Elsa Chabaud: el Relato de los Rótulos
IV.- La Magia de la Técnica
(4ª de 10 Partes)
Por Alberto Espinosa
Por Alberto Espinosa
Característica de la técnica es el estar centrada sobre sí misma al
seguir el escorzo que hay en los oficios a la sistematización de gestos
corporales o mentales, que se inclinan a repetirse sin variación y a
automatizarse. Así, la el automatismo corporal o natural de un hábito, que
inicia como cualidad involuntaria e inconsciente de un individuo concreto,
tiende a independizar la articulación de las secuencias y a sistematizarlas,
despegándose de la individualidad concreta de las personas o de las situaciones
para cerrarse sobre sí misma y sostenerse en su propia coherencia interna,
validándose entonces “universalmente” con independencia del sujeto. En efecto,
la técnica nace del oficio y de la tradición, pero al poner el acento en su
núcleo estructural logra desprende de la carne y en la sistematización de sus
procedimientos independientes y contenidos en sí mismos volverse enteramente
autónoma.
Así, las manos incorpóreas y fantasmales
dibujadas por el artista popular nos hablan también de esa autonomía de la
técnica, pero a la vez de la distancia que hay que guardar frente a sus
inventos. Así, el artista pone el acento
fuera de la técnica misma, calorando por ironía mejor los hábitos, usos y
costumbres que se trasmiten carnalmente, que se contagian como se contagia la
emoción, que se heredan e imitan para meter así a la técnica en la historia, individualizandola y caracterizandola por un estilo.
La técnica, en efecto, tiene el poder de
reproducir la eficiencia del trabajo, aumentando y multiplicando geométricamente sus efectos,
pero a la vez entraña el riesgo de despojarlo de su contenido humano. Técnica
desalmada que inevitablemente ejerce sobre el hombre la fascinación que antes
tuvo la “magia” en su aspecto más negativo: el de su impenetrabilidad y el de
su escape de nuestro control. Nuevo oscurantismo del que oprime botones o
bocinas sin saber lo que hace y que a su manera exasperada expresa a la vez el
deseo de expandir su voluntad y la angustia del hombre moderno –que en el fondo
habla de una experiencia inédita en la historia: la retirada del alma del mundo
(Geist), la ausencia de la vida que tras el olor a novedad oculta la
descomposición de lo vivo en un amontonamiento de elementos sin unidad, a la
vez paradójicamente activos pero inertes. Sentimiento de impotencia, pues, en
que se expresa la imposibilidad de unir en un mundo humano las instituciones
con los procedimientos, de conciliar los
artefactos con los usos y de suturar las prácticas con los instrumentos,
vaciando de tal forma el mundo en una montaña de incongruentes artefactos,
dando cuenta con ello que la unidad de nuestros inventos está rota y ha
escapado de nuestro dominio aprisionándonos.
No es de extrañar una armonía
interna entre esos ríos revueltos de la tecnología y las filosofía de
chichimecas y apaches que prolifera por el mundo bajo la forma de la
autosuficiencia inmanentista, que devela la crisis del racionalismo y de la
razón instrumental o en la que
irremediablemente desemboca. Porque si la razón del racionalismo moderno
se declaró autónoma, fundando la razón en sí misma, hasta el punto de
prescindir prácticamente de Dios por la suficiencia de la razón y de la vida
técnica, en el hombre contemporáneo se revela bajo el aspecto de una profunda
crisis de la fe y de la confianza del
hombre en la ciencia misma y en su razón instrumental para poder resolver los
verdaderos problemas de la existencia Porque si el hombre de la tradición vivía
en la unidad de una vida racional y una razón vital que le permitieron vivir
con su razón a Dios, el hombre moderno inserta una escisión entre vida y razón,
que al dar el primado a una razón eficaz, forjada en la manipulación eficaz de
la delgada película de lo mensurable y constitutivamente atea. arrojó la vida a
la irracionalidad –mostrando en la razón su autosuficiencia trascendental, es
verdad, pero también su carácter abstracto, inconcreto, no vital,
despersonalizado e incluso impío e inhumano. El hombre moderno deja entonces,
en efecto, de vivir con su vida racional a Dios, pero pagando el precio de
adoptar una razón sin Dios que articula una vida sin razón. Vida efectivamente carente
de racionalidad, la cual se manifiesta en los choques, en las pugnas y
violencias del nudo poder, en el enfrentamiento de poder a poder en que se
declara la vida irracional.
Así, de la fe en la inmanentista
autosuficiencia de la razón para el hombre y para su existencia hemos pasado a
los síndromes y paradojas contemporáneas
de la insuficiencia de la razón pura e instrumental para la vida en el marco de
una vida sin razón y una razón sin vida.
Mundo cerrado sobre sí mismo y abstracto
que da a nuestra época un tono de esencial excentricidad, de personas
sacadas de su centro y descentradas. Mundo en definitiva perdido por excéntrico
y desequilibrado, que clama por la búsqueda del equilibrio y que el artista
callejero encuentra en la estampa de la pila
egipcia, nutrida como una caja de palomitas de maíz tostado y que en su
retícula de elote nos habla, más allá de la multiplicación y de los poderes
misteriosos de regeneración de la energía, de una síntesis cultural que implica
a la vez más que un renacimiento y revaloración de nuestro ser cultural. Porque
lo distintivo de nuestra circunstancia nacional no se encuentra tanto en ser
una cultura imitativa cuanto en el hecho
de que al serlo desde un momento determinado efectúa un proceso de selección de
lo importado por la manera de sus usos.
Así, lo que indica el animado acumulador con
su viejo overol y sus modernos tenis es el sentido que para nosotros ha tomado
esa elección: no el de la moderna innovación per se, mucho menos el de
su uso indiscriminado, sino el de una síntesis entre la obra técnica del hombre
y su inserción en la tierra. Medida media que interpreta la técnica según la
exigencia extremas de las condiciones humanas y que al limitarla de tal modo se
inscribe en la circunstancia de la
adaptación de lo importado a las peculiaridades culturales de cada región
–logrando con ello una síntesis superior en donde la ciencia y la técnica
pueden sin hostilidades conjugarse con la tradición y costumbres de un pueblo,
dando de la técnica una razón existencial por la historia y la humanidad,
suturándola así con el sentido de la fabula y el mito. Interpretación
espontánea y libre, es verdad, de los productos de la técnica, que al
despojarlos de su carga mecanicista puedan entrar sin fricciones o choques en
el ámbito inocente del relato primigenio y de la dimensión de la persona. Se
trata así de privilegiar así -sobre el acelerado tiempo de las máquinas que
anega la individualidad con su capacidad homologante, empobreciendo y
enfermando el espíritu al subsumirlo en un tiempo objetivo y neutro que rige
vertiginosamente a todos por igual-, el tiempo personal en su esfera propia,
rescatando de su extravío vertiginoso la intimidad y el rimo propio temporal de
cada persona con los cuales llegar a realizar la esencia humana y el destino
intransferible de cada persona.
El oscuro triunfalismo de la razón técnica y
de la tecnocracia moderna ha relegado notoriamente a los oficios –porque son el
origen de la técnica. En efecto, la técnica moderna suplanta y olvida sus
raíces artesanales y sus primitivas prácticas caracterizadas por una
individualizad concreta, borrando así de ella el irrepetible sazón y todo
estilo a favor de la automatización impersonal y aséptica de los
procedimientos, quedando con ello asilada en un mundo abstracto y siendo
constitutivamente contraria a las expresiones que le imprime el cuerpo y a los
colores que tornasola el alma. Sin embargo, estructuralmente las artesanías,
junto con las prácticas y los oficios, representan el contacto primigenio entre
la raíz de la carne y el árbol de la técnica, entre la flor de la expresión y
el fruto del procedimiento.
Porque la intención del espíritu artesanal
es impedir que la máquina vuelta contra su creador se ponga a la cabeza, pero a
la vez sin tirar al niño de los logros técnicos junto con el agua sucia de las consecuencias del progreso.
Porque precisamente de lo que nos habla la imagen es de esa espontaneidad
adánica, de ese fulgor de principio del mundo, que en esencia ha sido siempre
la entraña que hace de México el mundo de la originalidad creadora -que sin
estar atado al fardo de una tradición ni disparatado en todas direcciones por
obra de la tecnocracia extremista, se inserta en el concierto universal de las
naciones con una nota a la vez clásica y chirriante, en donde todavía cabe la
expresión de la carne y entregarse a un alma para volverse espíritu.
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