V.- Elsa Chabaud: el Relato de los Rótulos
La Moral de los Monitos
Por Alberto Espinosa
País fabuloso, México no puede sino ser
también un país de fabulistas. Las ilustraciones del rotulista popular resultan
verdaderos apólogos morales y relatos míticos. Mundo sin fronteras anejo al de
los cuentos de hadas, las pequeñas narraciones contenidas en los cartones
animados acuñados por los pintores y
dibujantes populares se presentan entones como la cosecha fabulosa de
las habichuelas mágicas, que en su germinación nos impulsan a subir a las
níveas regiones de las nubes en busca de fantásticos tesoros, no trayéndolos
aquí para especular con sus doblones y óvolos de oro, sino para en sus cuentos
cambiar de nivel y lograr en su exploración fertilizar la creación por sus
dones de inspiración y de milagro. Porque contra la invención de la orfandad de
hombre entrañada en el mito mecanicista del racionalismo moderno y la ruptura
que entraña del pacto con la naturaleza que nos hace hombres, el artista
regional reorganiza a su manera el mito romántico y biologisista, volviendo a
participar del universo en lo que tiene de pensamiento vivo y no sólo de objeto
inerte de nuestro pensamiento, donde el sueño lejos de ser una imagen
espantable de la muerte vuelve a ser una segunda vida y nuestro género próximo
la cifra que posibilita promover el diálogo del hombre con la animalidad y con
su animalidad.
El arte de la ilustración popular va
ahondando en sus territorios más propios y queridos al entrar de lleno en el
tema de la zoología fantástica -atisbando en las figuras de los animales
facetas o apariencias de lo humano. Los animales aparecen así en estampas que
nos hablan del mundo interno que realmente nos habita -porque en la vitalidad
animal y su psiquismo, presente en el hombre por su calidad de microcosmos y de
resumen del universo entero, hay un espejo que nos muestra las refracciones de
la interioridad humana.
Así, en los argumentos fabulosos apuntados
por el ilustrador popular se revela el reino fabuloso de trasfondo mítico que
nos recuerda el misterio metafísico del despeñamiento y la caída, atendiendo entones sus figuras a
una reconciliación simbólica del hombre con la naturaleza. Visión que nos mira,
pues, desde el otro lado del espejo para mostrarnos en nuestra falta de ser y a
la vez de lo que nos sobrepasa, conmoviendo con ello la ordinaria perspectiva
de las cosas y al movernos de lugar mostrar el costado extraordinario del las
cosas al valorarlas en todo lo que tienen de creación y de belleza.
El arte marginal del ilustrador va entonces
a la médula del mundo para dar vida nuevamente a los seres fabulosos del
principio. Así, en el inicio del mundo, aparece la imagen del señero cóndor de
los andes para mostrar una avatar del Sol y antónimo del carroñero buitre
parásito y huésped de las sombras. La mirada penetrante del artista popular lo
revela enfundado formalmente en su parco atavío de galeno y hierofante
iniciático, descubriendo con el trazo firme de la solemne sonrisa, irónica y
benevolente, la inspiración segura que lo guía por estar hecha de certeza en el
saber y de confianza en sus convicciones metafísicas. Ave solar que investirlo
de negrura nos advierte de su poder de atravesar las sombras de la enfermedad sin conocer la
muerte. El cóndor, símbolo multivalente y realidad contradictoria, se presenta así en el principio del relato
mágico para recordarnos el profundo simbolismo de la epifanía uránica en que
figura como emblema de ojo del dios supremo, el cual desciende cada noche al
reino de los muertos en su batalla y lucha contra el mal, la enfermedad, el
azar y los espíritus, pues es el médico en sus hábitos y oficio es también un
iniciado llamado a hacer nacer el huevo cósmico de la luz del Sol cada
mañana.
Si al distinguido cóndor funerario toca la
tarea de sacar la luz de las tinieblas, en la siguiente estancia del relato
encontramos la galería en donde anidan los huevos primordiales del origen –por
.representar el huevo universalmente la imagen de la totalidad, del mundo y de
la perfección, siendo también un símbolo de la renovación periódica de la
naturaleza y de su renacer perpetuo. En efecto, para muchas culturas
tradicionales el mundo nace a partir de un huevo cósmico, siendo símbolo de
todas las posibilidades, de la multiplicidad de los seres y el germen de las
primeras diferenciaciones. Con el huevo primigenio se da así la posibilidad de
organizar el caos.
El primer personaje que desfila entonces en
el convite de la fotógrafa mexicana es la heroica albúmina ataviada con la
poderosa capa púrpura del héroe volador. No es un ave, ni un avión, sino el
simpatiquísimo “Super-Huevo”, adalid de la nutrición en combate activo contra
la anemia física y moral que amenaza al pueblo. Héroe de singular plenitud y
cuya fortaleza está en la firme decisión de luchar sin tregua contra la
proletarización alimentaría y la desnutrida educación. Enemigo justiciero de
las calamidades morales y materiales, pues, que vuelven a la gente fea al
multiplicar la miseria o al imponer como norma el prejuicio, la necesidad y la
ignorancia.
Como engendro antagonista en seguida desfila
el huevo machote, petacón y bigotudo, vinculado a las reminiscencias de la
noche primordial y que con su sola presencia nos intimida por violenta y en su
intención de quebrarnos nos espanta. Ser hecho de gestos, de señas y de prendas
cuyo lenguaje corporal resulta una máscara de ocultación del ser. Disfraz de
fuerza tocado por el atávico sombrero oscurantista, afeitado con una mueca de
cólera molesta y en cuyos volúmenes de zángano y altanería vociferante y hombría zozobrante
quisiera entre hostiles y obscenas señas disimular sus temores de
insignificancia. Tipo de macho mexicano, impío y autoritario, duro, hostil e
indiferente, corajudo y cojonudo, que con su mirada hiriente por sañuda destila
en ademanes agresivos argumentos sostenidos sólo ad hovo o a
punta de pistola. Imagen de la fuerza encerrada en sí misma y que al “no
rajarse” nunca tampoco puede brindarse a los demás, cifrando en ello la
imposibilidad de eclosionar al mundo humano.. Pomposo huevote de bigote en que
se resume un verdadero arquetipo de la fachada simuladora y los decorados
huecos, cuyo amor al formalismo característico de la vanidad que se adorna con
ridículos postizos y rellenos para cubrir una severa falta educativa.
Ser que en su aparatosa disimulación
quisiera obligarnos a creer en una idea violenta de lo social para la cual es
mejor ser fuerte que ser deseable, desplegando así el mundo de la dominación y
del control del deseo al codificar y promover las formas de agresión al prójimo
–que van de la dominación al chantaje moral pasando por la intimidación y el
adoctrinamiento. Mundo en el que hay que defenderse en lugar de entregarse,
luchar en lugar de confiarse, ocultarse en lugar de desnudarse. El huevote es as
fantasma estructural de la exaltación de los valores “viriles”; fantasía de
agresión y predación competitiva que al renunciar a seducir, por incapacidad o
por miedo, presenta un plasma primigenio donde permanecen latentes las astucias
del mono y la ferocidad del tigre, las adivinaciones del instinto y las
corrupciones del bruto. Monstruoso ovoide de inconsciente que simboliza la
pulsión social pervertida de dominar como déspota, de imponer brutalmente la
propia fuerza y autoridad y cuya disparatada soledad de huevo sin pareja nos
recuerda que si el huevo está en la gallina es porque la gallina también está
en el huevo.
La multiformidad del huevo ejemplificad en
la selección de Chabaud nos recuerda que la naturaleza, curioso misterio,
engendra lo mismo el león que el lagarto, igual el pez que la rata. También que
tan parecido es el macho impío al polluelo amado como el huevo a la castaña.
Imagen de la ternura, en el bíblico pollito de “Emmanuel” se dan cita toda una
constelación de valores básicos de la humanidad. Porque en el agraciado
polluelo de ojos vivarachos y biberón al pico se encuentran no sólo los valores
del reposo, de cáscara que es nido de concha protectora, de refugio y seno materno. El cascarón que rompe para
eclosionar al pollo da al mundo así un extraño hibrido, un bondadoso bucentauro fabuloso mezcla de
plumífero-mamífero, evocadora de la definición tradicional del hombre como el
animal implume –por ser nuestra condición la de anémicos ángeles caídos. Así,
la imagen de disonancia zoológica remite a la idea del deseo de humanidad, siendo deseo de
recibir en la lactancia no sólo lo que sacia el hambre biológica, sino sobre
todo lo que colma el hambre de amor, de
reconocimiento y pertenencia. Polluelo tierno y
seductor que al entrar en el orden de lo humano pide a la vez ser
humanizado por medio del amor y del reconocimiento. Porque la prematuración de
la cría humana, ligada al magnífico desarrollo de su cavidad craneana, piden
una “segunda matriz” donde el lactante prosigue su gestación cultural, en que
la cría humana se convierte en hablante
y por ello también en el más sociable de los animales. Etapa de la “bebefancia”
en donde el pollo humano observa en el grueso biberón al mundo cultural en que
encontrar la confirmación de su humanidad y la promesa de su pertenencia. Así, la dialéctica del deseo, que es desear
ser deseado deseando, se convierte en diálogo de aceptación. Así, lo que el
pollillo pide a todas luces en su seductora actitud es el reconocimiento y la
confirmación de su ser. Porque a diferencia de la existencia automática de los
seres naturales como seres biológicos, la humanidad es en cambio una tarea, una
herencia y una transmisión. Porque en rigor para el hombre lo natural no
existe, sino lo humano. Naturaleza subordinada al espíritu, que reorienta lo
natural e interviene en su desarrollo
por medio de su cultivo y de la cultura.
Así, el bíblico pollillo “Emmanuel” da sus
primeros guiños en el mundo humano mostrando que la seducción es más nativa y
originaria en el hombre que la agresión –y que es esta la que viene después
precisamente como desviación. Lejos de la predación competitiva y del control
del deseo -armas de la ideología “viril” que se complace en las conquistas de
la dominación, el sometimiento y el repudio a la seducción-, nos encontramos
aquí con una figura desnuda de la imaginación simbólica..Imagen prístina donde
se muestra una representación de la seducción pura, del ser que con su sola
presencia desnuda despierta nuestro amor, encontrándose en el humanista pollo
la fantasía de la fascinación sin esfuerzo y sin precio, la gracia infusa
irresistible, la atracción sin
merecimientos, razones ni metas y el don de amor gratuito Relato pues que al
hablarnos de la circularidad sin centro del deseo, que en su despliegue
narrativo muestra también la escena primigenia del reconocimiento
(anagnórisis). Porque mientras el ser cerrado de la fuerza y de la opacidad se
oculta necesariamente bajo un disfraz, el ser de la transparencia al prestarse
a ser reconocido abre un espacio entre sus alas para esponjar en el abrazo la
intimidad de dos en compañía .Abertura interrogante, pues, que en el preguntar
¿verdad que me quieres?, exclama a la
vez ¡es verdad que te quiero!; y al
interrogar ¿estas ahí? pide responder también a la pregunta ¿quién soy?. Porque
en el reconocimiento está también inscrita la reconciliación: la confirmación
de la pertenencia a un mundo hospitalario -que es a la vez una decisión
fundamental del ser y el misterio de la aceptación y de su cumplimiento.. Así,
mientras el lagarto de la modernidad rompe el huevo en los pantanos cifrando su
destino al advertir: “Después de esta boca tengo más dientes”; el pequeño pollo responde con una suerte
contraria al exclamar: “Después de este vuelo tengo más alas”.
En algunas otras ocasiones el ilustrador
popular ejerce su oficio recurriendo a los poderes fabulosos y didácticos del
encantamiento mágico, logrando mediante la alteración de un color aderezado a
la figura modificar por completo el contenido significativo. Así, el cambio de
un simple adjetivo tiene el poder de abrir en el muro público una puerta de
reflejos permitiendo que el viandante penetre por las puertas de la fantasía.
Así, la esencia emocional de un agrio verde horrible es extraído por el encantamiento
del artista popular, destilando su abstracción original lo que hay en tal matiz
de acritud de hierva amarga, y así verterlo luego en su hechizo sobre el can
histérico para activar lo que hay en él de fiera incontinente y de poseso por
el demonio de la rabia. Alquimia del color traslúcido que trastoca a la mascota
en suelto traicionero, abriendo con ello una raíz de anfibia malignidad en que
conviven la sórdida mueca de la befa con el gesto orgulloso de la burla, dando por resultado el movimiento precipitado
del juicio en fuga. Animal cuya actitud de extremos bipolares nos habla también
de la moral cínica y perruna y de sus temibles consecuencias prácticas. Porque
iniciar con la postura de burlarse de la propia naturaleza al entablar
contactos clandestinos con las ratas, igual que mofarse y ridiculizar los
valores humanos, no es sólo hacer del propio gusto la impropia conveniencia,
sino inevitablemente también una evasión y escape de la gravedad y una huida de
la culpa que no quiere interrogar su enigma. Acida actitud de quien por
angustia o hastío, por rebelión o reprobación, por temor o herido narcisismo,
se deja persuadir por una idea desalmada de lo social -acabando perdiendo la
inocencia, pervirtiendo el deseo o glorificando la traición.
La biliosa caricatura de la criatura
enloquecida es inmediatamente compensada con la imagen del sonriente perro
atento y satisfecho en su puesto de vigía, que refleja en su actitud formal el
sentimiento de la humanidad como valor y
contacto íntimo en la respuesta al llamado del sentimiento y donde
la unidad del sentido es sentido
unitario del deseo. Contraste, pues, entre la huida en fuga que detona en
buscapiés para escapar insensiblemente de la culpa y la del ser reconciliado
que escapa de la orfandad para llegar a casa. Actitud de resistencia, pues, del
.soldado solidario, que soldado a la fidelidad y a la ficción como vacuna del
exilio y atento va atento a la ventura de encontrar en esta vida la perdida
patria ausente y prometida.
Es “Billar Familiar de Iztapalapa” una
imagen arquetípica del ocio, ese despilfarro solemne de las horas –en donde el
zorro adulador y el jactancioso buldog, son también la pintura exterior de los
hombres que rehuellen interiormente, por pereza o por soberbia, las exigencias de la vida, la disciplina y
los rigores del trabajo. Parados a los que cuesta trabajo no encontrar trabajo,
pues, y que haciendo profesión de la vagancia terminan por llevar vidas de
perros. Seres hastiados de la vida que no saben de otra cosa que no sea matar
el tiempo; artífices de la pereza y de la comodidad inane envuelto en el
orgullo pusilánime. Imagen también del patiño vulgar que adula a su payaso
burlándose en hinchadas loas frente al mofletudo hocico de su amo. Perros que
son remedos de hombres u hombres que dan la imagen de animales. Mundo de
juglares licenciosos adoradores de sí mismos que cual seres de antes del
bautismo y ajenos a toda responsabilidad, cuyo ambiguo paraíso acaba siendo un
limbo terrenal.
Estructura de un argumento fabuloso es la
imagen de la “Carnicería Chonita”, donde
se puede leer un apólogo moral de las especies. Sobre el mural de cal y asepsia empieza por haber algo del fresco
humor mórbido de la sanguaza y de
ceniciento olor a carne charra -algo también de la remota majestad del ídolo y
de los carnales mármoles finales. Sobre tal fondo hace su entrada la cómica
figura desbordada del marrano de pupilas dilatadas, en cuya colmada mirada se
anuncia sin embrago la irónica suerte que le espera –pasando así de los
deleites de la carne y placeres de dulce piloncillo a la fritura del aceite
incandescente La concupiscencia de
redondas carnes nos recuerda entonces el
final inevitable a que conduce el egoísmo lujurioso, el gusto por la gula y la
envidia chata. Porque la imagen de una vida consagrada a la mera sensualidad en
la blandenguería de su alegría esconde empero la verdadera tendencia de su
carácter y naturaleza, compuestos de inclinaciones viles a la suciedad, a la
maldad y a lo contrario a las costumbres..Cerdo obsceno cuyos obsesos ojos
anegados se relata su existencia de inconsciente y la satisfacción de sus
éxtasis de fango, entrando en su capitulo final regodeándose en el cazo como si
de un baño de placeres orientales se tratara -desapercibido en su ignorancia de
la negra suerte africana que le espera.
Por el otro lado, mirando en dirección
contraria, aparece en el extremo cardinal opuesto el paciente y venerable buey
de la leyenda. Animal sagrado para los griegos, consagrado a los dioses de la
nigromancia, el buey ha sido un auxiliar ancestral del hombre, recordando su aspecto de dulzura el desapego
desinteresado que evoca la contemplación. Montura de los sabios el buey es así
un símbolo de bondad y de calma, de potencia en el trabajo y de fuerza
apacible, pero también de sacrificio, estando por ello asociado a los ritos de
labor y fecundación de la tierra. Como el sacerdote abre surcos intelectuales
en la mente, el bóvido lo hace en la tierra para recibir las lluvias
fecundantes, siendo por ello un emblema del héroe civilizador. El contraste del
buey venerable y el malsano cerdo pone así de manifiesto dos dulzuras
antagónicas, señalando también así en su diversas suertes ontológicas que la
constitución exterior revela el ser interno de una especie y su final destino
metafísico.
Para cerrar el primer círculo del reino
fabuloso aparece la figura de la muela. Temas tópico para el
ilustrador popular, el dibujo del molar representa también la arena donde debe
mostrar todas sus dotes de penetración e ingenio y sus habilidades técnicas y
el poder sintético de su concepción. Símbolo del juicio, en su labor didáctica
el ilustrador presenta al molar agregando a la pureza de la sonrisa aséptica un
motivo de cruzada medieval, donde el escudo de la higiene repele a las
parasitarias bacterias vagabundas –mostrando así la profunda polaridad entre la
figura esencial de la universalidad triunfante en la preservación de su
naturaleza y la particularidad aberrante de la enfermedad bajo la figura campechana de heteróclitos frustrados.
Por un lado, pues, la seguridad de la forma nívea a cuya pureza se asocia a la
regularidad del hábito; por la otra, los gérmenes patógenos que viviendo a
expensas de los otros y al ser producto de una incalculable diversidad de actos
pasionales irreflexivos acaban por destilar perversas formas de la corrupción,
siendo así los enemigos a vencer para que el cortejo de espumas de los dientes
en sus minucias astronómicas acompasen en su pulcro y nimio litoral al navegar
de las sonrisas.
Secuencia cordial que nos muestra como la
ficción cumple con el hondo deseo de reconciliación simbólica del hombre con
los otros seres vivos y con su propia naturaleza para conectarse del tal suerte
con el alma del mundo. El arte del rotulista popular logra así entrar en
contacto con la gama entera de natura y al visitar bestias y bacterias leer lo que ellos nos dicen que
somos en su carne, donde atisbar también lo que de ser ellos en realidad
seríamos. Espejo penetrable de nosotros mismos en cuya lupa mostrar el secreto
reflejo de la interioridad humana. Porque el artesano popular, al
confeccionando un cristal irónico de pura plata edificante, explora el
territorio animal que hay en lo humano con una mirada a la vez de desdén y de
piedad para alcanzar así a zurcir el doble mundo del cuerpo y de las almas. Apólogos
morales también, hacen recordar también de que el mundo de la fábula y el mito,
al igual que el de la ciencia y la filosofía, es una manera coherente de ver el
vida y regular nuestra orientación en ella
-por abarcar sus objetos los principios universales. Nuevo nacimiento
del mundo inaccesible del pasado que al revivir los orígenes milenarios de las
cosas nos recuerda que todos los comienzos se inician sobre el humus fecundo de la tradición.
Germinación de la semilla del espíritu sobre la tierra fértil de la fantasía
que nos hace recordar también que respecto del origen en el comienzo esta la
fábula –y siempre estará ahí, porque la fundación del reino humano se asienta
sobre rocas mitológicas.
muy buen critero para pensar de las distintas personas los distintos lineamientos de su acervo cultural , muy bien escrito, me gusa--- si definitivamente me gusta---
ResponderEliminarGracias Cristina... es un poco fragmentario el texto ... gracias nuevamente
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