Extemporáneos
Eloy Tarsicio: la Tierra y la Historia
Por Alberto Espinosa Orozco
El arte nuevo del espacio
trabajado plásticamente, llamado con los diversos nombres de “realizativo”, “performance”
“happening”, o más recientemente “instalación“, apenas empieza a
cultivarse en nuestro medio, remontándose su ejercicio visual apenas a algunos
lustros atrás, siendo hoy día una de las expresiones visuales más contundentes
y, por decirlo así, más necesarias. Se trata de significados plásticos que
dominan amplios espacios públicos, más dinámicos que la compleja y pesada
estructura mural, donde buscar y en casos encontrar los símbolos de nosotros
mismos desde nuestra circunstancia, desde el aquí y el ahora (hit et nunc), para dirigir la
atención a donde sea. Ejercicios, pues que parten de la circunstancia concreta
de cada uno de nosotros en el tiempo histórico moderno-contemporáneo, incluso
postmoderno, que nos ha tocado en suerte generacionalmente vivir, para
reflexionar en alguno de sus contenidos ópticos o para crear por la imaginación
la proyección de una moción o emoción, de una intención o intensidad del ánimo
latente en nuestro espíritu.
En esta ocasión el artista
mexicano Eloy Tarsicio presenta la instalación “Actual + Tradicional”, en la sala Fernando Ramírez del ICED,
retomando con ello uno de los temas obscedentes de la Escuela Mexicana de
Pintura y del movimiento del Nacionalismo Cultural inscrito en nuestra
tradición: la pregunta por la búsqueda de los orígenes y el descubrimiento de
nuestro ser auténtico. Arte nuevo en el que hay que superar un primer momento
de frustración ante la expectativa del lienzo propio al caballete, para luego
asimilar, poco a poco, un género estético inédito: aquel que combina la
teatralidad de la escenografía con la reflexión in situ del espacio arquitectónico, al través de unos cuantos
símbolos, en cuya frugalidad poder leer un radiograma del México moderno, sin
perder su color local y su regionalismo peculiar. El artista, así, se concentra
en un conjunto de signos visuales tendientes a la reconciliación con la tierra,
el viento, el fuego y el agua primordiales, realizando para ello una panorámica
macro histórica en donde todas las épocas culturales conviven para edificar la
casa de la presencia. Pararrayos o aguja lumínica que como un lente de aumento
potencia concentrando la reflexión sobre el espacio arquitectónico de una
región geográfica, que envuelve y rodea por todas partes a la instalación,
creando con ello, intuitivamente y en formas plásticas, un recinto de intimidad
donde los símbolos de nuestro pasado confluyen para su integración.
Tales expresiones, marcadas
con el signo de lo efímero, alcanzan el deslumbramiento estético o la inmersión
a un pasado de manera visionaria, como lo logró en su momento José Clemente
Orozco. Son entonces poderosos emblemas que habitan enterrados en la memoria
inconsciente del mexicano actual: nopales sangrantes que llevamos a cuestas
como en una penitencia, o ídolos a punto de formarse, que de pronto se vuelven
solamente tierra, disolviéndose en polvo, o transmutándose en campo de labranza
y camino recorrido hacia el horizonte. En otras, en cambio, los signos
parecieran conformarse con el lugar común del facilismo, derrapando hacia las
zonas viscosas de lo morbosos y repelente, como en los corazones bovinos
conservados en frascos de formol. Empero, en todos los casos, hay un rescate en
la estilización del paisaje donde, de manera más o menos moderna, se muestran
ejemplificados los fragmentos materiales
del espacio exterior vivido: vegetales, semillas, tierras incorporadas como
tinturas o esculturas a los muros en grandes visiones panorámicas. Sitios que
hay que recorrer despaciosamente con la mirada, caminando largamente como en un
paseo rural, o que de manera contrapuntística hay que observar de un solo
golpe, pues tienen algo también de la vertiginosa vista aérea por aeroplano.
Espacio donde quedan inscritas las huellas, las runas o jeroglíficos del
trabajo y del viaje –un poco a la manera de las líneas de Nazca. Mediante
grandes tomas al paisaje vegetal, como en el muro de los nopales sangrantes, el
artista plástico recorre en un instante la dolorosa conformación histórica de
nuestra tierra. Estructuras que acaban siendo acercamientos de monumentalidad
minimalista –en riesgo de caer en el extremo del folklorismo trascendental.
Imágenes, quiero decir, que no llegan a definir ninguna esencia humana que no
sea la de la historicidad, pero que, en cambio, dan cuenta de características
verdaderamente nacionales, que arrojan luz sobre nuestro presente y nuestro
futuro.
También concepción estética en
que el artista más que un hacedor resulta un ordenador, un reordenador del
entorno plástico y del paisaje físico. Quiero decir que no se trata tanto de la
búsqueda del fantasma interior del expresionismo, tampoco de la mera copia de un
modelo trasladado idealmente del natural al lienzo, como en las maneras
clásicas, sino de la representación, de la mimesis de un fragmento de la
realidad prácticamente trasplantado en grandes bloques o masas al espacio
museográfico –con lo que incorpora también algo del arte del jardinero.
Eloy Tarsicio es un artista
visual que agrupa también en su persona las herramientas de la comunicación más
moderna, como la videocámara, para tensarla con lo más antiguo, con las
reminiscencias del hombre neandertal, con el rupestre y sus pictogramas,
llevando a cabo un recorrido histórico imaginario que toca a la cultura azteca
impositiva del sacrificio humano, pero también a la colonia con su cúpula ideal
de perdón y resurrección. Trabajador del arte que intenta recrear un
nacionalismo sui generis, en el cual
el misterio estético desciende por las capas de la temporalidad para
aposentarse en lo más concreto que hay: la situación de convivencia concreta,
articulada por una serie de emociones y sentimientos estéticos electrizantes,
causados por la composición artística, por la expresión de símbolos a no
dudarlo poderosos, constituidos matericamente por elementos de la flora y la
tierra oriundas de nuestra nación: nopales doloridos, tunas esparcidas como la
eyaculación de algún monstruo vegetal, que es también el espectro de algún
radiograma tecnológico, tierras y anilinas, rizomas y cáscaras de frutas,
semillas u hojarasca entresacada del paisaje regional.
Trabajo cercano a la
escenografía donde el sujeto queda incluido en la obra para poder abstraerse
completamente en sus dimensiones sinfónicas, con sus puntos, contrapuntos y
movimientos polifónicos. Sin embargo, la exposición resulta también un pequeño
libro minimalista, que igual recuerda la escuela japonesa y sus espacios
purificados, que a la poesía sintética de Octavio Paz. Espacios en blanco que
de pronto se vuelven diminutos cosmos que llevar el bolsillo de la memoria,
como si se tratar de timbres postales o pequeñas cajas de cerillos.
2001-11-13
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