Cultura
Bárbara o Chantaje Existencial
Por
Alberto Espinosa Orozco
Quisiera despejar un lamentable equívoco
sobra la idea de "cultura". La palabra cultura, "colere" en latín, que en su origen se
aplicaba al cultivo de plantas y animales, al cultivo del agro, pronto se
convirtió en la voz idónea para referirse al cultivo de la cosas del espíritu,
al cultivo del jardín interior. Así a terminado por significar las obras de la
actividad espiritual pura, pero también otras formas de acción inspiradas por
el espíritu -señaladamente la obra educación, a la acción de trasmisión de la tradición espiritual de un
pueblo a través de una generación a otra, pues exclusiva de la naturaleza
humana es esa trasmisión del espíritu llevada a cabo por la acción educativa,
formadora de hombres al ayudarlos a entrar a ese mundo espiritual, en un doble
proceso de familiarización, asimilación y recreación de sus contenidos por
medio de la estructura imbricada de la sucesión de generaciones, donde los
mayores inician al los más jóvenes en ese universo de sentido, en ese mundo de
valores trascendentes que por su importancia para la vida humana, para la
persona y la comunidad, tienen la marca de la universalidad. Sin embargo la palabra "cultura"
puede sufrir de usos laxos, abusivos, que superan con mucho la extensión propia
de su concepto, o es empleado con intenciones aviesas.
Así, fuera de todo derecho, se habla de la
cultura de la impunidad, del compadrazgo, de la trácala, o hablar de una
cultura de la exclusión, del chantaje y la provocación, o de una cultura del
pelado, refiriéndose con ello a usos y costumbres de un conglomerado humano, es
emplear la expresión de forma tan laxa cuan confundente, lo cual no puede sino
tener como resultado un vago humanismo que pasa ante una comunidad por cultura.
Hablar de cultura vanguardista, designando
con ello lo que no es más que moda pasajera y subjetiva, es evidentemente un
exceso, el cual puede y efectivamente ha llegado al extremo de aceptar que la cultura coincide con la
conveniencia social del statu quo o con la degeneración de costumbres e incluso
de la misma esencia humana, llegando con ello a intentar avalar socialmente el
primitivismo intelectual, el rampante permisionismo individualista de todo
genero o la corrupción generalizada. No.
La cultura por sí misma, por el contrario,
crea por su misma constitución lo que bien puede llaméese "esferas de
autonomía" -en nuestro medio lamentablemente hoyadas muchas veces por la
dependencia que hay entre sus instituciones propias (institutos y casas de la
cultura, escuelas de arte, universidades, etc.) y la política. Punzante problemática
a la que hay sumar las presiones que desde varios ángulos imprime a la cultura
moderna y contemporánea nuestra la civilización tecnocrática, progresiva,
positivista y dominante, de la actualidad. Una cultura sana no pude ser
heterónoma respecto de esas potencias, so pena de quedar completamente
despersonalizada y reducida a escombros. La acción política que viene de afuera
de su seno para torcer su sentido propio, para llevar agua a su molino como
vernáculamente se dice, empobrece la acción conjunta de sus miembros, volviendo
a sus elementos frecuentemente autómatas de una técnica pero completamente
desorientados respecto del sentido humano de la vida -cuya misión debería
justamente ser la contraria: la de humanizar la realidad toda, toda, desde el grano
de arena hasta el astro.
Criticar vicios y ficciones de nuestro medio
cultural, intelectual y artístico, tan propenso a la ficción, al individualismo
sordo, a la imitación descarada, al mexicanismo de disfraz, de cohete y de
alarido, y sobre todo al equívoco delirante respecto de la magnitud de la
propia valía, criticar tales actitudes, decía, ha sido tarea de la filosofía de
la cultura mexicana, ya explícitamente en el psicoanálisis del mexicano
emprendido por Samuel Ramos desde 1934 -pero continuado sin solución por un
puñado de hombres preocupados por la autenticidad de nuestra singular forma de
ser y de nuestro destino histórico como nación. Sus antecedentes y
consecuencias también hay que buscarlas en José Vasconcelos y Antonio Caso, sus
desarrollos más plenos en la obra del mismo Vasconcelos en los 4 tomos de su
impresionante biografía así como otras suyas, como en ¿Qué es Revolución?
(editado por la UJED), obras a las que han seguido libros claves sobre nuestra
idiosincrasia e historia como El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz o la
última obra ensayística de Tomás Segovia (Cartas Cabales, Resistencia, etc.).
En su centro se encuentra el movimiento espiritual de la Filosofía de lo
Mexicano, emprendido por José Gaos entre 1940 y 1950 con varios libros y
antologías en su haber.
Los extremos y extremismos de nuestro tiempo
jalonan por decirlo el núcleo de la cultura mexicana propia, occidental,
derivada, criolla y mestiza, en proceso de consolidación, hacia fronteras que
se antojan ya abismales: por un lado el abstraccionismo de contenidos del
espíritu ajenos a toda realidad efectiva humana, el cual imita las grandes
construcciones decimonónicas de la germanía, por el otro un falso mexicanismo
que se conforma con disfrazarse de enchilada colgándose el metate al cogote e
invocar la luz de los astros superiores en una especie de astrologísmo
supersticioso. Una corriente más, que sin ser ni de derechas ni de izquierdas,
apela desenfrenadamente a la masa y a la violencia para lograr sus objetivos, sin
trascendencia cultural alguna, humanos demasiado humanos, que apela a la razón
histórica (???) para satisfacer sus caprichos o atenuar sus complejos de
inferioridad y que termina cayendo de bruces en el más leso pragmatismo y
utilitarismo al comprobar por experiencia propia que no consisten sus
movimientos en otra cosa que en una generalizada invocación al caos.
La cultura mexicana, además del cultivo de
sus más preciadas gemas y flores, del trabajo de labranza de su huerto más
esmerado y del cuidado a la urna del pensamiento a donde se dirigen nuestras
más caras plegarias, tiene desde hace varias décadas como misión sustantiva la
de reformar moralmente nuestras costumbres de convivencia elementales, la de
formar hombres autónomos y en posibilidades, ya no digamos de recrear los
contenidos de la alta cultura, pero siquiera de ordenarlos para poder hacer de
ellos un organismo vivo. Naturalmente esa tarea no puede resuelta por un
individuo, acaso ni siquiera por una sola generación de mexicanos, sino por una
tarea conjunta de varias generaciones imbricadas de ellos que involucre a
varios sectores de la sociedad en esa magna obra del espíritu colectivo
nacional - tarea no susceptible de ser entendida por hombres motivados por sus
pasiones desviadas, por su sordo egoísmo, por su "cultura" de la
familia burrón o por su extremo subjetivismo y narcisismo individual, es decir,
por hombres que por la disipación y errar de sus vidas, que por su
recalcitrante existencialismo embotador de la conciencia, padecen una anemia
crónica e insuficiencia constitutiva en la materia de educación.
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