Elsa Chabaud: el Relato
de los Rótulos
Los Motivos de la Máquina
Por Alberto Espinosa
Por Alberto Espinosa
La visión
estética de Elsa Chabaud empieza palpando la vena más sobresaliente de la
historicidad contemporánea, hallando en su núcleo el fluir de los productos
arrojados al mundo por el homo faber, esparcidos por la
redonda vastedad de su circunferencia literalmente inundándola no sólo de
útiles y utensilios, sino de máquinas, aparatos, artefactos y procedimientos.
Omnímoda presencia pluriforme que no puede dejar de impactar y de modelar el
alma humana, influenciando la vida y el movimiento de quienes usan y abusan de
los inventos de la técnica moderna y se someten a sus procedimientos.
Así la
sociedad dominada por la técnica y su ideología, es sintetizada por la
perspectiva del ilustrador popular bajo la forma del hombre tubo. La figura del
cuerpo humano, expresiva por sí misma de su humanidad. y de su libertad
ascendente, acaba entonces por modificarse en la imagen de los baños públicos
hasta mimetizarse por completo, adoptando su ser la soplada liviandad del tubo
hueco. Se trata, en efecto, del hombre tecnificado al grado de convertirse todo
él en cilíndrica estructura tubular, revelando sus motivos al dejarse primero
asaltar por la muelle satisfacción que hay en la magia de pellizcar la pared
para que salga agua caliente -empero encerrando en un cuadrado la esfericidad de la cabeza. Disfrute de placeres orientales
que sin embargo delata en la cintura algo de péndulo oscilante y en la
genuflexión de las rodillas algo de vilipendio esclavizado. Transmutación del
ser del hombre, cuyas delirantes metonimias toman la parte mecánica del cuerpo
por el todo de la fluyente vida orgánica. Imagen de frialdad tiránica también y
que a gritos un complemento de calor cromático, encontrando en el contiguo
contubernio con la arquitectura ambiente de coloniales azulejos y en la
compensación de la evaporada nube colorada la temperatura reclamada por las
ensoñaciones del baño turco –en lo que supersiete un regusto arisco de morisco,
evocador de las melancolías del árabe y el dejo de enfermiza sensualidad
musulmana.
Imagen del
hombre reducido a términos de materia troquelada y a funda tiritante de
alfeñique. Hombre sometido a simple conductor sin contenido, a mero medio sin
mensaje, que dispuesto primero a las leyes de la necesidad y de adaptación al
medio acaba por ser usado y exprimido, para después ser desecado, disecado y
desechado. Hombre diluido también que al ser bañado primero por las vaporosas
ensoñaciones del confort y de la técnica termina luego vapuleado y disuelto en
la completa despersonalización. Inclinación mimética al rígido dominio que
finalmente doblega al hombre en la
rendición sumisa a la materia.
Estética gris
menguada de nublado producto de las civilizaciones caucásicas, anglosajona y
eslava, que inician con la conquista de la nieve y el frío mediante el dominio
de los combustibles como fuerza capaz en el abrigo y el trabajo. Del fogón y la
estufa, en efecto, nació el motor y el maquinismo transformador del mundo .y en
cuyo fondo queda todavía algo de las candentes deseos y hervores utópicos de quien sometiéndose a sus
engranajes logra expandir la voluntad.. Civilización de la eficacia técnica, es
verdad, pero desprovista del genio y de la alegría latina y que en nuestro
tiempo declina estridentemente y sin grandeza. Retrato también de una vida
medrosa y enfermiza en que han desembocado sus ejercicios darwinianos de
adaptación al medio, conduciendo al hombre a una socialización y maquinización
a tal grado extrema como para llevarlo al gregarismo y a la renuncia del propio
ser, transformándolo en remedo de la especie, en abstracción hipotética, en
esquema de su naturaleza: en no hombre
Porque para
poder usar la máquina el hombre tiene que mecanizarse en tareas de maquinista,
doblegando todo su ser a las funciones mecánicas hasta volverlo maquinal,
cambiándolo de ocasional inventor y frecuente usuario, en simple operario de la
máquina, hasta llegar a extremo de
absorber el frío sufrimiento e inercia de la materia estéril y absolutamente
succionado por ella. Así, el hombre subsumido primero por la máquina en la automatización
de procedimientos, se ve luego desplazado al lograr las técnicas independizarse
en una invención más eficaz que sustituye la función del operario, desechando y
relegando por ende al maquinista y dejándolo atónito como el perico parado en
un palito.
Se trata
también del modelo de ser humano que reprimiendo y sustituyendo la visión del
destino cósmico del hombre como hijo de la Tierra al desprenderse
definitivamente del cordón umbilical de la tradición, acaba por concebirse a sí
mismo como hijo exclusivo de sus obras, lanzándose a la aventura histórica sin
raíces, sin nostalgias ni remordimientos –pero también ayuno de legitimidad y
huérfano de origen. Se trata así del “hombre nuevo”, del hijo de la técnica y
de la fortuna que en su despliegue histórico se presenta como productor de sí
mismo, inventando una conciencia a la vez refractaria a Dios y porosa para el olvido,
y en cuyos valores vitales y externos de confort hay algo de hedonismo
narcisista y de retorno al útero materno, que de ligera regresión a la infancia
acaba exaltar al instinto ciego de la caverna Edipo moderno, en efecto, que
aspirando al ocio y a la abundancia termina en su constitución autárquica por
querer mandarlo todo sin deber nada ni obedecer a nadie. Mundo efectivamente
inmanentista y sin trascendencia alguna facilitado por los usos y abusos de los
productos aportados por las aproximaciones de la ciencia moderna de la
naturaleza. Neurosis condicionada social e históricamente también, cuyos
síndromes generacionales generan la moral de la lucha y la adaptación al medio y cuya sintomatología
se manifiesta en una pérdida creciente de sensibilidad para lo humano en
general, en la arrebatada preferencia impulsiva por otra cosa ajena y contraria
al espíritu y en una violenta voluntad de olvido Elección, pues, por la ociosa
comodidad, el goce del consumo y el frenesí agresivo de la competencia
-situados por encima de la valoración práctica del esfuerzo efectivo y de la
contemplación desinteresada. Preferencia en suma por las promesas abstractas de
las utopías, el éxito o los números sobre la fraternidad social; por el
formalismo de los códigos sobre el cálido realismo de los usos; por la
originalidad, la novedad y la espontaneidad desaforada en lugar de la
autenticidad, la modesta práctica y el paciente aprendizaje. Inclinación a
favor de la justificación en lugar de la realización y de la promesa en vez de
su cumplimiento También abierta elección de lo institucional por arriba de lo
social y de la hegemonía y el dominio centralista sobre el reconocimiento
regional y la personificación. Actitudes y posturas de las que se desprende el
amargo corolario de la tecnocracia moderna, pues en sus distracciones se fragua
la ignorancia por la persona, troquelándose en tal desconocimiento la posibilidad
de proceder brutalmente con ella. Complejo moderno cuyo soso abrazo de bagazo y
rigidez de frialdad abstracta no puede sino dar por resultado un alma
anquilosada, inconsciente y sin evolucionar, envuelta por un sombrío y arcaico
paganismo.
Así, la
mirada reflexiva de la fotógrafa Chabaud precipita los indicios de nuestro
mundo y tiempo recogiendo del río de maravillas obsoletas arrojados en los
talleres de auto-partes de la colonia Buenos Aires, a manera de dislocados
emblemas de la tecnocracia, las imágenes del águila ávida y el lángaro lagarto
a manera de dislocados Por un lado, aparece la poderosa águila calva americana
como icono del dominio imperial trasnacional, cubriendo con sus alas al asalto
la totalidad del orbe y cuya fuerza, coraje y penetración visual son puestas al
servicio de bajas presas y de la rapaz rapiña, del cruel orgullo por mor de la
obstinada opresión de la opulencia –dejando al mundo reducido a añicos
fragmentados de rompecabezas irresoluble y al hombre ajado y postrado en el
umbral de una hamaca abandonada. Por la otra, el lagarto perezoso e indolente
reptando al sol para retarlo y anunciar la nada en el viaje sin retorno.
–siendo así un símbolo de voracidad, de duplicidad e hipocresía, de las
tinieblas y la muerte. Imágenes que nos hablan de una actitud oscura y agresiva
latente en el inconsciente colectivo del hombre moderno y contemporáneo, cuyos
esquemas revelan las inclinaciones de la venalidad y de los deseos revueltos
opuestos al espíritu.
Estandartes
emblemáticos de nuestro mundo, porque si el motivo rector de la técnica moderna
es en el fondo el de la aceleración, el de poder hacer más cosas, más rápido,
en menos tiempo, no puede menos que incubar
por debajo de su fuerza centrífuga los huevos de la hybris disparados a lo
ilimitado o adheridos centripetamente al suelo, dando a colación el
inmanentismo, cuya pirotecnia pagana de deseos estalla en inspiraciones
radicalmente ateas –derivadas, en efecto, de un razón sin Dios. La razón
instrumental inmanentista, efectivamente en ausencia de Dios, acuña así también
una vida en ausencia de la muerte, afilosófica en suma por carecer en su radical inmanentismo de una
concepción del más allá y por tanto de un sentido completo de la vida.
La técnica es creadora de una vida abierta a las
posibilidades cuya aventura, sin embargo, frecuentemente naufraga sin llegar a
puerto alguno, rotas las velas del bergante por las contingencias y
contrariedades provocadas por la aceleración de la velocidad y los riesgos que
conlleva, no sólo al desequilibrar los módulos naturales de la vida al
distorsionar sus patrones propios y entrar en el estrecho túnel de la angustia,
sino también al desliza la súbita posibilidad de la colisión y el accidente.
Posibilidad, pues, de la frustración constitucional del ser del hombre, de la
exasperación y mutación de su esencia. El azar es entonces el resultado
arrojado por el automatismo de la máquina. El accidente vial es sólo su
manifestación más patente bajo la forma de los vehículos que han salido de
nuestro control; su significación latente es empero más profunda: el de los
percances de su esencia, en cuyas mutaciones de la esencia y excitaciones de la
libertad se engendra el oscuro deseo de volver a lo informe
del caos primordial, sumergiendo al hombre en una nostalgia oscurantista cuyo
carácter delirante y subjetivo priva de sentido a la activad humana.
Resultados de
la exaltación, del homo faber., de la mera especialización de una sola función
humana general de la especie, o profesionalización de lo que en todo hombre hay
o puede haber de técnico, de mecánico o de maquinista. Así, su megadesarrollo
en la sociedad contemporánea, como final consecuencia de la fe moderna en el
poder de la razón pura o física, en sus productos técnicos y en el progreso del
equipamiento mecánico del hombre, da lugar a una civilización maquinal, pues,
que presentándose como la victoria sobre el mito engendra un mito más: el que
reprime la segunda voz que nos habita, sustituyendo las imágenes y los símbolos
que nos visitan, y que al hacerlo enciende la caldera en que se cuecen a
altísimas temperaturas, como en una olla
expres alimentada por las presiones generacionales, los bajos motivos e
impuros e la corporeidad para tomar el lugar de los arquetipos tradicionales y
de la metafísica -preparando así un contagioso caldo de cultivo, cuyas erupciones de amorfo magma amenazan con estallar en las inevitables
vueltas de lo reprimido. Porque el mito vuelve siempre, renace y se
transfigura, siendo peligrosísimo querer borrarlo o apropiarse sus
orígenes
es tan bien escrito y enfocado que no lleva comentarios, solo leer, aprobarlo en todo y disfrutarlo, felcitaciones, dracristinam.2022@gmail.com
ResponderEliminarmil gracias por tus comentarios Cristina... estaremos en contacto
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