miércoles, 31 de octubre de 2018

LA POBREZA De ALBERTO ESPINOSA OROZCO -México-

LA POBREZA




Cae la tarde en la ciudad añosa;

el día es de un aire limpio en el azul sereno

mientras los copos blancos que bogan por el cielo

no alcanzan a lavar abajo al mundo gris

que se asoma apenas entre las calles yertas

cuyas sombras van inundando las aceras.




La avaricia que al dios del metal rinde su culto

dicta el hambre de poseer que no se sacia

sino en acumular más y más cifras abstractas

para colmar los caprichos frustrados del deseo

y luego, entre el cieno, amurallarse en la mezquina

forma a la que todo se somete o lo doblega.



Inconmovible el corazón petrificado arroja al aire

sus migajas, luego de haberlas entre el fango pisoteado;

el corazón perpetra así el rito que lo llama para luego

ser envuelto entre las llamas y consumirse entero

en el frío vacío de la nada, donde nada hay que hacer, nada,

donde no hay nada: pasos desiertos al borde de las llamas.



Reventando los botones a la mitad del pecho henchido

el corazón se engolfa en las aguas del estanque que corren

al abismo, esclavizado por el hambre, dominado en el laberinto

inacabable del instinto, que solo se abre a la lascivia de la sangre

mancillada, para beber de la mesopotámica copa del horror,

narcótica y viscosa, anacrónicamente, como antes del bautismo.


ALBERTO ESPINOSA OROZCO -México-

domingo, 28 de octubre de 2018

Un Maravilloso Tapiz: La Fuente de la Gracia o el Unicornio de Durango Por Alberto Espinosa Orozco (Cuarta Parte)


Un Maravilloso Tapiz: La Fuente de la Gracia o el Unicornio de Durango
Por Alberto Espinosa Orozco
(Cuarta Parte) 


XII
   La edad dorada de la tapicería flamenca se desarrolló en los siglos XV y XVI, época en que los talleres de Arras, Tournai y Bruselas mantuvieron un alto nivel de ejecución y producción. Los paños de gran tamaño fueron absorbidos ávidamente en todas las casas reales de Europa, especialmente por la Corana, la Iglesia y la Nobleza, debido a su altísima calidad técnica y artística. Muchos de esos tapices tuvieron a España como destino, pues hay que recordar que por el tratado de Arras en 1482 pasó Flandes a ser dominio de la corona de Maximiliano I, heredando el reino posteriormente los Asturias españoles. Es sabido que la reina Isabel la Católica llegó a poseer una colección de más de 350 de esos paños y que su hija Juana y Felipe el Hermoso, así como posteriormente su hijo Carlos V, tuvieron a su servicio al más famoso tapicero de la época, al brucelés Jean Van Aelst. 




   Los tapices además de ser objetos ornamentales y motivo decorativo eran signo externo de status social y de buen gusto, cumplían además con una función utilitaria, pues eran usados para paliar el frío despedido por los muros de los castillos y palacios de roca de la época. Lo habitual era encargar para su elaboración series de tapices sobre un tema unitario, ya fuese bíblico o religioso, histórico, alegórico o literario, siendo más bien raros los encargos de tapices únicos, de tal manera que cuando aparece un tapiz aislado frecuentemente se debe a su desprendimiento del resto de la serie. Son famosos, por caso, los cuatro paños sobre la “Guerra y Destrucción de Troya”, donados en 1608 por el Conde de Alba a la Catedral de Zamora.



 Historia. La destrucción de Troya, año 1470 (477 x 942 cm). Quinto y último de la serie de La Guerra de Troya.

   Los magníficos tapices flamencos eran encargados para premiar servicios especiales, hacer donaciones pías a catedrales y monasterios o como suntuosos regalos de bodas. La célebre factura de tapices llamados “gobelinos” fue fundada por el tintorero Gil Gobelin, quien  a partir de 1535 hace célebre su taller  en el Barrio de San Marcos de París adoptando los tapices esta denominación por haber logrado fijar en ellos el rojo escarlata, cuya tintura roja los vuelve inconfundibles. A finales del siglo XVI empiezan a denominarse “gobelinos” todos los tapices tejidos en el barrio, nombre que de París no tarda en universalizarse hasta volverse sinónimo de cualquier tapiz francés, al grado que son adquiridos los talleres por Luís XIV y la Corona francesa en el año de 1662. También fueron fabricados en el norte de Francia, en Flandes, en Touraine, Brucelas y en Brujas.
   En la actualidad casas de reconocido prestigio se dedican a la manufactura de gobelinos en España, siguiendo en todo la tradición de los telares de los siglos XII a XVIII, cuya técnica consiste en realizar piezas en telares no mayores de un metro cuadrado, tejiendo la composición por zonas y respetando el contorno de la figura para no interrumpir en la costura la unidad de las tareas, respetando el sistema seguido por siglos.
   Los más célebres tapices del mundo fueron manufacturados en Flandes y son las dos famosas series sobre el unicornio. Se trata de la serie “La Dama del Unicornio  resguardada en una galería especial en el Muse de Moyen Age Thermes de Cluny, en París. La segunda serie, “La Caza del Unicornio”, está depositada en los Cloisters del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.




XIII
   La serie “La Dama del Unicornio” de Cluny fue realizada en Flandes entre 1480 y 1490 y fueron encargados por la familia Rochefoucauld para las bodas de Jeanne de la Roche Ayman, la heredera de Jean IV le Viste, con Francois de Rilhac, yendo a parar los tejidos al castillo de Boussac, propiedad de Jean le Viste. Fueron descubiertos en el año de 1841 por Prosper Merimée. La escritora Lucila Aurora Dupin, mejor conocida como Georges Sand, la amante feminista de genial pianista polaco Federico Chopín, fue la primera intelectual que se ocupó de ellos, señalando la existencia de ocho tapices con el tema del unicornio y escribiendo una novela teniéndolos como tema: Jeanne.   Posteriormente, Edmond Du Sommerard, conservador del Museo de Cluny, los volvió a localizar, señalando la existencia en el castillo de sólo seis tapices fabulosos urdidos con lana y seda, los cuales fueron trasladados al Museo de París hasta el año de 1882, iniciando una serie de estudios, siendo declarados monumentos históricos de Francia. El mismo conservador del Museo del Cluny por ese entones, el famoso conocedor Edmund Du Sommerard, conjeturó en base a sus pesquisas que los tapices habían sido fabricados en un taller ambulante del País de Loire. Los seis tapices de Paris, en efecto, fueron adquiridos por el gobierno francés en el año de 1882 para el “Museo del Cluny”, donde hasta ahora se exhiben en un magnifico recinto medieval, no muy lejos de la célebre Catedral de Notre Dame y de archifamosa universidad de La Soborna.
   Sin embargo desde aquel tiempo los tapices gozaban ya de una cálida fama, pues desde 1844 la amante del genial compositor polaco Federico Chopin, la novelista feminista y romántica George Sand se había enamorado de las telas, defendiendo su valor en artículos y novelas, pero también en su diario. A partir de los peinados de la Dama y rastreando el simbolismo exótico del Unicornio y el León, la novelista dedujo la historia que subyacía tras ellos, interpretando la serie como un relato de amor romántico pleno en signos, señales, símbolos y regalos, de una historia romántica imbuida de renuncia y espiritualidad.



   Por su parte la serie de seis tapices “La Caza del Unicornio” fue realizada en Flandes entre 1495 y 1505 y siempre perteneció a la familia La Rochefoulcauld. Recién fallecido Francois IV de la Rochefoulcauld en 1680 se inventaría entre los bienes la colección, trasladándola entonces al castillo de Verteuil. Entre 1793 y 1794 la serie se salva milagrosamente del Comité Superior de Seguridad Pública de la Comuna, el cual, al calor y en el terror de la Revolución Francesa, tenía la consigna de destruir las obras de arte que fuesen o portasen signos de aristocracia y monarquía, salvándose la obra por considerar que sólo “contenían historias”. El castillo, ocupado por los mandos medios jacobinos pronto cayó en la ruina y a principios del siglo XIX fue saqueado por los campesinos de la región quienes tomaron los tapices para cubrir los hatos de papas de las heladas, con cuyo abuso el tapiz “La Misteriosa Casa del Unicornio” quedó dañado al punto de sólo poder recuperarse dos fragmentos de la pieza. 
    En 1856 Hippolyte de la Rochefoulcauld reconstruyó el castillo de Verteuil restaurando también los 6 tapices preservados y los fragmentos del restante. Para 1922 Aimery de la Rochefoulcauld vende los seis tapices a John Rokefeller Jr., quien los instala en una sala especial de su residencia en la 5ª Avenida de Nueva York, hasta que finalmente son trasladados en 1937 a el museo de los Cloisters al norte de Maniatan. Los dos fragmentos del séptimo tapiz, asegurados por Gabriel de la Rochefoulcauld fueron finalmente adquiridos en 1936 por William H. Forsyth, curador del Departamento de Arte Medieval del Metropolitan Museum of Art y añadidos finalmente al conjunto original en año de 1938 en los Cloisters. 













XIV
   El solitario tapiz “La fuente del Unicornio de Durango” es el de mayores dimensiones de todos y procede de Flandes, hoy territorio de Bélgica. En un principio se pensó que se trataba de una magnifica reproducción del siglo XIX, a juicio de Clara Bergellini y Elisa Vargas Lugo. Pero luego el perito Pilar Muñoz acreditó que era una pieza original del siglo XV, juicio confirmado por el crítico de arte medieval Jaime Ortiz Lajous, quien fue el primero en observar que el tapiz de Durango es de la misma factura que los de Cluny.[1] Por su parte los especialistas del Centro Nacional de Conservación y Obras de Arte (CENCOA) del INBA establecieron mediante peritaje técnico que es un tapiz original y que data de finales del siglo XV o principios del siglo XVI –estando el color “rojo indio” de la base notablemente alterado por el paso del tiempo, siendo probablemente su original color natural el buscado tinte rojo escarlata. No es improbable conjetura sospechar que “La Fuente del Unicornio de Durango” se trate del séptimo tapis, corona de la colección del Cluny –aunque se ha conjeturado que el séptimo tapis es el que se encuentra en la fundación Paul Getty de California, llamado “El Asesinato del Unicornio”. La reina de todas las colecciones sería sin duda el tapiz que se encuentra en Durango, hoy en día en Ex Hacienda de Ferrería, que fuera salvaguardado en la Pinacoteca Virreinal del ICED por su director, el pintor Felipe Piña, y por la investigadora Xochitl Sánchez, desde 1999 hasta la “dispersión” de dicho museo en 2012, cuando fue trasladado del ICED, ubicado en el Ex Hospicio Juana Villalobos, siendo apeñuscado por un breve periodo en una larga sala del Museo Palacio de los Gurza. Obra notable, porque todos los otros gobelinos de las dos series citadas sólo alcanzan la tercera parte de su tamaño.








   Pero hay más. Se ha sostenido la versión de que la serie de tapices del Cluny, cuya confección responde al estilo “mil flores”, son una alegoría de los cinco sentidos. Sin embargo, esa interpretación opaca su sentido religioso a favor de una idea más bien pagana y secular de la existencia. No. Porque es bien sabido que el unicornio es un poderoso símbolo del cristianismo y de la filosofía de la alquimia. 





   Lo más probable es que se trate de una alegoría del proceso alquímico para la obtención del oro non vulgui, relacionándose entones con las fases del proceso, específicamente con la restitutio de los sentidos en la etapa del nigredo, pero también al “año filosófico” y por lo tanto a las seis orejas llenas de agua de vida y a los siete cuernos del León Verde, siendo la Dama un símbolo de la Madre Tierra, de su pureza y fertilidad, rodeada por los elementos de la naturaleza, refiriéndose claramente el conjunto entero al espíritu de  la “mística de la luz”.
XV
      De hecho tal conjunto de tapices, conocidos como pertenecientes a la serie de “La Dama y el Unicornio”, fueron descubiertos por Prosper Mérimée en el año de 1841, adornando el Castillo de Boussac, situado en el corazón de Francia, donde se encontraban desde la remota fecha de 1660. Su estado era deplorable. Estaban roídos por las ratas y cortados de aquí y de allá, algunos de ellos usados incluso como vulgares cortinas o rústicos manteles.
   Sin embargo, para 1881 el conservador del Museo del Cluny  Edmund Du Sommerard fue el primero que dio con el verdadero origen de los tapices: pertenecieron en una primera instancia a la familia Le Viste, clan de jurisconsultos establecidos en Lyon, algunos de cuyos miembros ocuparon puestos importantes en la Corte de Borgoña. En su conjunto los tapices simbolizan el enlace matrimonial entre una dama de los Le Viste con un noble, cuya identidad se desconoce hasta ahora (acaso relacionado con la familia La Roche). Los escudos de armas del león y del unicornio permitieron a Sommerard identificar al noble Jean Le Viste como el patrocinador de la obra, acaso como regalo nupcial o para celebrar la unión de dos familias destacadas. Jean Le Viste resulto ser un poderoso personaje del siglo XV próximo al rey de Francia Carlos VII, quien era el único varón de la familia con derecho a usar el escudo de armas.
   Al parecer Jean Le Viste mandó hacer los tapices para exhibirlos en su residencia, el cual a su muerte en 1501 los heredó a su hija Claude Le Viste, pasando los tapices a la muerte de ella en el año de 1544, no a los herederos de su primer marido, Geoftro de Balzac, sino a los de su segundo esposo, Jean de Chabannes con quien casó en el año de 1510. La familia de Chabannes heredó así los tapices, llevándolos por fin al Castillo de Bousac para el año de 1660, sitio en que los descubrió en 1841 Prosper Mérimée.
   Para mediados del siglo XX, entre 1961 y 1962, varios especialistas examinaron los tapices, desmintiendo la idea de Sommerard que daba como procedencia el taller ambulante del País de Loire. Pues no. Concluyeron por el contrario que eran originarios de Bruselas, Bélgica, por su estilo y su técnica, atribuyendo su diseño y estilo a uno de los grandes artistas belgas del siglo XV, Hans Memling, los cuales habrían sido realizados entre los años de 1482 y 1500.
   Por un lado se encuentra en el jurisconsulto Jean Le Viste, patrocinador de la obra o a quien perteneció la obra en un primer momento, lo cual está documentado por los estandartes sostenidos por el Unicornio y el León, los que corresponden al escudo de armas de la familia Le Viste.
   Por otra parte, el taller en que fueron confeccionados, el cual se sabe debido a la destreza en el tejido y la maestría en las técnicas empleadas que debió ser septentrional, particularmente de Brúcelas en Bélgica. Los tejedores de esa región, en efecto, por esa época se habían especializado en los famosos tapices del millefleur o milflores. Los tapices millefleur  eran todos manufacturados en fondos de azul y rojo y adornados con flores, plantas y animales de gran belleza. Era privilegio de los tejedores de Brucelas hacer el dibujo de los cartones que seguiría el tapiz, estando esta especialidad del diseño total aprobada incluso por una ley. Tal licencia poética es resultado de la necesidad de que los tapices cuenten con una composición muy equilibrada y homogénea que les dé unidad, debido a que su tamaño es practicante mural, monumental. Hechos con seda veneciana y lana inglesa (algunos incluso entrelazando hilos de plata y oro) los tapices se tejían con seis hilos en la trama y otros tantos en la urdimbre, en marcos separados de aproximadamente un metro cuadrado cuyas tareas después se procedían a unir, técnica que surge en el siglo XII y que aún hoy en España es posible apreciar en casas de prestigio que se dedican a los gobelinos, diferenciándose entre estos siglos apenas por el uso de los pigmentos naturales que cada época a utilizado. 

   Empero, el bellísimo tapiz francés de Durango no es un “gobelino” propiamente, como en algún momento se creyó. Los “gobelinos” son una famosa serie manufacturada en París en el Siglo XV, cuando sus talleres eran propiedad de Luis XIV el Rey Sol y la manufactura del tapiz de Durango es anterior al establecimiento de la célebre manufactura de tapices llamados “gobelinos”, como repito, que fue fundada en París en el siglo XV y comprada por Luis XIV en el año de 1662. La obra se debe por lo contrario a un taller de Flandes, el día de hoy territorio de Bélgica. El fabuloso tapiz añade un rasgo fundamental más: en la esquina baja izquierda, junto al cisne, exhibe dos siglas “F.B.”, las cuales posiblemente indican la identidad del taller o acaso del artista que concibió la obra. No lo sabemos. Pero si sabemos que la individualidad, autonomía y dignidad del artista asociados a la firma estampada en la obra tal como lo concebimos hoy es obra e invención del Renacimiento –rasgos, pues, que el tapiz de Durango, cuando menos, preanuncia.
   En tercer término está el artista que concibió la idea y pinto los cuadros de los cuales se sacaron los cartones para que los tejedores pudieran seguirlos. Si de alguien es la obra es de quien la concibe –pues entre la concepción y la realización de una obra media el abismo. La novelista Tracy Chevalier, en su bet seller de moda La Dama y el Unicornio, atreve un par de nombres para el tejedor y para el artista de manera enteramente arbitraria.[2] Al pintor lo hace un artista parisino llamado Nicolás des Innocens, más bien vulgar, mientras que al lissier o tejedor un destacado miembro del gremio de nombre Georges le June. Novelería pura, ya se sabe. Sin embargo, la autora no deja de insinuar que la altura y el refinamiento del artista no eran menores que la alcanzada por la cultura florentina, presentando en la portada de su libro un lienzo de Domenico Ghirlandaio.
   Como quiera que sea, el autor pudo haber sido Hans Memling, el gran artista belga del siglo XV. Pudo haber sido Domenico Ghirlandaio, maestro de Miguel Ángel Bounauroti, o algún otro pintor cercano al círculo de los Medichi –hipótesis improbable por ser el tejido de origen y manufactura septentrional. Pudo haber sido Nicolás des Innocens en la imaginería de Chevalier, aunque este nombre es del todo apócrifo. Por último, pudo haber sido el maestro tejedor de Flandes, que con esa obra se acreditó como artista creador, superando las limitaciones repetitivas del artesano pero conservando en cambio el sentido de la maestría y de la perfección propia al gremio y cuyas iniciales serían “F.B”.





[1] Arquitecto Jaime Ortiz Lajous (Ciudad de México 1 de diciembre de 1932, Ciudad de México-26 de marzo 2017, 84 años). Jaime Ortiz Lajous se formó como arquitecto en la Universidad Nacional Autónoma de México; posteriormente ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la Sapienza de Roma, donde se especializó en la restauración de monumentos históricos, así mismo realizó estudios sobre urbanismo, siendo uno de sus más férreos defensores del patrimonio histórico de México. Fue miembro del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos) y secretario ejecutivo de la desaparecida Comisión de Preservación del Patrimonio Cultural de México, entonces organismo del Conaculta, desde la cual creó comisiones estatales y locales. Presidió en México el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio, del cual fue cofundador, y fue asesor del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Junto con personajes como Guillermo Tovar de Teresa, Fernando Benítez, Manuel Arango, Luis Felipe del Valle Prieto y la pintora Carmen Parra, integró la Sociedad de Amigos del Centro Histórico. Autor de Querétaro, tesoros de la Sierra Gorda (1992), Oaxaca: tesoros de la Alta Mixteca (1994), y coautor de San Luis Potosí: Una veta de cuatrocientos años, con Ignacio Urquiza, entre otras obras.
[2] Tracy Chevalier , La Dama y el Unicornio. Ed. Alfaguara, México,1ª ed. Octubre del 2004.






jueves, 25 de octubre de 2018

El Primer Mural de Fermín Revuelta: Alegoría de la Virgen de Guadalupe Por Albeerto Espinosa Orozco


El Primer Mural de Fermín Revuelta: 
Alegoría de la Virgen de Guadalupe
Por Albeerto Espinosa Orozco   




El primer mural de Fermín Revueltas, realizado en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, es una interpretación  de la Virgen de Guadalupe, de tono revolucionario y mexicanista, que toma como tema un motivo religioso profundamente vinculado con nuestra nacionalidad.  El día de hoy llama la atención que, buscando un carácter que identificara a la nación y uniera la conciencia popular, se adentrara en un tema religioso. aunque en realidad prácticamente todos los pintores que iniciaron el movimiento terminaron  derivando sus temas y asuntos de la iconografía tradicional cristiana: vírgenes, mártires, entierros, redentores, el Pantócrator, hasta culminar todo ello con la mismísima Virgen de Guadalupe realizada por Revueltas.
Los primeros en pintar frescos en la llamada Escuela Grande de San Ildefonso fueron Jean Charlot y Amado de la Cueva, teniendo como tema las fiestas mexicanas y la caída de Tenochtitlan. El muro de Jean Charlot (1898-1979) La caída de Tenochtitlán (también conocido como Masacre en el Templo Mayor), se inspiró en la Batalla de San Román de Paolo Ucello y en el que aparecen como testigos de la Conquista Fernando Leal, Diego Rivera y el mismo Jean Charlot, en una muy afortunada visión de la Conquista, que Diego Rivera no le perdonó jamás.
Posteriormente fueron obteniendo muros para su decoración Emilio García Cahero, Fernando Leal y Fermín Revueltas. Entre 1922 y 1923 Fernando Leal (1901-1964) representó La Fiesta del Santo Señor de Chalma y  Ramón Alva de la Canal (1892-1985) La Primera Cruz de México o El Desembarco de los Españoles, y finalmente la decoración de Fermín Revueltas La Alegoría a la Virgen de Guadalupe



Varios de los muralistas de San Ildefonso se adhirieron a la técnica empleada por Diego Rivera para sus decoraciones: la encáustica. Sin embargo Ramón Alva de la Canal y Fermín Revueltas, siguiendo a Montenegro, convinieron en emplear el fresco para realizar sus proyectos, estudiando para ello las indicaciones plasmadas en los libros de Palomino y Pacheco El Museo Pictórico y la Escala Óptica.[1]
De hecho ambos pintores se dedicaron por ese tiempo a estudiar con avidez los tratados pictóricos y a experimentar con los materiales en un pequeño taller al fondo del Anfiteatro. A Ramón Alva de la Canal y a Fermín Revueltas se les otorgó el vestíbulo de entrada a la Preparatoria, el cual es estrecho y tiene por tanto una perspectiva fugada, teniendo los pintores que valerse de juegos ópticos para evitar la distorsión de los trazos, para mantener a los personas dentro de la obra y que no cayeran sobre el espectador. La Alegoría a la Virgen de Guadalupe de Revueltas es irrefragablemente una obra de carácter religioso, cuyas figuras tradicionales, sin embargo, dan lugar a una representación nacionalista de motivos y personajes mexicanos, aunque influenciados en parte por la estética formal y parisina de Rivera.
            La verdad es que Revueltas debió sentirse interiormente repelido por el Olimpo personal diseñado por Rivera en los muros del Anfiteatro en La Creación, del cual se derivaba por rigurosa consecuencia de lógica estética una especie de religión pagana montada sobre un clasicismo nacionalista, cuyas figuras cristianas (las tres virtudes teologales) se insertaban a la manera de un mero código simbolista, de un juego barroco y meramente formal que se presentaba como un especie de acertijo, consecuencia más que nada de la inercia de la tradición metafísica, pero creída sin fe viva, todo lo cual daba al mural de Rivera un tono grandilocuente y a la vez biográfico, casi humorístico y poco serio. Fue entonces que Revueltas reaccionó adoptando el código estilístico de Rivera pero a la vez buscando las corrientes fontales de la tradición más viva, para ponerlas verdaderamente al día mediante su renovación, intento que, estaría presente también en José Clemente Orozco, en Ángel Zárraga y, un poco más lejos, en la misma  en Frida Kahlo.




Conciencia de una falta, de una carencia, pues, que como una llaga dejaba ver la carne viva, tallada y abierta por nosotros mismos, y que al ser llenada por la imagen divina se convertía también un bálsamo y un fuego para cauterizar y sanar las heridas. Esteticismo místico cristiano de extraño cuño crítico, que a la vez que hacia un retrato y diagnóstico de la enfermedad que nos roía por fuera y despedazaba por dentro aportaba la medicina para poder elevarnos a una cultura superior, dando a la vez a la vista el descanso redentor de la esperanza.
Clemente Orozco había regresado de los Estados Unidos a fines de 1919 luego de dos años de ausencia, pero al no encontrar la situación propicia para su desarrollo en México volvió a San Francisco, para establecerse luego en Nueva York. A su regreso pintó grandiosos frescos en la planta baja del patio grande de la Escuela Nacional Preparatoria, en sus escaleras y en el primer piso, de 1923 a 1924. Se trata de una serie de frescos cuyas imágenes simbólicas están organizadas en el cuerpo de una alegoría. En el primer nivel los tableros Maternidad, Cortes y La Malinche y La Trinidad, éste último un fresco a La gloria de San Francisco; en la parte media un San Cristóbal, un Cristo y un Ángel; y en el último nivel de la Escuela La Trinchera, La destrucción del viejo orden, y el Padre Eterno.
A Ramón Alva de la Canal y a Fermín Revueltas se les otorgó el vestíbulo de entrada a la Preparatoria, el cual es estrecho y tiene por tanto una perspectiva fugada, teniendo los pintores que valerse de juegos ópticos para evitar la distorsión de los trazos, para mantener a los personas dentro de la obra y que no cayeran sobre el espectador. La Alegoría a la Virgen de Guadalupe de Revueltas es irrefragablemente una obra de carácter religioso, cuyas figuras tradicionales, sin embargo, dan lugar a una representación nacionalista de motivos y personajes mexicanos, aunque influenciados en parte por la estética formal y parisina de Rivera.





   Revueltas debió sentirse interiormente repelido por el Olimpo personal diseñado por Rivera en los muros del Anfiteatro Bolívar, del cual se derivaba por rigurosa consecuencia de la lógica estética una especie de religión pagana, montada sobre un clasicismo nacionalista, cuyas figuras cristianas (las tres virtudes teologales) se insertaban a la manera de un mero código simbolista, de un juego formal que se presentaba como un especie de acertijo, consecuencia más que nada de la inercia decadente  de la tradición metafísica, asumida sin fe viva, todo lo cual daba al su mural un tono más bien humorístico y poco serio. Fue entonces que Revueltas reaccionó adoptando el código estilístico de Rivera, pero a la vez buscando las corrientes fontales y vivas de la tradición, para ponerlas verdaderamente al día mediante la renovación práctica de fe metafísica –intento que, estaría presente también en las obras de José Clemente Orozco, de Jean Charlot y, un poco más lejos, de Jean Charlot y Ángel Zárraga.
            Fermín Revueltas, teniendo como ayudantes a los pintores Máximo Pacheco y Roberto Reyes Pérez, dio lugar a uno de los incidentes más memorables del inicio del muralismo, el cual se suscitó cuanto el José Vasconcelos fue a verificar las labores murales, encontrando al joven indígena Máximo Pacheco trabajando en el mural de Fermín. El secretario se encolerizó al juzgar que el ayudante estaba realizando el trabajo del maestro, ordenando que el salario de Revueltas fuera trasferido a Pacheco. Fermín Revueltas tomó el suceso filosóficamente y cada día de pago mandaba a Pacheco por el sueldo, quitándole su parte y dejándole al ayudante el equivalente a un peso a la semana, que era el sueldo por su labor. Cuando se enteró Vasconcelos del hecho suspendió a ambos todo pago. Fermín Revueltas tomó entonces medidas más drásticas, protagonizando la primera huelga artística de que se tenga noticia, pues se encerró en la Preparatoria y mandó cerrar todas las puertas, tanto de la calle principal como las del lado de Justo Sierra, colocando una bandera rojinegra en lo alto del edificio.
Ni los estudiantes, ya fuesen de los conejos o de los revolucionarios, ni los profesores sabían de qué se trataba aquella huelga, pues Fermín Revueltas había llegado muy temprano a la escuela y a fuerza de ebriedad y a punta de pistola sacó al prefecto y a todos los mozos, encerrándose adentro y alegando que no abriría hasta que no se le pagara su sueldo. José Vasconcelos, que laboraba en las oficinas de la SEP, se encontraba frenético por aquella insolencia. Cuando llegó a la escuela David Alfaro Siqueiros. Vasconcelos lo llamó a gritos para que lo acompañara y viera con sorpresa enorme, desde la ventana de la Secretaría, a Fermín Revueltas paseándose furioso por el pretil de la escuela con tremendo pistolón en la mano. Se trataba de la más increíble de las huelgas: la de un hombre contra todos los demás, incluyendo el mismo Sindicato de Siqueiros. Vasconcelos no tuvo más remedio que seguir el consejo de Siqueiros y pagarle lo que se le debía al loco, desaforado y atrabiliario borracho.
El oportunista Siqueiros salió de la Secretaría con la bolsa de la victoria entre las manos, que el secretario de cultura tuvo que pagar, gritando a media calle: “Fermín, Fermín, ya ganamos”. La multitud vitoreo a Revueltas y a Siqueiros. Empero Revueltas, quien seguía bajó del pretil, no dejando entrar a Siqueiros a la escuela sino hasta que tocó la plata y con sus inmensos negros ojos, más enloquecidos que nunca, reconoció a su amigo, yendo derecho con él a la cantina más cercana a despilfarrar en copas aquel sufrido fruto de la pintura.[2]
Lo primero que llama la atención es que, buscando un carácter que identificara a la nación y uniera la conciencia popular para San Ildefonso, todos los pintores terminaron derivando sus temas y asuntos haciendo referencia a la iconografía tradicional cristiana: vírgenes, mártires, entierros, redentores, el Pantocrátor, hasta culminar todo ello con la mismísima Virgen de Guadalupe. Conciencia de una falta, de una carencia, pues, que como una abierta llaga dejaba ver la carne viva tallada y abierta por nosotros mismos y que al ser llenada por la imagen divina se convertía también en un bálsamo y en un fuego purificador, apto para cauterizar y sanar las heridas. Esteticismo místico cristiano de extraño cuño, por ingerir los elementos modernos de la crítica, que a la vez que hacia un retrato y diagnóstico de la enfermedad, que roía a los mexicanos por fuera y despedazaba por dentro, aportaba la medicina para poder elevarlos a una cultura superior y universal.
Al terminar su mural Revueltas se concentró cada vez más en su trabajo. Ya para 1924 puso manos a la obra en dos encomiendas, que apenas dejaron escuetas referencias por el paso del tiempo: la decoración de la Escuela de Ferrocarriles, en Buenavista, consistente en una serie de formas primigenias de raigambre indígena desarrolladas al estilo abstracto, y el mural para la compañía El Águila, en las oficinas de Avenida Juárez 94, en la que se representaba a la misma Avenida Juárez entre cláxones, águilas, mujeres de pelo corto y un avión que venía de Tampico. 



[1]El libro de Antonio Palomino El Museo Pictórico, de 1723, y el de Francisco Pacheco, El Arte de la Pintura, también del siglo XVIII, habían sido por años los manuales de arte de mayor prestigio en la Academia.
[2]Alfaro Siqueiros, David. (1977) Me llamaban el Coronelazo. Grijalbo. México. Pág. 202-203.