Valeria Zapata: las Máscaras y la Persona
Por Alberto Espinosa Orozco
“Cuando te
hagan sufrir en tu manada, solo repite
que ya Tabiquí, el
chacal, resucita”.
Rudiard Kipling
I
Pude afirmarse que gran parte del arte
actual se postula como una crítica a la crisis de la modernidad por la que
atraviesa la época contemporánea. La obra de la joven pintora Valeria Zapata
(Neuquen, Argentina, 1982) no es una excepción a esa generalidad. Lo que empero
caracteriza a su visión del mundo es la expresión de una verdad íntima y
personal cuya representación estética se fragua a manera de una serie de
enigmas y atmósferas de condensado dramatismo, en las que la delirante perturbación emocional esta siempre
sin embargo buscando el momento de la reconciliación con el espíritu de la vida
para ser redimidas por la luz.
Su obra se establece así como una tensión en pugna con las verdades pavorosas dionisiacas de nuestra era, haciendo
del patetismo o bufonesco nietzscheano y de la parodia real del mundo charlatán
en torno, la arena superficial sobre la que cual giran en torbellino sus
imágenes para profundizar en la circundantica y al fijar en los colores sus
imágenes de fiel simbolismo cromático desenmascarando al escrutar en las
estériles muecas de las máscaras marchitas.
Así, surgen ante su visión prematuras
abuelitas tibias, acosados por colmillos invisibles y larvas de toda
estofa, saturados la atmósfera con el
falsete gris de la parodia, anegado de fantasmales humedades y homúnculos que
parecieran absorber para al estafar la
esencia humana o succionarla de toda su sabia sustantiva. Mundos agostados por
la angustia en mengua de la vida o que declinan en blandas penas pálidas de diminutos seres expuestos a
la intemperie o envueltas caperuzas rusas
puestas en peligro de muerte ontológica –exhibiendo de tal suerte
algunos rasgos sociopsicopatológicos de la complejísima estructura del hombre
moderno contemporáneo.
Pintura, pues, que sin tapujos enfrenta la
metafísica de la naturaleza humana, afectada en nuestra altura histórica de
“doblez”, decadencia y disolución mental, cuyas neurosis, socialmente
desarrolladas, agregan a nuestro tiempo un ingrediente más de presión
generacional, de desequilibrio de cuerda floja y oscilación emocional
compensatoria. Su mirada así atrapa en la composición las huellas expresivas de
distorsionados cuerpos y rostros, haciendo de habitáculos y recintos de la intimidad densas atmósferas y
estancias donde la luminosidad se ahoga, se mancha o empantana; de la autonomía
formal del carácter una cábala de australes astros invertidos y de la autonomía formal del carácter expresiones
cuyo refinamiento, por paradoja muchas veces rayana en lo simiesco o en la
caricatura amorfa de lo humano, produce como resultado final la dolorosa
sensación del espasmo, por rodearse de ominosas huellas de lo amenazador
ausente o de lo súbito.
Porque ante lo que la artista se enfrenta es
al a la salvajería informe y sin ley de la libertad caída donde al apurar la
copa de la vida se trasvolaran y revuelven todos los valores consagrados por la
tradición, dando con ello cuenta y razón de una modernidad anómala y
desorbitada -en cuya fuga de contenidos, aceleración, distorsión de los módulos naturales de la
vida y disolución de las jerarquías y las costumbres se producen las
expresiones aberrantes de la libertad gregaria y chacalesca o de la canalla
individual, abriendo paso a la jungla de la anomia moral. Porque la crisis
occidental moderna, grabada ahora a escala planetaria, simplemente no puede, no
ha podido resolverse con una vuelta edénica a la natural, irresuelta a su vez
en llana voluntad de poderío o en el élan vital de la
compenetración progresiva del impuso y el espíritu, por lo que ha de buscarse
en estratos más trascendentes de la naturaleza humana.
II
Pintura a la vez tierna y ambiguamente
infantil, porque se trata del orbe de lo cotidiano femenino y maternal, pero
cuya recuperación de la inocencia y de lo habitable pareciera evocar un espacio
vital rodeado por sonrisas heladas en
formol, embriagando el aire de la conservera antigua de suero o en el pintado
espacio deprimido por el pesado lastre amargo de plomiza plastilina derretida
en la sordidez del tufo en la evaporada carcajada de orangután idiota que de sí
misma recordando a solas sus maldades y donde de todo se burla nadie. También
ejercicio liberador de los aspectos inferiores y demoníacos, para expulsarlos,
barriendo así atildadamente el aire y lavando la lluvia pulcramente -para
abrirle un lugar en el espacio a lo habitable. Obra en cierto modo catártica,
en efecto, que pone en fuga las tendencias irracionales y simiescas al conjurar
de reojo sus siluetas de vulgar instinto
o de indistinta trasparencia.
Habitáculos en que pululan homúnculos y
sombras apenas coloridas de seres dibujados en potencia, traspasados por el
paso de tanto azar y contingencia del tiempo u orilladas a frustrar el acto y
crecimiento que las realizaría en su destino. Mundo, pues, acosado por miserias y gelatinosos sapos que salen de las
lenguas, también de las ilusiones yertas o estafadas, que marcan con ello la iniciación en el mundo
adulto de la madurez y su penosa ascensión
-con toda la carga de lo negativo que lo devasta, corroe y despilfarra.
Sus rostros y figuras son así esculturas
móviles que en su pastosa y agitada danza de festivas mutaciones buscan un retorno a los orígenes de las
costumbres cotidianas, fundado por ello de tal suerte una ética crítica en
donde reencontrar la organización primigenia del mundo y de la sociedad.
Intento, pues, de regeneración del tiempo y del espacio sustancial al hombre,
que por la vía de la manifestación de los aspectos socarrones o sardónicos
quisieran salvar a los valores de la degradación sufrida por las cosas
arrojadas al vértigo del tiempo histórico, y encontrar en esa travesía la
semilla que siembre así de nuevo el lugar de cada ente los seres del cosmos.
Sin embargo, sus imágenes están lejos de
intentar controlar o dominar mágicamente la multiplicidad de fuerzas
espirituales invisibles que flotan con el polvo por el aire en la imagen
especular de la representación plástica sensible, sino que mejor se exponen
como testimonio de la gravitación anímica, específica del hemisferio austral,
cuyos cónicos astros nocturnos e inversos acosan en el viento con la presencia
vaga de las apariencias desmedidas, siendo así sus máscaras heladas imágenes
del apetito descontrolado e insaciable de los deseos multiplicados pero sin
sustancialidad. Así, los fantasmas de la angustia que se aprestan a devoran su
presa, terminan por alimentarse de ellos mismos, dando cuenta con en sus
trasparencias de vitral de azúcar su disolución baba hueca –y del silente
aterrador vacío del mal.
III
Las imágenes del bufón malicioso y las
gracejadas de arlequín resultan formas plásticas, necesariamente estilizadas,
de lo inestable y circense, de lo que forzado por el vértigo de la aceleración
histórica y de las comunicaciones masificadas resultan prodigios de equilibrio
evanescente y execrable, siendo por ello emblemas de lo indeterminado. e
inconsciente, confundiéndose por ello con el dulce hedor imperceptible de lo
ayuno de ideas, de lo horro de ideales o de la pereza confortable
apoltronada en su osamenta sin principio
ni carácter. De tal suerte lo ligero y lo superficial se alían a lo
vertiginoso, tocando la zona en que se confunden los proyectos y las posibilidades al ser
succionados por la boba boca del caos indistinto, dando a colación seres que no
han podido individualizarse o que por abyección han renunciado a la personificación. Exposición, pues, de las
fuerzas contrarias en la lucha de la vida para lograr enraizar y formar para
constituir a la persona y con ella dar armonía al universo. Lugar, pues, de las
oposiciones excluyentes, donde chocan los cuerpos o se emplastan por las
anárquicas fuerzas que los mutan y enquistan, que discordantemente modifican y
dolorosamente distorsionan.
También reconocimiento de esa otra cara de
la realidad que reclama nuestra atención, para poner en su lugar, sin apelmazar
o revolver, lo grave y lo anodino, la chanza y lo sagrado, lo digno y lo
olvidable. Del champurrado, pues, que provocan los excesos de la conciencia
irónica, que de ir muy lejos desde la posición perfecta, acaba por transmutarse
en su contrario: en meta-ironía disolvente de toda fe, de toda certeza instituida, de toda posición
y perfección posible. Porque la conciencia irónica, de verdugo de la debilidad
y la involución espiritual, de ácido aguijón para devolver al equilibrio,
de búsqueda de un orden más
comprensivamente humano y de una humanidad mejor –para revolverse contra sí
misma en la parodia mortal o trasfundir
la mera posibilidad de dividirse en naturaleza contraria y tomar los dos
caminos en pugna contra sí misma.
Porque lo que la artista Valeria Zapata
revela en su obra son las figuras y fuerzas cotidianas captadas con una óptica
insólita, cuyas atmósferas de abyección
y de miseria arrastran tras de sí, como la cauda del cometa, enormes sistemas
parasitológicos destinados a sumir a la sociedad en la novedad excéntrica y la
violencia entrañada en la disolución de las costumbres. Tono humorístico e
irónicamente inocente, es cierto, por la composición caricaturesca espontánea
de sus figuras, cuya ligereza de formas queda inmediatamente circunscritas en
los contrastes colorísticos de pesada densidad de atmósferas ajadas por la
manipulación ideológica o por el feroz cinismo ambiente. Retórica estética que
la maestra grabadora méxicoargentina Satella Fabbri. ha practicado también
desde la década de los 80´s –siendo prácticamente idéntica la búsqueda de esa
inocencia perdida. .
Así, seres sin sustancialidad que pertenecen
al mundo de lo adjetival, de lo trivial, de lo somero e informe se vislumbran
sumidos en reinos chabacanos o succionados por embudos de valores invertidos cuyos malabares son
presentados por la artista en posiciones hijas de la confusión, no pudiendo ser
así sino padres del caos lóbrego o de la frivolidad. Mundo inconsistente de las
habladurías y la ignorancia, cuya representación a veces indetermina un grito,
cuya desarticulación revela las tensiones de la carpa, de lo meramente
circense, de lo aparente, teatral y nocturnal. Obra pues de cultura: cuya doble
intención creativa, a la vez crítica y civilizadora, pone el acento en la llaga
de lo anodino, de lo parasitario y amorfo, viendo latir el corazón insípido del
drama envuelto de patetismo, pero sólo para superar la indistinción desordenada
o lo abismado y poder ubicar así y por contraste las coordenadas espirituales
de lo hospitalario en que se expande, como la flor bañada por la luz en el
frescor matinal del rocío, la verdadera libertad, vertical y ascendente.
17.V.2007
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