IV.- Don Héctor Palencia Alonso: la Luz y la
Herida
(4ª
de 9 Partes)
IV
Todos los que
conocimos al maestro Palencia Alonso hemos quedado marcados por su
personalidad, por su ejemplo generoso o por sus sabios escritos singulares.
Porque en el maestro durangueño se daba, como en una evidencia deslumbrante, la
presencia del sentido común, de la alta cultura y del buen gusto, acompasado
por un armónico sentido del arte y de la vida. Podría decirse que toda su
enseñanza se funda en esa evidencia. Ahora que los días y fatigas de Héctor
Palencia se han apagado para remontarse con su luz siempre optimista y certera
a otras esferas, se perfila la trayectoria de su vida como la de un alto
surtidor de sentido, como un faro inalcanzable: como un horizonte orientador.
No buscó poder ni metal, empero en su vida
fue una procesión de méritos semejante a una marcha triunfal. Porque el Maestro
Palencia siempre tubo para los otros la palabra edificante en los belfos y en
la pluma el comentario generoso del reconocimiento donde se distingue la acción
meritoria y que alienta al espíritu. Como promotor de la cultura, su labor
que se extendió durante varias décadas de esfuerzos ininterrumpidos, a juzgar
por sus resultados, debe haber promovido millares de eventos culturales,
intervenido de viva voz en innumerables presentaciones, de haber promovido
millares de eventos culturales, la edición de centenares de libros y cientos de
exposiciones –además de haber labrado miríadas de líneas tejidas con sencillas
expresiones de mercurio o de argento en las que siempre ponderó y estimuló el
trabajo de sus coterráneos, reconociendo siempre, sin ningún dejo de insidia,
el talento ajeno.
Los frutos con que el alto surtidor de
verdura que fue su fecunda vida se coronó
fueron sin duda las difíciles virtudes de la prudencia y la paciencia,
de la concordia y la orientación, no menos que la más entrañable acaso de
todas: la fraternidad. Porque el dulcísimo y comprensivo padre, no obstante su
excepcionalidad moral e intelectual, aparecía ante la mirada de la comunidad
cultural siempre en actitud de servicio, en cuya humildad y sencillez podía uno
descansar como se hace con el mejor de los hermanos. Nadie ignora que a tal
universo axiológico puede reducirse a en una expresión cardinal, cuyo nombre es
el de humanismo.
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