Ángel Zárraga: la Escuela de París
Por Alberto Espinosa Orozco
“El templo de Dios es santo y limpio,
Y Dios destruirá al que profane o corrompa a su
templo,
Y ustedes son templo de Dios.”
Corintios I, 3,17
I
Ángel
Zárraga Arguelles nació en la ciudad de Durango, capital del estado del mismo nombre, el 6 de agosto
de 1886. Situado en el extremo norte de la zona interior de la República
Mexicana, Durango ha visto nacer a diversas
personalidades, como el caudillo revolucionario Francisco Villa y los
actores Dolores del Río y Ramón
Navarro, estos dos últimos, primos de Zárraga y de quienes pintó sus
retratos.
Su
padre, Fernando Zárraga Guerrero, fue hijo de Juan Antonio Zárraga, de origen vasco. Don Fernando nació en 1861 en la misma ciudad de Durango, y se le reconoció como
un prestigiado médico. En la Escuela
de Medicina de la ciudad de México impartió
las cátedras Obstetricia, Anatomía topográfica y Clínica quirúrgica. En la misma institución médica fungió
como director, también fue presidente de la Academia Nacional de
Medicina, y años después, en el desaparecido
Hospital Juárez, un pabellón llevó su nombre.
Hombre de desarrollada
sensibilidad artística, estimuló las bellas
artes en su hijo Ángel. Deseaba que se dedicara, igual que él, al estudio de la
medicina, pero al advertir los intereses artísticos de su hijo, lo
impulsó para que llevara a cabo su vocación
de pintor. El mismo Ángel Zárraga comentaba que tenía cuatro afectos: "su padre, un self-man—made,
médico alto y fuerte, Tiziano,
El Greco y Velázquez".
Su
madre, de ascendencia francesa, fue Guadalupe Arguelles. Por medio de ella, Ángel obtuvo
sus primeros conocimientos del francés, así como el acercamiento a las enseñanzas religiosas que, las oraciones, lo acompañaron
toda su vida y sembraron en su
carácter esa profunda devoción cristiana presente en n parte de su producción plástica. Sobre sus años de infancia Zárraga
rememoraba; “En esa recámara, mi madre, que se llamaba Guadalupe, como
la virgen nuestra. mis manos infantiles y arrodillado me enseñaba aquellas
oraciones [...] y era la oración a san
Jorge para protegerme de las ponzoñosas [...] y era la oración al 'santo
ángel de mi guarda luz y compañía'".[1]
Ángel Zárraga Arguelles nace en la ciudad
de Durango en 1886, en medio de una familia criolla por la que corre sangre
vascuence y francesa. Apenas dos años mayor que su contemporáneo y coterráneo
el poeta Ramón López Velarde, el pintor de origen durangueño se traslada a
vivir a la Ciudad de México junto con su familia numerosa. De su madre
Guadalupe debe Zárraga el aprendizaje del francés y del culto religioso
–caminos del mundo y del ultramundo.
Especie sui generis de
caballero andante, encomendado desde pequeño por la oración a San Jorge y al
Ángel de la Guarda, Ángel Zárraga templo sus pinceles y bruño su paleta
recorriendo el mundo de su época moderna y a la manera de un geógrafo levanto
la cartografía de su gestación y absorbiendo sus movimientos fue precisando sus
presencias poderosas o revelando sus estancias y visitaciones.
Sus
hermanos fueron Francisco, Guillermo, María e Isabel, así como Fernando, Guadalupe y Luz, quienes murieron de niños. Cuando Ángel contaba siete años de
edad, trasladarse definitivamente a la capital. Sus primeros estudios
los realizó en la escuela anexa a la Normal, misma en la que iniciaron
su formación otros destacados intelectuales
mexicanos, como Alejandro Quijano y Jaime Torres Bodet.
En
1899 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria, como maestros a José María Vigil, Justo Sierra, Manu Parra, Amado Nervo y Ezequiel A. Chávez.
En
aquel entonces Zárraga escribía prosa y dibujaba algunas caricaturas y retratos sobre
tarjetas postales, las cuales vendía con éxito en la casa Pellandini y con las
ganancias solventaba sus gastos.
Hacia 1902 y 1903, cuando tenía escasos dieciséis años fue
motivado por los grandes poetas Luis G. Urbina. J. J. Tablada y Amado Nervo
para que publicara sus primeros versos en la Revista Moderna, y tres años más
tarde, Rubén Darío incluiría en la Antología de poetas hispanoamericanos, de
Manuel Ugarte, dos de sus poemas, escritos
en Bruselas en 1905. También realizó diversas viñetas que
ilustraron la revista mencionada, la cual agrupaba a los más excelsos escritores.
II.- Del Simbolismo al Cubismo
I
La
reciente visita de la muestra de Ángel Zárraga a Durango, la cual
conmemoró la primera década del Museo Contemporáneo que lleva su
nombre (MACAZ), resultó, en su conjunto, desairada y hasta
amarga. En los primeros días de octubre la inauguración comandada por el
entonces Presiente de la República Vicente Fox Quezada quedó irremediablemente
ensombrecida al estar enmarcada por vergonzosos acontecimientos públicos, de
carácter proselitista y hasta panfletario, cuya convocatoria derivó
en lamentables trifulcas y reyertas, en donde se expresó la fuerza de organización
de grupos proletarios agraviados, pero también el gregarismo primitivo y la
barbarie. Como consecuencia el público culto y el aficionado a las exposiciones
de arte quedó poco menos que escaldado, manteniéndose así reticente y
razonablemente a distancia, brillando sólo el día de la clausura... por su
ausencia claro. La arenga encabezada por catedráticos de la UJED
y el ITD cumplió así la otra mitad de su propósito: distorsionar
hasta borrar de la escena una estancia del espíritu, en donde poder contemplar
las obras maestras de un caso modélico, ejemplar o de lo mejor de lo propio Caso preocupante, sin duda, porque es en las
cuestiones propias del espíritu que las armas destiladas por el enemigo oculto
son más insidiosas. Contingencias de la temporalidad también, cuya esencia es,
como en la angustia, pasar o ser para el pasado, donde han de quedar atrás
aquellos que tienen que inventarse un enemigo discrecional para evitar la
diaria tarea de construir responsablemente un futuro a la nación.
Parálisis cultural, pues, donde queda
patentemente obliterada una muestra pictórica excepcional, del mejor pintor
Durangueño del siglo XX y universalmente el pilar trasatlántico de la Escuela
Mexicana de Pintura y pionero ultramarino de ese singular renacimiento
inscrito en nuestra cultura nacional, sacudida por las tremendas olas icónicas
monumentales del Movimiento Muralista Mexicano -arte de tesis o
programático y a la vez perfectamente público o de vocación eminentemente
educativa. Es cierto que Ángel Zárraga
es el pintor mexicano más importante en la primera mitad del siglo XX en
Europa. También lo es que la vieja política oficial y su corte burocrática
nacionalista embozada en un socialismo tenebroso y perfectamente reaccionario
han querido ocultar y hasta desviar la modernidad filosófica de su obra, debido
a su carácter espiritual y religioso. Regionalmente incluso hace diez años se
desatendió la brillante oportunidad de adquirir la colección del artista en
manos del conde René Phillipon, cuando se fundó el museo pensado para
albergarla. Parálisis, pues, cuyo engarrotamiento pasajero no ha de impedir a
los humanistas y científicos sociales durangueños sopesar el lugar que le
corresponde como pintor en la zaga de la cultura nacional.
Porque si una tarea dejó pendiente la
Revolución Mexicana fue precisamente una obra histórica: la de revalorizar la
cultura –y es justamente el miedo lo que impide revalorizarla. Empero, puede
argüirse que la cultura es el sentido de la historia humana, no por si misma,
sino por lo que sucede entre una obra y nosotros: por lo que significa y al
hacerlo. también nos significa a nosotros mismos, haciéndonos así partícipes de
una patria ideal o espiritual. Vamos, pues, a los hechos de cultura.
II
Como a pocos estados de la República a
Durango le ha correspondido entre sus
privilegios el don del arte. De la llamada Escuela Mexicana de
Pintura, oficialmente coronada por las cumbres de los muralistas José
Clemente Orozco (1884-) , Diego Rivera (1886-) y David Alfaro Siquieros
(1897-), deben contarse una corte de poderosos astros mayores que aunque
presentes en el segundo plano de las difuminadas lejanías del Nor-Oeste
mexicano, constituyen por si mismos otras simas del esplendor estético
alcanzado por la Escuela: me refiero a los tres titánicos
talentos durangueños de Ángel Zárraga (1896), Fermín Revueltas (1902) y
Francisco Montoya de la Cruz (1900). Aunque muchas veces vilipendiados por la
cultura oficial de su estado, estos tres genios regionales del arte nacional
representan por su valor como ejemplo de vida y en el profesionalismo de su
obra sendas concepciones del hombre, de México y el mundo a la altura histórica
que en suerte les tocara representar para dar testimonio de ella, colaborando
así a dar sustancia visual a los ideales
más acendrados de la patria, siendo por ello personalidades históricas, que trascienden
los limites de su existencia individual y cronológica para ser presencias vivas
en nuestro horizonte, montañas de luz inamovibles por las turbulencias
históricas, muchas veces procelosas, del río del tiempo. Ángel Zárraga
Argüelles por si mismo es y complica así
al dilatado mundo de la más alta y profunda cultura estrictamente
contemporánea, con sus picachos y sus cimas, siendo por ello plenamente
actual.
Nació en la Ciudad de Durango, en el barrio
de Análco, el 6 de agosto de 1886 y murió
en la Ciudad de México en 1946
a los sesenta años de su edad -por lo que la muestra en
su tierra natal conmemoró, junto a la primera década del MACAZ,(museo
de arte Contemporáneo Ángel Zárraga) el ciento veinte centenario de su
natalicio y sexagésimo de su muerte. Hijo de un prestigiado médico de
ascendencia vasca, Fernando Zárraga Guerrero, y de Guadalupe Argüelles, de
ascendencia francesa, quien lo enseñó
desde pequeño las oraciones a San Jorge y al Ángel de la Guarda, a rezar
arrodillado y misterios del culto y la vida religiosa, en el año de 1893, a los 7 años de edad,
tiene que trasladarse con su familia a la Ciudad de México debido a un
infortunado descuido profesional de su padre, quién no obstante llegó a ser en
la gran urbe notable catedrático de la Escuela Nacional de Medicina.
De joven estudió en la célebre Escuela
Nacional Preparatoria, en pleno barrio universitario de San Ildefonso,
ingresando en 1899 a
los 14 años de edad al seno de una cultura floreciente comandada por Justo
Sierra, Amado Nervo y Ezequiel A. Chávez. Posteriormente estudia en la Academia
de San Carlos teniendo como compañeros a Diego Rivera y Saturnino
Herrán. Orfebre del claroscuro aprendido del maestro generacional Germán
Gedovius y del neoclasicismo de Santiago Rebull, pronto se impregna del
simbolismo funerario de Julio Ruelas, formándose en los rigores más exigentes
del oficio, lo que le permitiría desarrollar una técnica segura y triunfante. A
Carlos González Peña le confesaría un día Zárraga no sólo que Julio Rulas fue
su primer maestro, sino que tuvo el privilegio de ser su único discípulo. En
efecto, por arcano afortunado en 1903 se le otorgó al grabador zacatecano el
Taller de Modelado en Yeso, donde por afinidades electivas imanta al joven
Ángel Zárraga, marchando al finalizar ese año a Paris, donde muere de
tuberculosis en 1907 a
los 37 años de su bohemia edad.
Para descifrar los misterios del simbolismo
Julio Ruelas (1870-1907) tuvo que viajar en 1892 a Alemania, becado por
Justo Sierra, para estudiar dibujo en la Academia de Artes de Karlsruhe,
profundizando en el estudio del grabado al aguafuerte en la capital francesa en
taller del grabador Joseph Marie Cazin. A su regreso Ruelas se refugió en la Revista
Moderna de José Juan Tablada, Amado Nervo, Luis G. Urbina y Rubén
Darío, dirigida por Jesús E. Valenzuela, desarrollando la imaginación sombría
en sus viñetas macabras, donde desfilan el dolor de la angustia y el tormento
de los suplicios fantasmales que roen el alma para dejarla en ruinas.
Ángel Zárraga quedó marcado desde el
principio por el simbolismo vanguardista en boga representado inmejorablemente
por Julio Ruelas, pues tal corriente estética era una respuesta a la época y
altura histórica, reaccionando en contra del racionalismo y materialismo científico
al expresar los estados del alma extremosos bajo el escorzo de los temas
extremosos ellos mismos: la enfermedad, la muerte, la pasión sexual y los
terrores ocultos de la crueldad o del pecado, hasta incursionar por los
pasadizos y precipicios de lo sobrenatural, el misticismo y el ocultismo.
Pronto el joven artista queda inscrito al grupo del poeta y fiel amigo José
Juan Tablada y para 1903 ingresa a la Revista Moderna como
escritor y viñetista, gracias al reconocimiento de su primer maestro, el enigmático
y perturbador grabador zacatecano Julio Ruelas, de quien aprendió los
principios de una especie de exquisito simbolismo, de carácter fantasmagórico y
alemán –en donde hay que buscar, junto con Clemente Orozco y su maestro Posada,
las raíces y el humus del más profundo simbolismo mexicano.[2]
Una década después de aquel afortunado
inició espiritual pinta su Martirio de San Sebastián (1911),
tomando como modelo a su amigo Modigliani, por lo que es comparado con Fra
Angélico y Tintoreto; también el extraño y suntuoso lienzo de profundo
hieratismo: La Adoración de los Reyes Magos, que fue la
admiración del Salón de Otoño de París en 1912, sólo comparable
con las obras de los más altos maestros del género: Gustav Klimt, Gustave
Moreau y Dante Gabriel Rossetti, pues en él logra la difícil conjunción entre
la modernidad y su necesidad de riqueza (gloria) con sus enseñanzas del
simbolismo en su fase espiritualista: el de la evocación y apoteosis de la
gloria en la inmortalidad de lo divino.
III
Ángel Zárraga emprende pronto el viaje a
Europa, del que regresó después de 37 años,
siendo testigo de la destrucción moral y material de Europa al iniciar
la Segunda Guerra Mundial. En ese lapso de tiempo visita su patria solamente en
cuatro ocasiones: en 1907, 1910, 1914 y 1929, siendo esta última especialmente
desafortunada por las turbiedades del clima político creado por sediciosos y
calumniadores socialistas de buró, quienes en delirantes filosofías
especulativas sospechan de su desarraigo para acusarlo de antinacionalista,
clerical y hasta de cristero. Vuelve definitivamente a México en 1941. y muere
un lustro más tarde, en 1946, cuando pintaba uno de sus murales más importantes
en la Biblioteca México de la Ciudadela.
En 1904, a los 18 años de edad inicia en Francia,
apoyado por Justo Sierra, su peregrinaje europeo: estudia en Bélgica las
antiguas técnicas pictóricas, viaja a España y se inscribe en el taller de
Ignacio Zuluaga (1905-08) y posteriormente en el de Joaquín Sorolla; estudia en
el Museo del Prado a el Greco, Tiziano, Goya y Velásquez y en
Italia a los maestros del renacimiento florentino, especialmente a Botichelli y
el Tinttoreto (1910), hasta que se
establece definitivamente en París en 1911.
Puede decirse del pintor que tuvo una madurez
precoz. En las primeras obras maestras de Zárraga se muestra como todo un
maestro del realismo costumbrista español... a los 20 años de edad. De esa
etapa son los lienzos Mujer de Sevilla, 1906. El Hombre del
Paraguas, 1906. Retrato de una anciana, (Toledo, 1906) y La
mala Consejera (Segovia, 1907), La mujer del espejo
(1907), El viejo del escapulario
(1907). Estudio de Cabeza de Mujer (1908). Retrato de Mujer
(S/F). Telas en las que logró fijar y
exteriorizar con una sensibilidad insólita el gran drama humano. Expresó como
ninguno otro los diversos estados del alma española provinciana y pueblerina,
sumida en el estancamiento histórico y en la decadencia espiritual. Tomó sus
modelos de los tipos populares, registrando el carácter étnico en sus modelos
callejeros, sumando al ascetismo de la pintura española la gracia florentina
para poder expresar una esencia histórica de la cultura peninsular y más aún:
de la condición humana. Sus figuras no son así personajes cualesquiera, sino
caracteres populares, que son más que tipos verdaderos arquetipos o figuras
filosóficas o esenciales de un pueblo.
Así, Ángel Zárraga, hombre de inspiración
razonada de carácter metafísico, supo por poseer un foco orientador religioso
rozar una mística. Desde temprano dominó el arte del retrato, el cual consiste
para el pintor en trasportar la expresión psíquica del retratado al resaltar un
rasgo de los demás, que surgen amortiguados o atenuados contribuyendo a
realizarlo en la unidad de un carácter. Pinto no sin piedad las misteriosas
congojas y pésames inevitables del
pueblo español (El viejo del escapulario) y las atmósferas de
maleficio de la jadeante miseria (La mala Consejera, La
mujer del espejo), no menos que cifrando en algunas de sus figuras la
divina gracia de la radiante esperanza que no muere aún en la resignación
irónica (Estudio de Cabeza de Mujer). En efecto, bajo la
dirección e influencia de Zorolla y Suluaga logra sus más perfectos retratos
psicológicos o de tipos humanos, logrando la majestuosidad del claroscuro.-siendo
comparado por ello con el Españoleto.
Se ha dicho que lo luminoso o lo auroral es
lo esencial en la obra de arte. Es verdad. Porque a pesar de que en esa época
el pintor revela los terrores y profundos secretos del alma española, no hay
que obviar el hecho de tratarse de uno de los sentidos de la cultura mexicana,
siendo por ello sus pinturas poderosos cristales de refracción de nosotros
mismos, de una de nuestras raíces, es cierto, muchas veces sumidas en las
sombras en que les dejó la caída de la grandeza conquistada en las colonias explotadas de ultramar.
III.- Ángel Zárraga en Francia
(Del Cubismo al Futbolismo)
IV
El movimiento cubista lo iniciaron los
pintores olvidados Meztinger y Alberto Gleizes, acompañados por el parco y
precario pintor español Juan Gris, por el rudo y voluntarioso francés Fernando
Léger y el astuto italiano sin
imaginación plástica Severini; Diego Rivera, Pablo Picasso, el poeta Guillaume
Apolinaire y Ángel Zárraga completaban la baraja.
En efecto, el hoy abuelo y tatarabuelo
durangueño Ángel Zárraga encabezó marginalmente junto, con un puñado de
inmigrantes latinos y un cuarteto francés, el movimiento más importante que
sacudió la estética contemporánea, cerrando con broche y oro los límites
extremos del arte de la representación y la figura. No es de extrañar que la
imagen de México con todo su exotismo se repitiera con frecuencia ente los
grupos cubistas.
En efecto, junto con George Braque y los
españoles Pablo Picasso, Juan Gris y el mexicano Diego Rivera, experimentó una
especie de geometrismo extremo de feroz facetismo, diríamos ahora de-constructivo, en cierto modo derivado de
Cessane y Matisse, para crear el cubismo sintético, grupo que por tal aportación
al arte universal es por ello conocido como la famosísima Escuela de
París, en cuyo núcleo, el Centro de Arte Vanguardista, se
investigó las formas adaptables a la geometrización angular y la concepción
sintética del movimiento.
-taller y tertulia en la
que giraban Jaques Villón, Marcel
Duchamp, André Lothe, Robert Delaunay y Francis Picabia. El artista mexicano
formó parte también de la Asociación de la Sección de Oro de
Léger, Picabia, Gleizes, Metzinger, Duchamp y Juan Gris, donde Ángel Zárraga
aportaba a la discusión teórica del grupo los exquisitos conocimientos sobre la
proporción aúrea o la divina mesura, secreto
de secretos aprendidos en la Academia de San Carlos
gracias a las lecciones del maestro Alberto Lanndesio, Santiago
Reboul y Germán Gedovius[3]
Difícil hoy no aquilatar la grandeza y magnitud de su hazaña.
La experimentación vanguardista es la
consecuencia última en el plano estético de los movimientos revolucionarios de
inicios del siglo XX. Empero, la verdad
es que el cubismo no fue sino una reacción antiimpresionsita, un formalismo o
mera búsqueda de la forma surgido del fauvismo y su especulación del color por
parte de “las Fieras”. La raíz del dogma cubista vino de la sentencia de
Cezanne: “¡Todo es cilindros, conos, esferas!” Arquitectura moderna, habría que
agregar, naval, aérea. Sin embargo, el principio de la fisura ocurrió cuando
Zárraga agrega a la intersección de los planos
las relaciones complementarias de las formas, los contrastes simultáneos
de las formas mismas... y el conflicto terminó en desastre, porque la
consecuencia del movimiento revolucionario cubista fue su pronta osificación en
ortodoxia, en donde todo se estropeó, desgarrándose entre equipos rivales. Y es
que sumados al equipo teórico entraron en escena los poetas Jean Cocteau, el
viajero suizo Blaise Cendrars y Pierre Reverdy, siendo éste último quien
termina por imponer una dictadura puritana que prohibía pintar retratos y
paisajes, admitiendo sólo las naturalezas muertes de mesas de cafés y guitarras
–intento, pues, de reducir sintéticamente a los Picasso, Rivera y Zárraga a meros epígono del limitado Juan
Gris.
Desde temprano Zárraga presintió el peligro
latente en una abstracción excesiva, limitando el intelectualismo abstracto de
los franceses en una reconciliación con el neoclasicismo –operando empero en su
pintura la experiencia cubista una revolución de formulas emancipadas y el
rigor sereno en el uso del color. Para Ángel Zárraga l´avant garde
fue, en su conjunto, un error, una experiencia equivocada, un movimiento
frustráneo que llevaba en si los gérmenes de su propia ruina, pues acarreaba
como consecuencia una dolorosa enajenación mental, producto de la abstracción
de los otros, de si mismo y de Dios Porque en el fondo las ideas de Gustave Couvert
sobre la pintura por la pintura, implicaban la negación del ideal
cristiano, cimiento profundo en la historia del arte occidental.
De ahí vino el desastre que acarró todos los
desastres: ser hijos de una época sin fe, sin otro anhelo que resolver insolubles
problemas técnicos, donde se olvida que la vida no se resuelve en pinturas,
sino que las pinturas son sólo un medio de dar testimonio de un valor
espiritual Zárraga responde a la mexicana con radicalismo religioso, con
radicalismo francés: vuelve primero a los principios estéticos del
renacimiento, a las bellas líneas y los bellos colores en la celebración
dinámica del cuerpo humano, para remachar luego en el mismo clavo neoclásico,
con el propósito de reconfigurar el arte humanista y religioso contemporáneo.
. Como muestra de ello llegaron a Durango,
tierra natal y de los primeros años del artista, dos soberbios cuadros clásicos
de la vanguardia, donde lo marginal evoluciona para volverse verdadera mutación
central: Niña con torta, 1917, El Lector Juan Ramón Jiménez,
1917, a
los que hay que sumar el bodegón heterodoxo Naturaleza con Barco y Concha,
de 1922 En efecto, de aquella experiencia frustrada dejo, no obstante, cuadros
memorables -acaso el mejor de todo el cubismo, el lienzo del poeta español El Lector Juan Ramón Jiménez.[4] Obra
revolucionaria de pureza mística y perfección áurea, que pasó con sus jugos
nutricios por nuestras narices como un fruto maduro sin que muchos ni siquiera
se acercaran a morderlo u olerlo. El pintor durangueño, que desde un principio
derrotó en Europa todo escepticismo sobre sus subidos méritos, especialmente en
el arte del retrato, aporta así a la tradición del arte una imagen
perfectamente cubista... pero viva - pues junto al esquematismo y fragmentación
que le es propio al estilo, junto con la desecación de la forma, el desmenuzar
de los volúmenes y la descomposición del color, hay en la estructura geométrica
buscada no sólo el peso y la densidad de los volúmenes sólidos con sus efectos
lumínicos, sino algo más aún: el encuentro con una especie de estridente aura
en calma de fija firmeza la cual, por decirlo así, nos da en un hojear de su
presencia estructural la representación del poeta (del más alto poeta
intelectual español de la primera mitad de siglo), en gélidos términos de
rigurosa arquitectura, es cierto, más
mágicamente compensados por la calidez conmovedora del color.
V
Sin embargo la experiencia vanguardista fue
una experiencia generacional fallida, incapaz de trascender el positivismo
impreso en la luz amarga tras la inocente sonrisa auroral del impresionismo (Retrato
de Auguste Renoir, 1919). En efecto, de la claridad de la mera
impresión sensible se derivó una cruda calamidad: la de un arte sin excelsitud
y hasta mezquino, vacío de trascendencia. Al ver y vivir las consecuencias
arrojadas por el movimiento Ángel Zárraga queda enfermo y horrorizado y vuelve
entonces a los principios clásicos y neoclásicos del dibujo de la anatomía
humana y el denudo femenino, encontrando, en una pintura deportiva formidable, la esencia del hombre genérico.
¡Volver a las fuentes!, es entonces su
divisa: ¡al estudio del hombre! –que para él se resolvió como una vuelta lúdica
al estadio y una vuelta lucida a la Iglesia. En efecto, en medio de la más
profunda de las crisis que le tocó vivir, el pintor vio como nadie que nuestro
tiempo ofrece dos expresiones diferentes de la vida: una física y otra
espiritual. La física tiene su esencia en los grandes estadios deportivos: la
espiritual en los templos. Así, en el estadio estudia la celebración dinámica
del cuerpo humano y la comunión con la colectividad. Es precisamente en ese
periodo que Zárraga sale del cubismo para recuperar de nuevo el sentido de la
mecánica humana, sus movimientos armoniosos expresados mediante el culto
deportivo al cuerpo humano y a la precisión de los juegos, ejercitando su
naturaleza en el vigor corporal –explorando nuevamente así la maravillosa mecánica del cuerpo humano que
aprendió de niño cuando acompañaba a su padre el Dr. Fernando Zárraga a
disectar cadáveres.
En La bañista sus pinceles se
empapan de color, de mar, de aire y de oro viejo. Porque si sus figuras guardan
siempre algo del hieratismo hindú, propio también de nuestra cultura, en la
frugalidad del color, en la paleta restringida y en la inmaterialidad de las
tinturas hay algo de la elegancia añeja de la decadente inercia ajada española,
algo también de la frugalidad franciscana propia al principio de belleza
ascética y cristiana, lo que da a la pincelada esa alquimia de gran finura de
prodigioso naturalista sintético.
Aunque Ángel Zárraga tuvo una hija, llamada
Clara Bernadette y un hijo, Fernando, en México, de su segundo matrimonio con
la suisa-alemana Maria Luisa Gysi, lo cierto es que en su primera estancia en
París vivió durante años con una maestra de gimnasia y deportista, llamada Junnette Ivanoff, quien fuera además su
modelo y protectora de 1919 a
1924 –otro paralelismo con Diego Rivera, quien además de iniciar sus estudios
europeos practicando el costumbrismo español y de participar activamente en el
movimiento cubista, vivió asimismo de joven con una mujer eslava: la pintora
Angelina Beloff, su primera esposa.
En efecto, la crisis de angustia profunda
que deja como herencia la guerra danzando en el fondo de París y las delirantes
discusiones teóricas del movimiento estético por el encabezado lo hacen caer enfermo en el año de 1918. Durante su
enfermedad decide organizar su vida, casándose con una bella y atlética joven
cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener oculto. Hay quien afirma que
no era rusa ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino polaca, cuyo verdadero nombre
era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de una fuerte personalidad, de gran
porte, maestra de danza rítmica e interesada en los problemas de estética. Se
ocupa del pintor quien recupera la salud física y se casa con ella en 1919,
viajan a California para luego vivir juntos en el número 9 de los Chaletres
Talleres de la Cité des Artistes, en el boulevard Argo. Son de esa
época los cuados que nos visitaron: Estudio de Mujer, 1917; Las
Futbolistas, 1922; Mujer de Rosa, 1922; Naturaleza
Muerta, 1922; Paisaje S/F.
Jannette Ivanoff fue una futbolista de fama
y renombre, llegando a ser la capitana del equipo Les Sportivs de París,
que gana el campeonato de 1922, por lo que es retratada por el pintor junto con
las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y Thérese Renault . En 1924 pinta una serie de
grandes lienzos sobre el fútbol, los cuales son comprados de inmediato por el
periódico Excelsior de París –y así como fuese el Fray Angélico
del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres del Fútbol. En efecto, en los
cuadros deportivos y del futbolismo Zárraga quiso expresar la mística de la
acción y de los deportes, donde desarrollar el valor de la voluntad y la fuerza
moral aportada por la disciplina. En realidad se trata de un empeño del artista
por volver al estudio del hombre y de su inalienable esencia. Así, Zárraga
continúa su reflexión sobre la exterioridad expresiva del cuerpo humano, en especial
de la figura femenina, trasportando el lenguaje de la expresión mímica humana
en términos de un formalismo absoluto, aunque ciertamente amable y aún decorativo, con el cual logra profundizar en
la sicología. y profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo,
alcanzando figuras no exentas de perfección y angélica monumentalidad. Se le ha
reprochado que en tal obra lo que se expresa no es más que el culto a la figura, al hedonismo del cuerpo,
más que los valores clásicos de pureza y serenidad. Algunos incluso han ido más
allá, apuntando a la “transexualidad” de los deportistas, a la visión de los
sexos en una sola constitución humana. No es verdad. Sin necesidad de ir tan
lejos, lo que se puede decir más bien, como no ha dejado la ciencia médica de
denunciar, es el reconocimiento por parte del pintor del fondo meramente
biológico en las actividades deportivas. Época efectivamente de hedonismo del
cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el artista en un retrato a su
primo y coterráneo, el actor hollywoodense Ramón
Novarro (1899-1968).
Retrato de Ramón Novarro, 1925
A la búsqueda de valores clásicos de pureza inmanente el futbolismo de Zárraga añade empero una tesis de carácter social, cuyo ideal es el de devolverle al pueblo pauperizado su bloqueado volumen de voluntad y de fuerza moral mediante las disciplinas deportivas. Se trata, en efecto, de una mística de la acción traspuesta popularmente a términos deportivos, para enseñarla en México, donde abunda los soñadores, a perfeccionar la molicie del cuerpo por el deporte.
A lo largo de su extensa obra el pintor
durangueño desarrolló toda una filosofía
del cuerpo, refinando en ese tiempo su visón del movimiento, ya que fue un gran
aficionado a los estadios y a las competencias atléticas, a las carreras a pie,
al fútbol, al básquetbol, a la natación. al rugby, al tenis. A su prodigioso
instinto de pintor se sumó el más cultivado talento hecho de afinamientos
sucesivos y auroleado siempre por el buen gusto, un poco seco, y la elegancia
de un paradójico espíritu: sereno y a la vez ardientemente cultivado.
VI
Torpemente se ha querido retrasar el
triunfo de los modernos, y de Ángel Zárraga en particular, por su cultura
francesa y su espíritu religioso –porque la actitud característica de la
reacción ha sido siempre la de fingir ignorancia para no comprender la vida
radical y desinteresada del espíritu, ya se en política, literatura, religión o
arte. Empero, México ha querido ser un país original y eso sólo puede hacerlo
siendo radicalmente moderno –y una de sus visiones más potentes es, sin duda
alguna, la legada a su patria por los experimentos franceses aportados por el
atlético y culto pintor cubista durangueño Ángel Zárraga Argüelles.
IV.- Ángel
Zárraga en México
(Muralismo y Nuevo Clasicismo)
VII
Pintura soberbia fue el cubismo, experimento
de abstracción de la vida concreta que exigía por su excentricidad una
reacción: el retorno, pues, a la verdad
humana. La historia puede verse como
una sucesión de mutaciones y de reacciones, de excesos y de retorno a lo
tradicionalmente asentado. Así a la revolución cubista se sucedió el imperio y
vuelta de lo clásico: de Rafael, de Ingres. Porque el hombre, ese animal, esa
máquina de huesos, está también permeado por un sentido que sólo a él
pertenece, siendo en la constitución humana los polos equilibradores,
centradores de la vida y de la salud los planos físicos y espirituales
–teniendo la grandeza física su escenario en los grandes estadios deportivos,
la espiritual su mejor representación en los templos Su idea: la purificación del templo del
cuerpo por el deporte y del cuerpo del
templo por un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente.
La primera incursión de Ángel Zárraga en
la pintura de gran formato la realizó en el año de 1917, en los estertores
finales de la Primera Guerra Mundial, para la escenografita para la puesta en
escena de Antonio y Cleopatra de Willam Schaquespeare, montada en el Teatro
Antonie de París, llevando a cabo un plan que rebasó toda expectativa.
De la escenografita saltó al espacio mural, realizando su primera composición
en la casa parisina de uno de sus coleccionistas particulares, el Dr. Van der
Hernst. Su segunda obra mural tardo siete años en concluirla, ocupándose en
ella de 1922 a
1929, en el Castillo Vert-Coeur, en Chevrease, cerca del Palacio
de Versalles, perteneciente al conde René Phillipon, pintando al fresco
los espacios del Oratorio, la biblioteca, el corredor, los muros de la escalera
central y el salón familiar. Debido a sus compromisos de trabajo desatendió el
llamado del Secretario de Educación con Obregón, el filósofo José Vasconcelos,
puesto que sus compromisos de trabajo parisinos se lo impedían.. Así, para 1924
inicia los murales a la encáustica en la Cripta de Nuestra Señora de la
Salette, en Suresnes.[5] Su
cuarta obra mural la realizó en la Iglesia de los Mínimos, en
Réthel. Se trata de un fresco en el que desarrolla el simbolismo de los cuatro
evangelistas a manera de bestiario simbolico: Águila, León, Cordero, Hombre.
Sin embargo, es invitado por su amigo
Alberto J. Pani, en 1927 para decorar la
Legación Mexicana de París, realizando 18 paneles de intención
mural para el Salón de Fiestas y la Sala de Estar,
añadiendo a su lenguaje un tratamiento en
estilo Art Decó. El mejor conocido de ellos, “Amaos
los Unos a los Otros”, tiene por tema el de la reivindicación de las clases trabajadores obreras y campesinas
oprimidas bajo las figuras de trece mujeres vistiendo atavíos populares, siendo
la figura principal inspirada en la actriz Dolores del Río. En un estilo
moderno y decorativo logra una síntesis de laicismo y religiosidad con el tema
de la fraternidad universal entre las naciones y el de la integración de México
al progreso de las naciones civilizadas –ideal de modernidad inscrito también
en los vitrales de Fermín Revueltas. También expresa las diferencias entre el
mero inmanentismo anejo al culto pagano y el contraste trascendente inscrito en
la civilización cristiana. Un a imagen de Cuauhtemoc y otros dos con las cuatro
virtudes morales y las tres teologales.[6] Esta
obra se arrancó de sus bastidores y se arrumbó por años en los sótanos de la
Legación, para ser rescatados y restaurados hasta el año de 1980.
En ese mismo año de 1927 es propuesto por
André Honorat para ser nombrado Chavalier dans l Ódre Legión d´Honeur (Roseta
de Oficial de la Legión de Honor), reconociendo el gobierno francés sus
subidos méritos en sus 20 años al servicio del arte... a los 40 años de edad.
Durante su estancia en Francia conoció el pintor todas las guerras y
revoluciones que cada década sacudieron a Francia... conoció también las que en
el mismo siglo sacudieron a su patria. Ante ello el artista mexicano respondió
con un proyecto cultural de radicalismo y laicismo de inspiración francesa, que
trasplanta en términos de la filosofía cristiana los ideales de la fraternidad
universal ene los pueblos, la libertad del individuo y la igualdad de todos los
seres humanos.
En efecto, como vio Vicente Riva Palacio y a
su zaga Jorge Cuesta, si se escruta en nuestra historia, México es un país de
inspirado en la cultura francesa en todos sus órdenes, siendo Francia, la rosa
de la civilización, por su historia y
cultura la influencia esencial de nuestro desarrollo nacional en el ámbito
espiritual y lo que le da su más profunda distinción y su carácter a nuestra
patria, siendo también el humus que alimenta la raíces de nuestra libertad en
todos los sectores de la sociedad. Es cierto, nuestra cultura encarna los
ideales de la cultura francesa sin proponérselo artificialmente, sino de manera
natural. Por doloroso que sea hay que reconocer que la nación mexicana no ha
tenido una verdadera existencia propia, ni ha existido propiamente una voluntad
y una conciencia nacional y las que ha tenido, las ideas gérmenes de una
responsabilidad histórica, han sido influencia del pueblo francés.
Vuelve a la pintura mural en el año de 1932,
trasladándose al África, a Marruecos, donde pinta en la Iglesia de
Fedhala a Santiago Apóstol, patrono de los peregrinos, y a Pedro y Pablo
en su tarea evangelizadora que siguen a las conquistas militares en tierras de
infieles. De regreso a Francia pinta un fresco más, esta ves en la Capilla
de Cristo Redentor, en Guébrant, en la Alta Saboya, también de tema
cristológico. Obra de gran belleza, plenitud y grandiosidad de la Anunciación,
Redención, Bienaventuranza y Vía Crucis. Sigue a esta obra la decoración de la Maisón
du Café de París, en la Plaza de la Ópera, que aunque
posteriormente fue destruida por reliquias fotográficas sabemos que trataba de
los Atlantes y de Don Quijote de la Mancha. Sigue con otra obra en la Sala de
Consejo del edificio de la Unión de Minas de París.
Por último realiza tres obras murales más:
en la Cúpula de Mal Paso, en Mégreve y en la Iglesia del
Castillo de Meudon plasma temas de la mitología griega, para finalmente
desarrollar en la Capilla de la Ciudad Universitaria de París el
tema central del humanismo: la pasión de Cristo .sirviéndose de un
planteamiento calificado de intelectual, en pleno bombardeo en Francia por los
nacionalistas alemanes en junio de 1940. En el inicio de la Segunda
Guerra Mundial alcanza todavía a realizar otro mural más, esta vez en
la Iglesia de Saint Ferdinand des Ternes, sobre la vida y
milagros de Santa Teresa de Jesús, apoyado por el filósofo Jaques Maritain..
Se a criticado a Zárraga de apoliticismo. No
es verdad. De hecho su regreso a México precipitado por las hostilidades del
espíritu guerrero, se debió más que nada al clima de frialdad creado en su
contra en el medio acomodado y artístico
en el que se desenvolvía, debido a su participación en la Radio Francesa,
donde difundió exhortaciones públicas a las naciones hispanoamericanas para
condenar el socialismo totalitario que surgió como una amenaza de
anti-humanidad, invadiendo como un
cáncer a los países de eje, teniendo su cedes en Tokio, Roma y Berlín. Al
finalizar el año de 1941 parte de Francia y al inicio de 1942 desembarca en el
puerto de Veracruz con su esposa Maria Luisa y su hija Clarita, acompañando su
menaje de viaje de un automóvil Renault del que no quiso ni pudo desprenderse.
VIII
A su llega a México pinta los murales en Los
Laboratorios Abbot sobre el tema de la salud y la enfermedad. Por
instancias de su amigo Arturo J. Pani es contratado para un mural en el bar del
Club de Banqueros, en el edificio Guardiola, donde pinta la Alegoría de la Riqueza y la
Abundancia, La Miseria y el Placer. y El mito de
Dannae y Perseo. Por instancias de su antiguo condiscípulo en la Escuela
Anexa a la Normal, Jaime Torres
Bodet. se integra entre los miembros
fundadores al Seminario de Cultura Mexicana.
Concluye la ábside de la Catedral de
Monterrey, donde pinta las ocho bienaventuranzas separadas por unas
filacterias que contiene textos de los evangelios, terminándola por cábala del
destino el mismo día de la victoria aliada sobre la Alemania nazi, por lo que
la firma con la leyenda “Aleluya. 6/X/45”.
Finalmente realiza uno de los cuatro murales ideados para de la “Sala de lectura José Vasconcelos” en los Talleres Gráficos de la Nación, hoy Biblioteca México, en la Ciudadela, los cuales había sido encargada por el Secretario de Educación, el ensayista y poeta del grupo Contemporáneos Jaime Torres Bodet. Alcanza a concluir La Voluntad de Construir -dejando en proyecto El Triunfo del Entendimiento, El Cuerpo Humano y La Imaginación. Se trata, en efecto, de una serie en donde el autor quiso representar, de modo edificante, el poder del hombre para transformar la naturaleza en cultura y el tiempo en historia por virtud de sus obras y sus creaciones. Tema de la técnica moderna proveyendo al hombre del conocimiento material para transformar la materia y su entorno, y de la cultura que presta el conocimiento simbólico que precisa el ser humano como el otro medio para desplegar plenamente su voluntad, siendo estos elementos los principios de un mundo superior en una síntesis entre el mundo secular y el religioso y cultural. Obra de gran refinamiento que aspira a la modernización constructiva de la patria, anquilosada por soñadores y burócratas y por legiones masificadas aletargadas por el sueño, que exige además la madurez de las costumbres el despertar del sentido común –reminiscencias también de la cultura tolteca o viejo toltecayotl bajo la figura emblemática de la serpiente alada de Quetzalcóatl, lucero de la mañana que dio los fundamentos clásicos de la grandeza de los antiguos mexicanos bajo la especie de una cultura laboriosa coronado de plumas y de cantos.
Finalmente realiza uno de los cuatro murales ideados para de la “Sala de lectura José Vasconcelos” en los Talleres Gráficos de la Nación, hoy Biblioteca México, en la Ciudadela, los cuales había sido encargada por el Secretario de Educación, el ensayista y poeta del grupo Contemporáneos Jaime Torres Bodet. Alcanza a concluir La Voluntad de Construir -dejando en proyecto El Triunfo del Entendimiento, El Cuerpo Humano y La Imaginación. Se trata, en efecto, de una serie en donde el autor quiso representar, de modo edificante, el poder del hombre para transformar la naturaleza en cultura y el tiempo en historia por virtud de sus obras y sus creaciones. Tema de la técnica moderna proveyendo al hombre del conocimiento material para transformar la materia y su entorno, y de la cultura que presta el conocimiento simbólico que precisa el ser humano como el otro medio para desplegar plenamente su voluntad, siendo estos elementos los principios de un mundo superior en una síntesis entre el mundo secular y el religioso y cultural. Obra de gran refinamiento que aspira a la modernización constructiva de la patria, anquilosada por soñadores y burócratas y por legiones masificadas aletargadas por el sueño, que exige además la madurez de las costumbres el despertar del sentido común –reminiscencias también de la cultura tolteca o viejo toltecayotl bajo la figura emblemática de la serpiente alada de Quetzalcóatl, lucero de la mañana que dio los fundamentos clásicos de la grandeza de los antiguos mexicanos bajo la especie de una cultura laboriosa coronado de plumas y de cantos.
. Al igual que el genial compositor durangueño
Silvestre Revueltas, Ángel Zárraga muere de una pulmonía cuata mal atendida el
23 de septiembre de 1946, a
los 60 años de edad. Hay que señalar que el resto de la comitiva integrada por
las máximas figuras de la Escuela Mexicana guardó un lamentable
silencio.
IX
Debido a la moda estética populista
derivada del movimiento revolucionario estratificado en institución, perpetrada
hasta nuestros días por la crítica de arte se ha intentado restar méritos a su
trabajo, calificándola de cursi,
veleidosa, amanerada y hasta elitista, concediendo al vulgo parasitario de la
burocracia oficial el aplauso a las tendencias mundanas de Rivera y Siqueiros,
rodeadas de elementos existencialistas y decadentes que celebraban la muerte de
Dios y de la conciencia religiosa para dar rienda suelta a un paganismo permisivo
y moralmente lábil cuya cauda desacralizadora
nos aqueja hasta la fecha, poniéndonos así de hinojos ante la presión de
pueblos improvisados que quisieran subsumirnos bajo su bandera para adorar a su
sus ídolos menores.
Sin embargo, como prueba en contra llego a
Durango uno de los cuatro grandes oleos de composición circular pintados en
1914 titulados El Cielo de la Acción, en los cuales vuelve a
probar su maestría armonizando sus composiciones en la difícil dinámica
circular de sus figuras. En efecto, a la tierra del arte pictórico y del
talento musical llegó la famosa imagen de San Jorge, siendo para
el pintor uno de los héroes paradigmas de la historia de la humanidad,
especialmente para nuestra cultura
patria –tétrada completada por Mctezuma Ilhuicamnina, el flechador del
cielo, David, y El aviador. Así, el cuadro
de San Jorge se presentó en la tierra natal del artista flanqueado por otras dos imágenes de cuño
religioso: San Miguel (1939) y Juana de Arco, la Doncella
de Orleáns (1939). Lienzos de carácter metafísico que ponen de
manifiesto la realidad histórica actuante de la moral y de fe cristiana.
X
Por último, hay que señalar que el retorno
al hombre implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza
humana, lo cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica
a México.
El desarrollo de la conciencia íntima y
personal de la patria lo vertió el pintor en términos de piedad, de simpatía y
compasión por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de sus cuadros
más significativos, La niña de la
Lima (1942), se respira toda una inspiración de concentración de
valores humanistas, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa
sencillez y resistencia, de discreta actitud frugal propia del alma mexicana.
Lienzo de luminosa y dulce frugalidad y
de sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto
profundo a la intimidad de la persona..
Sin embargo, hay que señalar que la muestra
exhibió una flor que no es de su jardín. En efecto, el cuadro que cerró la
exhibición titulado “Corazón” (1943) es un lienzo apócrifo y, hay
que agregar, una pintura además de balín,
rascuache, pues no corresponde ni a la finura del pincel del artista ni
a su visión del arte . Se trata, en efecto, de un burdo cachirúl, de una
imitación pintada además con mala fe
Cuadro de gusto charro colado
por aquellos que quisieran fundar
la vida cultural de la nación en el fraude y
la impostura, pues lejos de ser una obra del espíritu estético del
artista, nos presenta a un ángel si, pero pagano, a una joven
autóctona inexpresiva consagrada a
Venus... pandémica, símbolo de los
deseos terrestres y concupiscentes de la carne, para colmo edulcorada con alas solferinas de algodón de feria,
imagen de la verdad neurofisiológica de la especie y sus instintos más
primarios, a la vez reducida al tipo de prietita despechugada enfurruñada y de
bigote, levantando un corazón de papier
maché propio de los carnavales o desfiles en 20 de noviembre. Cuadro,
pues, que cae de lleno bajo la categoría estética de lo lindo concupiscente y que por ello debe considerarse fuera de la esfera del arte (Arturo Schopenahuer), confirmando con ello la tesis de que cuando se ha querido ser más nacionalista es cuando se ha falsificado más. Porque difícilmente alguien puede ser buen
mexicano si se es un mal hombre, si carece de gusto, si pervierte confundiendo
la sensibilidad con la voluptuosidad y la pecaminosidad, si confunde la poesía
con el galanteo de alcoba o el socialismo de burdel. Obra en una palabra
reaccionaria, pues la verdadera naturaleza de la reacción consiste en ignorar,
en no querer comprender, incluso en
pervertir la vida radical y
desinteresada del espíritu, ya se manifieste en política, literatura, religión
o arte -porque lo reaccionario no es una cuestión de prejuicios en la comprensión, sino de intereses.
Falso laicismo también, que lo vulgariza al
desviar su significado al interpretarlo como falta de religión -equívoco que
hay que disolver, pues ha causado la depravación de los espíritus. Porque el
concepto “laico” se opone a “clerical”, no a “religioso”. El laicismo, en
efecto, es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, que se deslinda por
tanto de la religión, por ser ésta un asunto de conciencia personal, justamente
–por considerar que la conciencia social no debe supeditarse a doctrinas o
sentimientos reaccionarios o esclavizada por doctrinas y sentimientos
oscurantistas de la conciencia individual. En la sociedad laica la doctrina religiosa,
en efecto, deja de ser el fundamento de la sociedad, la cual admite así que no
se funda en ninguna doctrina, sino directamente en su propia experiencia
histórica y en su tradición. Principio de realidad y de libertad, pues, que
desencadena las almas de su grillete a círculos sociedades detentadores del
poder o de la organización social. Así,
es el primer deber de la sociedad laica es imponer la obligación de
liberar la cultura de la sociedad, para
que ésta se realice tal y cual se da en
su despliegue como cultura positiva y concreta. Así, el laicismo no es sino la
conciencia positiva de que la cultura y su contenido (de arte, ciencia,
técnicas, ideas e instrumentos de producción) pertenecen de modo radical a la
nación al través de la sociedad –y no de modo histórico o tradicional a una
clase, clerical, capitalista o proletaria. Es así como la nación encuentra su
fundación en el laicismo, que es la sociedad fundada radicalmente en sí misma,
que se da ella misma el sentido que va tomando en su despliegue. No es entonces
la estructura o el predominio histórico o natural de una iglesia o clase
privilegiada o favorecida históricamente lo que le da el laicismo, sino
precisamente lo contrario: la experiencia de la sociedad como libre fundándose
a si misma.
Porque el laicismo es, en efecto, la expresión de la libertad social, aneja a la responsabilidad: de liberar a la cultura positiva y concreta de la sociedad, siendo por ello el objeto de la conciencia social –no de la conciencia individual, no del dogma clerical o del dogma marxista. Porque lo revolucionario de un tiempo que evoluciona a otro no es un conjunto reumático de normas individuales elevadas a categoría de aplicabilidad universal, mucho menos un canon eclesiástico o una doctrina sagrada, sino la experiencia revolucionaria o reformista de la sociedad como libre, producida en el seno de la nación y fundada radicalmente en sí misma. Tal es la responsabilidad verdaderamente revolucionaria: la de identificar a la nación con la sociedad fundada radicalmente en sí misma. De la cultura francesa heredamos las ideas republicanas del estado laico, siendo el laicismo y el radicalismo una misma actitud de espíritu.
Porque el laicismo es, en efecto, la expresión de la libertad social, aneja a la responsabilidad: de liberar a la cultura positiva y concreta de la sociedad, siendo por ello el objeto de la conciencia social –no de la conciencia individual, no del dogma clerical o del dogma marxista. Porque lo revolucionario de un tiempo que evoluciona a otro no es un conjunto reumático de normas individuales elevadas a categoría de aplicabilidad universal, mucho menos un canon eclesiástico o una doctrina sagrada, sino la experiencia revolucionaria o reformista de la sociedad como libre, producida en el seno de la nación y fundada radicalmente en sí misma. Tal es la responsabilidad verdaderamente revolucionaria: la de identificar a la nación con la sociedad fundada radicalmente en sí misma. De la cultura francesa heredamos las ideas republicanas del estado laico, siendo el laicismo y el radicalismo una misma actitud de espíritu.
Es por ello que la doctrina viviente de la
revolución mexicana esta presente de forma silente, enclaustrada en la
profundidad de su cultura... porque en mucho está codificada en su pintura.
Así, lo verdaderamente revolucionario sería aceptar esa dimensión del arte
nacional –pero también la idea de la salvación de las culturas nacionales por
la cultura, de donde se desprende el programa de estudio de estas realidades
para la potenciación de los valores propios, como una salvación de las
circunstancias en donde se de una síntesis ponderada de mexicanismo y
universalismo, de civilización y humanismo.
Ángel Zárraga descubrió así en el
radicalismo francés las raíces del laicismo mexicano y de la conciencia social,
intentando con el dinamismo y modernidad de su pintura contrarrestar el
enquistamiento de nuestra raza, tendiente a la moribundez, amando la salud y la vida. También encontró
en él la liberación de la conciencia individual, encontrando en las imágenes de
los templos lo más mexicano de nosotros mimos y de nuestra conciencia
individual, pues en las figuras sacras de las iglesias pueblerinas y regionales
está depositado el sentimiento más intimo del alma nacional y la expresión
visible de nuestra especial manera de sentir la vida, cuyos hábitos religiosos
y anhelos de reconciliación y redención divina se trasminan en el arte popular,
haciéndolo así inigualable por su carga de interés trascendente, factor que da
cuenta del refinamiento en su elaboración ajeno al consumo de la mecánica
circulación vertiginosa de las mercancías.
Hay que señalar que el retorno al hombre
implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza humana, lo
cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica a México.
El desarrollo de la conciencia íntima y
personal de la patria lo vertió el pintor en términos de piedad, de simpatía y compasión
por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de sus cuadros más
significativos, La niña de la Lima
(1942), se respira toda una inspiración de concentración de valores
humanistas, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa sencillez y
resistencia, de discreta actitud frugal propia del alma mexicana. Lienzo de
luminosa y dulce frugalidad y de sutil
pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto profundo
a la intimidad de la persona.
[1] “Mensaje a Durango”, en
Archivo Carlos Pellicer, 1942
[2] En
1907 traba amistad con los miembros de la Sociedad de Conferencias,
presidida por Antonio Caos, Alfonso Reyes, Pedro Enríquez Ureña, Isidro Fabela
y José Vasconcelos, la cual se convierte en 1909 en el renombrado Ateneo
de la Juventud. Se trata de la Generación del
Centenario.
[3]
Posteriormente tal
corpus de conocimientos clasicistas fue vuelto a compilar por Santos Balmori
Picasso en el libro Los Secretos de la Sección Áurea, publicado hace años por la UNAM.
[4] Fue también uno de los
grandes retratistas del siglo, pintando desde Ramón del Valle Inclán y Juan
Ramón Jiménez a Ramón Novarro y Dolores
del Río, pero también a lo mejor de la sociedad parisina, como Lucien Romier,
Henrrí Beqhín. O madame Charles Brousse, siendo memorable el fantasma tomado a
su amigo el mundano pintor Pierre Bonard a los 46 años de edad, teniendo
Zárraga 25 años de edad, en 1912, gozando así en su carrera de un modesto éxito económico que le permite
establecerse en la capital del arte, justamente cuando Heminguey la recuerda en
su inolvidable novela de costumbres Paris
era una Fiesta. . Retrató a Diego Rivera en Toledo en 1912. A los que hay que
sumar los retratos efectuados en su última estadía y arraigo final mexicano:
Los niños Carlos y Luis Prieto, , la Señora Hilda Leal de Gómez y
su hija Esther, La Niña
María
Eugenia Souza y Beatriz Asúnsolo con vestido de primera
comunión.
[5] De esta obra desaparecida
por los bombardeos alemanes se conservan empero tres cuadros preparatorios de
estilo cubista sintético, conservados por la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción de
México. Se trata del tríptico La Anunciación , La Asunción y La Coronación.
[6] La cultura de Francia es representada por el
impuso moderno de la aviación en las figuras de Nungesser y Coli, muertos en su
aeronave al intentar cruzar el Océano Atlántico y el triunfo de Charles
Lindberg.
"El ideal de Zárraga era, según Alberto Espinosa en su ensayo sobre la Escuela de Paris, “la purificación del templo del cuerpo por el deporte y la del cuerpo del templo por un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente.
Contemporáneo de Ramón López Velarde, profesaba asimismo, una religiosidad que traslucía un intenso expresión declarado en la expresión de los rostros, sobretodo, en el de los modelos masculinos, y del erotismo en la figura del cuerpo femenino."
viernes, 30 de mayo de 2014
http://elartedelacritica.blogspot.com/2014/05/el-espiritu-de-la-materia.html
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