jueves, 17 de julio de 2014

Tierra del Alba Por Alberto Espinosa Orozco

Tierra del Alba


Por Alberto Espinosa Orozco 






Jardín
Luna Viuda
Ofrenda
Desvelo
El Regreso
Más Allá
Alma Mía
Intersticio
Atardece
Horizonte
Confín
Ya Ceden
Caímos
Bagdad Olvidadiza
Brilla el Sol
Nocturno Insomne










Jardín

Vuelvo a andar por el jardín del alba
a recorrer el tibio brillo de sus ojos
a tocar con la desnuda planta
la tenue superficie de su estancia.

Me adentro paso a paso por el aire
respiro lentamente en los confines
la clara frugalidad de su abundancia
su fresco andar despierta por el mundo.

Caído del naufragio de la noche
entro a palpar sus ilusas posesiones:
el agua que navega entre los pétalos
y el murmullo de la abeja en su reino.





Luna Viuda

La luna bruja en encajes destila su hielo,
pasea por el cielo, envenena el helio,
rarifica el aire que envidia, se embebe
de ascidia, retuerce su ira en hilos
de araña que chupan la vida soñando
que es ella la reina nocturna del día.





Ofrenda

Vestidos de luz y ya inmortales
Los ausentes nos miran inmutables
Descansando más allá en sus moradas;
No escuchamos de su voz una palabra
Encarcelados en la prisión sonora
Donde el ancho pasado y el futuro estrecho
Conforman y deforman nuestras horas;

Así vamos navegando por el tiempo
Vigilados por los signos ancestrales
Que en recuerdos y otras cifras celestiales
Del numen o en las huellas de algún hado
Nos religan con el mundo antepasado;
No es el festín ni es el instante ambiguo
Que se mueven en el espacio colorido
Lo que ha de convocarnos a reunirnos
Sino la fe en la promesa de otro tiempo
Abierto en el confín del horizonte
Donde los cantos con estrellas resonantes
Harán valer nuestra nostalgia de sus brazos
En el altar del culto que refrenda
El pacto eterno de la querencia arcaica
Para reunir a la familia con la ofenda.





Desvelo

Caídos a la esfera de la noche,
al sitio del naufragio y el olvido
de las sales, el polvo y el estruendo
recuerda el hombre con la tibieza
del sol que le calienta el pecho
como una densa miel que recorre
el vasto laberinto de las venas
el rumor de una fuente en la rivera
en medio de un jardín que florecía
poblado por mil aves que cantaran
solemne himno al que todo lo creara
cerca del manantial en que rodaba
con la música el agua y dos damas conversaban
y un pavo real con dos conejos que saltaban
-la libertad de volver por el sendero
peligroso fue señalada desde siempre
a los seres que habitan el destierro
una mañana en que la sierpe huraña
les mostrara del cuerpo los secretos,
la libertad de quedarse sobre el valle
hirsuto del camino pedregoso les fue dada
también cuando en tumulto prefirieron a la vida
ser esclavos del mágico polvo del sepulcro
donde Hades con sus sombras y fantasmas fugitivos
pueblan el reino de la noche y de los huesos.
La nuestra es la prisión del cuerpo que en espejos
las formas se recrean en sus reflejos
haciendo brillar sus inconsútiles destellos
entre las sombras herrumbradas por vapores,
donde el olvido hace ciertos los temores
volviendo inciertas las figuras pasajeras
al trocarlas por espejismos de la nada
siendo el recuerdo la luz de las miradas.




El Regreso

Este mundo que hallo tan ajeno
que nunca ha sido ni presente o mío
que no encuentro en mis pasos distraídos
que nunca arraiga en el instante
en que sitiado habito; este mundo,
en fin, tan poca cosa, amurallado,
evanescente, extraño, desteñido, ahíto
de no ser más que un reflejo colorido;
este mudo que va ciego entre sus luces,
infestado por el crimen y las cruces,
se diluye entre mis pasos peregrinos
por entre un sendero de polvo, roído
por el tiempo, erosionado, subsumido
bajo el espectral fantasma del olvido.






Más Allá

Más allá de mis pasos peregrinos,
más allá del polvo fugitivo,
y el estridente rumor de la sordera,
la inmensidad del mar,
el cielo azul terqueza,
-y un sentimiento de rubor
que va pesando rosando la cabeza
al sentir sobre el desfiladero del ahora
el horizonte cabal en esta hora
en donde la gaviota sin temor,
por el espacio lavado ya de nubes,
con el fluir del aíre sin congoja
se desliza volando presurosa.




Alma Mía

El alma se hunde en el cuerpo del hombre
como el hueso se hunde en la carne del fruto:
pero no es un hueso, es un pasar, un uso ya sin peso;
el alma duerme, sueña, en el cuerpo de los días,
pero despierta al roce de otro cuerpo que, incorpóreo,
celebra la forma de otra idea en el cuerpo de otra forma,
caminando por un tiempo, monocordes, al desplegar
conformes los cuerpos las miradas del alma sensitivas.

El alma se funde al cuerpo del hombre, más no
sólo por hambre de la caduca carne sino por sed :
por sed de vivir, para insuflar en los sentidos
la voluntad del aire: la dulce música en los ojos,
en la escucha la luz de las caricias, para hacer volar
sobre la espalda el cuerpo con las alas que viajeras
nos levantan del alma prisionera, para ir lavando,
ente las nubes pasajeras, el canto de la carne de la tierra.




Intersticio

Una grieta se abre en el camino
ante los pies atónitos: resbalo
por su estría, caigo en laberintos
sin fin que a la memoria horadan:
desfilan a mi paso quimeras
que se pierden contra el aire,
sin sentido, entre el estruendo
de su inútil aleteo; pasos ciegos
que se tuercen por caminos
que no van a dar a ningún sitio;
nocturnas cataratas; absurdos
sacrificios y sobre el fondo fatal
de la sordera una piedra que rueda,
que cae y cae sin eco hasta perderse
en el silente pozo ahogado de la nada.




Atardece

Atardece: declinan las horas mustias,
la luz del sol envejece, sus llamas
no son las mismas; exhaustas,
en resplandor iluminan las nubes
que van marchando en escuadras,
sedientas, sobre el silente celaje.

El bochorno de las horas pasa, se extingue;
la caballera del día, que era trigo en la mañana,
se seca entre las crueles grisuras  de la tarde
que se apaga, marchando  con solemne amargura
a recostar su cien fatigada en las honduras del agua.

Más allá del horizonte el héroe rubio
también se va y se apaga, se va el lucero
apenas iluminando, a lo lejos, las horas mustias,
que van, que caminan, pero que ya van
andando yertas, como las sombras que andan,
desiertas, sin poder ya ser ellas, las mismas.

El polvo en torbellino levanta al tiempo,
exánime, que ahora es presa del viento
levantándose entre el polvo para luego
dejarse caer fatigado, entre las cenizas
que, sin rescoldos, empiezan a volverse
nada: el segundo, el minuto, la hora

pasan, de un tiempo ya desgastado
cubriendo bajo su manto de ocres
colores la bastedad del poblado
que poco en poco va recordando,
sin remedio, la obra del tiempo fugaz
que, sin durar, la devora el cruel gusano.

La tarde se agota, silenciosamente
se apaga, todo muere,  todo declina,
como si fuera una ruina se desploma
bajo su peso cargada por el tiempo
que el tiempo ha sumando a los días
hundiéndose en un óxido ajado.

La tarde es polvo quemado, el calor
que la encendía se va, los átomos
ya no giran ni le prestan más su vida,
se va, se precipita, hacia la sombra
del cieno, haciendo de barro seco
al olvido en ruda y terca guarida.

Se abre tras las montañas un ulular
extraño: son las compuertas nocturnas;
el dulce sol ya declina, la luz se ha ido
volviendo opaca; en un último suspiro
se ven las chispas del día; nubes naranjas,
luego moradas, luego grises... y luego nada.




Horizonte

La corrupción que rueda a nuestros pies trayendo
los fragmentos obstinados de maravillas obsoletas
que un tiempo pertinaz hollado va volviendo nada;
el airado rugir del mar que en densos torbellinos
mezcla en el caleidoscopio de la arena vida y muerte;
el polvo de la montaña erosionada que se filtra
por las puertas cayendo sobre un fondo de hojas secas;
la reseca costra de la noche con su vago manto roji-negro
donde anida insidioso el tosco ulular del terco olvido;
nada de ello habrá de oscurecer los claros tesoros de la costa
la luz de la bahía transparente y sus riberas donde las conchas
del recuerdo tornasolan al sol las perlas de su nácar:
la estampa de aquel grupo de focas sobre las rocas detenidas;
el largo puente rojo que colgaba entre la niebla que surgía
de aguas aceradas entre las enormes naves encalladas;
o el viejo tren que con equilibrio endeble bamboleante
se deslizaba por cintas de argento a la carrera para ser el viaje
y el claro anuncio del nácar de la otra orilla y sus riveras.





Confín

Vamos por el confín del tiempo
por un sendero de arenas movedizas
entre un valle de sombras cenagosas
encallados en la isla del olvido.

Marchamos lejos, paso a paso, del origen
con el alma sedienta y ya desierta
por siniestros y oscuros arrabales
acosados por presencias vagarosas.

Los botes de otros días y sus mareas
se deslizan a los áridos confines
del reino de las luces espectrales
aherrojados por murallas fantasmales.

Por querer hacer que fuera nuestra
la ley por la cual pertenecemos
no la palabra se escucha en ese valle
 de aletargadas desdichas sin espera

donde el humo mantiene prisioneras
a las antiguas potencias de la tierra
-dejando todo trabajo derramado
en las aguas que corren hacia abajo.

Las cisternas del saber que presumimos
construidas en el fulgor del medio día
quebrantadas en sus hondas cañerías
dejan filtrar el agua de sus posos.

La última gota, sin saber a donde,
se ha derramado o se evapora con la tarde
en el tortuoso valle y no se encuentra
la corriente que manaba de la fuente

sino el vaho, el sudor, tal vez la goma
y los ojos sin luz, cifrados en ambiguas
posesiones o decorando sus pasiones
entre murmullos de la carne amotinada.

Más en el valle está renaciendo el río
del prodigio, surgiendo siempre en medio
de la riënte fuente –no su corriente,
que el tiempo incesante ha desleído.

Porque la sed de luz un día será saciada
por un agua sin salitre y sin abismo
-como el río que crece desbordado
despejando a los vientos movedizos.





Ya Ceden

Ya ceden al Día que se asoma
los vastos poderes de la Noche
y de Hypnos confundidos, como Plutón
y Mamón, en una caja; el manto suave
de luz se tiende como un soplo
sobre la superficie helada que en escarcha
la tierra adormecía y en la yerba muerta
que apenas ayer estaba viva;

Y se anuncia con los cantos del sol
del primer gallo el renovado asombro
de los rayos que hincharán su vigor
orquestal al mediodía... porque viene la Luz
despejando las tinieblas que, febriles,
agitaban el corazón de los serviles
-poniendo al vigilante por templanza
una huella de insomnio en la garganta.





Caímos

El viento turbulento hace estragos
al recorrer las galerías interiores:
las faltas, las angustias, rebeliones,
sordas presiones, cenizas que dejó,
como sus huellas, el fúlgido relámpago;
más allá, el oprimente cubo que de pronto
se incendia entre la arena con la noche
y el cilindro que se ahoga gota a gota
al estrecharse amurallado contra el pozo
dejando el cuenco de las manos roto.

Así caímos de la gracia del Señor,
caímos, y la desdicha cayó como una roca
sin dejar memoria de aquel gozo,
barriendo con las briznas de perfume
que dejaba su presencia inmarcesible;
nuestra barca zozobrante se fue a pique
distante de la playa de hermosura
en la hora amortajada que se hunde
en los ojos sin luz, completamente ciegos,
por al terrible estrago de los yerros.





Bagdad Olvidadiza

Un remolino de polvo invade la ciudad
el barrio, la casa, el jardín, azota las calles
va de prisa, corre vacío, anónimo, ahíto:
barre, asalta corredores, va borrando
el impalpable papel de la memoria
desdibuja la existencia, nuestros pasos
de hombres despreciados por los hombres
de hombres olvidados de los nombres
de nombres desleídos por los hombres:
tolvanera que envuelve el desamparo de los nombres
desconocidos por los hombres envueltos en las sombras;
voces melladas por el medallón de hierro
de una voluntad helada, pautas en blanco
sobre el desierto atril de la mirada.
En el desierto mar de la mirada
el silencio se obceca mientras sopla
el viciado vacío de la nada.



Brilla el Sol

Ya brilla el sol como incesante incendio
en los tiempos nublados del letargo;
los palacios de memoria se levantan
mientras cantan los ausentes que nos faltan
entre nubes de contrastes celestiales
alumbrando puntualmente nuestros pasos
sobre un mundo erosionado ya de tiempo
que marcha insomne al delirante ocaso.

¿Será acaso la enhiesta victoria alada
del alto ángel  con el laurel dorado
que corona las sienes de los hados
que habitaron con nosotros constelados
la que escuche nuestra voz entremezclada
con el polvo desolado de la nada?
¿O será su seña la que cure nuestra pena
de ser siluetas vanas dibujadas en la arena?







Nocturno Insomne

Mundo: muro, horror, valle de lágrimas.
La noche es una losa echada a las espaldas
taladrada por la lluvia imparcial de las imágenes
que asaltan galerías de la memoria sin sus días.

Enjambres de murmullos como dardos pueblan
sus bóvedas sombrías, pervierten sus silencios
entre la escarcha frágil de las horas frías
donde se quiebran sus brotes entre insidias.

Presencias vanas susurran al oído sus crueles
naderías, para volver de hielo a las sonrisas:
tormentas  levantadas como astillas, que ruedan,
en la caída, al fondo negro de la noche impía.







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