de los termómetros. En aquella noche de “La Mallorquina” fue traicionado por su organismo tantas y tantas veces fiel. Día a día fue empeorando, hasta que dejó de concurrir a su oficina. Primero el diagnóstico no arrojaba deducciones de alarma. Ramón recluido en sus habitaciones de la avenida Jalisco 71, sin hacer cama, recibía a sus amigos y charlaba de sus temas favoritos. Apenas  podíamos percibir su estado anhelante… La mañana del 18 de julio llegue a visitarlo y lo encontré profundamente decaído. Su respiración era violenta y angustiosa. Sentado en su sillón, con la mirada triste, a mis palabras de sincero optimismo contestó mostrándome su mano larga y expresiva. “¿No recuerdas aquello que me auguró la gitana? ¡Mírame como estoy!””[5]




Casa de Ramón López Velarde en la calle Álvaro Obregón #73 en Ciudad de México




Habitación del poeta en el Museo Ramón López Velarde en Ciudad de México

   “Fue su último amanecer. A su madre y a sus hermanos acompañamos en aquella jornada fatal, Rafael López, Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma y yo. Ramón, reclinado sobre varios cojines colocados en la cabecera de la cama controlaba con heroísmo casi incomprensible el ahogo fatal de la asfixia. La ciencia no podía acudir en su auxilio: todos los recursos estaban agotados. Hubo un momento dramático: la madre de Ramón, de hinojos al borde de la cama, dejó caer desconsolada la cabeza sobre las manos abiertas del hijo moribundo y lloró silenciosamente. Al incorporarse, Ramón llevó sus manos a la boca y bebió las lágrimas amargas como el último y más precioso don, al acabar una egregia vida.”[6] 
   Cuatro días después de cumplir treinta y tres años, el 19 de junio de 1921, murió Ramón López Velarde asfixiado por una bronconeumonía mal atendida en su departamento de Avenida Jalisco número 71, departamento 9 -luego de recibir los santos oleos por mano del padre jesuita Pascual Díaz, por entonces presbítero de la Sagrada Familia y más tarde arzobispo de México. Luego de llorar junto con su madre y rodeado por sus más fieles amigos. Jesús González, Enrique Fernández Ledesma, Rafael López y su hermano el médico Jesús, Ramón cerró los ojos a este mundo y entregó su alma al Señor. Por órdenes de José Vasconcelos su féretro fue conducido a la entrada del Paraninfo Universitario, donde estaba la rectoría de la Universidad, en un edificio porfiriano en las calles Licenciado Verdad, donde su cuerpo fue velado. Al día siguiente en el Panteón Francés pronunciaron oraciones fúnebres Alfonso Cravioto, Alejandro Quijano y su amigo Enrique Fernández Ledesma.
   José Vasconcelos, rector de la Universidad dispuso, por instrucciones del presidente Álvaro Obregón, los funerales del poeta por cuenta del gobierno y a iniciativa de Jesús B. González, Pedro de Alba y Juan de Dios Bojórquez, la Cámara de Diputados se enlutó por tres días en homenaje al bardo jerezano. Recuerda Jesús B. Gonzáles que además de él y de Saturnino Herrán, en los últimos tiempos estuvieron cerca del inusitado lírico mexicano el poeta preclaro Rafael López y Pedro de Alba, el médico e investigador de los Archivos de Indias en Madrid.   El mismo mes de julio la revista de Vasconcelos El Maestro publica el último poema que corrigió para la imprenta: “La Sueva Patria”.
    Poco después Jesús González promovió una colecta tanto en México como en Jerez para hacer un busto al poeta, encabezando la colecta para el busto en Jerez Isidro de Santiago, el cual fue colocado en la Plaza de Armas de aquella ciudad y es el que todavía existe. Buffalmaco conservó durante años otro busto realizado en yeso por el “Chamaco” Urbina y poco antes de morir le pidió a su esposa Trinidad M. de González que lo enviara al Instituto de Ciencias de Zacatecas y así se hizo.
   En 1924, en uno de los primeros aniversarios de su muerte el gobernador de Zacatecas Fernando Rodare, quien había sido linotipista de Excelsior por muchos años, invitó a un grupo de artistas, periodistas, poetas e historiadores a develar en el Cerro de la Bufa una placa en honor y memoria del bate jerezano, entre los que estaban Jesús B. González, Jesús López Velarde, José G. Frías, Ernesto García Cabral, Juan de Dios Bojóquez y Manuel Horta entre muchos otros. Rafael López tomó la palabra y al hacer referencia al poema La Suave Patria y elevar con la vos los versos:

   ”tu casa todavía es tan grande,
    que el tren va por la vía
   como aguinaldo de juguetería”

… el tren pasó cerca del cerro paralizando con su triste silbato a sus amigos y al pueblo en masa que estaba presente.


IV.- Las Raíces Jerezanas
     El padre de Ramón Modesto López Velarde Berumen fue el licenciado don José Guadalupe, quien gozaba en Zacatecas de gran prestigio por su talento y comprobada honradez. Su tío paterno, el padre Inocencio, era conocido como don “Chencho” y había servido en el curato de Ojocaliente. Fue un sacerdote culto y caritativo, de voz potente de orador de púlpito, cuyas cariñosas manos largas, finas y aristocráticas recordaban a las de su sobrino. Don Chencho, siendo presbítero del Colegi¿uio Teresiano en Zacatecas, encontró la muerte por un incidente en Ojocaliente, por no haber querido casar a un feroz cabecilla de rebeles con una bella joven de la localidad. Cuando Pancho Villa ocupó la capital el estado en 1914, el forajido valiéndose del desorden localizó al sacerdote que se ocultaba en una casa humilde, por aquel viejo rencor de Ojocaliente, y vilmente lo asesinó. Más tarde cuando el general Villa fue informado del atropello el bandolero fue fusilado por los revolucionarios de su partido.
   Don José Guadalupe casó en Jerez de la Frontera con la virtuosa dama doña María Trinidad Berumen, hermana de Silesio, Salvador, Modesto y Néstor, y de María Luisa Berumen, a quien por un arcano el bate llamaba “La Parienta” y que familiarmente fue sobradamente conocida como la “Tía Bichi”, pues vivió muchos años. Don José Guadalupe vivió en Aguascalientes, donde murió en 1910. Sus cuñados Silesio y Salvador, agricultores y comerciantes de carecer sencillo, se encargaron de la manutención de la familia López Velarde Berumen desde que enviudó María Trinidad, cuidando de la educación de los huérfanos con meritoria solicitud en la ciudad de Jerez, en especial Sinesio, que tenía una farmacia.[7]
   La Real Villa de Jerez de la Frontera gozaba por aquellos años de finales de siglo XIX de una situación económica privilegiada, gracias a la distribución adecuada de la tierra hecha en 1830 por el gobernador Francisco García Salinas, “Tata Pachito”, quien hizo de aquel rincón de México un ejemplo de justicia social. Al cobijo de la fértil economía jerezana floreció el comercio y la pequeña industria destacando, además de la farmacia de don Silesio Berumen, toda una aristocracia regional, entre cuyos apellidos resonaban los Inguanzo, Borrego, Castellanos, Zulueta y los Del Hoyo. Por los acontecimientos de la revuelta armada se fueron a vivir a Ciudad de México, fundando los hermanos Berumen una farmacia en las calles de Orizaba. Conjetura Jesús B. González que lo más probable es que Fuensanta, Josefa Dolores de los Ríos, la musa provinciana del poeta, fuera hermana política de don Salvador Berumen.
   Los hermanos de Ramón fueron el doctor Jesús, espíritu fino y de gran sensibilidad artística quien radicó en la ciudad de Torreón, Trinidad quien se encargó en México de la farmacia de su tío Sinesio, Lupe, compañera inseparable de su madre, Pascual, que sirvió en los ferrocarriles y radicó en Aguascalientes, el abogado Guillermo que trabajó para la Secretaría de Hacienda, Leopoldo quien trabajó junto a su hermano en la misma Secretaría, y las gemelas Aurora, que era profesora normalista, y Esperanza, que falleció siendo muy chica. Pasados los años vivieron junto con Jesús en la región de la laguna Aurora, Lupe y su mamá María Trinidad.







V.- La Copa y la Mesa
   Jesús González se establece como crítico de espectáculos colaborando en varias revistas y diarios, como Revista de Revistas y Excelsior. Recuerda don Francisco Monterde que se encontraba con frecuencia a Ramón López Velarde casi siempre acompañado por el crítico teatral Jesús  González, que firmaba sus colaboraciones con el pseudónimo de “Buffalmaco”, en el teatro Iris y en el teatro Colón, en conciertos y funciones de Ana Pavlova y Andrés Segovia o de la bailarina española Antonia Mercé “La Argentina” y Tórtola Valencia. 
   Como escritor y periodista, pero también como pensador y conversador, Buffalmaco fue apreciado por su singularidad, participando a su manera de esa estética caballeresca, garigoleada y de buen gusto que Ramón López Velarde supo coronar en su libro El Minutero y que todavía al día de hoy se cultiva en su solar nativo.
   Uno de los signos que caracterizan al periodista se encuentra en su columna semanal La Semana Dentro de 50 Años”, donde su talento visionario corona la copa de su obra con fino humor y acertado profetismo. La columna nació al proyectar las manecillas del reloj, no hacia el pasado, como hiera desde 1916 Nicolás Rangel en su columna “La Semana Hace 50 Años” en Revista de Revistas, sino al caminar conjuntamente a los tres bazos cronológicos para remontarse hacia el futuro. La columna de Buffalmaco resultó un gran éxito editorial y luego de pasar por Revista de Revista se publicó durante décadas en el diario ExcelsiorEl mismo José Vasconcelos, quien por natural poseía las dotes de la síntesis y la visión adelantada de la profecía, fue amigo del periodista, y escribió un notable artículo en 1937 titulado “México en 1950”, donde quintaesencia el estilo de su antiguo colaborador, anticipándose su visión, por lo demás en casi medio siglo, a la revelación plena de los babilónicos acontecimientos, también descritos por el filósofo cósmico en su utopía de la raza cósmica y mestiza.[8]
   Jesús González fue animador y fundador de la Revista de Revistas, en la que participó también Rafael López y el vate Frías en la crónica teatral. Su mayor logro editorial fue la revista Chicomostoc editada de forma perfectamente independiente de 1943 a 1944,
   Sus géneros fueron el retrato de circunstancias, cuento, narración, crítica de arte y de espectáculos, dándoles un sitio prominente a las figuras populares, a las artesanías y a las tradiciones vernáculas. Adelantado a su tiempo, descubrió antes que nadie la idea de la salvación de las circunstancias culturales por la reflexión de esa cultura misma, las “salvaciones” de Ortega y Gasset, quien al igual que Buffalmaco tomaba un dolor, un temor o un color local para llevarlo mediante el pensamiento y la literatura al máximo de su significación. 



IV.- Coda: Las Hojas  Mexicanas
   Epitome de la modernidad y resumen de la mexicanidad bien entendida o en lo que conlleva de tesis universalista. Jesús B. González supo entender lo que en nuestra altura se revela como una vida plural y superpuesta a otras, rescatando lo mejor del pasado para actualizarlo en el presente, para ser un verdadero socialista cristiano.
   Evocar el nombre de los mayores es volver al polvo de la tierra con que estamos hechos, también es humectar con el agua viva de la fuente de memoria nuestras raíces más profundas para irrigar de nuevo con  la esmeralda sabia de la vida las hojas del árbol que crece hacia dentro de la frente haciendo de sus frutos pensamientos. El libro inédito de Jesús B. González, Las Barcas de Papel, espera pacientemente su turno para que honor de la tipografía lo conduzca finalmente al panteón de la memoria zacatecana y nacional de las letras mexicanas.






[1] Jesús B. González, “La Familia de Ramón López Velarde”. Revista Chicomostoc, 1943.
[2] Con Venustiano Carranza se cierra el proceso político de la revolución mexicana para ser sucedida por el “caudillismo revolucionario” de Obregón, Calles y 70 años de  “revolución institucionalizada”. La revolución de Carranza se inicia cuando siendo gobernador de Coahuila en 1911 es asesinado el presidente demócrata Francisco Ignacio Madero a manos de chacal Victoriano Huerta y se levanta al frente del ejército constitucionalista que en 1914 toma la ciudad de México. Se enemista con Pancho Villa en la convención de Aguascalientes y se nombra a Gutiérrez presidente provisional. Carranza instala su gobierno en Veracruz y luego de la derrota de Villa en Celaya en 1916 se ocupa de inspirar la Constitución de 1917, año en es designado presidente. Luego de la muerte de Zapata en el año de 1919, el general Obregón se subleva y Carranza tiene en 1920 que abandonar la capital, siendo asesinado en una miserable choza del pueblo de Tlaxcalaltongo por su amigo el general Rodolfo Herrero a las órdenes de Álvaro Obregón. Con ello Carranza pagaba la deuda de haber mandado asesinar a los generales revolucionarios Emiliano Zapata, Felipe Ángeles, Leopoldo Díaz Ceballos y algunos más. José Vasconcelos, quien regresa a México ese año y es nombrado por presidente interino Adolfo de la Huerta rector de la Universidad Nacional, destiló años después amargas líneas sobre don Venustiano, sus generales y caterva de carranclanes, juzgándolo en definitiva un falso ídolo de la revolución. Con Carranza, en efecto, la revolución cambia de signo y al perder contenido ideológico se militariza, apoyándose por tanto en el grado militar y la fuerza, olvidándose del derecho y la razón. Soldado, gran propietario y terrateniente hicieron de Carranza un simple reaccionario que abandonó el carácter democrático, liberal y civilista de la verdadera revolución maderista para dar pie a la era del caudillismo, del señor que está por arriba de la ley y al amparo de la impunidad. Ver José Vasconcelos, Que es la Revolución, “Las vicisitudes del adjetivo “reaccionario””. UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.
[3] Francisco Villa es asesinado el 20 de julio de 1920 y el 5 de diciembre se produce en Veracruz la insurrección de Adolfo de la Huerta, financia por las compañías petroleras,  en contra la imposición d Plutarco Elías Calles como Presidente por parte de Álvaro Obregón. El general Enrique Estrada siendo Jefe de Operaciones de Jalisco secunda la rebelión y el general Guadalupe Sánchez proclama a Adolfo de la Huerta presidente provisional. Ver “Es con Voz de Biblia: la Muerte de Enrique Estrada” de Jesús B. González, Revista Presente, 1 de diciembre de 1942.
[4] Guadalupe Appendini, Ramón López Velarde: Sus Rostros Desconocidos. FCE, Colección Tezontle. 1ª reimpresión, México,  1998. Pág. 133.
[5] Jesús B. González, “La Última Hora de Ramón López Velarde”, Revista Chiconostoc, 1936.  
[6] Op. Cit. Pág. 134. También en Revista de Revistas, Núm. 1362, 21 de Junio de 1936. 
[7] El libro de Federico del Real Retrato de Familia (Ed. del autor, México, 1991),  cuenta con un capítulo sobre Jesús B. González y una valiosa colección de artículos de Buffalmaco. Ver “La Familia de Ramón López velarde”, Pág. 93.  
[8] Artículo incluido en el libro de José Vasconcelos ¿Qué es la Revolución?. UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.  Sobre el tema de las proyecciones y adivinación del futuro nacional destacan sobre todo las profecías de José Gaos y de Octavio Paz dispersas en su obra y las asombrosas imágenes noveladas del poeta michoacano Homero Aridjis.





Ramón López Velarde

LA BIZARRA CAPITAL DE MI ESTADO...

A Jesús B. González

He de encomiar en verso sincerista
la capital bizarra
de mi Estado, que es un
cielo cruel y una tierra colorada.

Una frialdad unánime
en el ambiente, y unas recatadas
señoritas con rostro de manzana,
ilustraciones prófugas
de las cajas de pasas.

Católicos de Pedro el Ermitaño
y jacobinos de época terciaria.
(Y se odian los unos a los otros
con buena fe.)

Una típica montaña
que, fingiendo un corcel que se encabrita,
al dorso lleva una capilla, alzada
al Patrocinio de la Virgen.

Altas y bajas del terreno, que son siempre
una broma pesada.

Y una Catedral, y una campana
mayor que cuando suena, simultánea
con el primer clarín del primer gallo,
en las avemarías, me da lástima
que no la escuche el Papa.

Porque la cristiandad entonces clama
cual si fuese su queja mas urgida
la vibración metálica,
y al concurrir ese clamor concéntrico
del bronce, en el ánima del ánima,
se siente que las aguas
del bautismo nos corren por los huesos
y otra vez nos penetran y nos lavan.











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