Guillermo
Bravo Morán: Breve Semblanza Biográfica
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
El Maestro Guillermo Bravo Moran
(1931-2004), nació en el 7 de noviembre del año de 1931 en la ciudad Victoria
de Durango. Hijo del matrimonio formado por Miguel Bravo y Gabina Morán,
quienes procrearon también a sus hermanos Ricardo, Felipe y Miguel. Casó con
Carolina Izáis con quien engendró tres hijos: Guillermo, Cuauhtémoc y Saskia
Carolina. Realizó sus estudios de
secundaria y preparatoria en el Instituto Juárez de esa misma ciudad. Trabó
contacto con el pintor y muralista Francisco Montoya de la Cruz a los 21 años de edad, en 1952, y al año
siguiente ingresó a la recién formada Escuela de Pintura, Escultura y
Artesanías de la Universidad Juárez del
Estado de Durango, donde estudió la carrera profesional de pintor.
La primera generación de alumnos del maestro
Francisco Montoya de la Cruz, fundador de la Escuela de Pintura de la UJED, fue
una camada príncipe, que ha sido punto de referencia, y en algún caso camino y
sendero para los espíritus llamados a la
creatividad, lo cual prestigia a toda una empresa institucional. En la
primera generación de discípulos y alumnos hay que contar indisociablemente a
dos grandes figuras artísticas, antinómicas por su estilo de vida, pero ambos
unidos por su pasión y entrega artística, siendo figuras indiscutibles, pilar y
cumbre, del al arte regional: me refiero a Guillermo Bravo Morán y Fernando
Mijares Calderón. Girando a su alrededor adquirieron también formaron
artística: Manuel Salas Ceniceros, Federico Esparza, el escultor y pintor
Manuel Soria Quiñones, Salustia Pérez Avitia, Donato Martínez y, por último,
Marcos Martínez Velarde (quien fuera director de la EPEA de 1990 a 2000). Todos
ellos participaron de las enseñanzas de Francisco Montoya de la Cruz, pero
también del Dr. Fajardo, quien tenía la cátedra de Anatomía y Disección; del
Ingeniero José María Zavala y del Licenciado Reno Hernández.
A Francisco Montoya debe Durango el
florecimiento de las artes y el desarrollo artístico de las artesanías en la
entidad, siendo ayudado posteriormente en la conformación de la EPEA sus amigos
y alumnos más cercanos: Guillermo Bravo, Donato Martínez en los Talleres de
Cerámica, Dibujo y Artesanías, Salustia Pérez, Manuel Soria, Manuel Salas
Ceniceros, Marcos Martínez Velarde y Federico Esparza.
A ellos siguieron como
alumnos y discípulos de gran muralista y pintor una verdadera pléyade de
astros, mayores y menores, entre los que cabe mencionar a los pintores Armando
Blancarte, quien destacaría como cantante de original estilo y notables timbres
emocionales, José Luis Calzada, Jorge Flores Escalante, Candelario Vázquez,
Elizabeth Linden, Adolfo Torres Cabral, Oscar Escalante, Alberto Tirión, Larry
Herrera, hasta llegar pues al mismo día de hoy -donde destacan los artistas
Ricardo Fernández, Oscar Mendoza, Luis Sandoval, Alma Santillán, Yanira
Bustamante, Felipe Piña y, un poco más lejos, José Luis Ramírez. Con ello se
formó un verdadero organismo social, vivo y en movimiento, en cuya dinamicidad
se han ido dibujando sobre la meseta del desierto durangueño toda una constelación
de valores artísticos con peso, densidad y gravedad propia, la cual no ha
dejado de irradiar con sus disímbolas
luces a escala nacional e internacional.
II
Luego de absorber y practicar las enseñanzas
de Francisco Montoya de la Cruz en la recién formada Escuela de Pintura en el
Edificio Central de la UJED, el joven maestro Guillermo Bravo marcha, para
finales de la década de los 50´s, a la ciudad de México, especializándose en
los estudios prácticos con el objeto de adquirir la más rigurosa y completa
formación artística. Asiste a los
Talleres de Pintura de “La Esmeralda” y estudia en la Escuela de Diseño y
Artesanías de la Ciudadela, dirigida por el muralista José Chávez Morado
(1909-2002), participando en su Taller de Integración Plástica, siendo luego su
ayudante y colaborador en los primeros pasos de la realización del mural de la
Escalera de la Albóndiga de Granaditas, Guanajato.
En la pintura del guanajuatense se alían los
elementos fantásticos con los de la crítica social. Sus cualidades expresivas,
no carentes de lirismo, destilan sin embargo humor negro. Autor cáustico, que
mira la realidad al través del espejo oscuro, estando sus estilizaciones
expresionistas cargadas de sarcasmos, ásperas ironías y de escenas grotescas.
Algunas de sus obras expresan críticamente el principio de contingencia
universal, donde el nihilismo de la muerte de Dios abre las puertas al azar y
al sin-sentido, en el que la negra angustia hace del cielo un desierto y donde
la vida que es muerte inventa la orfandad del hombre. Gusto, pues, por lo sublime
irregular y por la alteridad, por lo grotesco, lo horrible o extraño, que da
rienda suelta al onirismo que mezcla y confunde los géneros, y en el que la
gota de la nada perfora la roca por donde brota, no el manantial del tiempo,
sino del absurdo – en una especie de
línea sin solución de continuidad que toca a Chávez Morado, que empieza con
Roberto Montenego y se prolonga hasta Juan Soriano.
Al lado de Chávez Morado el joven maestro
durangueño Guillermo Bravo Morán pulió sus cualidades como dibujante,
adquiriendo una serie de técnicas novedosas y
un gusto refinadísimo como colorista. Con el maestro guanajuatense
asimiló amplios conocimientos técnicos, destacando la manera en que aplicaba
con gran facilidad la materia plástica, de un modo traslucido, conjuntando sabiamente a la vez
la fantasía con la reflexión cáustica –logrando con tales armas ópticas
penetrar en los abismos y horrores de su tierra natal, asolada por la
promiscuidad y la miseria, aunque también cruzada por idealistas quijotescos. De sus enseñanzas con el maestro
guanajuatense adquirió asimismo la expresión contundente de las forma, en cuyas
estilizaciones hay algo de los ingredientes propios del expresionismo, pero
también cierto facetismo geométrico -heredado no tanto del cubismo como de José
Clemente Orozco y, yendo más atrás, de Santiago Rebull. De aquella enseñanza
guardó la obra de Bravo una especie de sano escepticismo respecto a la
modernidad y su sobrevaloración del futuro, una agudeza en la mirada para
detectar los puntos críticos a partir de los cuales se tambalea el mundo en
torno.
También aprendió a su lado el gusto
auténtico por la estética popular mexicana, presente en sarapes, sombreros y
juguetes, hermanándose de tal suerte con el espíritu de las fiestas y las costumbres
regionales y su peculiar modo, que habría que calificar de contemplativo y a la
vez estoico, de recogimiento interior. Distancia crítica, pues, que le permitió
observar sin inmutarse tanto la miseria del mundo en torno como la estridente
sordera de sus contemporáneos, sin perder por ello el calor humano y una
especie de discreta emoción estética, muy poco común, a la que no faltaban los
ingredientes de la ironía, añadiendo a todo ello, más que la fantasía, el rapto
visionario, ya de carácter poético, ya estrictamente metafísico y religioso.
III
Luego de esa experiencia formativa,
Guillermo Bravo marcha a Michoacán, para perfeccionar su disciplina y absorber
las enseñanzas sobre las técnicas murales en la Escuela de Pintura, Escultura y
Artesanías de Morelia con el maestro pintor, grabador, escultor y diseñador de
joyas Alfredo Zalce Torres (1908-2003), con quien halló una serie de afinidades
temperamentales y estéticas, cuando ya Zalce se había constituido como una
figura central dentro del arte contemporáneo mexicano y como uno de los grandes
pilares de la segunda hornada del Movimiento Muralista, junto con José Chávez
Morado y Francisco Montoya de la Cruz, a los que hay que sumar a Raul Anguiano,
Juan O´Gorman, Pablo O’ Higgins, Francisco Cantú y Jorge González Camarena.
Del maestro Zalce aprendió Guillermo Bravo
la concepción plástica marcada por la pureza de gusto, por la búsqueda de la
belleza a partir de la forma, la sobriedad, la suavidad y la armonización del
color. Se interesó también por lograr una especie de síntesis extraída del
impresionismo y de las abstracciones vanguardistas, participando del amor por
el paisaje nacional, cuyo punto final en el horizonte se articula como una
especie de filosofía geográfica, que imbrica el espacio con la concepción
temporal de nuestra singularidad nacional en cuanto a su destino histórico
-tema recurrente que desarrollaría el maestro durangueño a todo lo largo su
obra. Junto a Zalce el maestro durangueño se impregnó de la fascinación que
ejercen los mercados y los paisajes rurales, ahondando así en los temas de las
costumbres y los oficios populares, retratando a las mujeres indígenas con sus
atuendos y preocupándose hondamente por las festividades regionales, así como
por las arcaicas tradiciones de las que emanan.
El joven maestro durangueño aprendió así de
Alfredo Zalce que el oficio artístico es una vocación marcada con las notas
de la
responsabilidad y la pureza, únicos medios para que la obra artística
sirva con toda su fuerza, para que brille en esplendor y su colorido, al
destilar y saber conservar la frescura, la musicalidad y el ritmo propio de la verdadera vida.
Búsqueda, pues, de la transparencia: de la
pertenencia e inocencia originaria. No la de un mundo perdido, fantástico u
onírico, sino aquella que surge en medio de la diafanidad de lo real, donde se
celebran las nupcias de la quietud de la forma con la gracia del movimiento.
Afirmación de un tiempo diferente al de la historia, de un tiempo donde el alma
del mundo y de la naturaleza se vuelve presencia diáfana, potente para expresar
el espíritu de un lugar. El arte, pues, visto como un espejo en el que el mundo
y la naturaleza misma se miran y al expresarse también nos reflejan a nosotros
mismos.
Viaje de vuelta, pues, al solar nativo y
retorno al sabor de la tierra. Y todo ello enmarcado, en un esfuerzo conjunto,
acorde a nuestra zaga cultural, de introspección histórica a las raíces y humus
nutricios de nuestra alma nacional -a la que el artista tuvo el valor de mirar
de frente, como muy pocos artistas lo han logrado, para sondear la entraña
misma de donde emana nuestra realidad.
Tarea que se resolvió como una búsqueda de un estilo nacional
originario, que mucho tiene hoy día que decir sobre el fondo real del ser del mexicano,
afín por su idiosincrasia e historia a una especie de “nuevo clasicismo”, que
ha intentado consolidar el equilibrio de
la forma, hasta llegar a una especie de fórmula matemática en la estética, de
la que habla Samuel Ramos, para mostrar lo específico de nuestra cultura en
moldes que logren alcanzar la trascendencia universal de los valores. Estética
efectivamente alimentada por un sentimiento profundamente propio, que atiende a
la voluntad de formar una cultura nacional auténtica, ajena al desgaste
vertiginoso del mercado, fincada en principios claros. Cultura potente, pues,
para descubrir y preservar valores latentes e inéditos en los elementos
inmediatos que nos rodean, vigorizando así las más caras prendas del carácter
propio y lograr un verdadero despertar de la conciencia individual y colectiva.
El maestro Guillermo Bravo Morán dejo a la
posteridad un puñado de murales, pero de altísimo valor estético y reflexivo.
El primero de ellos lo pintó a los pocos años de su regreso a la ciudad de
Durango, en la flamante Casa de la Juventud,
en el año de 1961, plasmado sobre un muro semicircular en el lobby de
la institución el tema del Desarrollo
Industrial. Se trata ya de una obra sorprendente, tanto por sus calidades
técnicas como compositivas, el cual puede verse como una respuesta, crítica y
desgarrada, frente al optimismo con el que algunos muralistas habían enfrentado
el tema de la modernidad, dialogando especialmente con la obra de José Chávez
Morado “La conquista de la energía”. Porque la participación de Bravo en el
Taller de Integración Plástica y su contacto con el maestro guanajuatense le
abrió los ojos a esa presencia oscura que late detrás de las vanguardias
estéticas y las revoluciones sociales del siglo XX: el sólito fenómeno del desconocimiento
estimativo y práctico de la persona, y el de la orfandad del hombre. Fue
entonces cuando se enfrentó al chancro que roe la conciencia moderna, a ese
nihilismo cuyo silencio ensordecedor abre las puertas a la ceguera del azar y
de lo absurdo, saturando las obras artísticas de saltos, cabriolas y cambios
súbitos, corroyéndolas de un humor
tornasolado –donde la risa se transforma en llanto mientras Satán se asoma disfrazado de payaso.
Unos años más tarde
el pintor durangueño realizó al acrílico
un pequeño mural en el Hotel Casa Blanca en el año de 1965, el cual se
encuentra en el pequeño Bar Eugenio, pintado sobre triplay transportable y
titulado “Ofertorio”, en donde la conciencia cristiana da un paso atrás,
queriendo lavar la angustia de la caída y salvarse del abismo de la
contingencia. Exploración, pues, del otro recurso de las revoluciones modernas:
el retorno al origen y al pacto primordial: la búsqueda del manantial perdido y
del agua purificante de la vida. Sin embargo, la recuperación de la
transparencia y de la inocencia originaria, donde se intenta la fusión en la
contemplación de la naturaliza con el tiempo sin fechas de la tradición y del
mito, toma los caracteres más dramáticos de una recuperar amenazada por las
fuerzas hostiles del espíritu, que quisieran impedir la alianza del hombre con
el mundo de lo sobrenatural y trascendente. Porque no se trata ya de la
búsqueda de un lenguaje perdido, donde por virtud de la analogía cósmica todo,
la forma, el color, el perfume, el movimiento, es recíproco y se funde material
y espiritualmente; de lo que ahora se trata es el atento examen de las
costumbres tradicionales, ya prácticamente exangües, ya rodeadas por las
presiones de la tiempo o de la corrupción, ya por oscuros seres asechantes.
IV
En el año de 1964 el maestro Guillermo Bravo
fue el primero en participar en el “Taller-Escuela de Cuernavaca” (La Tallera)
de David Alfaro Siqueiros, recién salido de prisión, para colaborar en su nuevo
proyecto mural para la Sala de Convenciones del Casino del Selva y que
terminaría por ser el Polyforum Cultural. A partir de una serie de fotografías
desordenas y de dibujos estructurales que le entregó Siqueiros, y luego de
trabajar por varios años como Jefe de Talleres en la fachada del Polyforum, hasta
principios de 1970, el maestro del muralismo mexicano le rescindió el contrato,
no sin antes reconocer en una carta las
dotes y aptitudes del maestro Guillermo Bravo, poco frecuentes, para ese “arte
mayor” que es el muralismo, Pocos artistas, en efecto, tienen esa rara
capacidad para realizar obras de gran amplitud, tal preocupación por la
grandiosidad de la expresión aunada al talento visionario. Cualidades todas ellas demostradas por el
maestro durangueño más que sobradamente en lo que sería su obra mural maestra
en el antiguo Palacio de Zambrano (hoy en día Museo Francisco Villa) de la
ciudad de Durango, realizando en 1979 una fabulosa alegoría, modernista y de
colores vivos, sobre el desarrollo histórico de México titulado “Alegoría del
Desarrollo de México: Raíces de su Historia”.
Luego de terminar su
participación en la realización del proyecto del Polyforum Cultural al lado del
gran muralista David Alfaro Siquieros y de su equipo, y de una estadía en la
capital de la república dedicado exclusivamente a la creación personal, el
maestro Guillermo Bravo regresó a Durango en 1972 y se incorpora nuevamente a
lo docencia. A los pocos años recibió el encargo de decorar el muro de un
flamante salón de actos en la Facultad de Derecho de la UJED. Impregnado de
lleno con la experiencia del Polyforum, Bravo Morán llevó a cabo en el año de
1976 un mural pintado sobre un gran bastidor en la técnica de acrílico,
titulado: “La Justica, el Falso Profeta
y el Abogado del Diablo”, verdadera síntesis de su experiencia plástica,
dejando para la comunidad universitaria durangueña un extraordinario lienzo de
grandes dimensiones, de carácter visionario, cuyo tema es el del Apocalipsis
anunciado por el evangelista San Juan. Tres años más tarde, en 1979, llevaría a
cabo en el antiguo Palacio de Zambrano, en aquel tiempo cede de los poderes
gubernamentales, su obra cumbre: la compleja alegoría titulada “Alegoría del
Desarrollo de México: Raíces de su Historia”.
Su labor de más de
cuatro décadas de infatigables esfuerzos culminó en los últimos años siendo
director del Museo de Arte Contemporáneo “Ángel Zárraga” (MACAZ), pues a
principios del año de 1999, estando Don Héctor Palencia al frente de la
Dirección de Asuntos Culturales de Durango (dependencia de la SEP), llamó a su querido amigo Guillermo Bravo
Morán para que fuera el primer director del flamante museo, puesto que ocupo
hasta su muerte, el día 20 de diciembre de 2004.
En
cada una de sus obras y en la totalidad de su trayectoria pedagógica y práctica
pueden palparse los hilos que comunican a sus imágenes y obra entera con la
tradición, bajo la forma de una ligazón con la memoria social, tomada como lo
que en realidad es: el tiempo vivido que cifrado en la memoria de un grupo
permite la orientación de los caminos, haciendo posible todo cambio y todo
progreso, jerarquizando los valores en toda su altura y profundidad -también
como lo que hace posible que cada nueva generación no sea el mero sustituto de
la anterior, sino su relevo real en el tiempo, o su heredera. Porque la
sociedad humana, a diferencia de la animal, no comienza todos los días
partiendo exclusivamente de la memoria genética o meramente individual, en un
tiempo repetitivo, estacional o mecánico, sino en un tiempo orientado cuyo
sentido es a la vez el tiempo de la memoria social y la memoria inabarcable e
inaprensible de la especie. En la búsqueda de ese fundamento y de ese origen,
el Maestro Bravo descubrió por sí mismo el drama radical del ser humano: el ser
a la vez sí mismo, el individuo, y la especie. También el estar el hombre en
una síntesis del cuerpo y del alma puesta por el espíritu. Revivió así el drama
existencialista de su tiempo: ser el hombre por su historia y su memoria
social, contemporáneo de todos los hombres, reviviendo así la posibilidad
inscrita en nuestra singular especie histórica de rozar en el presente la
presencia entera de la especie.
El decir de la imagen auténtica sólo puede
alcanzar la autenticidad en la plenitud –y sólo es plena cuanto más plenamente
repita, con fidelidad, lo que una vez fue dicho. La reconstrucción del abanico
de la totalidad o de sus imágenes prístinas sólo puede ser reconstrucción,
rearticulación, repetición – de lo mismo en el fondo. El lenguaje estético del
Maestro Guillermo Bravo Morán estuvo siempre y estará en su obra marcado por
las notas de su original personalidad, de su amor por la tradición y el sentido, siendo legitimado por ellos,
siendo por su herencia una de las formas en que una cultura dio expresión a su
tiempo bajo la forma de la crítica no menos que de la belleza y me atrevería a
decir, también, de la piedad y de la justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario