Educación
y Reforma del Entendimiento
Por
Alberto Espinosa Orozco
(1ª Parte)
“No
abatir sino estimular:
No
celos, sino generosidad;
No
utilizar, sino servir.”
José
GAOS
I
Habría que empezar preguntando, en nuestra
época post moderna de crisis profunda, terminal, de su ciclo histórico, cargada
de sentimientos de insatisfacción y perturbación crecientes por la conspiración
de fuerzas y potencias del mundo actual contra la persona humana; habría que
empezar, decía, por preguntarnos: ¿Qué es la educación? ¿Qué significa, cual es
la esencia, la naturaleza propia de la educación? Interrogación que pide por su
formulación una teoría, una filosofía de la educación.
Es decir, la interrogación sobre qué es la esencia
de la educación pide como respuesta adecuada una definición de la cosa. La
definición es caso eminente de un tipo de lenguaje, que puede llamarse lenguaje
sustantivo, pues se refiere a lo que las cosas son, en esencia, o a lo que
“es”, siendo por tanto su elemento nuclear el verbo sustantivo –a diferencia de
los verbos activos, constitutivos del los lenguajes narrativos. El resultado
del lenguaje sustantivo es la definición y el saber teórico –mientras que el
resultado del lenguaje narrativo es el saber histórico. La definición es, en
realidad, la cifra de un saber implícito, que puede explicitarse, desarrollarse,
por medio de la articulación teórica -en el marco de una filosofía y su
procesión categorial. La teoría es, en efecto, el saber explícito del saber
implícito encerrado en una definición –que es siempre definición de alguna
sustancia, siendo la naturaleza del lenguaje y del pensamiento fundamentalmente
sustantiva, sustancial o sustancialista, pues el pensamiento y el lenguaje que
lo acompaña gravitan siempre sobre elementos sustantivos, de los cuales no
puede prescindir el lenguaje narrativo, que es propio del saber histórico.
Si filosofía
es teoría y teoría el desarrollo de una definición, la filosofía de la
educación no puede consistir sino en la definición de la educación y en el
desarrollo y explicitación de su definición –por más que de toda filosofía,
realidad humana, no tengamos sino un saber histórico. Así, el saber teórico o
saber por definición de la educación comprendería la explicitación o las
explicaciones de su definición, que serían el desarrollo de su saber implícito.
Pero, a la vez, la filosofía no existiría si no fuera su objeto una reforma del
entendimiento, una reconstrucción teórica de nuestro modo de pensar el mundo,
que afecta por tanto a todos los contenidos de la cultura, al ser la filosofía
misma visión de la totalidad. Visión de la totalidad que, justamente, debe
reformarse ante la enorme crisis contemporánea, tomando precisamente a la
educación como elemento clave, como el gozne a partir del cual emprender una
reforma del cabal entendimiento, en el marco de una reconstrucción ab integrum de nuestra idea del ser
humano y del mundo que gira en torno.
La educación es, así, toda expresión, mímica
o verbal, que articule una situación de convivencia formativa. Las expresiones
de la educación, en el proceso educativo, tienen como esencia o diferencia
específica la formación humana. A la vez,
la formación humana se distingue por ser trasmisión, por comunicación en
convivencia, de las formas y contenidos de una cultura, que permite entrar en
un mundo simbólico de conocimientos, de hábitos y costumbres.
La función pedagógica o educativa de la vida
es así una realidad parcial de la realidad total de la vida o convivencia humana.
En la vida humana, que es esencial convivencia, entra un ingrediente de
influirnos mutuamente los seres humanos, de conformarnos unos a otros, de co-educarnos
unos a otros los humanos convivientes a lo largo y ancho de la vida, en un
proceso que no acaba sino con el fin de la vida misma. En la realidad total de
la convivencia entra, así, la realidad parcial de la educación, de la instrucción,
de la pedagogía como parte esencial, definitiva, definitoria incluso del ser
humano.
Se puede definir al hombre, por tanto, por
la educación. La educación es, en efecto, una exclusiva humana, una propiedad o
un propio derivado de su esencia (la del ser o el animal racional). El hombre
es así el ser educado –que no es equivalente simplemente a ser adiestrado o instruido,
o meramente ilustrado. O, dicho de otra forma, la educación es lo más propio de
su humanidad misma, desde el punto de vista del proceso de su formación y
conformación, dando por resultado la persona humana, sinónimo del ser educado.
La formación de la persona humana tiene, sin
embargo, una doble vertiente. Por un lado, es formación de lo más propiamente humano de acuerdo a su naturaleza, buena de suyo, que es el desarrollo
de su esencia específica, entrañante de su espiritualidad, del cultivo y florecimiento de su alma y de su
moralidad. Por el otro, la educación se adapta a la individualidad de la
persona, en el sentido de formar sus particulares aptitudes y predisposiciones
de carácter para algún contenido de la
cultura, que sería la vocación, signo de inequívoco del destino del individuo a
ser alcanzado mediante las instancias sociales de la educación, cuya función
sería, pues, las del desarrollo de las exclusivas humanas latentes en el
individuo desde la infancia –pues hay quien nace para ser pintor, otro para abogado,
otro más para literato o médico, etc.
Formación de la naturaleza humana en razón
de su propia estructura, pues el hombre no es un ser de naturaleza dada, como
el animal, determinado por los instintos, o como Dios, inamovible, simple, estable,
sino un ser de naturaleza doble, que tiene que armonizar. El hombre, en efecto,
tiene que hacerse en lo humano, dominando su naturaleza o alma inferior y
purificando su alma superior; es decir, tiene que descubrir y formar su humanidad –por un
lado, adoptando las formas y contenidos de una cultura, por otra, desarrollando
las exclusivas generales propias del hombre, y al ir especializando sus
aptitudes y predisposiciones de carácter, para así, al humanizarse plenamente, llegar
simultáneamente a sí mismo, al centro creador de la persona.
La humanidad en el hombre, en efecto, no es
automática, a diferencia de la animalidad o de los seres biológicos, sino que es
una tarea, un hacerse hombre entre los hombres –pues la estructura del ser del hombre
es la de un ser abierto, desde el principio ya en comunicación con los demás e
incluso abierto a la comunicación con el espíritu. Un hacerse hombre, pues, en cada uno de los momentos
de la vida. El fin de la educación, así, no puede ser otro que volverse
reconocible entre los hombres; ser reconocido, que se integra a al grupo
humano, y que, a la vez, se presenta como un ser reconocedor del otro, de los
demás de sí mismo, pues la realidad de las personas consiste, no menos
esencialmente, en la de ser un multiuniverso, la de una pluralidad de seres,
cada uno de ellos con su tono y esencia personal. Y todo ello sobre el contexto de una comunidad reconocible y reconocedora también, de un mundo humano guiado todo él por la cultura y por la educación, por la tarea y el esfuerzo, por el amor y la ambición de formarnos en lo humano en la relación individuo sociedad, o en la que todos juntos cooperan al desarrollo de cada parte y del todo,
II
La educación tiene entonces que apoyarse en
la filosofía como una profunda reforma del entendimiento que, a partir de la
filosofía de la cultura, de la persona y de la antropología filosófica, pueda
suturar la herida fatal en la estructura del hombre moderno, que ahora se desangra por la herida de lo irracional y
puramente emotivo, concebido desde su inicio como mónada solipsista, escindido del cosmos, de
los otros y de sí mismo. Triple escisión, pues, que ha llevado a la ruptura de
la unidad primordial con el prójimo y con la comunidad, envolviendo al hombre
en el engañoso espíritu de la envidia, de la división y de los celos, a la
prioridad de los intereses egoístas y a las ideologías de la guerra, acabando
por estratificarse en sistemas cerrados, abstractos y excluyentes, en los que
propiamente no existe la realidad de la persona, donde se le omite o desconoce,
estimativa y prácticamente, dando así licencia al espíritu del odio del ausentismo,
de la indiferencia o del odio, que termina por proceder brutalmente con ella,
dejando sin horizonte a la esperanza.
Rémoras todas ellas derivadas de una falsa
concepción o idea del ser humano prohijada por el racionalismo ilustrado de la
modernidad, consistente en comparar al hombre con lo inferior, con lo biológico
, abriendo así las compuertas a la predación competitiva, a la salvajería de la
adaptación al medio y a la moral del más fuerte, en un mundo que codifica y promueve
toda suerte de formas subliminales de agresión al prójimo, que van de la indiferencia,
que es una forma simbólica ya de la agresión, a la dominación, pasando por la
intimidación y el adoctrinamiento –emblemas todos ellos de la contra educación,
incluso de la inhumanidad, donde se encuentra más conveniente ser fuerte que
ser deseable, y donde se corre el grave peligro no sólo de la superficialidad
de las formas y contenidos de la cultura y en el comportamiento todo del sujeto,
sino de acuñar a la anti persona, peligrosa en sí misma por lo que entraña de
dejar ser propiamente humana.
Así, en el contexto de la ceguera para los
valores del mundo contemporáneo y del sólito fenómeno del desconocimiento de la
persona humana en cuento tal, que está llegando en nuestros días a sus
expresiones más dramáticas y exasperantes, no queda sino volver a la
consideración de la educación como formación humana, destacando el hecho
definitivo que lo humano sólo existe como significación y como valor. Esencialmente,
pues, como el valor y la significación que las personas tienen unas por otras,
entre sí, y también como comunidad. De lo que se derivan los valores propios
del humanismo: la consideración mutua, la deferencia, la atención en un sentido
estimativo y práctico, categorías a las que hay que añadir la del respeto, la
del reconocimiento de la humanidad y ser mismo del otro, la de su aceptación y
por tanto la de la confirmación de su ser.
Porque en el hombre hay algo más, llámese
alma o espíritu, que tiene siempre que ser buscado y rescatado, teniendo a la
función educativa de la vida como su órgano rector, todo lo cual se manifiesta como
producto acabado y logro distintivo en la cultura, que es una clara ruptura con
la animalidad, como un freno al alma inferior humano y una sublimación de su
alma superior, la cual puede comunicar con el espíritu.
El hombre se forma, en efecto, en medio de
una cultura que le precede y le sucederá. La educación consiste así,
esencialmente, en la transmisión de ese mundo y bagaje cultural, en la
adopción, familiarización y recreación de sus lenguajes y sus símbolos, donde
el individuo humano se gesta como en una segunda matriz. Matiz cultural, pues,
donde se cultiva el ánimo, el alma, el espíritu de cada persona, acuñándose de
tal forma también una personalidad colectiva, cuyo fruto es la cultura universal,
aquella que habla “la verdadera lengua”, distante tanto de los usos y
costumbres relativos de las culturas históricas u oníricas como de la barbarie. No queda así sino considerar la formación humana como el fenómeno fundamental de la educación y a la educación misma como el eje central del sistema filosófico y de la cultura o como visión del mundo en su totalidad y que, reversiblemente, nos proporciona una alma colectiva en la que reconocernos -que se vislumbra articulada en el horizonte como símbolo inequívoco de la patria buscada, querida, formada, y como símbolo también de nuestro desarrollo humano futuro, de inclusión y de pertenencia.
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