domingo, 8 de septiembre de 2013

VI.- Don Héctor Palencia Alonso: la Luz y la Herida (6ª de 9 Partes) Por Alberto Espinosa

VI.- Don Héctor Palencia Alonso: la Luz y la Herida

 (6ª de 9 Partes) 

   La libertad es uno de los valores más apreciados por la era moderna que se cierra. Dicho apenas técnicamente se trata de la autonomía formal del carácter o de la antiguo libre arbitrio. Si embargo, la libertad de individuos o de grupos puede estar guiada por conceptos de altura y formada espiritualmente... o puede estar lastrada con los estigmas de la manquedad, la ineficacia o el sin-sentido. Bien formada puede ser una libertad ascendente, mal cifrada una libertad descendente.
   En efecto, frecuentemente la libertad de individuos o incluso grupos, al afirmar su propia libertad o arbitrio se postula como una proyección del querer que al introducir la realidad del valor postulado introyecta también una nada sobre el ser -destruyendo incluso en la soberbia todo poder creador al elegir la ineficacia de la destrucción. Sus formas atenuadas van de la indiferencia a la voluntad de reducción.  pasando por la ignorancia voluntaria y el franco desconocimiento. Variantes más venenosas se encuentran en el mexicanísimo ninguneo o en el ostracismo perpetrado por las multiformes manías de los desprecieros o por la ambigua moral convencional de la conveniencia. Tales actitudes refuerzan el sentimiento de expansión del yo, empero tal dilatación tiene un trasfondo negativo, pues es  sólo el germen del que se alimenta la voluntad de poderío, la cual no puede sino engendrar a su vez  la dominación y por lo tanto la violencia. Esa defensa de la libertad es tan fallida para el individuo como ineficaz para la comunidad, pues niega inevitablemente la libertad del otro, la cual choca en su patencia con la postulación del querer del mismo –que al ser mero deseo no tiene en si ninguna consistencia ni existencia sustantiva. Doble movimiento nihilificador en que la inexistencia real del valor postulado por el mismo niega la existencia real de la libertad del otro –volviendo su acción o imposición autoritario o una libertad meramente sorda e ineficaz. Porque el intento de crear el mundo a nuestra imagen y semejanza  corre  el  riesgo  de  introyectar   en  la vida  social  el  inconsciente  subjetivo -autodescalificándose de paso como agente moral.
   La baja estofa que es el signo característico de la era moderna que termina opto por el estilo vulgar de un individualismo desinteresado por tales virtudes, cuyo naufragio se manifiesta en la sintomatología social de la neurosis burlesca o de la histeria colectiva, en la agresividad y en los terrores irracionales estratificados en la voluntad acaparadora del lucro, en el culto derrengado del consumo o en la desoladora búsqueda del erotismo desfajado. 
   El Maestro Héctor Palencia Alonso, mentor de toda una comunidad cultural, purificó su concepto de libertad con las virtudes del ascetismo y la humildad, añadiendo a la verdadera libertad el valor social no sólo de la tolerancia sino de una actitud más elevada: la de la concordia -porque la actitud del querido jefe cultural era la del ser transparente y como el cristal o abierto  y siempre igual como la expresión o la palabra. El ser como apertura en su actitud liberal se manifestaba, en efecto,  en estar su vida tendida fuera de sí, dirigida hacia los otros y a lo otro radical –se llame igual Comunidad, que Poesía, Misterio o Dios.
   Quiero decir con ello que su vida estuvo siempre dirigida a los demás, referida hacia los otros: que fue una vida con sentido. Porque una vida con sentido es aquella que como la palabra no está referida a sí misma, sino al otro; que deja de interesarse en la propia existencia, para procurar e interesarse en la esencia de los demás, en lo que importa o que es valioso en ellos... y que así la justifica. La vida justificada es aquella que tiene sentido, pues, al revelar las notas esenciales del fundamento –que ya no tiene sentido, ni justificación, que ya no es para otro, sino que es meta aludida que ya no alude, ser puramente en sí y para sí mismo que simplemente “es”.
   La vida y presencia fulgurante de Don Héctor Palencia puede verse como un dilatado testimonio de aquello que la dirigía y orientaba: las actitudes y expresiones de su cultura nativa, de su comunidad, pero también de las manifestaciones más elevadas del espíritu -cuyas dos vertientes trató siempre de armonizar. Ese modo de afrontar y enfrentar la vida lo llevó a dejar de girar en la órbita cerrada de su propia existencia dejando en la negación del vivir en sí o para sí mismo una opacidad ganada positivamente para su ser abierto que, en efecto, estuvo tendido siempre hacia lo otro y fue siempre por ello una reiterada revelación de los otros: del espíritu y de la comunidad que lo fundamentaba. Con ello no atendía a la formula de la vida económica, que postula una máxima de provecho por un mínimo de esfuerzo, sino a la ley de la caridad cristiana, en donde se da el conmovedor espectáculo de un máximo de esfuerzo por un mínimo de provecho personal.
   La libertad real se obliga a sí misma a dos actitudes que son también dos testigos del espíritu: la humildad y el ascetismo. La humildad bien entendida es la conciencia de nuestra propia limitación personal y humana, la cual va acompañada del sentimiento de carencia y de dependencia derivado de nuestra propia pequeñez. Ascetismo, por su parte, ni significa el silicio auto inflingido o la morbosa tortura de uno mismo, sino el dominio y la contención de los instintos, el sacrifico de los impulsos y las tendencias de ánimo a favor del desprendimiento de uno mismo, en el brindarse plenamente a otros e incluso en el sacrifico del bien personal a favor del beneficio colectivo. También significa la actitud disolvente tanto de la ingenuidad como de la vulgaridad espiritual, cuya vía tradicional es la de humillar el deseo de comodidad y los estados de conciencia alimentados por la bonanza de la carne. Es, pues, un maceramiento de la carne cuyo objeto es despertar el ánimo aletargado por el confort o el consumo, que humilla la voluptuosidad que reduce al hombre al ámbito de lo amorfo y sin molde, conduciéndolo por pasos contados de la angustia, a la desesperación, a la nada. Humildad y ascetismo, al reducir al hombre a su medida limitada a la vez que desvalora las pretensiones ostentosas de la vida profana pone un dique a los desbordamientos de la hybris fáustica de nuestra edad, subrayando en el pesimismo de la carne el optimismo y altura del espíritu. Tales virtudes de la libertad, lejos de autoafirmar una voluntad individual o gregaria autosuficiente -revelada en su impotencia humana en gastos de capacidad de aniquilación-, son la únicas que pueden volverla eficaz tanto para el individuo como para la comunidad.
  Y es ahí, en ese humilde y puro acto de la libertad, donde tiene que buscarse el misterio y el atractivo de la singular personalidad del Maestro Palencia Alonso y el sentido de su gesta cultural. Porque el hombre cuya vida tiene sentido no se muestra él mismo, sino que al despejar la esencia del fundamento se hace instancia revelante ...pero no revelada. Porque el ser para otro no revela nada acerca de sí mismo, sino acerca de la potencia que lo fundamenta... mientras que el fundamento que así apoya y justifica al sujeto tiene por lo contrario como esencia el ser revelado, pero ya no revelante... pues su ser ya no tiene más referencia o no es más para otro, sino que es en sí y para sí mismo.
   Ante el terror de las libertades extraviadas producto del avance vertiginoso de la técnica y de la planificación totalitaria de nuestro mundo moderno acaso quepa entre nosotros el desarrollo colectivo de una nueva actitud espiritual de la que el Maestro Palencia Alonso dio fiel testimonio con su ejemplo heroico individual: la obediencia disciplinada a una autoridad superior, a una ética basada en un nuevo concepto de libertad, en donde pueda abrirse el mundo del valor y de la vida espiritual en una colectividad liberada, ya no de las fuerzas de la naturaleza, sino de las fuerzas destructoras del arbitrio individual.    



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