APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO:
SOBRE LA VIDA ESPIRITUAL
1
Preguntó uno al abad Antonio: «¿Qué debo hacer para agradar a
Dios?» El anciano le respondió: «Guarda esto que te mando: donde quiera que
vayas, ten siempre a Dios ante tus ojos, en todo lo que hagas, busca la
aprobación de las Sagradas Escrituras; y donde quiera que mores, no cambies
fácilmente de lugar. Guarda estas tres cosas y te salvarás».
2
El abad Pambo preguntó al abad Antonio: «¿Qué debo hacer?». El
anciano contestó: «No confíes en tu justicia; no te lamentes del pasado y
domina tu lengua y tu gula.
3
Dijo San Gregorio: «De todo bautizado Dios exige tres cosas: una fe
recta para el alma, dominio de la lengua; castidad para el cuerpo».
4
El abad Evagrio refiere este dicho de los Padres: «Una comida
habitualmente escasa y mal condimentada, unida a la caridad, lleva muy
rápidamente al monje al puerto de la apatheia (1)».
5
Dijo también: «Anunciaron a un monje la muerte de su padre, y el
monje dijo al mensajero: “Deja de blasfemar; mi padre es inmortal”».
6
El abad Macario dijo al abad Zacarías: «Dime, ¿cuál es el trabajo
del monje?». «¿Y tú, Padre, me preguntas eso?», le respondió. Y el abad Macario
le dijo: «Tengo plena confianza en ti, hijo mío Zacarías, pero hay alguien que
me impulsa a interrogarte». Y contestó Zacarías: «Para mí, Padre, es monje
aquel que se hace violencia en todo».
7
Decían del abad Teodoro de Fermo que aventajaba a todos en estos
tres principios: no poseer nada, la abstinencia y el huir de los hombres.
8
El abad Juan el Enano dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de
rodas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las
virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y
longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran
humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con
mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales
en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las
injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te
fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al
contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo
material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con
espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno,
paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de
alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche,
soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en
un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas
que tu muerte está cercana».
9
El abad José de Tebas dijo: «Tres clases de personas son gratas a
los ojos de Dios: primero los enfermos que padecen tentaciones y las aceptan
con acción de gracias. En segundo lugar, lo que obran con toda pureza delante
de Dios, sin mezcla de nada humano. En tercer lugar, los que se someten y
obedecen a su Padre espiritual renunciando a su propia voluntad».
10
El abad Casiano cuenta del abad Juan que había ocupado altos
puestos en su congregación y que había sido ejemplar en su vida. Estaba a punto
de morir y marchaba alegremente y de buena gana al encuentro del Señor. Le
rodeaban los hermanos y le pidieron que les dejase como herencia una palabra,
breve y útil, que les permitiese elevarse a la perfección que se da en Cristo.
Y él dijo gimiendo: «Nunca hice mi propia voluntad, y nunca enseñé nada a nadie
que no hubiese practicado antes yo mismo».
11
Un hermano preguntó a un anciano: «¿Hay algo bueno para que yo lo
haga y viva en ello?». Y el anciano respondió: «Sólo Dios sabe lo que es bueno.
Sin embargo, he oído decir que un Padre había preguntado al abad Nisterós el
Grande, el amigo del abad Antonio: “¿Cuál es la obra buena para que yo la
haga?”. Y él respondió: “¿Acaso no son todas las obras iguales”? La Escritura
dice: “Abraham ejercitó la hospitalidad, y Dios estaba con él. Elías amaba la
hesyquia (2), y Dios estaba con él. David era humilde y Dios estaba con él”.
Por tanto, aquello a lo que veas que tu alma aspira según Dios, hazlo, y guarda
tu corazón».
12
El abad Pastor dijo: «La guarda del corazón, el examen de si mismo
y el discernimiento, son las tres virtudes que guían al alma».
13
Un hermano preguntó al abad Pastor: «¿Cómo debe vivir un hombre?».
Y el anciano le respondió: «Ahí tienes a Daniel, contra el que no se encontraba
otra acusación, más que el culto que daba a su Dios» (cf. Dn, 6, 56)
14
Dijo también: «La pobreza, la tribulación y la discreción, son las
tres obras de la vida solitaria. En efecto, dice la Escritura: “Si estos tres
hombres, Noé, Job y Daniel hubiesen estado allí…”. (cf. Ez 14, 1420). Noé
representa a los que no poseen nada. Job a los que sufren tribulación. Daniel a
los discretos. Si estas tres se encuentran en un hombre, Dios habita en él».
15
El abad Pastor dijo: «Si el hombre odia dos cosas, puede liberarse
de este mundo». Y un hermano preguntó: «¿Qué cosas son esas?». Y dijo el
anciano: «El bienestar y la vanagloria».
16
Se dice que el abad Pambo, en el momento de abandonar esta vida,
dijo a los santos varones que le acompañaban: «Desde que vine a este desierto,
construí mi celda y la habité, no recuerdo haber comido mi pan sin haberlo
ganado con el trabajo de mis manos, ni de haberme arrepentido de ninguna
palabra que haya dicho hasta este momento. Y sin embargo, me presento ante el
Señor como si no hubiese empezado a servir a Dios».
17
El abad Sisoés dijo: «Despréciate a ti mismo, arroja fuera de ti
los placeres, libérate de las preocupaciones materiales y encontrarás el
descanso».
18
El abad Chamé, a punto de morir, dijo a sus discípulos: «No viváis
con herejes, ni os relacionéis con poderosos, ni alarguéis vuestras manos para
recibir, sino más bien para dar».
19
Un hermano preguntó a un anciano: «Padre ¿cómo viene al hombre el
temor de Dios?». Y respondió el anciano: «Si el hombre practica la humildad y
la pobreza y no juzga a los demás, se apoderará de él el temor de Dios».
20
Un anciano dijo: «Que el temor, la privación de alimento y el
penthos (3) moren en ti».
21
Dijo un anciano: «No hagas a otro lo que tú detestas. Si odias al
que habla mal de ti, no hables tampoco mal de los demás. Si odias al que te
calumnia, no calumnies a los demás. Si odias al que te desprecia, al que te
injuria, al que te roba lo tuyo o te hace cualquier otro mal semejante, no
hagas nada de esto a tu prójimo. Basta guardar esta palabra para salvarse».
22
Un anciano dijo: «La vida del monje es el trabajo, la obediencia,
la meditación, el no juzgar, no criticar, ni murmurar, porque escrito está:
“Ama Yahveh a los que el mal detestan”. (Sal 96, 10). La vida del monje
consiste en no andar con los pecadores, ni ver con sus ojos el mal, no obrar ni
mirar con curiosidad, ni inquirir ni escuchar lo que no le importa. Sus manos
no se apoderan de las cosas sino que las reparten. Su corazón no es soberbio,
su pensamiento sin malevolencia, su vientre sin hartura. En todo obra con
discreción. En todo esto consiste el ser monje».
23
Dijo un anciano: «Pide a Dios que ponga en tu corazón la compunción
y la humildad. Ten siempre presentes tus pecados y no juzgues a los demás.
Sométete a todos y no tengas familiaridad con mujeres, ni con niños, ni con los
herejes. No te fíes de ti mismo, sujeta la lengua y el apetito y prívate del
vino. Y si alguno habla contigo de cualquier cosa, no discutas con él. Si lo
que te dice está bien, di: “Bueno”, Si está mal, di; “Tú sabrás lo que dices.”
Y no disputes con él de lo que ha hablado. Y así tu alma tendrá paz».
(1) APATHEIA: Impasibilidad. No consiste en la extinción de las
pasiones, sino en su perfecto dominio en aquel que está estrechamente unido a
Dios.
(2) HESYQUIA: Tranquilidad, quietud, sea del alma pacificada, sea
de la vida monástica en general, sea, finalmente, de una vida más solitaria
dentro o fuera el cenobitismo.
(3) PENTHOS: Duelo por la muerte de un pariente. Y de aquí, en
sentido espiritual: tristeza causada por el estado de muerte en que el alma se
encuentra a consecuencia del pecado, sea del pecado propio o del pecado del
prójimo.
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