VII.- Elsa Chabaud: el Relato de los Rótulos
La Patria Perdida
Por Alberto Espinosa
La imagen cifrada de la patria empieza sin embargo por recibirnos con una bienvenida
de artificio, maléfica y artera, cuya artimaña es también un espejismo emblema
del exilio interior. Es el oasis en medio del desierto en cuyo intenso oro seco
de destierro la arena se confunde con el polvo para animarse sólo por el viento
abrazado de un fuego que calcina - en donde hay algo del azufroso cobre
decadente decantado en hiel amarga de resaca,
algo también de fatigado antro del infierno (“Bar Ática”). Es el oro
empañado y ya sin brillo, el oro corroído de óxido derramado en las saleas de
los leones de Egipto contrariados, que sin avistar ya más ni al otro ni al
ocaso nos advierten sobre la vía de
tentación a la que invitan. Camino de perdición bañado por un sulfurosa lluvia
ácida cuya saturación hiriente de tóxica anilina llama al bajo pueblo de los
leones y cuyo escudo de armas es la efigie de un solitario sol vuelto
salitre Mortuoria máscara de león, cuya
luz sin sol es quemadura; león de fuerza oscura, de ciego instinto incontrolado
y que en su simbolismo llama al poder del fuego destructor del mal y la
ignorancia, de la irascible impetuosidad y la avidez incontrolada y cuya luz
empantanada acaba por sumergirse estrangulada en cóncavas fauces de covacha olorosa
a vinagre y amortajada entre cortinas enmohecidas por cavernas manchadas de
cochambre.
En los registros de Chabaud se dibuja así una
figura de la patria en lo que hay en
ella de ausencia, de enajenación y de miseria. Patria partida, fragmentada,
amotinada, estragada por los desequilibrios con que el opulento oro anida y la
limosna despilfarra, País de ricos que son cada vez menos y más ricos. País
envilecido, país que no contesta, país en que todo sufre y se avergüenza. País
ardiente, amado, hambriento, desolado, surcado por un río de llanto contenido
por la ancha mar dolorosa, cubierto por la oscura miseria de un templo demolido
y sometido por la montaña de silencio que la mata. Pobre país mexicano, país de
paraísos, país de duelo, país de solitarios encuclillados bajo un árbol para
dormir siglos de piedra. País que cree tener entre las manos lo que aún no ha
conquistado mientras el polvo de oro y tierra seca escurre entre sus dedos.
Pueblo que quisiera ser y no es, que despierto sueña ser lo que tal vez no sea
nunca sino en sueños País dividido, Bagdad olvidadiza, República de ángeles,
país de imágenes, país de fantasía.
La patria empieza entonces por aparecer como
lo que no es: como lo que es desde el principio ausencia y olvido de sí mima. Estancada en un letargo antes de su propio
nacimiento. Patria de oro y de granito tentada por el desenfreno. Pueblo
enviciado, fatigado, desatendido, abandonado. Pueblo burlado, despreciado por
el mundo y herido por nosotros mismos. Pueblo fuera del mundo, oculto, sin
mundo, pueblo inmundo. País de fondo de botella y oro virulento, de aciago sol
sobre cuyo denso dorso se estampa la plástica voluptuosidad de una quimera.
País falsificado y tentado de
concupiscencia cerril que desea ardientemente alterar la naturaleza de sí mismo y sacándolo de su
suelo originario volver a nacer segundamente pero sólo para ser sin culpa y sin
bautizo y dispensado de moral (“La Prieta Linda ”).
Complacencias al gusto charro y
chabacano que halagan la voluntad concupiscente colado por aquellos que quisieran fundar la vida cultural en el la impostura,
en la carencia de gusto, en la perversión de la sensibilidad. Confusión, pues,
de la educación con el libre desarrollo de la naturaleza, que inevitablemente
conduce a desviaciones y degeneraciones del hierbajal desordenado en donde se
describen los sentimientos sacándolos de la materia en bruto de su emergencia,
oscureciéndolos al pretender hacer de la banalidad la diferencia y de la
vulgaridad la distinción. País, pues, de provinciana liviandad y de
metropolitana barbarie que se revuelve para dejar entre las manos una cuenta de
vidrio iridiscente.
Así, el alma de la patria se presenta como lo
que está desde el origen ya perdido y que es preciso recobrar. Su presencia
entonces un extravío del sentido y una deuda con nosotros mismos en la que sin
embargo es posible entrever todavía su promesa. Lo que la patria nos reclama
entonces es amar su fulgor de otra manera; es hacer de la patria partida,
corrompida o usurpada una morada
habitable al reintegrarla a sus valores – para que la prieta linda vuelva a
lucir la pureza de sus dos trenzas de tabaco y a ofrendar aguamiel toda la
tarde a nuestra briosa raza de bailadores de jarabe.
Patria que nunca ha existido en su ser de
paraíso, pero que se manifiesta empero en la presencia de un presente sin
memoria. Patria inaugural, pues, que ha estado siempre presente en su belleza
–pues ella siempre ha sido la patria verdadera.
Porque la patria había estado perdida en otra ausencia::en la sed de su
deseo donde ella esta anunciada en su promesa, donde su ser invisible se
presenta como algo que extraviamos desde siempre y sin embargo como el lugar al cual pertenecemos y del que
habíamos estado exilados, como el lugar de transparente también que sin ocultar
ya más la tierra nos permita hacernos a la vez naturales con el mundo. Lo que
la patria nos reclama entonces es hacer vivir sus símbolos y volver a vivir
junto con ellos: es hacer de la patria de origen un destino realizando en su
promesa el misterio de su cumplimiento.
La moral del artesano y la patria perdida se
presentan así como los dos polos del
alma del mundo, también como algo que esta desde el origen prometido
pero que a la vez es necesario recobrar, salir en su búsqueda, a su encuentro,
para así recuperarnos y ser otra vez nosotros mismos, cumpliendo de tal modo la promesa de lo que
soñamos ser un día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario