Jesús B. González “Buffalmaco”: un Periodista del
Viejo Zacatecas
Alberto EspinosaOrozco
A Enrique Salinas
“Porque ustedes son la sal de la tierra”
Evangelio según San Mateo 5.13
I.- Las Raíces
El escritor y
periodista Jesús Buenaventura González Flores, mejor conocido en el mundo zacatecano con el
nombre de “Buffalmaco”, nació en la ciudad de Guadalupe, estado de Zacatecas,
el día 14 de julio de año 1887, nació en Guadalupe, Zac., en la casa que está a
un lado del Hotel Guadalupe, junto a la Presidencia Municipal, siendo hijo del
matrimonio formado por Don Epigmenio González Sánchez y Doña María Josefa de la Concepción Cecilia Flores Maciel, quienes tuvieron otros tres
hijos, su hermana mayor Mercedes (Guadalupe, 1883- México, DF, 1942) quien casó
con un hijo del afamado artista e impresor Nazario Espinosa, Enrique Espinosa
Dávila, su hermano mayor Epigmenio, llamado familiarmente Don Epis (Guadalupe,
1885- México, DF, 1957), casado con la zacatecana Refugio de las Piedras, y un
hermano menor de nombre Victoriano, conocido en el medio familiar como “el tío
Tolano”, quien tuviera un trágico fin. Su padre, Don Epigmenio González Sánchez
ejerció durante el porfiriato una especie de benévolo patriarcado en Guadalupe,
de 1874 a 1894, muriendo tras caerse de un caballo. Su madre, conocida
familiarmente como Mamá Quica, hermana del letrado periodista Ignacio Flores
Maciel, fue pionera de los voluntariados municipales y primera dama de
alcurnia, que organizaba colectas con las mujeres de la alta sociedad,
recaudando fondos para acciones de caridad. El futuro escritor se desarrolló de
niño en una familia de políticos, benefactores, artistas y literatos. Murió el 10 de mayo de 1955 en la Ciudad de México.
De entre los personajes del
viejo Zacatecas sin lugar a dudas Buffalmaco tiene reservado un sitial de
honor, pues es una da las figuras que más huellas felices dejaron entre sus
contemporáneos y amigos, por su singular talento y las prendas de caballero que
adornaban su distinguida y recta personalidad. El apodo de “Buffalmaco” hace
alusión al pintor gótico en Florencia y en toda la Toscana para la primera
mitad del siglo XIV, Buffalmacco o Buonamico di Martino, (Floreótio, ncia, 1290
– 1340), de quien habla Boccaccio en su célebre novela Decamerón cuando narra
cómo los simpáticos pintores Calandrino, Bruno y Buffalmaco van por el río
Mugnone buscando la piedra mágica heliotropo, concediéndole Vasari las dotes
del agrado y del humor, y con bastante buen juicio en el arte de la pintura, y
dice de él en su Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos:
“He aquí un pintor bromista que debemos de tenemos muy en serio. He aquí un
pintor que utiliza el disfraz de burlador para burlar la solemnidad. En una
palabra, se trata del primer pintor con actitud de moderno.” Así era Jesús
González: un burlador serio, que hacia cosas estúpidas con total seriedad, y
las cosas más serias con burla completa, pues la vida es una comedia de
equivocaciones.
Fue sobre
todo un gran conversador. Su plática hipnótica, a veces francamente delirante y
de éxtasis verbales, en frecuentes ocasiones hilarante, estaba poblada de
felices y pertinentes ocurrencias, salpicada de dichos vernáculos y trufados
con anécdotas de la vida cotidiana, rematados con juicios certeros y
definitivos sobre la condición humana. Así, apegándose a derecho, sabía que
toda explicación no pedida es una confesión manifiesta, lo mismo que recordaba
los misterios de la atracción entre los géneros, como quien al para sobre una
escena de la vida real despierta un filamento de memoria, evocando la sibilina
sentencia inapelable de que “dos tetas jalan más que un par de carretas”. Una de las bancas del Jardín de Guadalupe en
Zacatecas lo recordó con la lacónica leyenda: “Jesús B. González, de aquí de
Guadalupe”, haciendo honor a su cautivador ingenio y al amor que siempre
profesó por su solar nativo.
El primer matrimonio de Jesús B. González lo realizó con Doña Amparo de los Desamparados Carrillo Licona, de Fresnillo, Zacatecas (Fresnillo, 10 de mayo de 1893-México, D.F., 13 de septiembre de 1966), hija del Dr. Manuel Carrillo y de se Cecilia Licona, y se casaron en esa misma ciudad, en la Iglesia de Santo Domingo, y tuvieron seis hijos, los González Carrillo: María del Carmen (Carmela, Zacatecas, 1913), María de la Luz (Lucha, 1914, México, D.F.), María Cecilia (May, México, D.F. 1916), Martha, quien murió de un año, Guillermo Epigmenio (1920, México, D.F.), Jesús Alejandro (1921, México, D.F.) y Héctor Xavier (1923, México, D.F.). Después, en la Ciudad de México contrajo matrimonio en segundas nupcias con una estudiante de la canto de la “Alondra Durangueña”, Fanny Anitúa, la soprano María Trinidad Martínez.
En esta fotografía aparecende sus hijas, Lucha y María Cecilia, con integrantes de la familia Espinosa Gonzales y González Flores
II.-Las Ramas y los Brotes
Al quedar
huérfano de padre a los ocho años de edad, junto con su familia fueron apoyados
por un tío abuelo, lo que les permitió seguir viviendo en la ciudad de
Guadalupe, inmediata a Zacatecas, en una casa espaciosa y de comodidades
pueblerinas, en la calle de Tránsito. La casa y mesón anexo eran propiedad de
don Mateo López Velarde, hermano del honrado licenciado don José Guadalupe
López Velarde, padre del bardo inmortal. Don Mateo y otro hermano suyo, don
Pascual López Velarde eran mineros laboriosos que habían sido varias veces
ricos y varias veces pobres, pues los beneficios de una mina los dejaban en
otra, pues para tener una mina hay que invertir una mina. Don Mateo murió
accidentalmente en el Mineral de Catorce, en el estado de San Luís Potosí.[1]
Los vaivenes de la fortuna subterránea los conocía Jesús González directamente,
pues su propio hermano Epigmenio González, don Epis, también fue minero y
encontró una riquísima veta de plata en un mineral, pero quedo totalmente
arruinado cuando uno de sus capataces envenenó una muestra, obligándole aquel
lance de confianza malentendida a vender muestra, mineral y mina,
volviendo resignado a la pobreza regular
y a cambiar definitivamente de oficio.
Jesús B.
González estudió en algunos colegios de Zacatecas, destacando sus estudios en
el Seminario Conciliar de la
Purísima , en la ciudad de Zacatecas, entre 1902 y 1904, hasta
alcanzar luego los primeros ciclos de la preparatoria. Mientras tanto se iba
desempeñando como dependiente en varios comercios y como aprendiz en los
talleres de impresión de Nazario Espinosa, habiendo entre ellos una relación familiar
ya que a principios de siglo una hermana suya, Mercedes González, casó con un
hijo del editor y artista litográfico, Enrique Espinosa, por lo que casi
automáticamente se incorporó a la empresa donde tomó amor al oficio de impresor
y editor, al grado de convertirse en las pasiones de su vida. .
Durante toda
su vida fue infatigable fundador de revistas. En el año de 1905, cuando
trabajaba como empleado en el Banco Nacional, que era de la familia Descose,
situado en lo que hoy es la calle de Juárez y el único de bizarra capital,
fundó y editó la revista El Cañonazo, donde hacía ingeniosos
ataques a todo lo atacable, defendiendo la democracia y las posiciones
antirreleccionistas. Cuando el asesinato del presidente Ignacio Madero y Pino
Suárez en 1911 a
manos de chacal y usurpador Victoriano Huerta, Jesús atendía un local llamado “El Trébol” en los bajos de una
espléndida casona de la familia Flores Legen ubicada al norte de la Plaza de Armas, vendiendo
artículos de importación, paños de la lana y lencería fina a la elegante
sociedad zacatecana porfirista. Fue en “El
Trébol” que alguien le advirtió de las oscuras intenciones del gobierno por
sus comentarios críticos en el pasquín, pues una voz en tercera persona le
mandó decir “”Por favor, dile a Jesús que se vaya, porque quieren matarlo”.
Jesús González decidió irse entonces a la Ciudad de México. La tienda “El Trébol” sobrevivió hasta el año de 1914 cuando la Toma de Zacatecas, año
fatídico para la entidad, pues muchos comercios que le daban prosperidad y un
inigualable aire de modernidad a Zacatecas, entre los que tristemente se
incluía la imprenta de Nazario Espinosa, menguaron o desaparecieron para
siempre debido a los saqueos y contoneos revolucionarios.
Jesús B.
González con una pistola suya fajada al cinto y el rezo de la bendición materna
gradada en la mente como un disco salió de Zacatecas santiguado tomando la ruta
de Jerez, Huejúcar, Colotlán, Momáx, hasta llegar a aquel río anchuroso que
llega a Tlaltenango. Un lívido gas neón parpadeante lo acompañó en forma de un
signo de interrogación en medio de la
oscuridad en las posadas que habitó en Tlaltenango, hasta hacerle saltar el
ritmo de las sienes y apretarle el insomnio contra la frente. El grito madrugador
de los mesones, “¡Huéspere!”, lo hacía despertar para escuchar el ruido de
arneses en el empedrado y el rugir maternal de la res que lamía a su becerro
para peinarle la seda de su pelo bermejo y los torrentes de orines de las
bestias despatarragadas olorosos a rastrojo verde.
Se quedó a
vivir en Tlaltenango por algunos años a donde llegó con un nombramiento de cajero y contador de
una empresa bancaria. Fue arropado por la fortuna, pues pronto llegó a vivir al
pueblo don Víctor Berástegui, un vasco que abandonó el comercio en Zacatecas para
rentar la hacienda de la “Cofradía” que pertenecía a don Aureliano Castañeda.
Acompañado de su esposa, doña Ana Morfín Chávez, el industrioso hombre de
Elibar hizo pronto prosperar las tierras, adoptando prácticamente a Jesús
González, quien se dedicó gustoso a la agricultura, cultivando el maíz y
obteniendo de ello gran fruto. Regateando a los peones en la oscuridad de la
primera luz conoció la yunta que unce a los bueyes del arado primitivo, la
recta impecable en la tierra húmeda, la mano del niño que arroja el maíz pepita
e el hondo surco de la tierra, el beso del sol y la caricia vertical de la
lluvia campesina. El pueblo del Tlaltenango prósperamente, pues la cizaña del
agrarismo absurdo y del liderazgo sis sentido no logró echar raíces en aquel pueblo
honrado.
. El pueblo, a
primera vista triste y sin interés, contaba con toda una sociedad en la que el
periodista pronto logró acomodo: con el tendero Pancho Delgado y sus hermanos
Aureliano y Salvador, con Rubén Rodríguez Real, el Apolo del pueblo, dinámico y
mentiroso; con sus compañeros banqueros Silvestre Pérez y el “Chuma” Haro.
Trabó relaciones también con Ramón W. Ortega, el capital más fuerte de leguas a
la redonda y con Inés y Rodrigo Ortega, con José y Salvador González y Clemente
Godina, con Manuel Magallanes y Jesús Velásquez. Con los ricachos Luís y Samuel
Dávila tomaba coñac en “El Mundo de Colón”, siendo acompañados por don Manuel
Pérez Lete, que era igualito a Alfonso XIII. Don José María Caballero, Julián
Horendo y don Zenonito Robles también fueron sus amigos. Con ellos organizaban
paseos campestres, tamaladas, cacerías de venado en la sierra, bailes n ocasión
de santos y bautizos y las fiestas de aniversario en Tocatic.
Se pusieron
así a inventar mil diversiones para atraer a las muchachas recatadas, sencillas
y de buen humor del pueblo. Allí fue que descubrió su gran talento como
organizador cultural, pues armó oncenas de fut bol, carreras de relevos,
carreras de caballos y corridas de toros. Para mantener la algarabía del pueblo
organizó también funciones teatrales en donde para cerrar la fiesta recitaba
emocionado el monólogo en verso “En Presidio” del bate zacatecano José Vásquez,
al que declaraban para ellos inmortal, y “La Huelga de los Herreros” de Francisco Copel. Jesús
B González fue de todo: torero, cazador, deportista, cómico, jinete, enamorado
y también agricultor, haciendo todo el bien y todo el mal que pudo,
incursionando así con inusitado éxito en el arte de la “todología” o de la
“mundanidad”, en el cual fue un verdadero maestro, por todo lo cual acepto y
sin rubor el cargo honorario de Presidente de la Junta Patriótica
de Tlaltenango del Valle del Estado de Zacatecas.
III.- El Brazo de Ramón
El previsible
resultado de todo ello fue la huída de Jesús B. González a la Ciudad de México, a la que
llegó de Tlaltenango sin recursos y sin amistades. El poeta Ramón López Velarde
lo salvó del naufragio, invitándolo a trabajar a su lado en la Secretaría de Educación cuando era jefe del
Departamento Universitario –tiempo que ambos aprovecharon sabiamente para hacer
las correcciones de La Sangre
Devota. A finales de 1915 López Velarde es nombrado
profesor interino de literatura en la escuela Nacional Preparatoria y en 1915
cubre la ausencia de Enrique González Martínez y conoce a una mujer culta
maestra de la normal, diez años mayor que él a quien corteja: Margarita Quijano
y cuyo noviazgo durará hasta 1918.
A la vez, que durante la confusión del breve gobierno de
seis meses de Roque González Garza, nombran al poeta titular de la Secretaría de Instrucción Pública por ausencia
del Ministro del ramo, siendo sustituido inmediatamente por el Jefe de Sección
Administrativa Joaquín Ramos Roa, conservando Ramón la jefatura de la Sección Universitaria
de Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Junto con Jesús B. Gonzalo
traba amistad con José Juan Tablada, Julio Torri, Alejandro Quijano y Enrique González Martínez y publica en 1916
en Revista de Revistas su primer
libro de poesías, La
Sangre Devota con elegante portada de Saturnino
Herrán, llamando a Jesús B. González con justicia “tío carnal” del libro y
dedicándole uno de los poemas más celebrados del libro: “A la Bizarra Capital
de mi Estado”.
Al poco
tiempo de su llegada Jesús González fundó una imprenta en el centro histórico
de la Ciudad
de México, en las calles de Regina, donde editaba las revistas culturales Pegaso
y Multicolor. La revista semanal
Pegaso, que duró de marzo a julio de 1917, era dirigida por
Enrique González Martínez y Ramón López Velarde, encargándose Jesús B. González
de la información de espectáculos. Pedro de Alba y Ramón López Velarde
publicaron en ella algunos poemas del lagunense Francisco González de León. La
imprenta pasó luego a instalarse en las calles de San Fernando, contando sus
revistas para entonces con brillantes colaboradores, entre los que se contaban
las de Enrique González Martínez y José Vasconcelos. Es por ese entones cuando
entra a formar parte del círculo literario y artístico de Antonio Caso, Carlos
González Peña, José Vasconcelos, Saturnino Herrán, Roberto Montenegro, el
“Chango” Ernesto García Cabral, Manuel M. Ponce, José Juan Tablada, Rafael
López, Manuel Horta y Enrique Fernández Ledesma.
Jesús B.
González y Ramón López Velarde reforzaron sus lazos de amistad cuando el poeta
se encargó de ayudar a su amigo periodista poniendo su influencia y generosidad
a su servicio, logrando que ocupara primero un puesto fugaz en la Secretaría de Comunicaciones y
luego otro en Gobernación. En efecto, en el año de 1919, durante el gobierno
del presidente Venusiano Carranza, nombran a Manuel Aguirre Berlanga, antiguo
compañero de leyes de Ramón López Velarde en San Luís Potosí, Secretario de
Gobernación, quien designa al poeta como su secretario personal y al periodista
zacatecano como auxiliar. Ramón publica su segundo libro de poemas Zozobra
en la distinguida revista literaria México Moderno, cuenta
con treinta y un años de edad y su amigo Jesús con treinta y dos.
En el año de
1920, al ocurrir la derrota del presidente Carranza, tanto Jesús B. González
como Ramón López Velarde, acompañados de otro escritor zacatecano, Manuel de la Parra , van en uno de los
trenes que acompañan al gobierno a Veracruz,
dispuesto a seguir al Barón de Cuatrociénegas hasta Tlaxcalantongo… o
hasta la eternidad. Por alguna razón abandonan en tren en la villa de
Guadalupe. Carranza es asesinado en Tlasxcalantongo el 21 de mayo de 1920,
perdiendo en el acto don Ramón y don Jesús sus puestos en Gobernación.[2]
A partir de ese momento López Velarde se niega a colaborar en ningún puesto
público del gobierno de la
República , en cambio a
manera de confesión de parte sabemos que a la muerte del cuadillo del norte
Jesús González aceptó ser comandante del estado Mayor del general Enrique
Estrada, quien lo tomó a su servicio en lugar de mandarlo al patíbulo. .Para
proteger su vida se protegió con el vellocino de la cabra de Amaltea y adornado
con la cabeza de Medusa a manera de escudo. No mucho más sabemos de aquella
aventura en que se embarcó cual Jasón al Hiperbóreo, integrando su grupo con
otros dos argonautas zacatecanos más, el escritor Manuel de la Parra , nuevo Ulises de la
aventura, y el poeta Ramón López Velarde, quien volvía a ser por vez segunda el
divinal Orfeo.[3]
Corría el año
de 1921 cuando López Velarde es designado profesor de literatura mexicana e
hispanoamericana en la
Facultad de Altos estudios de la Universidad y vuelve a
dar clases de literatura castellana en la Escuela Nacional Preparatoria
(de las que había sido suspendido en 916), mientras que Jesús B. González fue
llamado por José Vasconcelos como asesor de la
Secretaría de Educación, siendo compañero de la poeta chilena
Gabriela Mistral quien trabo amistad con su segunda esposa, Trinidad, a quien alguna vez
le envió un retrato cuya dedicatoria reza: “Dios le dio a Usted por esposo
a un hombre de cabeza sutil para
librarla del tedio y de la muerte”.
Una mala
noche, cuando Jesús y Ramón se encontraban en un bar, dejaron que se les
acercara una gitana que pregonaba: “¡Tu suerte; Tu pasado; Tu porvenir!”. Tomó
la larga mano espatulada del poeta, la leyó con atención y le dijo: “¡Amas
mucho a las mujeres, pero les temes! ¡También tienes miedo de ser padre! ¡Esta
línea me dice que morirás de asfixia!”[4]
En un artículo publicado en Revista de Revistas el crítico de espectáculos escribió: “Algunas
ocasiones caminábamos por las calles de Capuchinas, a altas horas, yo envuelto
en un grueso gabán y con bufanda, él sin abrigo, cuando el agua s estaba
volviendo cristales al beso de la brisa del sur. Montaigne era su leitmotiv y no le importaba la línea de
mercurio de los termómetros. En aquella noche de “La Mallorquina ” fue
traicionado por su organismo tantas y tantas veces fiel. Día a día fue
empeorando, hasta que dejó de concurrir a su oficina. Primero el diagnóstico no
arrojaba deducciones de alarma. Ramón recluido en sus habitaciones de la avenida
Jalisco 71, sin hacer cama, recibía a sus amigos y charlaba de sus temas
favoritos. Apenas podíamos percibir su
estado anhelante… La mañana del 18 de julio llegue a visitarlo y lo encontré
profundamente decaído. Su respiración era violenta y angustiosa. Sentado en su
sillón, con la mirada triste, a mis palabras de sincero optimismo contestó
mostrándome su mano larga y expresiva. “¿No recuerdas aquello que me auguró la
gitana? ¡Mírame como estoy!””[5]
Casa de Ramón López Velarde en la
calle Álvaro Obregón #73 en Ciudad de México
Habitación del
poeta en el Museo Ramón López Velarde en Ciudad de México
“Fue su
último amanecer. A su madre y a sus hermanos acompañamos en aquella jornada
fatal, Rafael López, Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma y yo. Ramón,
reclinado sobre varios cojines colocados en la cabecera de la cama controlaba
con heroísmo casi incomprensible el ahogo fatal de la asfixia. La ciencia no
podía acudir en su auxilio: todos los recursos estaban agotados. Hubo un
momento dramático: la madre de Ramón, de hinojos al borde de la cama, dejó caer
desconsolada la cabeza sobre las manos abiertas del hijo moribundo y lloró
silenciosamente. Al incorporarse, Ramón llevó sus manos a la boca y bebió las
lágrimas amargas como el último y más precioso don, al acabar una egregia
vida.”[6]
Cuatro días
después de cumplir treinta y tres años, el 19 de junio de 1921, murió Ramón
López Velarde asfixiado por una bronconeumonía mal atendida en su departamento
de Avenida Jalisco número 71, departamento 9 -luego de recibir los santos oleos
por mano del padre jesuita Pascual Díaz, por entonces presbítero de la Sagrada Familia y más tarde
arzobispo de México. Luego de llorar junto con su madre y rodeado por sus más
fieles amigos. Jesús González, Enrique Fernández Ledesma, Rafael López y su
hermano el médico Jesús, Ramón cerró los ojos a este mundo y entregó su alma al
Señor. Por órdenes de José Vasconcelos su
féretro fue conducido a la entrada del Paraninfo Universitario, donde estaba la
rectoría de la Universidad ,
en un edificio porfiriano en las calles Licenciado Verdad, donde su cuerpo fue
velado. Al día siguiente en el Panteón Francés pronunciaron oraciones fúnebres
Alfonso Cravioto, Alejandro Quijano y su amigo Enrique Fernández Ledesma.
José
Vasconcelos, rector de la
Universidad dispuso, por instrucciones del presidente Álvaro
Obregón, los funerales del poeta por cuenta del gobierno y a iniciativa de
Jesús B. González, Pedro de Alba y Juan de Dios Bojórquez, la Cámara de Diputados se
enlutó por tres días en homenaje al bardo jerezano. Recuerda Jesús B. Gonzáles
que además de él y de Saturnino Herrán, en los últimos tiempos estuvieron cerca del inusitado lírico
mexicano el poeta preclaro Rafael López y Pedro de Alba,
el médico e investigador de los Archivos de Indias en Madrid. El mismo mes de julio la revista de
Vasconcelos El Maestro publica el
último poema que corrigió para la imprenta: “La Sueva Patria ”.
Poco después
Jesús González promovió una colecta tanto en México como en Jerez para hacer un
busto al poeta, encabezando la colecta para el busto en Jerez Isidro de
Santiago, el cual fue colocado en la
Plaza de Armas de aquella ciudad y es el que todavía existe.
Buffalmaco conservó durante años otro busto realizado en yeso por el “Chamaco”
Urbina y poco antes de morir le pidió a su esposa Trinidad M. de González que
lo enviara al Instituto de Ciencias de Zacatecas y así se hizo.
En 1924, en
uno de los primeros aniversarios de su muerte el gobernador de Zacatecas
Fernando Rodare, quien había sido linotipista de Excelsior por muchos
años, invitó a un grupo de artistas, periodistas, poetas e historiadores a
develar en el Cerro de la Bufa
una placa en honor y memoria del bate jerezano, entre los que estaban Jesús B.
González, Jesús López Velarde, José G. Frías, Ernesto García Cabral, Juan de
Dios Bojóquez y Manuel Horta entre muchos otros. Rafael López tomó la palabra y
al hacer referencia al poema La Suave
Patria y elevar con la vos los versos:
”tu casa todavía es tan grande,
que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería”
… el tren pasó cerca del cerro paralizando con su
triste silbato a sus amigos y al pueblo en masa que estaba presente.
IV.- Las Raíces Jerezanas
El padre de
Ramón Modesto López Velarde Berumen fue el licenciado don José Guadalupe, quien
gozaba en Zacatecas de gran prestigio por su talento y comprobada honradez. Su tío paterno, el padre Inocencio, era conocido como don “Chencho” y había servido en el
curato de Ojocaliente. Fue un sacerdote culto y caritativo, de voz potente de
orador de púlpito, cuyas cariñosas manos largas, finas y aristocráticas
recordaban a las de su sobrino. Don Chencho, siendo presbítero del Colegi¿uio Teresiano en Zacatecas, encontró la muerte por un incidente en Ojocaliente, por no haber querido casar a un feroz cabecilla de rebeles con una bella joven
de la localidad. Cuando Pancho Villa ocupó la capital el estado en 1914, el
forajido valiéndose del desorden localizó al sacerdote que se ocultaba en una
casa humilde, por aquel viejo rencor de Ojocaliente, y vilmente lo asesinó. Más tarde cuando el general
Villa fue informado del atropello el bandolero fue fusilado por los
revolucionarios de su partido.
Don José
Guadalupe casó en Jerez de la
Frontera con la virtuosa dama doña María Trinidad Berumen,
hermana de Silesio, Salvador, Modesto y Néstor, y de María Luisa Berumen, a
quien por un arcano el bate llamaba “La Parienta ” y que familiarmente fue sobradamente
conocida como la “Tía Bichi”, pues vivió muchos años. Don José Guadalupe vivió
en Aguascalientes, donde murió en 1910. Sus cuñados Silesio y Salvador,
agricultores y comerciantes de carecer sencillo, se encargaron de la
manutención de la familia López Velarde Berumen desde que enviudó María
Trinidad, cuidando de la educación de los huérfanos con meritoria solicitud en
la ciudad de Jerez, en especial Sinesio, que tenía una farmacia.[7]
Los hermanos
de Ramón fueron el doctor Jesús, espíritu fino y de gran sensibilidad artística
quien radicó en la ciudad de Torreón, Trinidad quien se encargó en México de la
farmacia de su tío Sinesio, Lupe, compañera inseparable de su madre, Pascual,
que sirvió en los ferrocarriles y radicó en Aguascalientes, el abogado
Guillermo que trabajó para la
Secretaría de Hacienda, Leopoldo quien trabajó junto a su
hermano en la misma Secretaría, y las gemelas Aurora, que era profesora
normalista, y Esperanza, que falleció siendo muy chica. Pasados los años
vivieron junto con Jesús en la región de la laguna Aurora, Lupe y su mamá María
Trinidad.
V.- La Copa y la Mesa
Jesús
González se establece como crítico de espectáculos colaborando en varias
revistas y diarios, como Revista de Revistas y Excelsior.
Recuerda don Francisco Monterde que se encontraba con frecuencia a Ramón López
Velarde casi siempre acompañado por el crítico teatral Jesús González, que firmaba sus colaboraciones con
el pseudónimo de “Buffalmaco”, en el teatro Iris y en el teatro Colón, en
conciertos y funciones de Ana Pavlova y Andrés Segovia o de la bailarina
española Antonia Mercé “La
Argentina ” y Tórtola Valencia.
Como escritor
y periodista, pero también como pensador y conversador, Buffalmaco fue
apreciado por su singularidad, participando a su manera de esa estética
caballeresca, garigoleada y de buen gusto que Ramón López Velarde supo coronar
en su libro El Minutero y que todavía al día de hoy se cultiva en su solar
nativo.
Uno de los
signos que caracterizan al periodista se encuentra en su columna semanal “La Semana
Dentro de 50 Años”, donde su talento visionario corona la
copa de su obra con fino humor y acertado profetismo. La columna nació al
proyectar las manecillas del reloj, no hacia el pasado, como hiera desde 1916
Nicolás Rangel en su columna “La
Semana Hace 50 Años” en Revista de Revistas, sino
al caminar conjuntamente a los tres bazos cronológicos para remontarse hacia el
futuro. La columna de Buffalmaco resultó un gran éxito editorial y luego de
pasar por Revista de Revista se publicó durante décadas en el diario Excelsior. El mismo José Vasconcelos, quien por
natural poseía las dotes de la síntesis y la visión adelantada de la profecía,
fue amigo del periodista, y escribió un notable artículo en 1937 titulado “México en 1950” , donde
quintaesencia el estilo de su antiguo colaborador, anticipándose su visión, por
lo demás en casi medio siglo, a la revelación plena de los babilónicos
acontecimientos, también descritos por el filósofo cósmico en su utopía de la
raza cósmica y mestiza.[8]
Jesús
González fue animador y fundador de la Revista de Revistas, en la que participó
también Rafael López y el vate Frías en la crónica teatral. Su mayor logro
editorial fue la revista Chicomostoc editada de forma
perfectamente independiente de 1943 a 1944,
Sus géneros
fueron el retrato de circunstancias, cuento, narración, crítica de arte y de
espectáculos, dándoles un sitio prominente a las figuras populares, a las
artesanías y a las tradiciones vernáculas. Adelantado a su tiempo, descubrió
antes que nadie la idea de la salvación de las circunstancias culturales por la
reflexión de esa cultura misma, las “salvaciones” de Ortega y Gasset, quien al
igual que Buffalmaco tomaba un dolor, un temor o un color local para llevarlo
mediante el pensamiento y la literatura al máximo de su significación.
IV.- Coda: Las Hojas Mexicanas
Epitome de la
modernidad y resumen de la mexicanidad bien entendida o en lo que conlleva de
tesis universalista. Jesús B. González supo entender lo que en nuestra altura
se revela como una vida plural y superpuesta a otras, rescatando lo mejor del
pasado para actualizarlo en el presente, para ser un verdadero socialista
cristiano.
Evocar el
nombre de los mayores es volver al polvo de la tierra con que estamos hechos,
también es humectar con el agua viva de la fuente de memoria nuestras raíces
más profundas para irrigar de nuevo con
la esmeralda sabia de la vida las hojas del árbol que crece hacia dentro
de la frente haciendo de sus frutos pensamientos. El libro inédito de Jesús B.
González, Las Barcas de Papel, espera
pacientemente su turno para que honor de la tipografía lo conduzca finalmente
al panteón de la memoria zacatecana y nacional de las letras mexicanas.
[1] Jesús B. González, “La Familia de Ramón López Velarde”. Revista Chicomostoc,
1943.
[2] Con Venustiano Carranza se cierra el proceso político de la
revolución mexicana para ser sucedida por el “caudillismo revolucionario” de
Obregón, Calles y 70 años de “revolución
institucionalizada”. La revolución de Carranza se inicia cuando siendo gobernador
de Coahuila en 1911 es asesinado el presidente demócrata Francisco Ignacio
Madero a manos de chacal Victoriano Huerta y se levanta al frente del ejército
constitucionalista que en 1914 toma la ciudad de México. Se enemista con Pancho
Villa en la convención de Aguascalientes y se nombra a Gutiérrez presidente
provisional. Carranza instala su gobierno en Veracruz y luego de la derrota de
Villa en Celaya en 1916 se ocupa de inspirar la Constitución de 1917,
año en es designado presidente. Luego de la muerte de Zapata en el año de 1919,
el general Obregón se subleva y Carranza tiene en 1920 que abandonar la
capital, siendo asesinado en una miserable choza del pueblo de Tlaxcalaltongo
por su amigo el general Rodolfo Herrero a las órdenes de Álvaro Obregón. Con
ello Carranza pagaba la deuda de haber mandado asesinar a los generales
revolucionarios Emiliano Zapata, Felipe Ángeles, Leopoldo Díaz Ceballos y
algunos más. José Vasconcelos, quien regresa a México ese año y es nombrado por
presidente interino Adolfo de la
Huerta rector de la Universidad Nacional ,
destiló años después amargas líneas sobre don Venustiano, sus generales y
caterva de carranclanes, juzgándolo en definitiva un falso ídolo de la
revolución. Con Carranza, en efecto, la revolución cambia de signo y al perder
contenido ideológico se militariza, apoyándose por tanto en el grado militar y
la fuerza, olvidándose del derecho y la razón. Soldado, gran propietario y
terrateniente hicieron de Carranza un simple reaccionario que abandonó el
carácter democrático, liberal y civilista de la verdadera revolución maderista
para dar pie a la era del caudillismo, del señor que está por arriba de la ley
y al amparo de la impunidad. Ver José Vasconcelos, Que es la Revolución , “Las vicisitudes del adjetivo “reaccionario””.
UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.
[3] Francisco Villa es asesinado el 20 de julio de 1920 y el 5 de
diciembre se produce en Veracruz la insurrección de Adolfo de la Huerta , financia por las
compañías petroleras, en contra la
imposición d Plutarco Elías Calles como Presidente por parte de Álvaro Obregón.
El general Enrique Estrada siendo Jefe de Operaciones de Jalisco secunda la
rebelión y el general Guadalupe Sánchez proclama a Adolfo de la Huerta presidente
provisional. Ver “Es con Voz de Biblia: la Muerte de Enrique Estrada” de Jesús B. González,
Revista Presente, 1 de diciembre de 1942.
[4] Guadalupe Appendini, Ramón López Velarde: Sus Rostros
Desconocidos. FCE, Colección Tezontle. 1ª reimpresión, México, 1998. Pág. 133.
[5] Jesús B. González, “La Última Hora de Ramón López Velarde”,
Revista Chiconostoc, 1936.
[6] Op. Cit. Pág. 134. También en Revista de Revistas, Núm.
1362, 21 de Junio de 1936.
[7] El libro de Federico del Real Retrato de Familia (Ed.
del autor, México, 1991), cuenta con un
capítulo sobre Jesús B. González y una valiosa colección de artículos de
Buffalmaco. Ver “La Familia
de Ramón López velarde”, Pág. 93.
[8] Artículo incluido en el libro de José Vasconcelos ¿Qué
es la Revolución ?.
UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.
Sobre el tema de las proyecciones y adivinación del futuro nacional
destacan sobre todo las profecías de José Gaos y de Octavio Paz dispersas en su
obra y las asombrosas imágenes noveladas del poeta michoacano Homero Aridjis.
Ramón López Velarde
LA BIZARRA CAPITAL DE MI ESTADO...
A Jesús B. González
He de encomiar en verso sincerista
la capital bizarra
de mi Estado, que es un
cielo cruel y una tierra colorada.
Una frialdad unánime
en el ambiente, y unas recatadas
señoritas con rostro de manzana,
ilustraciones prófugas
de las cajas de pasas.
Católicos de Pedro el Ermitaño
y jacobinos de época terciaria.
(Y se odian los unos a los otros
con buena fe.)
Una típica montaña
que, fingiendo un corcel que se
encabrita,
al dorso lleva una capilla, alzada
al Patrocinio de la Virgen.
Altas y bajas del terreno, que son
siempre
una broma pesada.
Y una Catedral, y una campana
mayor que cuando suena, simultánea
con el primer clarín del primer gallo,
en las avemarías, me da lástima
que no la escuche el Papa.
Porque la cristiandad entonces clama
cual si fuese su queja mas urgida
la vibración metálica,
y al concurrir ese clamor concéntrico
del bronce, en el ánima del ánima,
se siente que las aguas
del bautismo nos corren por los huesos
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