De Ateos Abusos
Por Alberto Espinosa Orozco
Es moda local, extrema, radical, la negación
ya no de Dios, cosa solita de los clerófobos que por dragonearla
primero de liberales positivistas, luego de marxistas trasnochados,
sienten que dejarán de ser los pobres diablos que son y llegarán al Olímpo de la filosofía gratuitamente, sencillamente declarándose ateos.
Retardados de la moda occidental, por otra parte, donde ya no les
estorba la idea de Dios, donde ya no causa disonancia a un fondo
tradicional como el de nuestros países
hispanos, siendo en consecuencia y más congruentemente, en dado caso,
simples indiferentes en materia de religión. No, aquí seguimos malamente
y a la zaga la moda de otros países, pero añadiendo un tono local: no
niegan ya sólo a Dios, sino al pecado en su conjunto y... de plano al infierno completo. El pecado, me dicen,
no existe, el infierno no existe, acuñando recientemente en
pequeñas expresiones cargadas de provocación y mezquindad la confuso idea de que Satán, el gran querubín rebelde, es sólo un cuento judíos. Es decir, afirman que el
vicio, el error, el mal, no existen, ni la culpa, claro está... derivándose todo
ello no de una cultura de la impunidad, que por supuesto no existe, sino
de los usos y abusos de la corrupción.
Pero el diablo ha sido desde el
primer momento un mentiroso y padre de la mentira... por lo que se
deriva que: o el diablo ha muerto, cosa que hubiera merecido las cinco
columnas de los diarios más influyentes a escala global -pero no, nada, no aparece la tal noticia-; o que se ha abolido el
bautizo, que somos antes de nuestra era, inocentes bestias angélicas -segundo acerto más optimista, más hedonista, más irresponsable, que suguiere que hemos llegado a recuperar el paraíso, que por ahí va el ideal inconsciente de ese nuevo paganismo.
Sin embargo, leyendo entre líneas, ambas propuestas lo que en realidad expresan es que es el diablo el que angustiosamente existe, o que subsiste incorpóreo
dando patadas de ahogado... y que cuando toma plena posesión del
enturbiado ceso de esos pobres diablos, de los mentirosos de salón,
de los que ha hecho su presa, pueden llegar todavía un paso mas
lejos, al extremo del llano cinismo y declarar, de forma mas realista,
hay que concederlo, que el pecado no solo no existe, sino que es muy
rico... aunque en su patente vulgaridad prohijadora del mal gusto resulta horrible tanto como ridículo y risible. Cosa que sin embargo con todo y su realismo
no endereza las cosas, sino que las vuelve más patéticas, más crudas,
mas sordas, mas irredimibles -y mas absurdas, y sobre todo más abyectas.
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