V.- Don Héctor Palencia Alonso: la Luz y la Herida
(5ª de 9 Partes)
V
La posición política del maestro Héctor
Palencia Alonso rendía homenaje a las Escuela Libre de Derecho en la que se
tituló con honores, pues no era otra que la del liberalismo en sus concepciones
más avanzadas. En su anverso, el maestro asumía el liberalismo por haber entre
el liberalismo y su temperamento moral una especie de armonía preestablecida;
por su reverso debido a su exaltado patriotismo, por su emoción social, patria,
cívica: por sentir y pensar que nuestros pueblos hispanoamericanos sólo
regímenes liberales pueden levantarlos a la grandeza futura.
El medio para establecer en nuestras
regiones, aún hoy en día parcialmente colonizadas o sujetas a ideologías de
dominio, ha sido históricamente el camino sinuoso de la democracia: es decir,
la asociación política compuesta por
voluntades autónomas, libres para decidir su plan de vida, cuyo fin es el que
la libertad de cada uno de sus miembros pueda realizarse. Se trata de una
asociación, en efecto, de carácter moral, en que se privilegian los dos
sentidos de la dignidad fundamental de la persona: a) el principio de
igualdad, de acuerdo al cual la sociedad asuma la obligación o
responsabilidad moral de asegurar que las acciones de cada uno (todos) se rijan
por principios válidos para todos (cada uno), y; b) el principio de
distinción, de acuerdo al que la sociedad asuma la responsabilidad de
reconocer que dentro de ese esquema el sujeto pueda elegir la vía que lo conduzca
a su mayor perfección singular posible. Estos dos principios así han de
conciliarse por los grupos, las comunidades culturales y sus instituciones si
queremos hablar de una sociedad libre y justa, es decir, de una sociedad moral,
pues ambos valores por ser comunes a cada uno de los miembros del grupo social
deben ser asumidos por todos. Porque el principio de igualdad garantiza el
imperativo de la universalizabilidad –sin el cual no hay propiamente acción
moral posible-; mientras que el principio de distinción asegura por su parte el
respeto a las diferencias. De no cumplirse el primer principio la sociedad
deviene injusta, de no apegarse al segundo la sociedad cae en la barbarie de la
exclusión o en la manifiesta intolerancia. Sólo recociendo tanto el anverso
cuanto el reverso de la dignidad de la persona puede tratarse a ésta como un
fin en si mismo y no sólo como un medio, como un instrumento o utensilio de los
otros –factores que son la clave kantiana que garantizan el verdadero
comportamiento moral (Fernando Salmerón).
Puesto en la perspectiva de los valores
cívicos, se trata del modelo de asociación social regido por la noción de
justicia, el cual reúne las dos exigencias básicas para el desenvolvimiento
autónomo de la persona, es también el modelo que garantizaría la realización de
los derechos humanos y sus obligaciones. Ellos son, básicamente, siete: 1) el
derecho a la vida, es decir, contar con los medios de subsistencia de acuerdo a
los niveles de escasez de una sociedad –y la obligación correlativa de
contribuir a la subsistencia de los demás de acuerdo a las posibilidades de
cada quien: 2) el derecho a la seguridad contra la agresión –cuyo correlato es
la obligación de contribuir al mantenimiento de la paz interna y a la defensa
común contra la agresión externa: 3) el derecho a la pertenencia, el cual es la
condición de posibilidad de una asociación, implicando la no exclusión o la
aceptación de todos sus sujetos, aunque la posición acordada sea diferente,
siendo este principio la base de la integración a una cultura determinada y el
fundamento de la autodeterminación de las distintas comunidades culturales
–cuyo correspondiente es la obligación de los miembros de contribuir al bien
común de las comunidades culturales a las que se pertenece: 4) el derecho a la
libertad de acción, el cual comprende las libertades individuales: de
conciencia, de opinión, de asociación, de desplazamiento, de propiedad sobre
los bienes de uso, etc. – cuya obligación correspondiente es el respeto por las
libertades del otro o su no interferencia, es decir la obligación de la
tolerancia: 5) el derecho a la libertad de decidir en el ámbito privado o de la
autonomía de la voluntad en la vida personal o el derecho a las libertades
privadas. A estos cinco derechos del agente moral, constituyentes de su núcleo
mínimo de acción, abría que sumar: 6) el derecho a decidir en el ámbito
público, o la capacidad de autodeterminación en la vida colectiva en tanto es
la libertad de elección y prosecución de fines comunes en las asociaciones a
las que se pertenece –y cuyo reverso es la obligación de reconocer para todo
miembro de la sociedad la misma autonomía que una persona quiere para si,
reconociéndolos como agentes morales capaces de decidir sobre su vida sin
imponerles nuestra voluntad o utilizarlas para nuestros fines o la abolición
del autoritarismo reduccionista inmoral, y: 7) el derecho a la libertad de
realización, de ofrecer las mismas oportunidades a todos para realizar sus
planes de vida: es decir, el derecho social de la justicia de no dañar la
oportunidad de otro por el obstáculo interpuesto por hombres mejor situados
(Luis Villoro).
En su acción práctica me tocó ver infinidad
de casos en que el Maestro Palencia, asumiendo responsablemente sus
obligaciones, puso en juego tales valores –añadiendo algunos otros, de carácter
ya no digamos liberal, sino de espíritu piadoso y francamente, escandalosamente
diríamos modernamente hoy, caritativo, cristiano. Porque el maestro igual
guardaba en el fondo frugal de su menguada faltriquera unos centavos para la
práctica expedición regional de un alumno de derecho, que para abonar una
guitarra para una ejecutante vocada, que para adquirir uno más de los ensayos
del dibujante marginado, que para los cigarrillos del soñador poemático,
quienes nos le acercábamos siempre confiados de recibir su ayuda o incluso
éramos sorprendidos gratamente por su infalible e inagotable don de generosidad
–el cual, hay que añadir, era acompañado de una expresión a la vez de
exhaustiva entrega y de emoción
regocijada (en cuya paradójica conformación puede medirse su inalcanzable
altura moral y la satisfacción de su empresa, oximoron en que se concilian los
opuestos creando el ejemplo sintético, que es inequívoco emblema del
levantamiento anímico, que es la dimensión del espíritu).
Por todos los medios del diálogo y la
conversación, de la persuasión y el ejemplo, el maestro Palencia intentó dar
cohesión a la comunidad cultural que tan honradamente presidía evitando así la
desavenencia entre sus grupos constituyentes. No por ello limitó las
diferencias en el campo del espíritu y del gusto, defendiendo siempre la
libertad de enseñanza y de comunicación, promoviendo siempre la difusión sin
restricciones de conocimientos y resultados, pues la tarea de la cultura es un
conjunto natural cuyas partes sirven de apoyo recíproco. Sin embargo, lo que
más acendradamente defendió el maestro fue la posición del “liberalismo
cultural”, fundamento de la libertad interna o libertad de espíritu,
consistente en pensar con independencia a los estereotipos y prejuicios
sociales, de la publicidad o la propaganda o de los hábitos embrutecedores
reveladores de la decadencia interna de la civilización actual. Se trata del
valor de la “tolerancia generalizada”, que sin perder de vista la actitud
crítica frente a costumbres y tradiciones inauténticas, se realiza en el
esfuerzo de adopción de los usos, hábitos, creencias y perspectivas que más
convienen a la felicidad humana.
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