sábado, 21 de junio de 2014

Marcos Martínez Velarde: la Braza y el Viento Por Alberto Espinosa Orozco

Marcos Martínez Velarde: la Braza y el Viento
Por Alberto Espinosa Orozco 




      Marcos Martínez Velarde nació en la población de Nasas, Durango, el 7 de octubre de 1940, pasando su infancia  en las Nieves y San Pedro el Gallo. Estudio la carrera de pintor en la recién fundada Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de Durango, en la que tuvo como maestros a Francisco Montoya de la Cruz, al Ing. Leonardo Zavala, al Lic. Reno Hernández y en la clase de anatomía al Dr. Fajardo, participando en las enseñanzas del escultor, fundidor y ceramista Donato Martínez. Posteriormente realizó estudios de postgrado en México, en la Escuela de Diseño y Artesanías, con el muralista José Chávez Morado, y en la Academia de San Carlos, con el escultor Rosendo Soto, con el pintor y paisajista Alejandro Moreno y su hijo Nicolás Moreno, y con Jesús Silva, viviendo posteriormente en Los Ángeles, California, por algún tiempo.  Fue director de la EPEA en la década de 1990 al 2000.

   Su obra, pertenece por derecho propio a la Escuela de Francisco Montoya de la Cruz, en cuya generación de medio siglo se dieron cita algunos de los grandes talentos de la plástica regional, entre los que cabe mencionar al maestro Guillermo Bravo Morán, a Manuel Soria Quiñones, Fernando Mijares Calderón y Manuel Salas. La obra de Marcos Martínez Velarde, alimentada por las corrientes vanguardistas de la época, del impresionismo, el expresionismo y el surrealismo europeos, muestra una concepción artística que se distingue por sus bien logradas calidades técnicas y colorísticas, conservando su labor como pintor y escultor un profundo sello nacionalista.


   El esquematismo de sus figuras y la rigidez bien temperada de sus formas son atenuada por la grandeza de sus volúmenes, por la riqueza en el uso de los materiales y por una especie de facilidad nativa para armonizar tonos y matices en el conjunto compositivo –todo ello afectado por un hieratismo en las formas y egipticismo en los colores. En efecto, en su obra se da una estilización de las figuras en un sentido volumétrico y de grandiosidad que, sin embargo, no llega aún al lujoso manierismo academicista de las futuras promociones.

   La temática de su obra, que cubre un arco que va de lo festivo y ritual a la consagración de la forma pura y de la idea, pasando por una cierta codificación anecdótica, no está exenta de claras luminiscencias ni de las sombras corrosivas y los limos del dolor agazapado, sólito en la lastimada conciencia y marginación sufrida ancestralmente por el pueblo mexicano.

   Artista preocupado por el origen y el destino de la raza autóctona, en Martínez Velarde hay una especial comprensión instintiva de los atavismo y sufrimientos del mexicano, logrando captar sus lienzos, en elocuentes paisajes de su intimidad, sus esperanzas sociales no menos que los complejos los temores de su inconsciente colectivo. También visión de la estratificación de los periodos históricos que nos constituyen como pueblo, los cuales, a manera de hojas de hojaldre que se superponen en un continuo dejando su importa en la realidad concreta del alma durangueña.


   Atmósfera que refleja, así, sujeta a la presión histórica y generacional en el que se ven desfilar los anhelos colectivos lo mismo que los pasajes tormentosos de oscuras reminiscencias o huellas, de muescas sobre la misma piel de lo que somos.  Los gestos de nuestra gesta histórica se van insinuando así en su trabajo a través de la consagración icónica de nuestras figuras heroicas (Ignacio Zaragoza) o del esfuerzo insistente por alcanzar la autonomía en los medios expresivos y técnicos en que se asienten los contenidos y las formas de la cultura universal.

   El repertorio de su simbolismo y del recurso a la mitología occidental, el cual conlleva a un enfrentamiento con la tradición,  es llevado a un grado de síntesis por al artista en cuyo movimiento dialéctico conviven los ídolos prehispánicos con los juguetes autóctonos y  criollos y las expresiones  artesanales del pueblo. Las fiestas populares y el órgano de las disciplinas artísticas mexicanas  son vistas así en lo que tienen de  participación  en las noveles formas de la civilización contemporánea.

   Pintura a un tiempo espontánea y antiquísima, cuya rapidez de trazo y alegría en la selección de colores y ejecución de los matices están permeados por la exploración de los humus que se encuentran al final de la caverna (”El llanto de los caídos”, “Los ángeles caídos”). Inmersión en las fuerzas primigenias del cosmos, pues, a la ves que visión de las ceremonias   cívicas y religiosas en cuyas estampas y oblaciones se dibuja la fuerza de nuestra tierra y la grandeza futura de sus hijos.



   La dinamicidad de la obra escultura del maestro Martínez Velarde nos habla de una intensa preocupación por el misterio femenino, dando cuenta sus formas  así de sus momentos esenciales, vertidos  en un repertorio de actitudes y maneras que impregnan su morfología de un profundo movimiento de introspección y concentrado ensimismamiento, donde lo mismo aparecen  los estigmas de ancestrales sojuzgamientos,  que las potencias rítmicas e intuitivas de las estaciones.

   La sabia combinación de líneas centrípetas y centrífugas, cuya amplio vuelo y muda densidad de bronce recuerda con frecuencia la alada gravedad de un Zúñiga y la influencia de la forma tradicional de las modelos nacionalistas clásicas de la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. Su visión de la maternidad indígena, etnia de grandiosa fuerza resistente y sin par cariño por los suyos, es resuelta inmejorablemente por el artista mostrando lo que hay en la figura de serena amabilidad, de dulce ternura casi animal por los terneros o de imagen de flor y de semilla. El maestro Martínez Velarde, a partir de la síntesis eidética de imágenes sólitas y presentes, logra de tal manera una especie de generalización a escala esencial, o de universalización estética. La belleza es así representada en todo lo que tiene de alegre línea y de denso capricho.-producto todo ello de su entrenamiento en una escuela centenaria que ha logrado, en la especialización del dibujo en combinación con el volumen del bronce o de cantera, la excelencia de la imantación  atmosférica y en la absorción de la chispa de la tradición, con lo que ella misma entraña de ductilidad y de retoño de la nueva vida. 



   Porque si en su pintura el maestro Martínez Velarde lucha entre los tonos de los colores y de las formas en el tormentoso paisaje de la luz enfrentada con las sombras, contagiándose su obra así de una especie de animismo arcaico y de viveza mortecina, en su escultura en cambio es patente la manifestación de esa lucha pero en lo que tiene de corriente inversa y a la vez complementaria, donde las sombras estáticas de la materia luchan contra la luz del movimiento -resolviendo todo ello en la integración de la doble reflexión plástica, que a la vez es autoconcepción del autor y modulación del espacio, por la depuración de unas cuantas imágenes cargadas de energía y de circunstancialidad. 




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