VI.- Don Héctor Palencia Alonso: la Luz y la Herida
(6ª
de 9 Partes)
La libertad es uno de los valores más
apreciados por la era moderna que se cierra. Dicho apenas técnicamente se trata
de la autonomía formal del carácter o de la antiguo libre arbitrio. Si embargo,
la libertad de individuos o de grupos puede estar guiada por conceptos de
altura y formada espiritualmente... o puede estar lastrada con los estigmas de
la manquedad, la ineficacia o el sin-sentido. Bien formada puede ser una
libertad ascendente, mal cifrada una libertad descendente.
En efecto, frecuentemente la libertad de
individuos o incluso grupos, al afirmar su propia libertad o arbitrio se
postula como una proyección del querer que al introducir la realidad del valor
postulado introyecta también una nada sobre el ser -destruyendo incluso en la
soberbia todo poder creador al elegir la ineficacia de la destrucción. Sus
formas atenuadas van de la indiferencia a la voluntad de reducción. pasando por la ignorancia voluntaria y el
franco desconocimiento. Variantes más venenosas se encuentran en el
mexicanísimo ninguneo o en el ostracismo perpetrado por las multiformes manías
de los desprecieros o por la ambigua moral convencional de la conveniencia.
Tales actitudes refuerzan el sentimiento de expansión del yo, empero tal
dilatación tiene un trasfondo negativo, pues es
sólo el germen del que se alimenta la voluntad de poderío, la cual no
puede sino engendrar a su vez la
dominación y por lo tanto la violencia. Esa defensa de la libertad es tan
fallida para el individuo como ineficaz para la comunidad, pues niega
inevitablemente la libertad del otro, la cual choca en su patencia con la
postulación del querer del mismo –que al ser mero deseo no tiene en si ninguna
consistencia ni existencia sustantiva. Doble movimiento nihilificador en que la
inexistencia real del valor postulado por el mismo niega la existencia real de
la libertad del otro –volviendo su acción o imposición autoritario o una
libertad meramente sorda e ineficaz. Porque el intento de crear el mundo a
nuestra imagen y semejanza corre el
riesgo de introyectar
en la vida social
el inconsciente subjetivo -autodescalificándose de paso como
agente moral.
La baja estofa que es el signo
característico de la era moderna que termina opto por el estilo vulgar de un
individualismo desinteresado por tales virtudes, cuyo naufragio se manifiesta
en la sintomatología social de la neurosis burlesca o de la histeria colectiva,
en la agresividad y en los terrores irracionales estratificados en la voluntad
acaparadora del lucro, en el culto derrengado del consumo o en la desoladora
búsqueda del erotismo desfajado.
El Maestro Héctor
Palencia Alonso, mentor de toda una comunidad cultural, purificó su concepto de
libertad con las virtudes del ascetismo y la humildad, añadiendo a la verdadera
libertad el valor social no sólo de la tolerancia sino de una actitud más
elevada: la de la concordia -porque la actitud del querido jefe cultural era la
del ser transparente y como el cristal o abierto y siempre igual como la expresión o la
palabra. El ser como apertura en su actitud liberal se manifestaba, en efecto, en estar su vida tendida fuera de sí,
dirigida hacia los otros y a lo otro radical –se llame igual Comunidad, que
Poesía, Misterio o Dios.
Quiero decir con ello que su vida estuvo
siempre dirigida a los demás, referida hacia los otros: que fue una vida con
sentido. Porque una vida con sentido es aquella que como la palabra no está
referida a sí misma, sino al otro; que deja de interesarse en la propia
existencia, para procurar e interesarse en la esencia de los demás, en lo que
importa o que es valioso en ellos... y que así la justifica. La vida
justificada es aquella que tiene sentido, pues, al revelar las notas esenciales
del fundamento –que ya no tiene sentido, ni justificación, que ya no es para
otro, sino que es meta aludida que ya no alude, ser puramente en sí y para sí
mismo que simplemente “es”.
La vida y presencia fulgurante de Don Héctor
Palencia puede verse como un dilatado testimonio de aquello que la dirigía y
orientaba: las actitudes y expresiones de su cultura nativa, de su comunidad,
pero también de las manifestaciones más elevadas del espíritu -cuyas dos
vertientes trató siempre de armonizar. Ese modo de afrontar y enfrentar la vida
lo llevó a dejar de girar en la órbita cerrada de su propia existencia dejando
en la negación del vivir en sí o para sí mismo una opacidad ganada
positivamente para su ser abierto que, en efecto, estuvo tendido siempre hacia
lo otro y fue siempre por ello una reiterada revelación de los otros: del
espíritu y de la comunidad que lo fundamentaba. Con ello no atendía a la
formula de la vida económica, que postula una máxima de provecho por un mínimo
de esfuerzo, sino a la ley de la caridad cristiana, en donde se da el
conmovedor espectáculo de un máximo de esfuerzo por un mínimo de provecho
personal.
La libertad real se obliga a sí misma a dos
actitudes que son también dos testigos del espíritu: la humildad y el
ascetismo. La humildad bien entendida es la conciencia de nuestra propia
limitación personal y humana, la cual va acompañada del sentimiento de carencia
y de dependencia derivado de nuestra propia pequeñez. Ascetismo, por su parte,
ni significa el silicio auto inflingido o la morbosa tortura de uno mismo, sino
el dominio y la contención de los instintos, el sacrifico de los impulsos y las
tendencias de ánimo a favor del desprendimiento de uno mismo, en el brindarse
plenamente a otros e incluso en el sacrifico del bien personal a favor del
beneficio colectivo. También significa la actitud disolvente tanto de la
ingenuidad como de la vulgaridad espiritual, cuya vía tradicional es la de
humillar el deseo de comodidad y los estados de conciencia alimentados por la
bonanza de la carne. Es, pues, un maceramiento de la carne cuyo objeto es
despertar el ánimo aletargado por el confort o el consumo, que humilla la
voluptuosidad que reduce al hombre al ámbito de lo amorfo y sin molde,
conduciéndolo por pasos contados de la angustia, a la desesperación, a la nada.
Humildad y ascetismo, al reducir al hombre a su medida limitada a la vez que
desvalora las pretensiones ostentosas de la vida profana pone un dique a los
desbordamientos de la hybris fáustica de nuestra edad, subrayando
en el pesimismo de la carne el optimismo y altura del espíritu. Tales virtudes
de la libertad, lejos de autoafirmar una voluntad individual o gregaria
autosuficiente -revelada en su impotencia humana en gastos de capacidad de
aniquilación-, son la únicas que pueden volverla eficaz tanto para el individuo
como para la comunidad.
Y es ahí, en
ese humilde y puro acto de la libertad, donde tiene que buscarse el misterio y
el atractivo de la singular personalidad del Maestro Palencia Alonso y el
sentido de su gesta cultural. Porque el hombre cuya vida tiene sentido no se
muestra él mismo, sino que al despejar la esencia del fundamento se hace
instancia revelante ...pero no revelada. Porque el ser para otro no revela nada
acerca de sí mismo, sino acerca de la potencia que lo fundamenta... mientras
que el fundamento que así apoya y justifica al sujeto tiene por lo contrario
como esencia el ser revelado, pero ya no revelante... pues su ser ya no tiene
más referencia o no es más para otro, sino que es en sí y para sí mismo.
Ante el terror de las libertades extraviadas
producto del avance vertiginoso de la técnica y de la planificación totalitaria
de nuestro mundo moderno acaso quepa entre nosotros el desarrollo colectivo de
una nueva actitud espiritual de la que el Maestro Palencia Alonso dio fiel
testimonio con su ejemplo heroico individual: la obediencia disciplinada a una
autoridad superior, a una ética basada en un nuevo concepto de libertad, en
donde pueda abrirse el mundo del valor y de la vida espiritual en una
colectividad liberada, ya no de las fuerzas de la naturaleza, sino de las
fuerzas destructoras del arbitrio individual.
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