Cultivo o
Desmemoria
Por Alberto
Espinosa Orozco
Si
algo caracteriza a nuestrea época es la idolatría del instante, esa ideología
feroz tan sólita en juicios desmesurados, alimentados por una ambición
mezquina, que pretende anestesiar a la
memoria (histórica y poética) de nuestros ancestros y antepasados, deformando
incluso lo que nos pasa, nuestro mismo
paso por el mundo. Amnesia socialmente condicionada cuyo intento más notable es
arrancar de cuajo toda raíz que nos ligue a la tierra y al origen, para
sumergirnos en la opacidad unidimensional de novedosas convenciones rutinarias,
para aplastarnos en la adaptación del hombre a las maquinaciones de todo
aquello que desnaturaliza al hombre, para apelmazarnos en la masa cuya caída a
plomo desciende hasta la solidarizarían con las formas más bajas de la
creación, formas que lo exorbitan de su centro, y que aplauden con rabia todo
extremismo que fragmente y disperse al alma humana en las mecánicas del olvido.
Nada
tan característico de nuestro siglo o mundo que el intento impotente de mutilar
con dogmatismos o barrer con orgulloso y voluntario desdén a la memoria. Sin
embargo, puede alegarse aún, el ser humano está hecho de esa sustancia nutricia
que es la memoria, puede alegarse que el hombre no ha muerto sepultado ni bajo
el peso absoluto de las ruinas de los grandes sistemas tramados por la fe
racionalistas, esas catedrales levantadas por el polvo, que no se ha disipado
con el viento abrasivo y caprichoso de la subjetividad emocional que levanta al
sol, como un ídolo de fuego, los tepalcates del instante, que el ser humano no
se ha precipitado aún del todo al imitar con ociosas gesticulaciones y abyectas
genuflexiones los juiciosos desmesurados que alimenta la ambición mezquina, que
se resiste a adorar al monolito ciego del olvido. Porque la atenta reflexión
sobre las fuentes de la vida, la meditación y la celebración colectiva sobre
aquellas figuras que han aclarado el sentido, que han vuelto transitable un
futuro al mirar al doble horizonte de nuestro destino, nos recuerdan todavía
desde su ausencia que siempre ha sido nuestro deber mas sagrado no falsificar
los hechos ni ocultar el sentido, pues el deber de no mentir para no mentirse
es también cumplir con la tarea de cultivar nuestra memoria, pues en ella se
encuentra el íntimo jardín cordial que hace nuestra identidad y pertenencia,
que hace la patria invisible donde, junto con el lento amor del tiempo, hemos
de reunirnos finalmente todos juntos.
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