Biografía de Manuel Guillermo de Lourdes: Primer
Muralista de Durango
Por Alberto Espinosa Orozco
(Segunda Parte y Última)
II
No sabemos con exactitud en qué año volvió Guillermo de Lourdes a
México, estando coloreada su biografía por un especie de halo teñido, si no de
intemporalidad, si al menos de vaguedad cronológica. Lo cierto es que regresó
siendo aún joven, probablemente en 1921, luego de permanecer por casi una
década en el continente Europeo, como aprendiz del oficio de pintor, con los
mejores y más prestigiosos maestros y talleres del género en España, Italia y Francia.
Hay que recordar que por las mismas fechas, a principios de 1921, Diego
Rivera y David Alfaro Siqueiros se encontraban en París planeando la revolución
pictórica en México, que sería el de un arte mural, el de una obra monumental
pagada por el estado para el gran público, bajo una estética de liberalismo
exaltado. Para ello planean viajar a Italia. Diego fue primero y estudia el pre
renacimiento italiano, a Guiotto en Asís, y el arte etrusco. Siqueiros, quien
tenía una beca como estudiante de arte por la Secretaria de Guerra, luego de
pasar por los seminarios y prácticas del ejército galo en la escuela de
Saint-Gyr, se queda en París, para encontrarse con su pareja de “ojos saltones
de rana, ojos feos, opacos, gelatinosos, blanduzcos, marinos”, al regreso de descubrir la hermosa realidad
italiana. Ambos artistas regresan a México por esas fechas; Diego Rivera en
junio de 1921 y David Alfaro Siqueiros, seis meses más tarde, a principios de
1922.
Por sus papeles autobiográficos sabemos que el presidente de la
revolución triunfante, el general Álvaro Obregón, se interesó momentáneamente
en la obra del artista Guillermo de Lourdes, ofreciéndole algún trabajo para que
recorriera la república y observara los focos de la raza indígena –pensando tal
vez en incluirlo en el poderoso movimiento de renovación nacional que iniciaba
José Vasconcelos en la Secretaria de Educación, quien por entonces viajaba a la
provincia con algunos intelectuales y los artistas Jorge Enciso, Roberto
Montenegro y Diego Rivera.
Sin embargo Guillermo de Lourdes, dado su temperamento retraído, no logró penetrar
en aquel grupo de revolucionarios y vanguardistas del arte, permaneciendo en la
ciudad de México perfeccionando su oficio y adquiriendo madurez como artista,
realizando con grandes sacrificios su obra de caballete para exponerla en
Europa. Espíritu íntimo y reflexivo, De Lourdes queda por lo pronto al margen
del gran movimiento de la pintura nacional resuelto en el muralismo, en parte
extrañado por los beligerantes artistas vanguardistas del momento, en parte
anonadado en la conciencia de su pecados y sus sombras, abatido por su “mala
suerte”, auto recriminándose incluso, de forma tal vez exagerada, por su
carácter huraño e indeciso, pues simplemente se reconocía extraño en el mundo
moderno, tan dado a las novedades y los extremos; en una palabra, impotente
para muchas cosas que requirieran audacia, acometividad y astucia –que es más bien el oficio, tan
premiado en aquel momento, de los acomodaticios y oportunistas de siempre.
Choque con el nuevo sujeto de la modernidad triunfante que lo relegó a la
soledad e introspección personal.
Sin embargo, expone y vende su obra en España, donde recibe, entre 1926
y 1927, merecidos reconocimientos de su maestro Ignacio Zuloaga y del médico,
premio Novel y escritor Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), quien anotó en 1926: “La obra de Miguel Guillermo
de Lourdes es algo más que promesas. Hombre de pocos amigos y de muchas ideas,
seguirá el gran camino, nunca las grandes verdades, de las sanas disciplinas,
que marcan con precisión su ascendencia mexicana y su ascendencia francesa.
Arquitectura y colorido, pensamiento y embriaguez de la luz.” Ignacio Zuloaga
por su parte celebrando la actitud y labor definidas del artista mexicano de 29
años de edad comenzaba a dar al mundo “su obra de belleza”. Es probable que al
artista haya viajado a España por esos años, permaneciendo en el continente
europeo, entre 1926 y 1928.
En el año 1928, cuando el candidato ganador a la presidencia, el mismo
general Álvaro Obregón, es asesinado, luego de retorno a la ciudad de México
Guillermo de Lourdes decide conocer el Norte de la república para vivirlo –y
para sufrirlo. Planea realizar con los años una obra fuerte, serena, plástica;
suficiente para poner las piedras de su propio monumento, confiado en su
entereza, y en la fe y constancia de artista genuino –sabiendo de las
dificultadas que le aguardaban en el camino al escoger, no la vereda fácil y
corta frecuentada por los espíritus menores, pero más beligerantes, de la “acometividad,
la audacia y el atrevimiento”, sino la Gran Ruta, reservada a los espíritus
sinceros y fuertes –que es la puerta de la santidad, la puerta estrecha de la
que habla Mateo en su Evangelio, cuya mística senda angosta, hallada por pocos,
lleva sin embargo a la vida.[1]
Artista singular que ve en el oficio de la pintura una especie de
mística superior, dispuesto a trabajar ya sea como pintor o como albañil,
comienza su peregrinaje mexicano siguiendo la ruta de Aguascalientes,
Zacatecas, Durango y la Laguna. Plazas en las que difundirá, tanto en charlas y
conferencias como por medio de su obra, su alta concepción del arte como
proceso de transformación y elevación del alma. Es el ideal de la vida
cristiana, en efecto, que impregna toda su obra; el ideal más alto de la
contemplación mística, de la luz y el paraíso, despegado del mundo de los
deseos y las pasiones, de las cosas inferiores, materiales y sensibles; ideal
de la purificación del alma, pues, que intenta cada vez subir más alto, en el
sentido de la libertad ascendente del espíritu, por la virtud del amor y del
principio divino, que dicta la visión del Paraíso.
III
Aunque no estudió en Academia de San Carlos, sino principalmente en
España, Manuel Guillermo de Lourdes realizó una obra no sólo pertenece, sino
que es uno de los firmes cimientos del “nuevo clasicismo mexicano”, tan buscado
por su edad, teniendo su estilo alguna semejanza con el de Saturnino Herrán
(1887-1918) y el de Francisco Goitia (1882-1960), habiendo sido estricto contemporáneo
de Antonio Ruiz “El Corcito” (1895-1964), quien fuera coterráneo
suyo, pues ambos nacieron en Texcoco, centro del Estado de México.
“El Corcito” representa también un caso
único en la historia del arte
mexicano: estudió
con los grandes maestros en aquel entonces en la Academia de San Carlos:
Saturnino Herrán y Germán Gedovius, Posteriormente fue escenógrafo en la década de los 20´s en los Estudios Universal, y luego
creador y director por muchos de la Escuela de Pintura y Escultura “La
Esmeralda”.[2] Desarrolló un estilo sui generis,
al que puede denominarse costumbrista de gran originalidad, entre moderno y
surrealista, siendo sus cuadros pequeños, escasos y de maravillosa factura. Por
su parte Guillermo de Lourdes incursionó en los grandes espacios murales, practicando
una vena, si bien costumbrista, de fuertes lazos con la tradición y de abierto
carácter historicista, decantándose su obra en un estilo en cierto modo
refractario los extremos de la modernidad. El trabajo de Guillermo de Lourdes,
determinado en mucho por su abierto fervor católico, fue ajeno, por contraste,
a las faenas académicas; obra solitaria, quiero decir, que, empero, se
enriqueció al contribuir activamente, con un conjunto de obras notables, en el
movimiento muralista mexicano.
El ideal del muralismo había estado incubándose por largo tiempo en el
aire de Europa, aunque su espíritu social fue de pronto opacado por la
luminosidad del impresionismo y de las vanguardias que le sucedieron,
inclinadas abiertamente hacia el individualismo. Sin embargo, de hecho, desde
la renovación del arte del Renacimiento llevado a cabo por la escuela Nazarena
de Oberbeck, en Roma, a principios del siglo XIX, se había desarrollado todo un
movimiento de carácter mural, aunque ciertamente de temática religiosa y de
carácter purista, pues intentaba limpiar al Renacimiento de sus impurezas
paganas. El movimiento siguió reverberando en el aire, dejando Pelegrin Clave,
perteneciente a la escuela Nazarena durante sus estudios de especialización en
Italia, una muestra de ese género en la Iglesia de Santo Domingo, en México. En
la España de principios del Siglo XX baste recordar la obra de dos maestros de
Guillermo de Lourdes: los murales de Joaquin Sorolla “Visión de España”, pintados entre 1911 y 1919, para la biblioteca
Hispanic Society in America de Nueva York, y; los frescos de Aurelio Arteta y
Errasti (Bilbao, 1879 - México, 1940), realizados en el año de 1921 para el
Banco de Bilbao en Madrid, de 80 m2. En la obra de Arteta “Tríptico de la
Guerra” puede sentirse, por citar otro caso, una intención claramente mural.
Cultivador un arte de realismo social, de paisajes urbanos vascos idealizados y
de gran melancolía, Arteta fue nombrado primer director de Museo de Arte
Moderno de Bilbao, destituido por el dictador Primo de Rivera. Por los
incidentes de la Guerra Civil tuvo que refugiarse México, en el año de 1936,
muriendo en suelo azteca al ser atropellado por un tranvía, en el barrio de
Coyoacán, en el año de 1940.
Imposible no mencionar los frescos de su amigo David Vázquez Días en el Monasterio de la Rábida sobre "El Descubrimiento de América".
Guillermo de Lourdes incursiona en el Norte de México a partir de 1928, plasmado en su dilatada travesía por el septentrión mexicano una increíble obra mural. En la ciudad de Aguascalientes, donde había vivido de pequeño, dejó tres obras públicas de gran formato, de intención histórica, didáctica y pedagógica. La primera de ellas, titulada por algún crítico “Medios de Transportación Terrestre en México”, es el mural en el que aparece, al centro, la figura de Fray Sebastián de Aparicio (1502-1600), religioso lego de la orden franciscana que proyectó el camino de Puebla a Zacatecas.[3] En la escena aparece Fray Sebastián enseñando a los indios el conocimiento de la rueda para su uso en las carretas; a un lado, el caminar descalzo de los indios de las tribus nómadas por escabrosas veredas; del otro, la aparición de los aparatos mecánicos de la vida moderna, desde los trenes que surcan las vías férreas hasta los automóviles que transitan las carreteras de hoy en día.[4]
La segunda serie de murales se encuentra en los bajos de lo que fuera el
Hotel Imperial, hoy en día convertidos en Oficinas de Telmex. El tema de los
tableros corresponde a una serie de escenas de la vida rural europea y
mexicana, donde se intercalan una serie de escenas de fiestas urbanas, todas
ellas de gran colorido. En el año de 2009 el director del IMAC de
Aguascalientes, Andrés Reyes, denunció el olvido de tan importante patrimonio
hidrocálido, pues las obras del muralista mexicano se encontraban agrietadas,
con desprendimientos de pintura y bajo la presión de una sofocante humedad,
debido a que la compañía telefónica optó por cubrirlas con una serie de
estructuras de tabla roca.[5]
Guillermo de Lourdes realizaría una tercera obra mural, en lo que fuera,
al parecer, una segunda estadía del artista en la región, en el año de 1956,
para el Casino de Aguascalientes, que hoy es el Banco de Comercio. Se trata de
cuatro tableros de temas varios, cuyo conjunto es una exaltación a la vida: el
primero de ellos, la “Fiesta de Sacromonte” es un paisaje crepuscular, con las
torres de Granada al fondo donde, en medio de los esfumatos y las
transparencias, una pareja de gitanos bailan al frente, rodeados de una
comitiva de cantadores; el segundo es un cuadro flamenco de dos mujeres
holandesas laborando en el atardecer en medio del campo y el cielo dorados; el
tercero es un paisaje cenital con dos amorcillos o faunos a los extremos
flechando a una ave, y; el cuarto es un retrato dramático de un interior
versallesco, en el que una dama se mira a un espejo rodeada de cortesanos,
donde se destaca la escultura de un hombre hincado, realizado al estilo
art noveau.
En la ciudad de Zacatecas Guillermo de Lourdes pinta, para los muros del
legendario el Instituto de Ciencias, “La Conquista de Zacatecas” En la obra se
destaca al fondo el cerro de la Bufa, rodeándolo por veredas serpentinas las
tropas españolas del fantástico conquistador Juan de Tolosa quien, al frente y
a la vanguardia, monta en una cabalgadura nívea flanqueado por dos misioneros
franciscanos que se aprestan a la conquista espiritual del Evangelio eterno: por
un lado, un misionero con un sayal color de alondra llevando una cruz a
cuestas; por el otro, Fray Jerónimo de Mendoza, quien en actitud de protección
abraza a unos naturales, invitando a todos a marchar por el camino de la fe,
predicando los ideales de la vida ascética y mística de la salvación. Más allá,
la figura de Fray Margil de Jesús (1657-1726), de quien el artista dejó varios
bocetos realizados con absoluta devoción, destacado como Prefecto de las
Misiones de la Propaganda Fidei de los Colegios Apostólicos de Querétaro,
Zacatecas y Guadalupe, quien prolonga los caminos de la verdadera religión,
fundando las misiones en la provincia de Texas.[6]
Llegó a la ciudad de Durango probablemente a principios del año de 1934,
iniciando su labor con una serie de conferencias en la Normal Superior del Estado
y en el Templo Masónico. Sus temas fueron: La Plástica: la Pintura como Medio
para Alcanzar la Divinidad; El Papel de los Frailes en la Conquista: la
Incorporación de los Bárbaros; La Mano de los Papas en el Renacimiento, y; El
Sentido Religioso en la Pintura en Eugen de la Croix, Pietro de la Francesca y
Fra Filipo Lippi –sin faltar los comentarios sobre el papel pacifista de Auguste Renoir en el
arte moderno.[7] Conversaciones en las que el
artista destacó haciendo gala de erudición, auscultando el sentido insondable
de lo sobrenatural y de la belleza terrestre, angélica y celeste.
Su obra mural en la ciudad de Durango, iniciada a partir de 1934,
comprende los cinco tableros de la Escuela Guadalupe Victoria y el gran
conjunto mural que desplegó en el patio central del Palacio de Zambrano, entre
1934 y 1936. La nutrida serie de murales para el Palacio de Gobierno, “Historia del Proceso Revolucionario”, junto
con otras siete decoraciones que lo acompañan, puede considerarse la obra maestra
mural del maestro Guillermo de Lourdes.
Así lo expresó el periodista y revolucionario Félix Palavichini, amigo
del pintor, en una carta dirigida al gobernador Enrique Calderón el 7 de
noviembre de 1938, quien reconoce la capacidad técnica e inspiración estética del artista, no menos
que su valiosa interpretación ideológica de los acontecimientos armados. Frescos
admirables, de gran sencillez y elocuencia, verdadera propaganda visual de
nuestra historia patria, dice Palabichini, que termina haciendo una crítica en
los abusos de otros artistas, que adulteraron la divulgación plástica de lo
mexicano con situaciones falsas y falsedades rebuscadas.[8] La carta de Palabichini, escrita
probablemente a petición del artista, obedecía al retardo del gobierno de
Enrique Calderón (1936-1940) en el pago de los trabajos artísticos murales de
De Lourdes.
La reacción del general Enrique Calderón se dejó esperar por mucho tiempo, pues muy
tardíamente, con cerca de diez años de retraso, probablemente aquejado por los remordimientos de conciencia, escribió una misiva al entonces
presidente de la república y futuro multimillonario Miguel Alemán Valdez (1946-1950) en referencia a su
común amigo, el maestro Don Manuel Guillermo de Lourdes, confesando que, desde el
fin de su administración en 1940, se le habían quedado a deber al pintor 75 mil
pesos por sus dos años de trabajo y 22 mil por materiales, lo que ascendió a un
total de 97 mil pesos, los cuales habían sido cubiertos con el dinero personal
del artista, rogando insistentemente al presidente su intervención inmediata,
en la restitución del adeudo, “sin escusas ni subterfugios”. Acto de sofisticada retórica perfectamente
infructuoso, por supuesto, pues al maestro Guillermo de Lourdes no se le
restituyo nunca un quinto de sus empeños en la elaboración de su maravillosa serie
mural.
IV
A los bellísimos murales del Palacio de Zambrano hay que añadir, pues,
las decoraciones que realizó, junto con Horacio Rentería y Francisco Montoya de
la Cruz, para la Escuela 18 de Marzo en Gómez Palacio en el año de 1937. Tanto
los murales como el magisterio ejercido en la región tuvieron cierta resonancia
en la sociedad durangueña, pues con ello ponía a Durango a la altura de otros
centros culturales del país, participando así en sus edificios públicos del
movimiento espiritual, pedagógico, didáctico e historicista, del movimiento
muralista mexicano.
Entre sus discípulos locales habría que contar en Durango especialmente a
Horacio Rentería y las hermanas Mercedes y María de la Luz Burciaga, quienes lo
acompañaron como ayudantes en los murales de la escuela Guadalupe Victoria y a
los que probablemente asesoró en la realización de las decoraciones para la el
Centro Escolar Revolución de la ciudad de Durango, realizados, sin embargo,
bajo la égida más ideológica que estética de Francisco Montoya de la Cruz.
En Gómez Palacio formó, entre otros artistas, a Manuel Muñoz Olivares
(1925-2011), magnífico dibujante oriundo de Matamoros, Coahuila, quien no se
separaría del maestro de 1943 a 1946, teniendo también como discípula a Carmen
Yolanda de Balandrano. Puede agregarse la influencia ejercida sobre el maestro
durangueño Francisco Montoya de la Cruz, quién tomó del talento de Lourdes el
respeto absoluto del orden clásico, así como la atención por los paisajes
costumbristas y el misterio arquitectónico de los interiores. Hay que recordar,
sin embargo, que Montoya de la Cruz (1907-1994), apenas nueve años menor que
Guillermo de Lourdes, había sido un artista precoz, egresado del Instituto de
Arte de Chicago en 1928 y de la Academia de San Carlos en 1934, tomado de Diego
Rivera la contundencia en los volúmenes pictóricos.
A partir de su participación en la decoración de la Escuela 18 de Marzo
en la ciudad de Gómez Palacio, el maestro Guillermo de Lourdes vivió durante
cerca de dos lustros en la región lagunera, teniendo su
estudio en una casa que se hallaba en el interior de la jabonera “La Esperanza”,
donde impartía a sus discípulos clases de dibujo y daba lecciones sobre los
secretos del óleo y la acuarela, el fresco y el modelado. Tuvo una rica
biblioteca de poetas, arquitectos, músicos y autores clásicos, pero sobre todo
de pintores, desde Atenas a Roma, de los flamencos al renacimiento, del
impresionismo a José Clemente Orozco -donde alternaban Sócrates con Fidias,
Leonardo Da Vinci con Miguel Ángel, Rafael y Tiépolo con Veronese, Tintoreto,
Rembrandt, Rubens y Bernini.
Gran artista de esmerada cultura, Guillermo de Lourdes tocaba el piano como
un concertista y hablaba varios idiomas, contando en su estudio de sus
correrías por Europa y de la bohemia madrileña. Estando en su madurez artística
escribió una columna para el diario El Siglo de Torreón, llamada “Glosario”,
donde daba cuenta de su extensa cultura y sus insólitos alcances espirituales.
A pesar de su amistad con intelectuales y políticos de la época a
Guillermo de Lourdes no lo tomaron nunca en cuenta, ni lo llamaron a colaborar
con ellos, probablemente debido no sólo a los celos que despertó su elevado
arte entre las cabezas dominantes del muralismo, sino sobre todo a una
oposición ideológica de base. Porque en
el arte mural desarrollado en México como en ninguna otra parte del mundo,
latía una indesconocible contradicción: ser un arte postulado como
revolucionario y a la vez financiado por un estado burgués y liberal, laico y
antirreligioso. Campo propicio para los dogmáticos y los oportunistas, como fue
el caso de Diego Rivera, pero no sólo, quien codiciaba la taja del león,
instrumentando con insidias de todo tipo la anulación o el alejamiento
geográfico de sus posibles “rivales” y “competidores” -como le sucedería a Jean
Charlot (1898-1979), quien, luego de sufrir la quema de dos de sus muralesen la SEP a manos del mismo incendiario, tuvo que vivir exiliado en Hawái por el resto de su vida, estando
siempre, por lo demás, tan cerca del pueblo humilde como de la Iglesia, en
cuyos templos dejó sus mejores obras murales.
Para 1944 Guillermo de Lourdes marchó a vivir a Aguascalientes donde
probablemente radicó con su familia hasta 1956. Posteriormente vivió en San
Luís Potosí y luego en León, Guanajuato, radicando sus últimos años en
Naucalpan de Juárez, en su casa de Zumpango #4, del fraccionamiento El Mirador,
en el estado de México. Lejos del triunfo mundano, el maestro De Lourdes pasó sus últimos años
aquejado por las penurias materiales y una penosa y larga enfermedad, menguando
su gallardía y prestancia de otros tiempos. A la pedida gradual de la vista,
que lo dejaría prácticamente ciego, sometido a penosos e inútiles tratamientos
por los oculistas, se enfrentó también a problemas circulatorios, siendo
internado durante largos periodos en el Hospital de la Raza y en repetidas
ocasiones, lo que no evitó que finalmente le amputaran una pierna. Adversidades
existenciales que el artista sintió como una derrota existencial, enfrentando
sin embargo la vida sin rencores y con la frente en alto. Manuel Guillermo de
Lourdes Hernández murió en el año de 1971, prácticamente desconocido por la
cultura oficial y en el anonimato, a los 73 años de edad.
V
El maestro Manuel Guillermo de Lourdes se refugió por muchos años en la
provincia mexicana, dando incontables muestras de su talento y disciplina en el
trabajo. Imposible seguir el a pie juntillas el periplo de su viaje. Puede
afirmarse en cambio que el maestro pintor, desarrollando su labor en las
ciudades del altiplano, dejó como legado una obra rica y de primera magnitud,
en cierto modo solitaria, en el centro-norte de la república mexicana, llevando
a su árido territorio la fértil semilla revolucionaria del nuevo renacimiento
del arte mural, plasmando entornos idílicos, geográficos e históricos, no
carentes ni de grandiosidad ni de miseria –como corresponde a la naturaleza,
dividida y contradictoria, del espíritu humano en su despliegue por el mundo.
En su obra es visible una
revaloración de nuestra raza mestiza y de nuestra cultura criolla e indígena,
destacando en ella una serie de apuntes sobre de temas y problemas, muchos de
ellos de punzantes contrastes y desequilibrios aún sin resolver. Su obra abunda
en escenas costumbristas, donde retrata a una serie de personajes del pueblo,
por completo excluidos del circuito sociales dominantes, que bajo la forma de
tipos y personajes distintivos de la región dan realce a los paisajes
regionales, detectándose en ello un minucioso trabajo de familiarización y de
observación de campo, por decirlo así, con una particular atención por el
retrato, una fina observación de los rasgos humanos, de los caracteres
fisonómicos de sus modelos y de sus actitudes fundamentales.
En cuanto al estilo puede decirse que, aunque incorpora los elementos
definitorios del movimiento muralista mexicano, como son los temas históricos, populares y realistas del paisaje
antropológico y geográfico, ello no es sino el marco dentro del cual desarrolló
el espíritu realista de la escuela costumbrista moderna o post impresionista
española, teniendo en el pintor mexicano como nota exclusiva un acento personal,
de profundas resonancias líricas, espirituales y sentimentales.
Se alejó instintivamente de las vanguardias post y neoimpresionistas,
procurando profundizando, con una sabia paleta restringida, más bien cálida y
de claroscuros, en los tonos crepusculares, que conviven armoniosamente con un
fino tratamiento de la exaltación de la luminosidad. Su gusto por la
composición esmerada nos habla de una especie de predominio del dibujo de corte
clasicista, muy atento al desarrollo de los volúmenes y de las formas,
pudiéndose considerarse su obra dentro de un simbolismo, muy atemperado por la
observación de caracteres y costumbres –las cuales, dicho sea de paso,
contrarrestaron su tendencia a las escenas idílicas y mitológicas rayanas en el
onirismo, sin que ésta, por lo demás desaparezca del todo. Podría decirse que
en su arte cívico tiene un papel central el contenido ideológico y el espíritu didáctico
de ilustración historicista, sin por ello, descuidar, empero, la celebración
del campo, de los personajes populares y sus costumbres, incluyendo también
elementos simbólicos, estéticos e incuso idílicos de la belleza femenina.
La obra artística del maestro Manuel Guillermo de Lourdes comprende,
además de su obra mural en los estados de Aguascalientes, Zacatecas y Durango, toda una serie de trabajos plásticos, especialmente dibujos, gouaches, acuarelas y óleos,
componiendo todo un corpus de retratos, paisajes y naturalezas muertas. El
inexplicable descuido de la figura y obra de Guillermo de Lourdes se debe, como
quiera que sea, a las circunstancias contingentes urdidas por los irredentos,
por los falsificadores de oficio y por los simuladores de toda laya que, tan
frecuentemente en nuestro medio, relegan al olvido a los verdaderos maestros
–que cuando no, frustran de cuajo y arrebatan de raíz el desarrollo y el florecimiento
de toda esencia a su alcance, forzando muchas veces el sentido propio que toma
una cultura, desviando sus caminos. Su trabajo, ha sido severamente
desatendido durante décadas, a pesar de encontrarse obras suyas en célebres
colecciones europeas, como la Ankermann y la Putz. Sin embargo, recientemente,
su obra empieza a ser valorada por los galeristas, no con gran estimación
económica por otra parte, despertando alguna inquietud en la crítica de arte. Como
quiera que sea, resulta imperativo subsanar tan disonante injustica histórica,
debido no sólo a la indudable calidad plástica y estética de su obra, a su
impecable factura y a la riqueza de sus valores culturales, de frescos acentos
nacionalistas, sino sobre todo a su carácter ejemplar, quiero decir, a su valor individual como símbolo, que nos
muestra, en su terrible contraste, el otro lado de la moneda del arte, acuñada
no sólo con los muelles materiales de la vanagloria, sino también con el fuego del
sacrificio, la entrega y el heroísmo individual.
[1] Ver:
Mateo 7.13: Salmos 16.11.
[2] Tiempo en el que se impartía a nivel nacional un
grandioso método para la enseñanza del dibujo, creación de Alfonso Best
Mougard, el cual trascendería fronteras, siendo empleado en una época en
algunas escuelas de los Estados Unidos
[3]
Fray Sebastián de Aparicio nació en la Gudiña, Galicia, en 1502 y murió en
Puebla de los Ángeles en 1600. Llegó a la Nueva España en 1533 y se dedicó en
Puebla a domar ganado cimarrón, convirtiéndose en ranchero, por lo que se
considera el primer charro de América. Hiso sociedad entonces con un carpintero
y se dedicó a construir carretas, abriendo, en el año de 1542 el camino del
Real de Minas de Nuestra señora de los Remedios de Zacatecas a la ciudad de
México. Siendo ya un prospero comerciante compra en 1552 las haciendas de San
Nicolás (Del Rosario) en Azcapotzalco, y la de Tlayohtla, más un rancho
ganadero en lo que es hoy la colonia Polanco. Luego de intentar en 1562 y 1563
un par de matrimonios, de los que queda viudo muy pronto, entra en la vida
religiosa franciscana en 1573, en el Convento de Santiago Tlaltelolco, donando
a la orden todas sus propiedades. Muere en 1600 luego de una larga agonía, Juan
de Torquemada escribe su biografía y es beatificado por el Papa Pio VI en
el año de 1789. Su cuerpo incorrupto
descansa en el Templo de San Francisco de la Ciudad de Puebla.
[4]
Fernando Juárez Frías. “Introducción a la exposición “Guillermo de Lourdes””
del INBA, de 1984. En un estilo modernista, prácticamente futurista, Francisco
Montoya de la Cruz pintó un mural con el tema de los “Transportes”. en las oficinas del ISSTE en Durango, siendo
su obra menos conocida.
[5] Andrés Reyes, “patrimonio Cultural en
Riesgo”. La Jornada de Aguascalientes, 12-08-2009.
[6]
Fray Margil, conocido como el padre de los pies alados, figura como uno de los
misioneros más dinámicos y puros de todos los tiempos. Antonio Margil de Jesús
y Ros nació en Valencia, España, el 18 de agosto de 1667, hijo de Juan Margil y
Esperanza Ros; murió en la Ciudad de México el 16 de agosto de 1726. A los 18
años entró a la orden franciscana en el Convento de la Corona de Valencia,
España y fue ordenado sacerdote en 1682. Se trasladó a las Indias Occidentales
en 1683 en calidad de misionero, Fue uno de los grandes evangelizadores de
América, recorriendo a pie desde Luisiana a Panamá. Su primer centro de
actividad fue Querétaro, donde inicia una carrera que se dilataría por 43 años
de andanzas e intrépidas aventuras. En
Verapaz, Guatemala, predicó de 1691 a 1696, fundando el Colegio del Cristo
Crucificado en 1701, en Talamanca, Costa Rica, evangelizó de 1688 a 1691. Su
enseñanza misionera dejo su huella en Honduras y Nicaragua, realizando todas
sus correrías a pie y descalzo. Inculcó a los indios, hostiles y crueles,
nobles sentimientos al instruirlos en materia de religión, los agrupó en
pueblos y aldeas, adiestrándolos para las cosas elementales de la vida. Su
enseñanza consistía en que los indios aprendieran alabanzas compuestas por el
mismo, y salmos, acompañado por música compuesta por el mismo. En 1711
incursionó en los territorios de Nayarit, de 1712 a 1716 realizó su misión en
Coahuila y Nuevo León, llevando la conquista espiritual a Texas en 1722. Se estima que bautizó a no menos
de 40 mil naturales durante su peregrinaje. Escribió el libro: Diccionario
de Muchos Dialectos Indígenas pasando sus últimos años en las diócesis
de Querétaro y Zacatecas. Ejemplo vivo de virtudes, austero y penitente, pasó
los últimos cinco años de su vida en la Ciudad de México, en el Convento de San
Francisco, muriendo en olor de santidad
el 6 de agosto de 1726 a los 59m años de edad, celebrándose un entierro
solemne presidido por el Virrey. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI el 31
de julio de 1836. Ver el Blog: Historia de la Diócesis de Zacatecas. El
Venerable Padre Fr. Antonio Margil de Jesús. Por Bernardo del Hoyo Calzada.
Jueves, 2 de julio de 2015.
[7]
Diario de Durango, “Manuel Guillermo de Lourdes: Conferencias”. 18 de marzo de
1934.
[8]
Baste recordar los francos abusos cometidos por Diego Rivera en sus
interpretaciones historias a lo largo y ancho de su obra donde, para citar sólo un ejemplo de los murales de la Escuela de
Agricultura de Chapingo, empareja las figuras del facineroso Emilio Montano con la de Emiliano Zapata. Exposición Itinerante de Manuel Guillermo de
Lourdes. INBA. Presentación de Fernando Juárez Frías. 1984. Op.Cit. Cit. Cit.
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