III.- Don Héctor Palencia Alonso: la Luz y la Herida
(3ª de 9 Partes)
III
Don Héctor Palencia Alonso era consciente de
que ser una personalidad absolutamente fuera de lo corriente, lo cual a veces
intentaba demostrar elevándose a alturas insospechadas o viajando a las
profundidades más hondas del tiempo y de la memoria, formando así, y muchas
veces también, apabullando a su público – mostrando simultáneamente con ello no
sólo la buena opinión que de sí mismo tenía y la grandeza de su persona, su
amor propio digamos, sino también porque sabía que tal actitud era la única
fuente capaz ante la razón de concebirse inmortal, de concebir por tanto el
infinito o a Dios, dando con ello una inmejorable lección tanto moral como
metafísica.
Empero para la moral al uso, el amor propio,
el aprecio por la dignidad de la persona, frecuentemente es mal interpretado
por estar reñido con una supuesta humildad. Es mentira. Imposible amar a los
otros si antes no se ama uno mismo en lo que tiene de verdaderamente valioso.
Por lo contrario, quien se odia o se reprueba a sí mismo, fácilmente proyectará
ese desprecio, esa falta de valor personal, sobre el prójimo, en el cercano, el
coetáneo o coterráneo –justificándose frívolamente acaso ya en un supuesto amor
platónico o admiración esteticista por el lejano y disetaneo o en un
envilecedor sentido del sufrimiento personal (nihilismo activo). Pero lo que
resulta realmente grave y de la máxima importancia es que sólo quien se ama
suficientemente a sí mismo anhela la vida en su total intemporalidad, en su
eternidad. El amor propio fundado en razones y valores permite al hombre, en
efecto, concebir la inmortalidad del alma -como un reflejo feliz del deseo
perpetuo de perseverar en el ser. No es otra la facultad de la razón potente
para concebir lo infinito. Y es justamente la concepción no sólo del alma
infinita, sino del ser infinito carente de accidentalidad, contingencia, azar y
falibilidad, ajeno a la decrepitud y a la disolución o corrupción, lo que
permite empezar a concebir con plenitud al ser infinito de infinitos atributos
o a Dios –tocando con ello el ápice último de la razón humana.
De acuerdo al principio intelectualista
según el cual hay una armonía preestablecida entre nuestra manera de pensar y
nuestro comportamiento en la vida, podemos rastrear en el pensamiento del
Maestro Héctor Palencia la razón que propulsó su benéfica acción en la tierra.
Porque la humanidad se revelaba en Don Héctor Palencia en lo que había en él de
hombre valiente y divertido, capaz de arrobarse como un niño ante el juguete
artesanal o el obsequio simbólico y de enorgullece como un caballero medieval o
un lírico franciscano por lo vetusto de una sencilla prenda de vestir que había
resistido no menos de cuatro o cinco lustros. También en su ser afectuoso y
siempre protector, cuya humilde misión fue la de entusiasmar a sus oyentes para
que ellos a su vez expresaran y dieran forma a su verdad interior. Con ello el Maestro Palencia Alonso mostraba una actitud de acercamiento y afecto hacia su
próximo cuyo valor de amor al hombre ha sido consagrada con el nombre de
fraternidad –ese atractivo de aceptación entre los hombres que sirve como el
mejor aglutinante del mundo social. El socialismo de su amistad se fundaba, en
efecto, en el valor de la fraternidad, sitio del espíritu donde los hombres se
identifican por su pertenecía a una misma patria espiritual, por su
participación en una misma constelación de valores.
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