Un Maravilloso Tapiz: La Fuente
de la Gracia o el Unicornio de Durango
Por Alberto Espinosa Orozco
(Cuarta Parte)
XII
La edad dorada de la tapicería flamenca se
desarrolló en los siglos XV y XVI, época en que los talleres de Arras, Tournai
y Bruselas mantuvieron un alto nivel de ejecución y producción. Los paños de
gran tamaño fueron absorbidos ávidamente en todas las casas reales de Europa,
especialmente por la Corana, la Iglesia y la Nobleza, debido a su altísima
calidad técnica y artística. Muchos de esos tapices tuvieron a España como
destino, pues hay que recordar que por el tratado de Arras en 1482 pasó Flandes
a ser dominio de la corona de Maximiliano I, heredando el reino posteriormente
los Asturias españoles. Es sabido que la reina Isabel la Católica llegó a
poseer una colección de más de 350 de esos paños y que su hija Juana y Felipe
el Hermoso, así como posteriormente su hijo Carlos V, tuvieron a su servicio al
más famoso tapicero de la época, al brucelés Jean Van Aelst.
Los tapices además de ser objetos
ornamentales y motivo decorativo eran signo externo de status social y de buen gusto,
cumplían además con una función utilitaria, pues eran usados para paliar el
frío despedido por los muros de los castillos y palacios de roca de la época.
Lo habitual era encargar para su elaboración series de tapices sobre un tema
unitario, ya fuese bíblico o religioso, histórico, alegórico o literario,
siendo más bien raros los encargos de tapices únicos, de tal manera que cuando
aparece un tapiz aislado frecuentemente se debe a su desprendimiento del resto
de la serie. Son famosos, por caso, los cuatro paños sobre la “Guerra y
Destrucción de Troya”, donados en 1608 por el Conde de Alba a la Catedral de
Zamora.
Historia. La destrucción de Troya, año 1470 (477 x 942 cm). Quinto y último de la serie de La Guerra de Troya.
Los magníficos tapices flamencos eran
encargados para premiar servicios especiales, hacer donaciones pías a
catedrales y monasterios o como suntuosos regalos de bodas. La célebre factura
de tapices llamados “gobelinos” fue fundada por el tintorero Gil Gobelin, quien a partir de 1535 hace célebre su taller en el Barrio de San Marcos de París adoptando
los tapices esta denominación por haber logrado fijar en ellos el rojo
escarlata, cuya tintura roja los vuelve inconfundibles. A finales del siglo XVI
empiezan a denominarse “gobelinos” todos los tapices tejidos en el barrio,
nombre que de París no tarda en universalizarse hasta volverse sinónimo de
cualquier tapiz francés, al grado que son adquiridos los talleres por Luís XIV
y la Corona francesa en el año de 1662. También fueron fabricados en el norte
de Francia, en Flandes, en Touraine, Brucelas y en Brujas.
En la actualidad casas de reconocido
prestigio se dedican a la manufactura de gobelinos en España, siguiendo en todo
la tradición de los telares de los siglos XII a XVIII, cuya técnica consiste en
realizar piezas en telares no mayores de un metro cuadrado, tejiendo la
composición por zonas y respetando el contorno de la figura para no interrumpir
en la costura la unidad de las tareas, respetando el sistema seguido por
siglos.
Los más célebres tapices del mundo fueron
manufacturados en Flandes y son las dos famosas series sobre el unicornio. Se
trata de la serie “La Dama del Unicornio”
resguardada en una galería especial en el Muse de Moyen Age Thermes de Cluny, en París. La segunda serie, “La
Caza del Unicornio”, está depositada en los Cloisters del Metropolitan
Museum of Art de Nueva York.
XIII
La serie “La Dama del Unicornio” de
Cluny fue realizada en Flandes entre 1480 y 1490 y fueron encargados por la
familia Rochefoucauld para las bodas de Jeanne de la Roche Ayman, la heredera
de Jean IV le Viste, con Francois de Rilhac, yendo a parar los tejidos al
castillo de Boussac, propiedad de Jean le Viste. Fueron descubiertos en el año
de 1841 por Prosper Merimée. La escritora Lucila Aurora Dupin, mejor conocida
como Georges Sand, la amante feminista de genial pianista polaco Federico
Chopín, fue la primera intelectual que se ocupó de ellos, señalando la
existencia de ocho tapices con el tema del unicornio y escribiendo una novela
teniéndolos como tema: Jeanne. Posteriormente, Edmond Du Sommerard,
conservador del Museo de Cluny, los
volvió a localizar, señalando la existencia en el castillo de sólo seis tapices
fabulosos urdidos con lana y seda, los cuales fueron trasladados al Museo de
París hasta el año de 1882, iniciando una serie de estudios, siendo declarados
monumentos históricos de Francia. El mismo conservador del Museo del Cluny por
ese entones, el famoso conocedor Edmund Du Sommerard, conjeturó en base a sus
pesquisas que los tapices habían sido fabricados en un taller ambulante del
País de Loire. Los seis tapices de Paris, en efecto, fueron adquiridos por el
gobierno francés en el año de 1882 para el “Museo del Cluny”, donde
hasta ahora se exhiben en un magnifico recinto medieval, no muy lejos de la
célebre Catedral de Notre Dame y
de archifamosa universidad de La Soborna.
Sin embargo desde aquel tiempo los tapices
gozaban ya de una cálida fama, pues desde 1844 la amante del genial compositor
polaco Federico Chopin, la novelista feminista y romántica George Sand se había
enamorado de las telas, defendiendo su valor en artículos y novelas, pero
también en su diario. A partir de los peinados de la Dama y rastreando el
simbolismo exótico del Unicornio y el León, la novelista dedujo la historia que
subyacía tras ellos, interpretando la serie como un relato de amor romántico
pleno en signos, señales, símbolos y regalos, de una historia romántica imbuida
de renuncia y espiritualidad.
Por su parte la serie de seis tapices “La
Caza del Unicornio” fue realizada en Flandes entre 1495 y 1505 y
siempre perteneció a la familia La Rochefoulcauld. Recién fallecido Francois IV
de la Rochefoulcauld en 1680 se inventaría entre los bienes la colección,
trasladándola entonces al castillo de Verteuil. Entre 1793 y 1794 la serie se
salva milagrosamente del Comité Superior de Seguridad Pública de la Comuna, el
cual, al calor y en el terror de la Revolución Francesa, tenía la consigna de destruir
las obras de arte que fuesen o portasen signos de aristocracia y monarquía,
salvándose la obra por considerar que sólo “contenían historias”. El castillo,
ocupado por los mandos medios jacobinos pronto cayó en la ruina y a principios
del siglo XIX fue saqueado por los campesinos de la región quienes tomaron los
tapices para cubrir los hatos de papas de las heladas, con cuyo abuso el tapiz
“La Misteriosa Casa del Unicornio”
quedó dañado al punto de sólo poder recuperarse dos fragmentos de la pieza.
En 1856 Hippolyte de la Rochefoulcauld reconstruyó el castillo de Verteuil restaurando también los 6 tapices preservados y los fragmentos del restante. Para 1922 Aimery de la Rochefoulcauld vende los seis tapices a John Rokefeller Jr., quien los instala en una sala especial de su residencia en la 5ª Avenida de Nueva York, hasta que finalmente son trasladados en 1937 a el museo de los Cloisters al norte de Maniatan. Los dos fragmentos del séptimo tapiz, asegurados por Gabriel de la Rochefoulcauld fueron finalmente adquiridos en 1936 por William H. Forsyth, curador del Departamento de Arte Medieval del Metropolitan Museum of Art y añadidos finalmente al conjunto original en año de 1938 en los Cloisters.
En 1856 Hippolyte de la Rochefoulcauld reconstruyó el castillo de Verteuil restaurando también los 6 tapices preservados y los fragmentos del restante. Para 1922 Aimery de la Rochefoulcauld vende los seis tapices a John Rokefeller Jr., quien los instala en una sala especial de su residencia en la 5ª Avenida de Nueva York, hasta que finalmente son trasladados en 1937 a el museo de los Cloisters al norte de Maniatan. Los dos fragmentos del séptimo tapiz, asegurados por Gabriel de la Rochefoulcauld fueron finalmente adquiridos en 1936 por William H. Forsyth, curador del Departamento de Arte Medieval del Metropolitan Museum of Art y añadidos finalmente al conjunto original en año de 1938 en los Cloisters.
El solitario tapiz “La fuente del Unicornio de Durango” es el de mayores dimensiones de
todos y procede de Flandes, hoy territorio de Bélgica. En un principio se pensó
que se trataba de una magnifica reproducción del siglo XIX, a juicio de Clara
Bergellini y Elisa Vargas Lugo. Pero luego el perito Pilar Muñoz acreditó que
era una pieza original del siglo XV, juicio confirmado por el crítico de arte
medieval Jaime Ortiz Lajous, quien fue el primero en observar que el tapiz de
Durango es de la misma factura que los de Cluny.[1] Por
su parte los especialistas del Centro Nacional de Conservación y Obras de Arte (CENCOA)
del INBA establecieron mediante peritaje técnico que es un tapiz original y que
data de finales del siglo XV o principios del siglo XVI –estando el color “rojo
indio” de la base notablemente alterado por el paso del tiempo, siendo
probablemente su original color natural el buscado tinte rojo escarlata. No es
improbable conjetura sospechar que “La
Fuente del Unicornio de Durango” se trate del séptimo tapis, corona de la colección
del Cluny –aunque se ha conjeturado que el séptimo tapis es el que se encuentra
en la fundación Paul Getty de California, llamado “El Asesinato del Unicornio”. La reina de todas las colecciones
sería sin duda el tapiz que se encuentra en Durango, hoy en día en Ex Hacienda
de Ferrería, que fuera salvaguardado en la Pinacoteca
Virreinal del ICED por su director, el pintor Felipe Piña, y por la
investigadora Xochitl Sánchez, desde 1999 hasta la “dispersión” de dicho museo
en 2012, cuando fue trasladado del ICED, ubicado en el Ex Hospicio Juana
Villalobos, siendo apeñuscado por un breve periodo en una larga sala del Museo
Palacio de los Gurza. Obra notable, porque todos los otros gobelinos de las dos
series citadas sólo alcanzan la tercera parte de su tamaño.
Pero hay más. Se ha sostenido la versión de
que la serie de tapices del Cluny, cuya confección responde al estilo “mil
flores”, son una alegoría de los cinco sentidos. Sin embargo, esa
interpretación opaca su sentido religioso a favor de una idea más bien pagana y
secular de la existencia. No. Porque es bien sabido que el unicornio es un
poderoso símbolo del cristianismo y de la filosofía de la alquimia.
Lo más probable es que se trate de una
alegoría del proceso alquímico para la obtención del oro non vulgui, relacionándose entones con las fases del proceso,
específicamente con la restitutio de
los sentidos en la etapa del nigredo,
pero también al “año filosófico” y por lo tanto a las seis orejas llenas de
agua de vida y a los siete cuernos del León Verde, siendo la Dama un símbolo de
la Madre Tierra, de su pureza y fertilidad, rodeada por los elementos de la
naturaleza, refiriéndose claramente el conjunto entero al espíritu de la “mística de la luz”.
XV
De
hecho tal conjunto de tapices, conocidos como pertenecientes a la serie de “La
Dama y el Unicornio”, fueron descubiertos por Prosper Mérimée en el año de
1841, adornando el Castillo de Boussac, situado en el corazón de Francia, donde
se encontraban desde la remota fecha de 1660. Su estado era deplorable. Estaban
roídos por las ratas y cortados de aquí y de allá, algunos de ellos usados
incluso como vulgares cortinas o rústicos manteles.
Sin embargo, para 1881 el conservador del Museo
del Cluny Edmund Du Sommerard fue el
primero que dio con el verdadero origen de los tapices: pertenecieron en una
primera instancia a la familia Le Viste, clan de jurisconsultos establecidos en
Lyon, algunos de cuyos miembros ocuparon puestos importantes en la Corte de
Borgoña. En su conjunto los tapices simbolizan el enlace matrimonial entre una
dama de los Le Viste con un noble, cuya identidad se desconoce hasta ahora
(acaso relacionado con la familia La Roche). Los escudos de armas del león y
del unicornio permitieron a Sommerard identificar al noble Jean Le Viste como
el patrocinador de la obra, acaso como regalo nupcial o para celebrar la unión
de dos familias destacadas. Jean Le Viste resulto ser un poderoso personaje del
siglo XV próximo al rey de Francia Carlos VII, quien era el único varón de la
familia con derecho a usar el escudo de armas.
Al
parecer Jean Le Viste mandó hacer los tapices para exhibirlos en su residencia,
el cual a su muerte en 1501 los heredó a su hija Claude Le Viste, pasando los
tapices a la muerte de ella en el año de 1544, no a los herederos de su primer
marido, Geoftro de Balzac, sino a los de su segundo esposo, Jean de Chabannes
con quien casó en el año de 1510. La familia de Chabannes heredó así los
tapices, llevándolos por fin al Castillo de Bousac para el año de 1660, sitio
en que los descubrió en 1841 Prosper Mérimée.
Para mediados del siglo XX, entre 1961 y
1962, varios especialistas examinaron los tapices, desmintiendo la idea de
Sommerard que daba como procedencia el taller ambulante del País de Loire. Pues
no. Concluyeron por el contrario que eran originarios de Bruselas, Bélgica, por
su estilo y su técnica, atribuyendo su diseño y estilo a uno de los grandes
artistas belgas del siglo XV, Hans Memling, los cuales habrían sido realizados
entre los años de 1482 y 1500.
Por un lado se encuentra en el jurisconsulto
Jean Le Viste, patrocinador de la obra o a quien perteneció la obra en un
primer momento, lo cual está documentado por los estandartes sostenidos por el
Unicornio y el León, los que corresponden al escudo de armas de la familia Le
Viste.
Por otra parte, el taller en que fueron
confeccionados, el cual se sabe debido a la destreza en el tejido y la maestría
en las técnicas empleadas que debió ser septentrional, particularmente de Brúcelas
en Bélgica. Los tejedores de esa región, en efecto, por esa época se habían
especializado en los famosos tapices del millefleur o milflores.
Los tapices millefleur
eran todos manufacturados en fondos de azul y rojo y adornados con
flores, plantas y animales de gran belleza. Era privilegio de los tejedores de
Brucelas hacer el dibujo de los cartones que seguiría el tapiz, estando esta
especialidad del diseño total aprobada incluso por una ley. Tal licencia
poética es resultado de la necesidad de que los tapices cuenten con una
composición muy equilibrada y homogénea que les dé unidad, debido a que su
tamaño es practicante mural, monumental. Hechos con seda veneciana y lana
inglesa (algunos incluso entrelazando hilos de plata y oro) los tapices se
tejían con seis hilos en la trama y otros tantos en la urdimbre, en marcos
separados de aproximadamente un metro cuadrado cuyas tareas después se
procedían a unir, técnica que surge en el siglo XII y que aún hoy en España es
posible apreciar en casas de prestigio que se dedican a los gobelinos,
diferenciándose entre estos siglos apenas por el uso de los pigmentos naturales
que cada época a utilizado.
Empero, el bellísimo tapiz francés de
Durango no es un “gobelino” propiamente, como en algún momento se creyó. Los
“gobelinos” son una famosa serie manufacturada en París en el Siglo XV, cuando
sus talleres eran propiedad de Luis XIV el Rey Sol y la manufactura del tapiz
de Durango es anterior al establecimiento de la célebre manufactura de tapices
llamados “gobelinos”, como repito, que fue fundada en París en el siglo XV y
comprada por Luis XIV en el año de 1662. La obra se debe por lo contrario a un
taller de Flandes, el día de hoy territorio de Bélgica. El fabuloso tapiz añade
un rasgo fundamental más: en la esquina baja izquierda, junto al cisne, exhibe
dos siglas “F.B.”, las cuales posiblemente indican la identidad del taller o
acaso del artista que concibió la obra. No lo sabemos. Pero si sabemos que la
individualidad, autonomía y dignidad del artista asociados a la firma estampada
en la obra tal como lo concebimos hoy es obra e invención del Renacimiento
–rasgos, pues, que el tapiz de Durango, cuando menos, preanuncia.
En tercer término está el artista que
concibió la idea y pinto los cuadros de los cuales se sacaron los cartones para
que los tejedores pudieran seguirlos. Si de alguien es la obra es de quien la
concibe –pues entre la concepción y la realización de una obra media el abismo.
La novelista Tracy Chevalier, en su bet seller de moda La Dama y el
Unicornio, atreve un par de nombres para el tejedor y para el artista de
manera enteramente arbitraria.[2] Al
pintor lo hace un artista parisino llamado Nicolás des Innocens, más bien
vulgar, mientras que al lissier o tejedor un destacado miembro del
gremio de nombre Georges le June. Novelería pura, ya se sabe. Sin embargo, la
autora no deja de insinuar que la altura y el refinamiento del artista no eran
menores que la alcanzada por la cultura florentina, presentando en la portada
de su libro un lienzo de Domenico Ghirlandaio.
Como quiera que sea, el autor pudo haber
sido Hans Memling, el gran artista belga del siglo XV. Pudo haber sido Domenico
Ghirlandaio, maestro de Miguel Ángel Bounauroti, o algún otro pintor cercano al
círculo de los Medichi –hipótesis improbable por ser el tejido de origen y
manufactura septentrional. Pudo haber sido Nicolás des Innocens en la
imaginería de Chevalier, aunque este nombre es del todo apócrifo. Por último,
pudo haber sido el maestro tejedor de Flandes, que con esa obra se acreditó
como artista creador, superando las limitaciones repetitivas del artesano pero
conservando en cambio el sentido de la maestría y de la perfección propia al
gremio y cuyas iniciales serían “F.B”.
[1] Arquitecto Jaime Ortiz Lajous (Ciudad de México 1 de diciembre de
1932, Ciudad de México-26 de marzo 2017, 84 años). Jaime Ortiz Lajous se formó
como arquitecto en la Universidad Nacional Autónoma de México; posteriormente
ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la Sapienza de Roma,
donde se especializó en la restauración de monumentos históricos, así mismo
realizó estudios sobre urbanismo, siendo uno de sus más férreos defensores del
patrimonio histórico de México. Fue miembro del Consejo Internacional de
Monumentos y Sitios (Icomos) y secretario ejecutivo de la desaparecida Comisión
de Preservación del Patrimonio Cultural de México, entonces organismo del
Conaculta, desde la cual creó comisiones estatales y locales. Presidió en
México el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio, del cual
fue cofundador, y fue asesor del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Junto con personajes como Guillermo Tovar de Teresa, Fernando Benítez, Manuel
Arango, Luis Felipe del Valle Prieto y la pintora Carmen Parra, integró la
Sociedad de Amigos del Centro Histórico. Autor de Querétaro, tesoros de la Sierra
Gorda (1992), Oaxaca: tesoros de la Alta Mixteca
(1994), y coautor de San Luis Potosí: Una veta de cuatrocientos
años, con Ignacio Urquiza, entre otras obras.
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