Mictlán: Homenaje a Tomás C.
Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(5ª
Parte)
V
Tomás
Castro Bringas se afanó como nadie en su labor artística, al sentir la
necesidad de un arte potente para enfrentar la crisis de nuestro tiempo. Crisis
de proporciones intimidantes es, en efecto, la de nuestro tiempo, la cual se
presenta como una falla generalizada del mundo en torno, en la que el mismo
mundo se tambalea. De ahí que la obra del grabador abunde radicalmente en los
claroscuros, que hunda el buril hasta herir profundamente la lámina de cobre y
tocar las sombras más densas de la noche, o que de realce en el gofrado a las
más claras luces del espíritu, por lo que se puede considerar su arte como el
de una obra crítica.
Estado
crítico, último, de la crisis de nuestra era, tiempo o mundo, en que se ha dado
el subjetivismo rapante de los valores y el rampante emotivismo ético, producto
del materialismo contemporáneo y del evolucionismo moderno dado en comparar al
hombre con lo inferior, con lo irracional o inconsciente. Lo que ha llevado ya
no digamos a la deshumanización del arte, sino del hombre mismo, que se ha
quedado nudo, teniendo historia pero sin esencia redentora, complaciéndose
incluso en el regodeo o en la complicidad con la vileza. Siglo antisolemne de
rebeldes sin causa, caracterizado por la superficialidad y por la simulación,
donde los hombres, al aparentar lo que no son, creyendo en nada, se vuelven
nada ellos mismos. Época sembrada de falsificación y de confusión en los valores,
degradada y excéntrica, donde abiertamente se menosprecian las ideas y la vida
edificante del espíritu.
Mundo meramente
materialista, en efecto, dominado por los instintos, por los impulsos, por las
tendencias, por lo inferior o lo más bajo del alma o naturaleza humana, que se
coloca sobre lo superior, e incluso intenta erigirse por arriba del espíritu,
desconociéndolo, sobajándolo ignorándolo o volviéndolo invisible. Mundo en
donde lo menos valioso, pues, se convierte de pronto en lo más potente,
mientras el espíritu, celebrado como lo más valioso, se muestra impotente ante
otras potencias que han venido a suplantarlo, quedando inerme frente a la síntesis
de los impulsos enemigos o la rabiosa de la estética del peligro. Mundo de aletargados,
de dormidos o de muertos en vida, donde lo que debía ser sujeto y domesticado
se ha vuelto el amo, en una clara inversión de los valores, con la consecuente
ceguera o desdén para lo más valioso. Adoradores de la nada o súbditos de Mamón,
en quienes prende fácilmente la tentación animal de dominar al congénere, la
tendencia a descalificarlo o hacer caso omiso de su persona, en la cerrazón y
exclusión del egoísmo, en la estentórea avaricia del individualismo o en la
adoración idólatra del conflicto y los
antagonismos.
Era de
despótico desconocimiento de la persona, pues, no sólo en un sentido
gnoseológico, sino axiológico, estimativo y práctico, donde se anula su valor
para proceder brutalmente con ella. Desconocimiento y menosprecio de la persona humana en cuanto
tal, o que se complace en abatir al otro o desalentarlo, para luego utilizarlo
como un utensilio o artefacto. Rebajamiento y ninguneo de la persona, en
efecto, que es obra del hedonismo y el materialismo contemporáneo.
Crisis
de nuestro tiempo, pues, que se especifica en la circunstancia local bajo la
forma de la saña o de la agresiva befa, en la inversión axiológica de la
despectiva chunga, de la agresiva befa y
del relajo, lo mismo en el delirio negativo y estéril del pachuco, que en la
rigidez acartonada de la solemnidad efímera, en la esclerosis de los arcaísmos
ritualizados que en la repetitiva cacofonía de la ideología, en la pobreza de
miras provinciana, la xenofobia cordial contra el extraño, redundantes siempre
en la exclusión del otro, usando para ello como velo de pudor lo que merecería
más bien todo un manto de hipocresía. Apariencias vagas, sin embargo, sin
verdadera realidad, que ocultan los complejos de nuestro ser disminuido, que
pudiendo serlo todo, se conforma mejor con no ser nada. Rémoras que impiden
realizarnos como individuos y que frustran la realización de una comunidad, que
vaciando al sujeto de todo carácter auténtico, para medrar socialmente sin
centro ni verdadera intimidad.
El arte
del maestro se postuló entonces como un arte crítico, por tener que romper los
condicionamientos y automatismos mecánicos que nos adhieren a la materia vulgar
o a lo que es ajeno, vaciando el ser de toda interioridad e intimidad. Crítico
de nuestro oscurantista tiempo en ruinas, el artista se interesó en
diagnosticar también los vicios propios del mexicano, para devastarlos con los
cloros del humor, el sarcasmo y la ironía. Vicios de carácter que llevan a
falsos modos de relacionarnos socialmente, que van del autoritarismo ramplón a
la réproba vociferación, de los atavismos con que el hombre viejo encadena y
desaloja a las almas de su centro, al complejo de inferioridad de nuestra
cultura imitativa.
Rémoras
psíquicas y sociales, como la miseria material o moral que invitan a la
perdición, como los miedos y temores que paralizan la acción o la melancolía y
le nostalgia que cunden de resentimiento a la edad. Soledades ariscas,
solazadas en el albur de los valores, en los petardos verbales del lépero, en
el exhibicionismo inmoral del pelado, o en los estentóreos modos de dominación
del macho mexicano, que cubre con una máscara de valentía la frágil inseguridad
de su existencia. Realidades ariscas a las que el artista antepuso una
filosofía de la persona: la exigencia de crear dentro de sí una verdadera interioridad
y de construir en lo social la casa del hombre La reacción decidida ante la
crisis del poder del espíritu, no se hiso esperar, diagnosticando los problemas
más patentes de nuestro tiempo, lo mismo que detectando las heridas y de
integración dolientes llagas del alma nacional.
Arte
crítico, en efecto, que yendo a fondo enfrentó directamente y sin rehuirlo el
problema radical de la naturaleza humana, debatida entre el espíritu y la
materia, desterrando tendencias y combatiendo veleidades, formando y
equilibrando el espíritu para potenciar su esencia. Señalando con su poderosos
buril las sombras cenagosas que roen el alma colectiva, Tomás Bringas fue dejando
atrás las vacuas rebeliones e idolatrías de la sociedad tecnocrática moderna,
el hueco academicismo estéril, la ceguera para los valores, la codicia del
mercado, la vileza de la indistinción y la fealdad de la infrahumanidad, apoyándose
entonces en una firme creencia y en una fe, que tenía como foco la comunidad y
la valoración social de nosotros mismos, fundada en actos positivos y de
integración, en una labor constructiva, cuyo objeto era llegar a la perfecta
conciencia de nosotros mismos, de nuestra alma nacional, cristiana y morisca y
rayada de azteca.
Salvación
de las circunstancias culturales por la cultura misma, pues, cuya tarea fue la de
potenciar nuestras posibilidades, interviniendo positivamente en ellas, en el
rescate y conformación de la cultura propia, para llegar finalmente a la claridad
de la realización cumplida.
Ante
tan hirsuto y agreste panorama, ante el agudo problema de la positiva
indistinción de los valores, la estética del maestro Bringas imaginó así una
rica e ingeniosa solución práctica, consistente en afinar el criterio de lo
humano a partir de su propia personalidad, en el sentido de tener claridad de
juicio, de entender, de discriminar ente bienes y males, al postularse
conscientemente como un habitante o morador del mundo, sabiendo a la vez que no
era más que un pasajero en tierra, un ser transeúnte, transitorio, fijito, a
fin de cuentas mortal, en búsqueda de la verdadera patria. Porque la
extraordinaria personalidad del artista tenía, en efecto, algo del carácter del
peregrino.
Habitar
el mundo como ser humano, morar en la tierra como su hijo, implica el
desarrollo de toda una antropología o filosofía de la persona, pero también de
las circunstancias concretas y de lo mexicano, de lo que significa ser
habitante de un lugar particular, para poder potenciar así tanto a las
personalidades individuales como a las personalidades colectivas: para poder
plenamente pertenecer. Porque lo que animaba íntimamente al maestro Tomás
Bringas siempre fue la convicción del profundo valor de nuestra cultura y de
nuestra alma nacional. Tarea positiva de fortalecernos como comunidad, labor
crítica también, de conocernos a nosotros mismos para poder extirpar los
temores, solecismos e impedimentas, para erradicar las rémoras que nos dañan e
impiden avanzar, para así alcanzar el pleno desarrollo y la verdadera
universalización de nuestros valores.
El
genio del maestro Tomás C. Bringas, estaba poblado por fuertes contrastes y
ricos claroscuros, donde convivían en perfecta armonía el sarcasmo con la
alegría, la gravedad con la sonrisa afable, la generosidad al brindar a otros
sus conocimientos con el imparable empuje de su dinamismo, la férrea
personalidad con el sentido lúdico y juguetón de la existencia, la curiosidad
por todo con la abstracción en la labor debida. Compleja y rica personalidad,
hecha de profundos pliegues y repliegues, cuyos valores antropológicos se
resolvieron bajo la forma de la autenticidad y de la transparencia.
Espíritu
libre e independiente, del que manaba su encantadora personalidad y su paradójica
humildad orgullosa, donde sin ceder al deseo de importancia ejercía una especie
de abnegada solicitud, en medio de la cordial tenacidad de su ternura. Espontáneo
espíritu de sacrificio que, combinado con su curiosa voluntad de tener que ver
con los otros, miraba siempre de reojo el horizonte indescifrable del misterio.
Empresa individual, que no se arredro ante las grandes dificultades, dando batallas
cotidianas y atravesado escollos, demostrando con su entusiasmado empuje que en
el arte de la gráfica todo puede suceder.
Porque
su energía y dinamismo infatigable surgía de un deseo puro, de amor por la
sobresignificación de la vida, donde su abnegación era un trabajo que manaba
sin esfuerzo, por ser un fluir con la vida, haciendo una especie de vacío de sí
para que, sin estorbarla, apareciera la verdad, que hace discernibles los
valores ,obligando a quien los mira a hacerse también verdad –pero que se
ocultan a quienes son mentira, a quienes simplemente no pueden reconocerlos
porque no los ven. Actitud de deseo puro y de apertura, de aceptar vivir de
manera transparente, que es aceptar crear, porque crear es hacer vivir algo y llevándolo
a la luz. Creación que es a la vez hacer la casa y entrar en un templo, en un
lugar sagrado. Arte con mirada, quiero decir, que responde y da cuenta de sí,
que se explica, pero que a la vez nos necesita, puesto que pide a su vez que
nosotros a su vez lo comprendamos y, por tanto, también a responderle.
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