Guillermo de Lourdes: los Murales en la Escuela Guadalupe Victoria
Por Alberto Espinosa Orozco
En la ciudad de Durango el artista Manuel
Guillermo de Lourdes dejó una obra monumental de gran importancia. La primera
serie de murales la realizó en el Instituto Superior de Educación Primaria
General Guadalupe Victoria (Escuela # 17), que se encuentra frente a la Plaza
Baca Ortiz, edificada sobre el antiguo panteón del viejo Hospital Civil.[1] El diseño de la escuela corrió a cargo del gobernador interino Ing.
Pastor Rioaux, quien presentó el proyecto en agosto de 1932, una semana antes
de concluir su mandato. A la entrada del nuevo gobierno de Carlos Real, encargó
la edificación de la obra al mismo Pastor Rouaix, la cual fue finalizada a
principiosde1934, con una inversión total de 75 mil pesos.[2]
La Escuela Guadalupe Victoria, fue mandada construir por el entonces
gobernador de Durango, Carlos Real, en 1932 e inaugurada el 18 de marzo de 1934
por el entonces presidente de la república general de división Abelardo
Rodríguez Luján, abriendo sus puertas a los estudiantes del primer ciclo
escolar el 16 de agosto del mismo año.
La arquitectura de la Escuela Guadalupe Victoria sigue, dentro de los
patrones tradicionales propios de la región, un estilo art decó o modernista,
con una fachada de cantería sobria, material usado con profusión en columnas,
arcos, dinteles y cornisas. Destacan sus pisos elevados de metro y medio, y una
hermosa fuente en el patio central construida de puro granito. Cuatro
placas dan relieve al patio central, adornado con una bella fuente de granito diseñada por el mismo reformador agrario Pastor Rouaix, las cuales
consignan sucesivas remodelaciones que ha experimentado con los años la
escuela.
En 1934 el gobierno de Carlos Real encargó a Manuel Guillermo de Lourdes
su decoración mural, teniendo más como aprendices que como ayudantes a los
jóvenes pintores Horacio Rentería y Pedro Ávalos. Realizó cinco tableros
murales, hoy en día maltratados por el paso inclemente del tiempo. Dos murales
de pequeñas dimensiones a los lados de la dirección, flanqueando el paso de la
escalera elevada, enmarcados con remates de cantera en que, representan de
forma alegórica, bajo la forma de vírgenes, a la “Justicia”, quien con vestiduras clásicas sostiene con la mano
derecha el fiel de la balanza, y; de la “Libertad”,
quien con la toga blanca de la santidad, portando adornos medievales porta la
larga espada del espíritu. El fondo, imitando emplomados de contornos
arabescos, semejan la cristalería de los vitrales con colores: rojo, naranja,
azul amarillo y blanco. Trazando con ello los ideales de la educación como obra
de auténtica cultura: aquella que por medio la verdad libertad rompa los
grilletes de la esclavitud, en una lucha espiritual potente para dar a cada
quien según sus obras.[3]
En la planta superior, acondicionada como biblioteca y salón de actos,
se encuentran, además de la decoración de los remates de las ventanas y de
cintas en los muros, todos ellos con motivos vegetales y frutales, dos murales
más. Arriba de las escaleras el muro del “Río
de los Cisnes”, donde se representa un misterioso paisaje, de estilo
modernista y abstracciones chinescas en el que, sobre un fondo de sombras vagas
que semejan árboles petrificados y delirantes montañas curvilíneas,
plácidamente bogan por un río una pareja de cisnes, a mano izquierda, y otro
más, solitario, a mano derecha. El cisne, imagen de la virgen celeste a la vez
que epifanía de la luz, es por su blancura símbolo del poder y de la gracia,
pero también de la fertilidad y fecundación espiritual de la pareja, que reúne
las dos luces: la solar del día, que es cálida; y la lunar de la noche, que es
fría, dulce y lechosa. Por otro lado, el cisne macho, solitario, activo,
recuerda al compañero de Apolo, que simboliza la fuerza de la poesía, siendo
emblema tanto del poeta inspirado como del sacerdote sagrado. La figura del
cisne representa, así, la nobleza, el valor, la elegancia, la belleza y la
pureza, puesto que viene del cielo, como virgen mítica o Espíritu Santo, y que
tiende a volver a él, recordando no solo el origen uránico de la luz y de la
palabra, sino la elevación del mundo informal hacia el cielo del conocimiento.
Criatura celeste que es la forma tomada por los seres del otro mundo cuando
penetran en el mundo terreno, siendo símbolo de los estados superiores o
angélicos del ser, en curso de liberación, que vuelve al Principio Supremo.
En el muro posterior del salón de actos un interesantísimo desarrollo
iconográfico de exaltación nacionalista
titulado: “Homenaje a la Patria”.
Arriba, el águila real, en actitud desafiante, une bajo sus alas desplegadas con
sus garras las banderas de España y México, atendiendo a las dos culturas y
razas que esencialmente nos constituyen. Interpretación original del artista en
la que el águila simboliza la fuerza uránica del sol y del padre, de la
virilidad y la potencia, y la ascensión espiritual que comunica con el cielo.
La agudeza de su visión, su vista penetrante, la identifica, por otra parte,
con la luz intelectual (logos-luz). Siendo a la vez, por su poder de mirar
directamente al sol, símbolo de la contemplación. Símbolo, pues, de los estados
espirituales superiores, de la ascensión y de la realeza y la pasión
consumidora del espíritu, el águila es también un emblema de la purificación
por el agua y de regeneración espiritual, cifrada, de acuerdo a la síntesis
llevada a cabo por Guillermo de Lourdes, en la renovada confección de los
valores e ideales que desde nuestro origen han ligado a las dos naciones
hermanas, unidas desde un principio no menos por su fuerza, valentía y carácter
guerrero que por su espíritu de sacrificio y amor por la luz del día y la
racionalidad.
El fondo del tablero, trazado en un tono abstracto y modernista, hace un
claro de azul celeste tras la efigie del águila, desplegándose a izquierda a
derecha bajo un escenario de espesos nubarrones negros, magentas y amarillos,
probablemente en referencia al tormentoso contexto mundial, cuya intención
iconografía sería, no solo la de la prevención ante dudosas alianzas, sino
también la visión de alarma ante la visión de un mundo convulsionado por
engañosos doctrinas, que bajo el pretexto del progreso nos vuelven fáciles
presas del afán de dominación ideológica y de la crueldad y rapiña del poder
pervertido. Sobresalen en un primer plano las imágenes simétricas de dos indios
de penachos y calzones blancos montando sendos caballos níveos con las patas
delanteras levantadas al aire, en actitud rampante, en donde se puede ver una sublimación
del espíritu guerrero y a la vez una exaltación de la sabiduría ancestral de
los chamanes mesoamericanos y su fuente inagotable de sabiduría simbólica. Más
abajo, el mural cierra su composición con las imágenes, igualmente simétricas,
de dos hermosísimas jóvenes criollas que, no sin coquetería, se asoman a los
costados del ventanal, entre grandes
jarrones adornados con festivas flores y grandes esferas decorativas.
Por último, en el patio posterior del edificio, quedó plasmado, sobre el
nicho de un corredor a la intemperie, uno de los más bellos murales del Maestro
Guillermo de Lourdes, titulado “La
Historia: Nuestros Orígenes”. El artista escribió sobre el proyecto de la
obra: “Estoy pintando un cuadro que
representa la Historia. El símbolo de la Historia es la mujer que guarda el
secreto de Dios, la propagación de la especie, y medita sobe un libro marcando
una fecha de suprema angustia: 1910. El lauro que nace de la tierra, acaricia
el pasado, compuesto por las manifestaciones de Chichen Itzá y
Teotihuacán. A los pies de la Historia
se encuentra un soldado moribundo, que enseña a los niños que para conservar su
tradición y perpetuar un ideal, se llega al sacrificio de la vida.”[4]
La obra final, realizada en grisallas y sepias, varió
considerablemente, pues tan sólo exhibe en un primer plano el rostro de una
bella mujer autóctona con los ojos cerrados, adornada con arracadas, imagen de
una deidad, es sostenido por pilastras en las que conviven decoraciones de
grecas prehispánicas con roleos y diseños modernistas: es la Historia. En se
derredor un grupo de cuatro hombres de la antigüedad mesoamericana, entre
místicas nubes de incienso, le ofrece tributo en solemne actitud reverencial. Composición
que recuerda vivamente la obra al carbón “La Ofrenda” de Saturnino Herrán.
Los cinco
murales de la escuela Guadalupe Victoria, de estilo clásico y aliento universal,
buscan resaltar el sentido educativo del edificio, de acuerdo a una
interpretación simbólica de los más altos ideales de la patria. Cultivando un
estilo de evocaciones clasicistas, pero añadiendo elementos modernos y
afrancesados cercanos al art decó, el
admirado artista avecindado en Durango desarrollaría una versión personal de la
escuela Española, con notables influencias de Zuloaga, Sorolla, Ramiro de
Torres e incluso de Francisco de Goya, Velázquez y José de Rivera, pero
añadiendo ingredientes de la escuela mexicana de pintura, siendo uno de los
grandes exponentes del nuevo clasicismo mexicano -ya anunciado en la obra de
Saturnino Herrán. Las cinco composiciones murales del Maestro
Guillermo de Lourdes, realizadas al
óleo, atacadas por la lepra del salitre, acusan el paso del tiempo luego de más
de 75 años de haber sido ejecutadas.
Hay que hacer notar que, paralelamente al desarrollo de esa obra por
Guillermo de Lourdes, al pintor regional Francisco Montoya de la Cruz se le
encomienda pintar, por parte del gobierno del estado, en el mismo año de 1934,
una extensa serie mural para la Casa del Campesino en la ciudad de Durango.
[1] La manzana completa es ocupada por cuatro
edificaciones, estando localizada a una cuadra de la Plaza de Armas del centro
Histórico de Durango. La escuela Guadalupe Victoria, que se encuentra emplazada
junto a la Iglesia de San Juan de Dios, añeja construcción del Siglo XVI, y
terminada en 1595. En el Siglo XVIII se
creó a su lado el Hospital Civil, conocido luego como Antiguo Hospital, el cual
fue cerrado en 1822, adaptándose los viejos
pabellones como salones de clase en 1934 para crear la Escuela Anexa
Alberto M. Alvarado. La cuarta y última edificación la ocupa la Logia Masónica,
Guadalupe Victoria y por la Gran logia de Estudios Francisco Zarco, acordes al
rito escocés.
[2] Pastor
Rouaix Méndez (Tehuacán, Puebla, 19 de abril de 1874 - Ciudad de México,
Distrito Federal, 31 de diciembre de 1950) fue un político y revolucionario
mexicano, uno de los primeros agraristas que llevó a cabo el reparto de la
tierra a los campesinos. Pasó la mayor parte de su vida en Durango, localidad
en la que ocupó en dos ocasiones el cargo de Gobernador. Se dedicó al ejercicio
de su profesión y fue uno de los autores de la primera carta topográfica de
Durango. Fue diputado al Congreso del Estado y luego ocupó por primera vez la
gubernatura de Durango, entre 1913 y 1914, sucediendo a Jesús Perea. Durante
este periodo expropió latifundios y bienes eclesiásticos, estableció el primer
pueblo libre y junto a la División del Norte colaboró en la Toma de Torreón.
Posteriormente se ocupó de la Secretaría de Fomento y Colonización en el
gobierno Constitucionalista de Venustiano Carranza, y desde 1914 fue Secretario
de Industria y Comercio y luego de Agricultura. Desde estos cargos expidió la
Ley Agraria del 6 de enero de 1915, que sería el inicio de la reforma agraria
en todo el país. Fue diputado al Congreso Constituyente de 1917 por su natal
Tehuacán e intervino de manera fundamental en la redacción del Artículo 27 y
del Artículo 123, siendo nombrado Senador. Al producirse la sublevación del
Plan de Agua Prieta, permaneció fiel a Carranza y lo acompañó hasta su muerte
en Tlaxcalatongo. Volvió a la política en 1924 como diputado federal por
Durango y fue por segunda vez Gobernador de septiembre de 1931 a septiembre de
1932, siendo sucedido por Carlos Real.
[3]
Javier Guerrero Romero, “Escuela “Guadalupe Victoria”, aulas con historia”. El
Sol de Durango. 30 de octubre del 2003.
[4] Javier Guerrero Romero, “Escuela "Guadalupe Victoria", aulas
con historia”. Periódico El Siglo de Durango, 30 de octubre del 2003.
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