La
Creación y Las Máquinas del Tiempo de Ricardo Milla
Por
Alberto Espinosa Orozco
(5ta
de 13 Partes)
V.- La Creación
y Las Máquinas del Tiempo
Las instalaciones y fotogramas de Ricardo Milla son escenarios sintetizados del espacio y el
tiempo, tarjetas postales que tienen algo de móviles en el espacio, algo
también de rebanadas cronológicas donde cintila lo mismo el neón de las luminarias suburbanas que el oro añejo
del atardecer del sol iluminando las canteras. Su modelo interactivo parecerá
ser así una extraordinaria maquina que sirve a la vez como espejo de nosotros
mismos que como invernadero del tiempo, donde se representa lo mismo el origen
o principio que el fin del tiempo, el nacimiento del huevo cósmico que la apocalíptica
guerra de las galaxias. Y todo ello diseñado para que la obra de arte vuelva a
ser otra vez una contemplación: quiero decir, una meditación pública que tiene
como objeto las cosas que nos pasan en el tiempo, en nuestro tiempo –sobre lo que nos pasa íntimamente, a cada uno
de nosotros, y a todos, a una, como comunidad.
Meditación morosa, detenida, pues, donde aparece en primer plano el
reloj como dispositivo o aparato mecánico, el cual tiene, como casi todos los
aparatos de la modernidad, un carácter vehicular; no porque transporte el
tiempo, lo acelere o lo retarde, sino porque transporta en sus manecillas, que
giran hacia la derecha, el movimiento objetivo diurno del sol (que es el del
movimiento de la tierra sobre su eje), estableciendo la medida fundamental del
tiempo. Segmentado en unidades de tiempo, cada vez más pequeñas, la
periodicidad del tiempo se divide entonces en 12 horas, de 60 minutos cada una, cada uno de
ellos compuesto a su vez por los 60 segundos categóricos. Visor de la fuente
originaria del tiempo, que tiene algo en su esfera de órbita solar, el reloj
nos sirve, en la ronda de las horas, con sus indicativas manecillas, para
orientarnos en el tiempo como móviles en el espacio, para fijar donde estamos
en determinado tiempo y señalar a continuación a donde vamos. Linealidad de la
continuidad del tiempo sobre la que establecer una secuencia de acciones, para
organizar cronológicamente la jornada o seguir la orden del día.
Movimiento uniforme del tiempo regulado con un péndulo comunicado por
medio de ruedas a las agujas, el reloj como aparato mecánico tiene una
antigüedad de cuando menos 700 años, e indica en su estructura misma, el
carácter circular del tiempo, el abrir y cerrar ciclos, el irse, el dar rodeos
y volver en incesante movimiento.
Caída del tiempo, pues, que va más lejos, más allá, hasta hundirse y
resurgir en la oscuridad del tiempo en el reloj de arena, símbolo del
inexorable paso del tiempo, de la consumación de la vida, del cierre del ciclo
del día y de la vida humana o de la muerte, que es como la caída abrasiva de la
arena que, pasando por el delgado cíngulo del ahora, hace sus movimientos en el
aire, para volverse un túmulo de polvo amontonado, cual cenizas yertas, en el
primer movimiento que representa el paso del tiempo que viene de lo celeste a
lo terreno. Paso también, en una segunda instancia, de lo terreno a lo celeste,
que pone de manifiesto el ciclo inverso del tiempo que vuelve, que sube, para
reintegrarse a la fuente de la vida en la reconciliación con Dios, pues aquello
a donde vanos no puede ser sino aquello mismo de dónde venimos –o se resuelve,
de lo contrario, en confusión atónita de la polvareda inútil.
Por su parte, la esfera de los relojes con sus manecillas tiene algo de
la linealidad fluida del tiempo, algo también de las órbitas planetarias.
Imágenes que nos llevan a la reflexión sobre el acto de la Creación, unido al
de la separación de la luz de las tinieblas, cuyo relato está presente
eternamente en el Génesis. En primer lugar, la creación de las dos grandes luminarias
celestes, que sirven para marcar el tiempo: por un lado las estaciones
periódicas, pero también los días y los años:
“Después
dijo Dios: “Que haya lumbreras en el firmamento del cielo para que separe el
día de la noche y sirvan de señales para marcar las estaciones, los días y los
años: para que den su luz en el firmamento del cielo y alumbren la tierra.” Y
así se hizo. E hizo Dios las dos
grandes lumbreras; la lumbrera mayor para dominio del día y la lumbrera menor
para dominio de la noche. E hizo también las estrellas. Y puso las lumbreras en
el firmamento del cielo para que brillaran sobre la tierra y presidieran el día
y la noche y dividiesen la luz de las tinieblas. Vio Dios que aquello era
bueno, Hubo otra tarde y otra mañana: cuarto día.” Génesis 1.14-16
Creación de las luminarias celestes: por un lado el Sol, admirable
instrumento del altísimo, que se anuncia conforme camina con su ardor de fuego
y su aliento quemante, que en su apresurada carrera despeja al día de las
sombras, y es majestad en las alturas celestiales –para hundirse, como un héroe
exhausto en el oeste, en las aguas refrescantes de la noche e iniciar con ello
la otra media ronda de su vida, que es su viaje nocturno. Y como todas las
cosas fueron hechas en parejas, asegurando cada una el bien de la del otro, la
creación de la Luna, cuya lívida luz marca el ritmo de los meses, creciendo y
decreciendo, haciéndose patente y desvaneciéndose según sus fasces. Instrumento
de las huestes celestiales para alumbrar y dividir el tiempo, puesta en el
cielo como eterna señal, que marca las épocas y determina los tiempos con un
metro preciso, brillando en medio del resplandor de las estrellas y haciendo,
en medio de su brillante desfile, la hermosura del cielo. Mientras que, desde
su trono, el Altísimo sondea igualmente los abismos que los caminos del hombre
y sus obras de justicia, mirando las señales del tiempo -sin olvidarse de los
que hacen el bien.
Introducción, pues en el gran misterio del hombre, que es el espíritu,
cuya cima alcanza a lo intemporal o, sería mejor decir, a lo eterno, que es el
reino del mundo sobrenatural de los espíritus puros y de Dios mismo. Porque por
su misma eternidad, por la que jura, la visión del mundo que tiene el Creador
es inmutable, al contemplar de de forma entera las cosas que hace
temporalmente, comprendiéndolas en su presciencia: a las futuras que no son, a
las presentes que son y a las pasadas que ya no son: contemplando las cosas
temporales sin temporal noción y moviendo las cosas temporales sin mudanza
temporal suya.
En su umbral la obra de Ricardo Milla nos enfrenta así al gran enigma
metafísico impreso en nuestra propia constitución o naturaleza: a la alusión analógica
de la visión del tiempo eterno, que se distingue así del tiempo terreno, que
todo lo devora, que lo subsume en las aguas violentas del devenir, o que es
pasajero, como nosotros con él. Trasfondo religioso de nuestro mundo, telón de
fondo sobrenatural, donde el tiempo es trascendente, permanente, detenido o
intemporal, como un lugar de paz imperturbable, que no se retira, sino que permanece,
estable y necesario, donde reina Dios desde su trono altísimo. Reino de Dios,
que es eterno, que no muta o es inmutable, al que nada le puede suceder por
tanto, que es mayor que todo cuanto existe, pues hizo todo y no fue hecho, que
todo lo mueve sin moverse Él mismo, y cuya vida eterna está dentro del corazón
del hombre, como el centro mismo de la existencia –por lo que quien deshabita
su alma pierde a Dios, perdiendo su eternidad, aunque sólo pierde a Dios quien
lo abandona, porque el Ser Eterno, es también paciente y misericordioso, no
queriendo que ningún hombre se pierda, se da por todos medios a conocer, pues siendo
bondad suma quiere que todos lo conozcan y vengan a reconciliación con Él.
Los fotomontajes de Ricardo Milla, al dejarnos inermes ante su compleja
maquinaria del tiempo, nos enfrentan de tal modo a la dualidad y suprema
problematicidad del tiempo. Entonces, la cámara oscura y sus reflejos, al
arrojarnos a nuestra soledad desnuda
ante el pozo insondable de la infinitud del tiempo, nos obliga atisbar, en sus
arcanos mayores, una analogía con el
momento primigenio de la Creación del mundo, en el que el Hacedor, antes
incluso de crear las dos grandes luminarias, flota sobre el abismo y separa la
luz de las tinieblas.
Continuará….
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