“La Fuente del Unicornio”
“Dejad
pasar la noche de la cena
-¡oh Shakespeare pobre, oh Cervantes manco!-
y la
pasión del vulgo que condena.
Un gran
Apocalipsis horas futuras llena.
Ya vendrá
vuestro Pegaso blanco.”
Rubén
Darío
I
¿De quien es el tapiz conocido mundialmente
como “La Fuente del Unicornio”? En el sentido objetivo de la preposición, el
maravilloso tapiz forma parte, siendo la pieza central, de la “Pinacoteca
Virreinal del Conjunto Cultural Durango”, la cual se encontraba en el “Ex-Internado
Juana Villalobos”, sede del Instituto de Cultura del Estado de Durango
(ICED), de donde paso a la
Casa Museo Gurza en el año de 2010,
trasladándolo posteriormente a la Ex Hacienda de Ferreria.
Es decir, el tapiz es y pertenece al Estado de Durango, México. Se trata más
propiamente de un tapiz que de un gobelino de misteriosas características,
siendo una obra única en la Historia del Arte Universal tanto por sus
dimensiones, por su trama y por su tema, pero también por su origen y
procedencia.
Podría añadirse, en un segundo sentido, que
el tapiz pertenece a la famosa Colección de Tapices de Cluny, serie de
la que se conocen nueve gobelinos con el tema del unicornio, todos ellos
realizados a finales del siglo XV. Sin embargo, solamente seis de las piezas se
encuentran desde 1882 en una sala especial del “Museo de la Casa de Cluny”
o “Musée Nacional de Moyen Age de Paris”, uno de los museos más
bellos del mundo, situado frente a la vetusta universidad de La Sorbona.
Los seis gobelinos del Cluny, manufacturados en Flandes aproximadamente en
1500, se han relacionado con los sentidos; en la última aparece la Dama
saliendo de una tienda de campaña la cual ostenta una reveladora inscripción: “A
Mon Seul Desir” (“A la única que Amo”).
De esa colección hay nueve ejemplares de la
serie de tapices que se encuentran fuera de Paris: ocho en Estados Unidos y uno
en México. En efecto, en el “Museo de Los Claustros de Nueva York” (“Cloisters
Museum del Museo Metropolitano de Artes de Nueva York”) se encuentra la
serie de siete tapices conocidos como “El Unicornio Capturado”, todos ellos con
temas de caza que representan a
personajes de la corte saliendo de casería o al unicornio purificando el agua y
que terminan con una sobresaliente imagen en la que el unicornio es capturado
dentro de un establo redondo. Por otra parte, el tapiz conocido como “El
Asesinato del Unicornio” se encuentra en “La Fundación Paúl Guety de Los
Ángeles, California”.
Todos los tapices de la serie de Cluny, tanto los de
París, como los de Nueva York y el de California, están confeccionados de lana
y seda y son aproximadamente del mismo tamaño (3,5 por 3,5 metros) –a excepción
de uno, el quinceavo tapiz, el cual es tres veces más grande que los otros
gobelinos de la colección 460 X 340 cts.), siendo la pieza reina de la serie,
el cual se encuentra en México, en la Ciudad de Durango, en el “Conjunto
Cultural Ex-Internado Juana Villalobos”, el cual es conocido mundialmente
como “La Fuente del Unicornio” o “El Jardín del Unicornio” -e
incluso como “La Fuente de la Gracia”.
La famosa obra de arte también es conocida
por los especialistas como “Hic Mihí Salus” (o “Mi Saludo
desde Aquí”), pues la obra de arte ostenta una banda superior en la que
puede leerse esa leyenda. Se trata de una de las obras más misteriosas de toda
la Historia del Arte, tanto por su procedencia como por su tema (al parecer
unas bodas reales de inspiración romántica), pero también por codificarse en
ella una serie de misterios esotéricos y alquímicos de la Edad Media, cuya
densidad icónica y simbólica tiene una interpretación cristológica.
El tapiz durangueño de “La Fuente del
Unicornio” no se conoció públicamente, sin embargo, hasta el año de 1989,
cuando la Ex–Hacienda de la Ferrería fue expropiada por el gobernador José
Ramírez Gamero para el Estado de Durango y convertida en el hoy por hoy
desaparecido “Museo de Arte de La Ferrería”, pasando de ahí a la Pinacoteca
Virreinal del Conjunto Cultural Durango en 1997.
Antes de esa fecha la Ex–Hacienda de la
Ferrería pertenecía al alemán Gerard Mertins, quien fuera antiguo oficial
de alta graduación de “La GESTAPO” (Geheime Statz Polizei),
policía secreta del parido Nazi de triste memoria, a las ordenes de Henrich
Himmler y del Tercer Reich alemán, y quien en su momento fuera señalado por
vender armas en Centroamérica destinadas a alimentar los sangrientos conflictos
sociales en aquellas latitudes.
Gerard Mertins compró la vieja Hacienda a un
rico estadounidense de nombre Robert O. Anderson, originario de Roswell, Nuevo
México –quien a su vez la había adquirido de su anterior propietarios, el
comerciante durangueño José Saracho, el cual a su vez compró el extraordinario
inmueble al General Elpidio G. Velásquez, el cual a su vez cuando era
Gobernador del Estado de Durango la había adquirido de manos de Mariano de la
Garza, quien le vendió la casona por tres mil pesos de aquellos tiempos –todos ellos motivados por buscar en la
hacienda un supuesto tesoro fabuloso de doblones en oro y plata que ahí se
encontraba enterrado.
Pero ¿desde cuando estuvo el gran tapiz en
La Ferrería? Lo único que sabemos con certeza es que por el año de 1974 el gran
guitarrista clásico regional Rosalío Salas conoció por intermediación del
pintor estadounidense Peter Hurd a Robert O. Anderson, propietario de la
trasnacional Anderson-Cleyton (fabricante en México del aceite de cartamo
“Capullo”) el cual estaba interesado en comprar la Hacienda de Tapias –la cual,
empero, se encintraba para se entonces totalmente en ruinas. Entonces Rosalío
Salas fungió como el representante legal de Anderson para la compra de la
casona de la Ferrería de las Flores a José Saracho, encargándose además de los
trabajaos de restauración. Pero el tapiz no se encontraba ahí, sino que llegó a
la casa grande de la Ferrería hace treinta años
como parte del equipamiento que Rosalío Salas y el arquitecto John Mix,
decorador de interiores de Anderson, hicieron de ese inmueble con obras
antiguas, entre las que también se encontraba el cuadro del siglo XVI “El
Ánima más Sola”, (el cual fue restaurado por su hermano el pintor Manuel Salas).
De hecho Rosalío Salas y Mix lo compraron en
Tlaquepaque, Guadalajara, en “La Casa Antigua de México”, por cinco o
diez mil dólares, y llegó a Durango por vía aérea enrollado como si fuera un
fardo de algodón –tocándole a la dramaturga Alba del Campo ser la primera
restauradora del tejido, cosiendo la nariz del perro que, al igual que otros
fragmentos, estaba deteriorada y rota.
No por ello han dejado de correr las leyendas; una de ellas, atribuida
al velador de la Ferrería de nombre Dimas Flores, quien cuenta que el tapiz del Unicornio llegó en avión de
Estados Unidos, de la ciudad de Chicago o de Nueva York, junto con tres
candiles de Baccarat que habían lucido en el Hotel Scheralton y dos grandes
juegos de cubiertos de Limonch. Otra más, atribuida a la conseja popular, narra
que fue un botín de guerra nazi traído de Alemania por el militar Gerald
Mertins, antes que este militar fuera expulsado del país cuando se encontraba
desapercibido en la Suit Presidencial de un gran hotel situado frente al
Auditorio Nacional del Bosque de Chapultepec.
II
Con respecto a los seis tapices de Paris
sabemos que el gobierno francés los adquirió en el año de 1882 para el “Museo
del Cluny” donde hasta ahora se exhiben en un magnifico recinto medieval,
no muy lejos de la célebre Catedral de Notre Dame. El conservador del
Museo del Cluny, el conocedor Edmund Du Sommerard inició una serie de estudios
de los tapices, creyendo en ese entonces que los tapices habían sido fabricados
en un taller ambulante del País de Loire.
Sin embargo para ese entonces los tapices
gozaban ya de una cálida fama, pues desde 1844 la amante del genial compositor
polaco Federico Chopin, la novelista feminista y romántica George Sand se había
enamorado de las telas, defendiendo su valor en artículos y novelas, pero
también en su diario. A partir de los peinados de la Dama y rastreando el
simbolismo exótico del Unicornio y el León, la novelista dedujo la historia que
subyacía tras ellos, interpretando la serie como un relato de amor romántico
pleno en signos, señales, símbolos y regalos, pero también de renuncia.
De hecho tal conjunto de tapices, conocidos
como pertenecientes a la serie de “La Dama y el Unicornio”, fue
descubierto por Prosper Mérimée en el año de 1841, adornando el Castillo de
Boussac, situado en el corazón de Francia, donde se encontraban desde la remota
fecha de 1660. Su estado era deplorable. Estaban roídos por las ratas y
cortados de por aquí y por allá, algunos de ellos usados incluso como vulgares
cortinas o rústicos manteles.
La solemnidad del tema, el de una Dama
medieval rodeada por flora y fauna y custodiada por un León y un Unicornio
fantástico, está teñido, sin duda, por una aura de misterio. Algunos poetas
románticos quisieron ver en el conjunto de la obra el relato de una
reconciliación con el Mundo de Oriente.
En efecto, en el siglo XIX atribuyeron la identidad de la joven Dama a
una aristócrata de Blanchefort, sobrina de Pedro de Aubusson, de quien se había
enamorado perdidamente el príncipe musulmán Zizime o Dejem, hermano de Bajaste,
cautivo en la ciudad de Bourganeuf, e hijos de Mahoma II, el conquistador de
Constantinopla. Zizime habría ordenado la confección de los tapices como un
regalo a la adorada Dama de Blanchefort, de la cual tuvo que separarse al no
poder convertirse al cristianismo,.siendo los tapices la representación
críptica del intento frustrado de unión entre Oriente y Occidente, entre la
Luna del islam y la Cruz de la cristiandad.
. Sin embargo, para 1881 el conservador del Museo
del Cluny Edmund Du Sommerard fue el
primero que dio con el verdadero origen de los tapices: pertenecieron en una
primera instancia a la familia Le Viste, clan de jurisconsultos establecidos en
Lyón, algunos de cuyos miembros ocuparon puestos importantes en la Corte de
Borgoña. En su conjunto los tapices simbolizan el enlace matrimonial entre una
dama de los Le Viste con un noble, cuya identidad se desconoce hasta ahora
(acaso relacionado con la familia La Roche). Los escudos de armas del león y
del unicornio permitieron a Sommerard identificar al noble Jean Le Viste como
el patrocinador de la obra, acaso como regalo nupcial o para celebrar la unión
de dos familias destacadas. Jean Le Viste resulto ser un poderoso personaje del
siglo XV próximo al rey de Francia Carlos VII, quien era el único varón de la
familia con derecho a usar el escudo de armas.
Al parecer Jean Le Viste, pues, mandó hacer
los tapices para exhibirlos en su residencia, el cual a su muerte en 1501 los
heredó a su hija Claude Le Viste, pasando los tapices a la muerte de ella en el
año de 1544, no a los herederos de su primer marido, Geoftro de Balzac, sino a
los de su segundo esposo, Jean de Chabannes con quien casó en el año de 1510.
La familia de Chabannes heredó así los tapices, llevándolos por fin al Castillo
de Bousac para el año de 1660, sitio donde los descubrió en 1841 Prosper
Mérimée.
Para mediados del siglo XX, entre 1961 y
1962, varios especialistas examinaron los tapices, desmintiendo la idea de
Sommerard que daba como procedencia el taller ambulante del País de Loire. No.
Concluyeron por el contrario que eran originarios de Brucelas, Bélgica, por su
estilo y su técnica, atribuyendo su diseño y estilo a uno de los grandes
artistas belgas del siglo XV, Hans Memling, los cuales habrían sido realizados
entre los años de 1482 y 1500.
III
El origen de la serie “La Dama y el
Unicornio” es así, pues, cuando menos triple.
Por un lado se encuentra en el jurisconsulto
Jean Le Viste, patrocinador de la obra o a quien perteneció la obra en un
primer momento, lo cual está documentado por los estandartes sostenidos por el
Unicornio y el León, los que corresponden al escudo de armas de la familia Le
Viste..
Por otra
parte, el taller en que fueron confeccionados, el cual se sabe debido a la
destreza en el tejido y la maestría en las técnicas empleadas que debió ser
septentrional, particularmente de Brucelas en Bélgica. Los tejedores de esa
región, en efecto, por esa época se habían especializado en los famosos tapices
del millefleur o milflores. Los tapices millefleur eran todos manufacturados en fondos de azul y
rojo y adornados con flores, plantas y animales de gran belleza. Era privilegio
de los tejedores de Brucelas hacer el dibujo de los cartones que seguiría el
tapiz, estando esta especialidad del diseño total aprobada incluso por una ley.
Tal licencia poética es resultado de la necesidad de que los tapices cuenten
con una composición muy equilibrada y homogénea que les dé unidad, debido a que
su tamaño es practicante mural, monumental. Hechos con seda veneciana y lana
inglesa (algunos incluso entrelazando hilos de plata y oro) los tapices se
tejían con seis hilos en la trama y otros tantos en la urdimbre, en marcos
separados de aproximadamente un metro cuadrado cuyas tareas después se
procedían a unir,.técnica que surge en el siglo XII y que aún hoy en España es
posible apreciar en casas de prelitigio que se dedican a los gobelinos,
diferenciándose entre estos siglos apenas por el uso de los pigmentos naturales
que cada época a utilizado.
Empero, el
bellísimo tapiz francés de Durango no es un “gobelino”propiamente, como en
algún momento se creyó. Los “gobelinos” son una famosa serie manufacturada en París
en el Siglo XV, cuando sus talleres eran propiedad de Luis XIV el Rey Sol y la
manufactura del tapiz de Durango es anterior por poco menos de un siglo al
establecimiento de la célebre manufactura de tapices llamados “gobelinos” que,
como repito, fue fundada en París en el siglo XV y comprada por Luis XIV en el
año de 1662. La obra se debe por lo contrario a un taller de Flandes, el día de
hoy territorio de Bélgica. El fabuloso tapiz añade un rasgo fundamental más: en
la esquina baja izquierda, junto al cisne, exhibe dos siglas “F.B.”, las cuales
posiblemente indican la identidad del taller o acaso del artista que concibió
la obra. No lo sabemos. Pero si sabemos que la individualidad, autonomía y
dignidad del artista asociados a la firma estampada en la obra tal como lo
concebimos hoy es obra e invención del Renacimiento –rasgos, pues, que el tapiz
de Durango, cuando menos, preanuncia.
La
novelista de moda Tracy Chevalier en su bet seller de moda La Dama y
el Unicornio (ED. Alfaguara, México,1ª ED. Octubre del 2004), .Atreve un
par de nombres para el tejedor y para el artista de manera enteramente
arbitraria. Al pintor lo hace un artista parisino llamado Nicolás des Innocens,
al tejedor un destacado miembro del gremio de nombre Jaques Le Boeuf. Novelería
pura, ya se sabe. Sin embargo, la autora no deja de insinuar que la altura del
artista no era menor que la de Domenico Ghirlandaio.
En tercer término está el artista que
concibió la idea y pinto los cuadros de los cuales se sacaron los cartones para
que los tejedores pudieran seguirlos. Si de alguien es la obra es de quien la
concibe –aunque entre la concepción y la realización de una obra media el
abismo...
Como quiera que sea, el autor pudo haber
sido Hans Memling, el gran artista belga del siglo XV. Pudo haber sido Domenico
Ghirlandaio, maestro de Miguel Ángel Bounauroti, o algún otro pintor cercano al
círculo de los Medichi –hipótesis improbable por ser el tejido de origen y
manufactura septentrional. Pudo haber sido Nicolás des Innocens en la
imaginería de Chevalier, aunque este nombre es del todo apócrifo. Por último,
pudo haber sido el maestro tejedor de Flandes que con esa obra se acreditó como
artista creador, superando las limitaciones repetitivas del artesano pero
conservando en cambio el sentido de la maestría y de la perfección propio al
gremio y cuyas iniciales serían “F.B”.
IV
En el año
de 1999 el maestro Héctor Palencia Alonso en su carácter de Director General
del ICED realizó varias diligencias para que la bellísima obra de arte
fuera restaurada por especialistas mexicanos –los cuales tienen altas
credenciales, comparables sólo con las que ostentan los restauradores
italianos, los mejores del mundo. La obra, en efecto, presenta no sólo los
estragos propios de los siglos sino también las muescas y marcas de sus
vicisitudes, por lo que se encuentra no del todo bien conservado, pues además
de la decoloración sufrida por los años y lo que en ellos acumula el polvo se
encuentra deshilachado por allí o por allá. En un principio el tapiz se
encontraba mal colgado y mal iluminado, presentando la obra algunas
deformaciones en su estructura, ante lo cual el Maestro Héctor Palencia decidió
posteriormente mandar crear un especie de cama elevada hecha de madera,
parecida a la de los hospitales, en la que pudiera descansar la magnífica tela,
tal y como se puede apreciar el día de hoy.
En agosto
de 1999 el director del Centro Nacional de Conservación y Registro del
Patrimonio Artístico Mueble del INBA Walter Boeltery Urrutia por
intermediación de un especialista realizó los primeros presupuestos de
restauración... 20 semanas, costo de 200 mil pesos. Empero, por las condiciones
de la valiosa tela la restauración sólo podrían realizarse in situ.
Dictamen final, costo de 200 mil pesos si el tapiz se traslada a la Ciudad de
México, tardándose la reconstrucción 20 semanas para realizar las tareas de
limpieza, reforzamiento de los hilos en las zonas debilitadas y las uniones, la
colocación de una entretela y un forro, y la colocación correcta a un muro.
Con el paso
del tiempo el Maestro Palencia Alonso, además de mandar reclinar la obra
maestra sobre una superficie más adecuada a su conservación, también logró
convence a los directivos y funcionarios del INBA de un presupuesto
asequible al Estado de Durango, con un costo de 80 mil pesos, con un estimado
de ocho a diez semanas de duración en la tareas, pagando el ICED
hospedaje y manutención a los técnicos especializados, dejando esta encomienda
pendiente, según dejó asentado en su columna “Durango Ayer y Ahora” el 5
de enero del 2004, siendo acaso la tarea pendiente más importante que dejo el
querido Lic. Palencia Alonso a sus sucesores.
V
Pero volvamos a la pregunta inicial ¿de
quien es el gobelino del unicornio de Durango?.
En
el sentido subjetivo de la preposición, el gobelino no puede ser sino de su
autor. Pero aquí también topamos no con la pared del callejón sin salida, sino
que echando marcha atrás salimos de nuevo a lo expuesto para encontrarnos con
otro enredo laberíntico, pues el autor es múltiple y en cierto sentido
colectivo. Como toda obra de arte, ella es ella misma y es obra de su autor; es
decir, es del autor y de su público, pues el ser del artista no sólo se
desdobla entre su propia identidad y la de la obra, sino que se despliega en la
relación más complicada entrañada en el triangulo: artista-obra-público. Porque
toda obra de arte es también de quien le presta su reconocimiento o de quien la adopta como una parte de su sentido vital.
Su valor económico es estratosférico,
alcanzando probablemente varios millones de dólares. Es decir, la conversión de
la pieza única a metálico es o imposible o es meramente arbitraria –es decir,
su valor es meramente simbólico, en la medida en que esté motivado por la ley
de la oferta y la demanda... y siendo la oferta escasísima la demanda se vuelve
sencillamente o imponderable o convencional. Sin embargo, su valor monetario es
sobrepujado con creces por su valor histórico, estético y simbólico -sólo
comparable con el Cráneo de Cristal que se exhibe en el Museo Británico, con el
Penacho de Moctezuma en el Museo de Viena en Austria o con la Tilma de la
Virgen de Guadalupe de Juan Diego.
Simplemente porque la esfera del valor es
más grande que la tajada del valor meramente material apropiable. Porque no
todo valor cae en la esfera de lo apropiable como propiedad privada, puesto que
no todo valor es consumible o usufructuable por uno y excluyente por tanto de
los otros (riqueza). Hay otros valores no consumibles (y materiales, se entiende, toda belleza es
material, pues toda obra tiene un soporte material por frugal o escueto que
sea). Junto con los valores eróticos (que se interesan por el deseo del otro, y
que no es apropiable puesto que no podemos disponer de él, incluso si ese deseo
es el nuestro, puesto que supera a la vez la voluntad consciente o el libre
albedrío y el automatismo del instinto –tipo sui generis de libertad
irreductible-), habría una gama de valores como los estéticos, en donde la
absorción de una valor por alguien no excluye su absorción por el vecino.
Pensemos en la novena Sinfonía de
Bethoveen, la cual alcanza realmente su plenitud y toda su grandeza cuando es
apreciada por todos aquellos a quienes va dirigida, así sea ese grupo tan
numeroso como el de la Humanidad y sus cantores. La sinfonía así se completa
por sus destinatarios, alcanzando con ello la performance de su
más pleno logro. No es como el taco, que si me lo como yo no te lo comes tu, o
como el porche, que excluye que donde yo me siento para devorar los caminos se
siente otro, o como la butaca de un teatro. Simplemente: porque la belleza no es un bien económico, no es
consumible ni apropiable o usufructuable, sino que es un valor espiritual que
entraña la significación moral misma del hombre por latir en su núcleo el
fenómeno estético de la “participación”..
Porque la significación misma del hombre es
un valor, un interés o interesa históricamente. Es pues también un bien
expresivo, pues permite otra exclusiva del hombre: la valoración de los
lenguajes y del entendimiento en sí mismos y por la que el hombre es humano,
pues es la forma en que le hombre se
comunica con la especie como tal. No falta quien, embadurnándose el fantasmal
rostro con un lenguaje socialista, pretende demostrar el materialismo de sus
sólidas creencias afirmando que toda belleza es material y que es posible
reducir el valor estético al económico –posición que si bien se mira resulta de
un idealismo delirante, la cual desemboca en la consabida ceguera positivista
ante los valores o ante la comodidad mediática del acumulador o del
intermediario de mercancías, regocijadamente apoltronados detrás de las
butacas, de la taquilla y del boletero.
Digamos pues que el tapiz “La Fuente del
Unicornio” es originariamente del artista que lo concibió... y que lo
realizó, pero también del público que le admire, que lo quiera comprendiendo o
interpretando las intenciones auténticas que el artista puso en la obra.
VI
Es claro que el valor de la obra y su real
apreciación están situados en un contexto de amor feudal, específicamente
cortesano, de respeto a la mujer y de gusto por la música y la poesía. Valorar
el tapiz es así sentir íntimamente como un bien el refinamiento de la vida de
la que habla el cuadro, el cual nos narra por sombras de la abolición de la
añeja y rústica costumbre insana de cazar un saco de oro con otro saco de oro,
asumiendo por lo contrario el deber paterno de consultar gustos y simpatías, de
estudiar sin prisa la índole, proceder y procedencia de las personas destinadas
a casarse, a diferencia de los padres de nuestro tiempo, que por falta de
tiempo piden más garantías morales a un criado que a un futuro yerno, con quien
se conforman, como el pueblo con los diputados, sólo con que “llegue muy alto”,
acaso tanto como para guardar carneros en la luna, o que “llegue muy lejos”,
tanto como para escribir la divinidad de su historia en el océano... con plumas
de quince pies. Por el contrario, el tapiz no resultaría así sino un magno
telón de fondo o montaje escenográfico en el que como en un minucioso aleph
se codifican un sin fin de “reglas de amor” y de actitudes respecto a la Dama,
la Naturaleza y la Corte. Y todo ello para servir de foro simbólico a una
historia de amor real Porque si de alguien es el tapiz es del romanticismo...
de la historia de amor verdadero de la que se desprendió, como un fruto maduro,
y que inspiró la concepción artística de la obra. Poco sabemos de su urdimbre o
de su trama o de la identidad de los enamorados. Sabemos en cambio que el tapiz
trata de la revolución amorosa iniciada en el siglo XII con el Roman de
la Rose y que con él estamos ante una de sus culminaciones. Revolución sui
genris, es verdad, que al poner sobre el tapete de la vida el tema del amor
caballeresco y su correlato el amor pasión, realizó un descubrimiento y una
exploración sin precedentes de un sentimiento en instancias inéditas hasta
antes de esa fecha en la Historia del Arte, pero también de la sensibilidad
humana.
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