Roberto Montenegro: la Escuela de París
Por Alberto Espinosa Orozco
Existía la tradición en México, como en
América en general, de enviar pensionados a Europa a los más destacados
artistas regionales, los cuales regresaban a sus países influenciados con los “ismos”
parisienses. Mientras tanto, las pequeñas repúblicas eran conquistadas y dominadas
por los monopolios comerciales extranjeros, teniendo en el México porfirista el
modelo de una cultura occidental afectada y de importación, de moda francesa y
kioscos austriacos donde se tocan valses y contradanzas, mientras el arte y el
folklor de las culturas indígenas son abiertamente ignorados con marcado desprecio.
El gusto
decadente del fin del reinado de Porfirio Días fue creando un presuntuoso
academicísimo positivista y de marchito neoclasicismo, a la par siniestro y
ridículo, propiciando que muchos escritores y artistas huyeran de tal clima, amenazado
de asfixia y modos cortesanos, viajando a Europa o Estados Unidos en busca de
un aire nuevo de modernidad y liberad creativa –José Vasconcelos, José Clemente
Orozco y Silvestre y Fermín Revueltas van a Estados Unidos, mientras que Ángel
Zárraga, Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros, el Dr. Atl, Alfonso Reyes
y Diego Rivera marchan hacia Europa.
En el
Montparnasse de París de 1910 a 1920 se vive una época fértil, tanto para la
semilla de las ideas como para las arborescencias de la pintura, sólo
comparable con el Londres de 1890 –o con la misma Ciudad del México post-revolucionario
de la década de los 20´s, que así coronaría el mediodía del norte continental
americano al convertirse en el alto torreón y faro orientador de los pueblos
oprimidos de América.
La llamada Escuela de París encontró
su desarrollo y expansión gracias en buena parte a los comerciantes, sin
embargo, estuvo formada con aportaciones del mundo entero: francesas,
españolas, rusas –influenciadas desde un primer momento por los aires de
América, pues hay que recordar que el aduanero Rousseau fue soldado del
ejército invasor de Bazaine en suelo mexicano. La Escuela de París fue
revelándose con el tiempo como una gran bolsa de valores artísticos de toda
Europa. Sin embargo, la pluralidad de sus escuelas o maneras no eran
necesariamente francesas, otras fueron mediterráneas y hubo una aportación
fundamental de los talentos mexicanos. Junto con Ángel Zárraga y Diego
Rivera, Roberto Montenegro participó activamente de la Escuela de París, y es
uno de los fundares incuestionables de lo que llegaría a ser la Escuela
Mexicana de Pintura.
Roberto Montenegro (1885-1968) nació en la
Perla de Occidente, hijo de un coronel del ejército porfiriano, Ignacio L.
Montenegro, en algún tiempo alcalde de la Ciudad de Guadalajara, Estudió en el
Liceo de Varones de la misma ciudad y hecho estudios de pintura con Felix
Bernardelli. Llega a la Ciudad de México con el propósito de estudiar
arquitectura e ingresa a la Academia de San Carlos, adyacente a la
Escuela de Arquitectura, rentando un cuarto en la Cerrada de Santo Domingo.
Pariente cercano del poeta modernista Amado Nervo, éste le consigue un trabajo
en la Secretaría de Educación, con un salario de 30 pesos semanales. El
ministro de la Secretaría de Educación era Justo Sierra, y la dependencia era
frecuentada por figuras como Ezequiel Chávez, Jesús Urreta, Luis G. Urbina,
Roberto Arguelles, Manuel de la Parra, Rubén M. Campos y José Juan Tablada.
El Licenciado
Justo Sierra era un patriarca bíblico, lleno de sabiduría y de bondad, un
hombre de enorme valor, cultura e inteligencia. El joven Montenegro llegó a
hacerse amigo íntimo de la familia de Don Justo Sierra.
Era el tiempo en que Amado Nervo dirigía
la Revista Moderna, de José Juan
Tablada, donde publicaban poesía con ilustraciones de Julio Ruelas y dibujos
del mismo Montenegro, de Bolaños Cacho y de Audifred. Junto con Tablada,
Montenegro y toda su generación estaban bajo la influencia de la obra
fascinadora del dibujante inglés Aubery Beardsley –obra que le parecía a
Siquieros, como señalo en su “Llamado a los Artistas Americanos” lanzado en
Barcelona, un “arte anémico”, pues era a la vez tremendamente estilizado y
efectivamente decadente.
En sustitución de Santiago Rebull el
director de la escuela de San Carlos era Antonio Fabrés (1854-1936), pintor de
origen catalán de orientación académica, de excelente dibujo y gusto por lo
exótico y el art noveau, quien
intentaba renovar las técnicas clásicas al través del realismo, siendo los
profesores más destacados los maestros Leandro Izaguirre, Germán Gedovius,
Fuster y Herrera, quienes trasmitían sus doctas enseñanzas a un pequeño grupo
de estudiantes, entre los que figuraban Diego Rivera, Ángel Zárraga, Francisco Goitia,
Coria, los hermanos Garduño, Francisco de la Torre y Saturnino Herrán, el
benjamín el grupo. Pronto se les unió, proveniente de Guadalajara, Jorge Enciso
quien gracias a su amigo, Luis Castillo Ledón, de Tepic, llegó a conocer y
venerar a pintores japoneses como Okusai, Hiroshigue, Toyokuni, y amar a
aquella cultura.
Luego de dos años de estudio en la
Academia de San Carlos se abrió un el concurso para continuar los estudios en
Europa. Una decena de los alumnos más aventajados de Fabrés se inscribieron.
Los encerraron en una habitación con una semana de plazo para trabajar en la
copia de un modelo, que le tocó a Montenegro retratar de espaldas. De entre los
concursantes resultaron ganadores Rivera y Montenegro, creando con ello un
problema para el Secretario de Educación, Don Justo Sierra, quien de acuerdo
con Fabres, para dirimir salomónicamente quien sería enviado como
pensionado a París, lanzó una moneda al aire, marcando que quien se sacara el
águila iría a Europa y que el segundo partiría seis meses después. Roberto
Montenegro se sacó el águila y Fabrés y Diego quedaron contrariados, aunque no
más allá que un cuarto de hora.
Llegó Montenegro a España siendo para su
fortuna en ese momento su primo, el poeta Amado Nervo, el Primer Secretario de
la Legación de México en España, de la cual era ministro Juan Béistegui,
un gran señor amante de las artes relacionado con lo mejor de España, por medio
del cual el joven estudiante ingresa a la Academia de San Fernando, en donde se
hace discípulo del grabador Ricardo Baroja, sabio y filosófico hermano de Pio
Baroja y maestro de reconocidos artistas, como Pablo Picasso en 1901, de Diego
Rivera en 1907, y del mismo Montenegro en 1906. El dramaturgo Martínez Sierra entre
sus ediciones de arte imprimió una colección de los aguafuertistas de España,
publicando tres grabados de Roberto Montenegro. También participó, junto
con sus amigos del café Nuevo Levante, en el concurso de dibujo para la
cubierta en colores de un número de la revista Blanco y Negro, dirigida por Luca de Tena, en el que se
inscribieron cuatrocientos participantes, resultando para un jurado de
recios académicos Montenegro el ganador de cuatro mil pesetas, con la que pasó
cuatro días en Córdoba y una Semana Santa en Sevilla, guiado por Julio Romero
de Torres. donde admira al Greco, a Zurbarán, a Murillo, a Montañes, así como
las procesiones religiosas a la Virgen de la Macarena.
En Madrid conoce al pintor Anselmo Miguel
Nieto, gran retratista, orfebre de la línea, de una gran cocina, de elegante
retórica y con características propias, quien en su estudio había desarrollado
una técnica consciente. También asistían a su taller a oír sus pequeñas
conferencias Ramón del Valle Inclán, Julio Romero de Torres, Pio y Ricardo
Baroja y Roberto Montenegro. Conoce también a Miguel y Antonio Machado y al Dr.
Gregorio Marañón, a Miguel de Unamuno, a Juan Ramón Jiménez, quienes también asistían
al taller de Ignacio Zuloaga.
La buena pintura de esa época la hacía los
artistas que retrataban a los nobles españoles, en cuadros muy parecidos y bien
pintados: Benedito, Chicharro, Moisés y otros, cuya facilidad española posee
también Sorolla, que llena sus telas de mar y sol. El pintor jalisciense conoce
entonces a los hermanos Zubiaurre, quienes en su clasicismo desarrollaron una
fórmula de ambiente realista y folklórico con una poesía inédita; a Julio
Romero Torres, pintor romántico hasta el delirio que aprovechaba las
tonalidades de los cuadros antiguos para expresar una poesía provinciana,
gitana, torera y árabe, tratados siempre con una técnica precisa para esconder
un misterio… que en realidad no existe. Conoce también a Rosales y a los
hermanos Madrazo, magníficos retratistas y a Moreno Carbonero de Pardilla,
cuyos cuadros son lecciones de historia. De todos los pintores residentes en
Madrid sobresalía en aquellos tiempos Gutiérrez Solana, el Divino Loco, quien
conversaba con los maniquís de Museo Civil mientras los pintaba. De entre los
escultores sobresalían Vitorio Macho y Julio Antonio, quien estaba condenado a
muerte y que al poco tiempo murió vestido de franciscano y ornamentado de
violetas por las monjas.
Montenegro perteneció al grupo que se
reunía en el café Levante para escuchar las cátedras de Ricardo Baroja y Ramón
de Valle Inclán, y donde se hablaba a mares de pintura, escultura, literatura,
teatro y ciencias. Alguna vez Ramón del Valle Inclán organizó una memorable y
dogmática excursión a Toledo, a pie, saliendo a las dos de la noche, junto con
los jóvenes pintores, para llevar su estulticia como homenaje al Greco e ir a
la capilla de santo Tomé para arrodillarse al pie del Entierro del Conde de
Orgaz. Más tarde, en 1921, fue invitado Ramón del Valle Inclán a México con
motivo de la proclamación de la Independencia y Roberto Montenegro tuvo la
oportunidad de presentarlo al presidente Álvaro Obregón y al darse un abrazo,
cada uno con un brazo nada más. El poético general Obregón le dijo entonces a Don
Ramón: “Nos completamos, amigo, nos completamos”, naciendo así entre ellos una
gran amistad.
Por aquella época Montenegro se dedica a
venerar a Goya y al Greco, teniendo como iglesia las capillas del Museo del
Prado, donde admira a tantos pintores que han dado prestigio a España: la
gracia conceptuosa, sensual e irónica de Goya y los pintores catalanes de agudo
bizantinismo: al Fra Angélico de “La Anunciata”,
pintada con beatitud seráfica, científica y técnica; la pintura magnífica y teatral
de Velázquez; la honda devoción canóniga, perfecta técnica y profundo
sentimiento de Zurbarán; el tecnicismo de Valdés Leal, quien lleva a su más
alta expresión la decepción mundana: la perfección plástica de los cuadros de
Carreño, de los Pantoja de la Cruz, de los Rivera; la coquetería superficial de
Megns. Excelsos pintores a los que sumar los magníficos artistas italianos allí
representados, los flamencos y los alemanes del siglo XVI: Tiziano, Tintoretto,
Rafael, Durero, el Bosco, Lucas Cranach.
Luego de vivir algún tiempo en España se
traslada a París donde queda perplejo y deslumbrado por las tendencias
modernistas y revolucionarias en todas las áreas del arte, pues se trataba del
momento en que se buscaron mil maneras diferentes de expresión, intentado
llevar a cabo una evolución radical en la representación del el color y la
línea. Era la vanguardia, que se abría como un nuevo camino, como una
revolución incipiente que trastornó los fundamentos clásicos de la enseñanza en
una visión nueva y atrevida de la pintura y del hombre. Montenegro había
consolidado en España sus estudios de acuerdo a los cánones establecidos, a las
enseñanzas clásicas severamente académicas, inspiradas en el estudio de los
viejos maestros: copiar la naturaleza fielmente e imprimir la propia
personalidad sin salir del objetivo realista y conservador.
El arte nuevo de la revolución
vanguardista conmocionó al mundo. Cézanne con ceniza en los azules, negros
luminosos y con las Hespérides, que traen las manzanas de los frutos prohibidos
en sus manos ardientes. Fue entonces cuando en Montenegro se siembra la duda y
comienza realmente la lucha por el encuentro de sí mismo, el trabajo por
comprender que es lo que se busca y las posibilidades propias. Los movimientos
que imperaban en los medios artísticos, especialmente el cubismo, llevaron al
pintor mexicano a realizar unos ensayos con el ejemplo de su amigo Juan Gris.
Había un mare magnum de publicidad
desatada por las ideas expuestas de los críticos de ambos lados, los
conservadores y los revolucionarios, lo que suscitaba en los pintores los
temores y el dolor sin nombre del fracaso o el placer sin límite del éxito,
motivado por el ardiente afán de prosperar. Alejados de esnobismos y de toda
publicidad el grupo de amigos argentinos de Montenegro, entre los que se
encontraban Ramouge, Franco, el Pibe López Naguil, el Turco Lagos Noccetti y
otros, hacían una vida común de trabajo. Con la patota de los argentinos iba
algunas noches a un cabaretucho de Montmartre llamado Lapín Agil, en cuyos
arcillosos y viejos muros se hallaban claveteadas las telas sin bastidor de
Picasso y muchos otros genios.
Tales experiencias contribuyeron a que
Montenegro se desligara poco a poco de la escolástica antigua y de la tutela
clásica, sin dejar por ello de admirar a los viejos maestros, particularmente
al Greco, quien lograba separarse del natural para crear nuevas formas o
exaltando a la naturaleza de una forma que llegaba a la creación de nuevos
mundos objetivos. El estandarte revolucionario en el arte que seguía el ritmo
del momento era sostenido por los cubistas españoles: Picasso, Paco
Durió, Utrillo y Juan Gris, algunos franceses como Braque, Segonzac y otros
muchos, quienes resistían frente a las críticas irónicas y furiosas de los
museos, que les negaban el camino a la gloria. La lucha tesonera, implacable y
terrible por imponer sus nuevas teorías pictóricas, desechar los antiguos
moldes, pues tenían que enfrentase a la prensa, al público, a la burguesía y a
los intelectuales. Surgieron entonces nuevos críticos que defendieron el
movimiento: Guillaume Apolinaire, Max Jacob, Andrés Salomón, Gertrude Stein,
que empujaban por la transformación del arte, contra una pintura que había sido
inalterable durante siglos.
Sin embargo,
la publicidad a favor o en contra, los periódicos, las hojas sueltas, las
exposiciones en los muelles o en las banquetas, los Independientes, el cubismo,
el fauvismo, el extraordinario pintor y dibujante Marino, precursor de Dalí y
otros superrealistas alabado por el crítico Victorio Pica, le produjeron a
Montenegro una desesperanza dolorosa, pues se dio cuenta de que uno de los
motivos que encauzaban el movimiento era simplemente el afán de prosperar.
Diego Rivera se entregó de lleno a cubismo y con gran éxito –aunque de vez en
cuando recuerda su antiguo saber y hace cuadros magníficos, como el
retrato de la señora Esther Alba de Pani, con influencia de Renoir, o como El Matemático, magnifico retrato donde,
según confirma la crítica, reveló definitivamente su genio y personalidad.
Con su amigo Jorge Enciso y el poeta
argentino Fernán Félix Amador llegó a visitar el taller del gran maestro Augusto Rodin, pues el
gobierno de México le había ordenado entregar al escultor un bajorrelieve de la
Cruz de Palenque. Entre las obras maravillosas que el genio les llevó a ver se
encontraba La Puerta del Paraíso, que
luego estuvo en Buenos Aires, en la chimenea del palacio de don Matías
Errazuris.
También trabó amistad con el pintor Juan
Gris, a quien conoció en compañía de Jean Cocteau en la antesala del despacho
del periódico Le Termoin, dirigido
por el dibujante y periodista Paul Tribe, a quien Montenegro entregaba una
ilustración semanaria y Gris unos pequeños dibujos y unos epígrafes más o menos
irónicos acordes con el carácter del periódico. Montenegro trabajó por aquel
tiempo para algunos periódicos colaborando con dibujos e ilustrando libros,
mientras trataba de desligarse de la influencia casi hipnótica de Aubery
Bradsley. Juan Gris hacia por entonces colajes con etiquetas de perfumes y
pedazos de periódico, que vendía a veinte francos, y algunos retratos que ahora
figuran en los mejores museos del mundo y que se cotizaran en millones. Junto
con Picasso, Juan Gris realizó una obra que alcanzó el éxito de la
transformación total de la pintura –pues por amor a la libertad, rechazó el
camino extraordinario, pero que entonces se juzgó atrasado, de la copia servil de la naturaleza,
realizando su talento acorde a las tendencias de su temperamento temario
y audaz, y a partir de un caudal de esfuerzos mentales, como un enorme poliedro
que iluminaba cada día con una nueva faceta. Juan Gris descansa en un humilde
panteón de Bolulogñe sur Seine, mientras que en los grandes centros de arte se
cotizan sus cuadros a precios increíbles. Pablo Picasso sembró la semilla de la
inquietud en la pintura guiado por la inmanencia en el arte, por la revelación
constante de lo siempre diferente, por la inquietud de encontrar aquello que finalmente
no se encontrará. Picasso, artista de una sabia y profunda e inigualable
sensibilidad e inventiva, tuvo así el poder de convertir lo que tocaba en el origen
del “ahora”.
En el París luminoso de 1907 a 1914
brillaba Modigliani, la ingenuidad e inocencia del aduanero Rousseau, la pasión
sexual y la idea del arte de Gauguin, mientras que Paul Poiret revolucionaba el
mundo de la moda con sus modelos de una elegancia extravagante y llamativa, mientras
que la nota exótica del orientalismo era expuesta en la visión feérica de los
ballets rusos de Diaghilev, con Nijinsky y la Karsabina. Arte perfecto de la
coreografía y las decoraciones de Basch, de Benoit y de los pintores más
celebres de París, que daban un ambiente moderno y una transformación constante
a las corrientes artísticas de París, pues en todos los sectores artísticos se
sentía la necesidad de un cambio total.
Roberto Montenegro tenía su taller en el # 9 de la Rue de Campagne Premier. Un día
llegó a su estudio su querido amigo el Dr. Atl, como un vendaval, con su gran
sonrisa y siempre de prisa, con su solido optimismo y gran imaginación, Le
contó a Montenegro cosas interesantísimas sobre la revolución mexicana
–salpicadas de proféticas y de mentiras creídas a fuerza de repetirlas. En
México las cosas cada día andaban peor: Victoriano Huerta se había adjudicado
el poder y seguía una lucha terrible contra los maderistas. El usurpador
cometía toda clase crímenes contra los héroes sedientos de libertad. Los
asesinatos sin nombre y las acciones del gobierno fraudulento de México
asustaban al mundo entero. El Dr. Atl y sus compañeros escogieron entonces el
estudio de Montenegro para llevar a cabo unas misteriosas juntas conspiratorias,
en las cuales obligan al artista a alejarse de las sesiones, mientras que le
encomendaban llevar al telégrafo misteriosos telegramas en clave o cuartillas
escritas para una revista periódica que era el alma de la revuelta.
Marchaba con
el Dr. Atl para ir con sus amigos rusos desterrados, que se reunían a espaldas
del panteón, fraguando muy probablemente lo que sería la revolución de octubre.
Junto con ´él también cantaba la Internallcional al regreso de oír los discursos
extraordinarios de Juarés. El Dr. Atl era un torbellino de actividad, pues intentaba
conectarse con sus aliados en México para luchar contra el “monstruo sanguinario”
de Huerta, siendo el motivo de la conspiración la compra de aviones de guerra,
de tanques, armamento de toda clase, para terminar con la horrible situación
que vivía México -pasión por la libertad, eterno anhelo por la lucha, que sin
embargo acercaron al artista a las ambiciones de Venustiano Carranza y en
cambio lo alejaron del sino más puro del arte.
El Dr. Atl incluso llegó a quitarle a
Montenegro 500 francos para realizar su programa de lucha, enviando una serie
de necesarísimos telegramas a México para su regeneradora organización. El
dinero lo había ganado Montenegro por editar el álbum de veinte dibujos, en mil
ejemplares, impresos en papel de algodón, gracias al escritor guatemalteco
Gómez Carrillo y prologado por el poeta Henry de Régnier, autor del célebre
poemario Cité des Eaux, a quien se lo
presentó el joven pintor revolucionario Ozenfant, quien a su vez pintaba unas
naturalezas muertas en una superposición de tonos trasparentes, hechas con una
gran delicadeza y magnífico oficio y quien más tarde escribiera un libro sobre
las nuevas teorías. Por su parte Régnier estaba casado con la hija del gran
poeta José María Heredia, autor de Trofeos,
encantadora señora de gran belleza y suprema elegancia, escritora y poetiza que
escribía bajo el seudónimo de Gérard de Hourville.
Henry de
Régnier escribió en su presentación que las virtudes como artista de Roberto
Montenegro son las del dibujante preciso, elegante y sugestivo, las un
pintor-poeta cuyos sueños son pintorescos, enigmáticos y voluptuosos, donde la
muerte, el espectro y su dedo descarnado, merodea, altiva y reservada, para
recordarnos que la vida es breve, que las horas pasan rápidas. Dice Régnier: “Pero no son solamente los sueños
pintorescos, enigmáticos o voluptuosos que ha logrado M. Roberto Montenegro; no
son solamente el amor, el misterio y la voluptuosidad que habitan para él en el
bello jardín de las rejas de hierro. La muerte merodea, altiva y reservada.
Ella nos recuerda que la vida es breve y las horas rápidas.”Vulnerant omnues
ultima necat” dice la divisa famosa que sirve de título a una de las mejores
composiciones del señor Montenegro. Es inútil que Salomé baile delante de
nosotros, y que Susana se bañe a nuestros ojos en el agua pérfida de la
piscina. Es inútil que el jardín sea profundo y perfumado. .El laberinto
de sus caminos nos vuelve siempre a la salida. Y estamos de nuevo en el camino…
el espectro nos precede y no muestra el fin de su dedo descarnado.” Régnier
califica así con acierto el arte de Montenegro de complicado y graciosamente
extraño, delicadamente suntuoso, de un carácter particular y de una calidad
singularmente imaginativa.
La marquesa María Luisa Casatti Stampa,
conocida por toda Europa como una de las mujeres más ricas, elegantes y
extravagantes, casada con el dueño de los grandes almacenes y fábricas de las
mejores sedas de Milán, gastaba sus millones en un trajinar de lujo y dispendio
en sus grandes saraos y festivales de beneficencia en Paris, Roma, Venecia,
dejando tras ella una estela de magnificencia, lujo y ostentación. Dos veces
posó la marquesa para el pintor mexicano, quien le hizo un retrato a pluma, del
que manó hacer un clisé, imprimiéndolo en papel dorado y enviándolo a sus amistades
de tarjeta de navidad. Dibujo elogiado por el poeta D´Anunnzio. La marquesa fue
la mujer más retratada de su época por los más grandes pintores. La fábrica de
Milán quebró un día, y tuvieron que vender el palacio de Roma, el hotel de
París y hasta el palacio de Venecia, los automóviles y unas perlas célebres que
atesoraba la marquesa quien murió entre sueños dorados por ese oro efímero.
Montenegro regresa a México a principios de
1920. Pinta otros murales para distintas oficinas de la SEP, en el ExConvento
de San Pedro y San Pablo, en el mismo edificio de la SEP, y en el Centro
Escolar Benito Juárez. Creó escenografías para las obras de teatro de Xavier
Villaurrutia y colaboró en la película ¡Qué Viva México! del director ruso
Serguei Eiseistein. Como escenógrafo incursionó en el ballet, el teatro, la
ópera y el cine. Desplegaría también una gran capacidad como ilustrador,
destacando una serie de caricaturas antiimperialistas en la revista Multicolor,
junto con García Cabral. Fue un ilustrador de gran virtuosismo. Montenegro,
artista con una personalidad artística propia, desarrolló una pintura elegante,
de fantasía exquisita que se sumerge en los recovecos del simbolismo y del sueño,
de un sensualismo lánguido y gran sentimiento poético –aunque acaso falto de
fuerza, por lo que fue tachado de frívolo y aun de conservador. Su arte
simbolista de tintes art noveau
recorrió el espectro de las artes e
incursionó en el rescate del arte popular y prehispánico.
Pues que Montenegro fue un grandísimo artista. Mi única "pega" (personal, por supuesto) es que lamento que abndonara su línea decadente y simbolista, pues sin duda fue uno de los más espléndidos representantes, en su momento, de esta escuela-tendencia -movimiento en el ámbito hispano junto al también mexicano, y el más puro artista del Simbolismo que habló español, Julio Ruelas. A ellos también les podía-les debe- acompañar Saturnino Herrán, Germán Gedovius y el Dr. Atl (y alguno más). Todos ellos grande artistas de verdad de los que no sólo Mexico, si no toda la cultura de raíz hispana debería estar orgullosa, y conocer (sobre todo esto último).
ResponderEliminarPues que Montenegro fue un grandísimo artista. Mi única "pega" (personal, por supuesto) es que lamento que abndonara su línea decadente y simbolista, pues sin duda fue uno de los más espléndidos representantes, en su momento, de esta escuela-tendencia -movimiento en el ámbito hispano junto al también mexicano, y el más puro artista del Simbolismo que habló español, Julio Ruelas. A ellos también les podía-les debe- acompañar Saturnino Herrán, Germán Gedovius y el Dr. Atl (y alguno más). Todos ellos grande artistas de verdad de los que no sólo Mexico, si no toda la cultura de raíz hispana debería estar orgullosa, y conocer (sobre todo esto último).
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