Ia Chabaud: el Relato
de los Rótulos
La Novia Perpetua
El hombre tiene siempre que recuperar su
origen y al hacerlo recobrarse, volverse a ver para llegar a ser él mismo. Esa
recuperación inicia como pérdida y olvido y lo que su búsqueda descubre es una
condición humana: un suelo fértil de memoria sobre el cual edificar. Y ese
suelo humano no es sino el de una interioridad iluminante, que nos alumbra el
camino para llegar a nosotros mismos -no a nuestro yo, sino a nuestra alma.
Porque el alma humana es a lo que hay que volver para al reconocerla ser en
verdad nosotros mismos y poder ser a la vez reconocidos. Recuperar el alma es
así recobrar nuestra conciencia y saber de que altura hemos caído., es activar
un fondo de memoria soñolienta que hay que despertar y revivir en lo que tiene
de lugar sagrado y prometido. Lugar que no nos pertenece, sino al que más bien
pertenecemos y en que reposa entera la ilusión –porque el alma es el sitio
donde se inscriben los valores inmateriales que nos singularizan como especie
en el Cosmos. Encontrar nuestra alma humana es también entonces hallar el polo
en que se imanta el mundo y que permite orientarnos en el espacio natural y
humano para por fin tener el timón del tiempo en nuestras manos.
Así, aparece en el camino la imagen
simbólica de la novia perpetuamente amada, la novia secreta y transparente que
al igual que el arte nos invita a descubrirnos y a personificarnos, para vivir
y aceptar vivir con ella abiertamente. Es también la figura de la patria
interior, de la íntima nación que nos llama a de verdad pertenecer, a entrar en
la morada para encender el fuego del hogar y dialogar con ella largamente
levantando así en su lugar secreto el templo de la reconciliación –también para
tener un lugar en donde entrar y de donde salir: un sitio al cual volver.
Espacio de memoria y de significaciones que es la llamarada del origen para
entibiar el pecho y que nos llama desde siempre a la distancia para fundar en
la tierra una estancia del espíritu.
Búsqueda, pues, que simultáneamente es
construcción de la morada interior en que dar base a la verdadera madre-patria.
Lugar donde el hombre y la mujer entran para fundar el amor y al edificar la
casa interior encender el fuego del
hogar para que el hombre y la mujer conversen juntos. Porque es por el cálido
amor sentido por la novia perpetuamente amada, cifrada en la imagen idílica de
la novia inconsútil, que reconocemos la pureza primigenia a la cual
pertenecemos. Erotismo contenido y pudoroso que presiente latir en el centro
mismo del sofoco algo intocable y sagrado -pues el estallido de la galana
pólvora en juegos de pirotecnia y de artificio
nos hacen recordar, en el regazo o yendo del brazo de la novia, que sus luces
celebran a la vez la edificación de un templo.
Porque la elegida de nuestro corazón, la
comprometida de nuestro amor, es sobre todo la imagen simbólica ante quien
tenemos que cumplir una promesa. Porque por debajo o antes de las novedades y
modas momentáneas vive la ilusión perenne y perpetuamente revivida del
compromiso con la promesa y la de su cumplimiento. La prometida que vuela así
debajo del sus velos transparentes o que en la playa rumorosa se presenta con
seductora desnudez son también la imagen que invita a fundar el amor en una
interioridad. La imagen de la novia representa así una instancia de la patria
originaria: aquella en que la mujer se descubre como la mitad de la pareja
fundadora y guardiana de la tierra, y que espera al hombre como encargado de
traer el fugo de los elementos para hacer de la roca de la morada un hogar.
Porque la patria no está tanto en “la tierra de nuestros padres” como herencia
geográfica, sino como herencia temporal en la recuperación de su sentido. Es el
viaje de su búsqueda que la mujer amada nos incita a emprender para encontrarla
y así retornar junto con ella y fundar el suelo de la paternidad -trasformando
así la matria en una patria en la que el hombre y la mujer son esa patria
misma. La patria verdadera no está dada sino bajo la forma del exilio; su alma
hay entonces que buscarla para poder recuperar su suelo al partir una vez más
desde comienzo y retornar a ella con el fulgor del fuego –fundando entonces el
hogar como horizonte del coloquio y edificando el templo del amor, la
inarrrebatabe morada perdurable de la verdadera madre-patria.
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