jueves, 5 de junio de 2014

El Unicornio de Lana Por Alberto Espinosa Orozco

El Unicornio de Lana
Por Alberto Espinosa Orozco

 “Dejad pasar la noche de la cena
-¡oh Shakespeare pobre, oh Cervantes manco!-
y la pasión del vulgo que condena.
Un gran Apocalipsis horas futuras llena
Ya vendrá vuestro Pegaso blanco.”
Rubén Darío





    El unicornio es un animal fantástico de la mitología medieval. Es un símbolo triple, pues representa las virtudes regias de la potencia, la pureza y la fastuosidad. Animal de buen augurio, el cual empero ayuda a la justicia real  embistiendo a los culpables con el cuerno.
    Como en la China, puede verse como una variante del dragón, símbolo regio del señor de la lluvia que lucha contra el calamitoso sol de la sequía, pues el dragón es como una nube capaz de tomar cualquier forma y envolver, devorar a su enemigo.
    Su cuerno único en medio de la frente simboliza la flecha espiritual, el rayo solar, la espada de Dios, la revelación y la penetración de lo divino en la criatura.
            Verga frontal, falo psíquico que es símbolo de la fecundación espiritual y que al mismo tiempo es símbolo de la virginidad física. No es el hermafrodita al no reunir la doble sexualidad, sino el asexual por trascenderla. Es también la encarnación del verbo de Dios en la Virgen María. Para la iconografía cristiana representa la Virgen asistida por el Espíritu Santo. Pero no debe interpretarse como mera lírica de renuncia frente a la lírica de la posesión perversa, sino más bien como lírica de la pureza donde sintetizar la lozanía de la joven con la revelación de la mujer madura ante la manifestación del misterio encarnado.
    El unicornio está dotado del poder de descubrir lo impuro, por opuesto a su naturaleza, la menor mácula incluso en el brillo del diamante. El cuerno así aparta de las aguas contaminadas, detecta los venenos y no puede tocarlo impunemente más que una virgen. Fuerza obrante, perseguido e invencible, el unicornio es también el poder sobrenatural que emana de lo que es puro. Por lo mismo el unicornio sólo es fecundo a nivel de las relaciones espirituales.


   Emblema por excelencia de la castidad, el unicornio simboliza también por su gran cuerno níveo la palabra y la espada de Dios. La tradición lo figura como un caballo blanco con un cuerno en la frente, pero algunos tratados esotéricos le conceden cabeza roja y ojos azules. Con su cuerno, como en la actualidad se hace aún con los cuernos de rinocerontes y elefantes, se preparaban mezclas para nulificar venenos y aumentar la virilidad o la fertilidad, por lo que resulta un poderoso apotropaico que conjura la mal suerte y aleja las influencias malignas. Su imagen indica una aproximación a los asuntos religiosos, a la pureza y a la honradez, pues el unicornio es una figura sagrada sensible al alma humana y un animal protector de las personas de buen corazón.
   Su cuerno largo, recto y en forma de espiral, situado justo en medio de su frente, es frecuentemente sumergido por el Unicornio en el agua de arroyos o ríos para purificarlo. Espada de Dios, rayo solar o flecha espiritual el cuerno simboliza el aguijón que penetra en la persona bendiciéndola e incluso logrando la fecundación divina.
   Aunque su morfología es siempre la de un equino se representa en diversos tamaños y temperamentos, que van del ciervo pequeño y desvalido al tremendo y atrevido guardián que custodia  la  noche.
   Para la imaginería cristiana simboliza la santidad y la castidad absoluta, aunque para la tradición milenaria China el animal fantástico es también emblema de virtudes regias y símbolo de reyes, un animal de buen augurio que se avista cuando un reinado será bendecido por los dioses. Para los chinos no es un animal pasivo, pues enviste a las personas malvadas con su cuerno. Es asimismo pariente del Dragón por devorar al calamitoso sol de la sequía, relacionándose por ello con los dioses del agua y de la lluvia. Al igual que el Dragón es a la vez Yin y Yang, reuniendo los principios opuestos y complementarios: es agua y fuego, pájaro y pez, lluvia y tierra, tierra y cielo, Sol y Luna. Empero el Unicornio se opone decididamente al Dragón ofidio, estandarte de las fuerzas negativas y diabólicas opuestas a la fe cristiana.
   En su aspecto negativo, impregnado de impurezas de la carne y de tosca materialidad, el Dragón representa nuestros deseos y pasiones incontroladas, desmedidas o ilimitadas, las cuales, empero,  guardan  tras  de  sí  los  verdaderos  tesoros  de la  vida interior. En efecto, en la mitología aparece como guardián del Vellocino de Oro, del Jardín de las Hespérides o de la Perla taoísta. El tesoro en la caverna custodiado por un dragón es sólo comparable con el tesoro de un niño. El premio es así el símbolo de la recompensa para quien vence al adversario: es el saber oculto en parajes inaccesibles o en cavernas secretas.
   En la tradición cristiana el dragón simboliza las fuerzas demoníacas diabólicas, las fuerzas negativas que se oponen a la fe o al espíritu. Su enorme parecido con la serpiente engañadora de Eva en el Paraíso Terrenal, lo estigmatiza como esclavo, encadenado al servilismo del mal, del odio y del resentimiento, de la ignorancia y de la oscuridad. En este sentido el Dragón se identifica con el Leviatán (Salmo 74). El triunfo de Cristo contra el mal, como el del Arcángel San Miguel o el de San Jorge,  tiene como prueba igual la serpiente destruida que la cabeza rota del dragón.
   Guardián severo, símbolo del mal y de las tendencias demoníacas y regresivas, tenebrosas e inconscientes, el dragón tiene, empero, una simbología ambivalente, la cual se expresa desde el extremo-oriente hasta  el hermetismo europeo y musulmán, pasando por el arte medieval, en la imagen de los dragones enfrentados, en cuya lucha se neutralizan los principios contrarios (el azufre y el mercurio alquímicos).
   En tanto símbolo celeste y potencia de vida y de manifestación, el dragón es quien escupe de las aguas primordiales el Huevo del Mundo, quien despeja el nubarrón sobre nuestras cabezas para verter los aguaceros fertilizantes. Es también el rayo, rápido como el caballo y poderoso como el león, el cual fulmina al enemigo con su filosa espada. Es entonces símbolo regio y solar del emperador: de la potencia celeste, creadora, ordenadora.
   El Unicornio ha sido también considerado como un “dragón”, palabra que deriva del griego drakon, la cual a su vez deriva de derkomai, término que significa mirar u observar. El unicornio aparece entonces como el “dragón” que mira, pero también como el que crea, pues para la mitología griega ambos términos están asociados. Es asimismo, como Eros intermediario entre mortales e inmortales, un poderoso daimon o demonio o ser intermedio, propiamente un eu-deminio o demonio bueno. Ni hombre ni Dios, ni moral ni inmoral, pues el Unicornio, como el Dragón, conjunta las fuerzas opuestas y complementarias que lo alejan de las dicotomías terrenales.
   Se relaciona también con el mito azteca de la Serpiente Emplumada o Cóatl  (Quetzalcoatl), no sólo por simbolizar la redención y restituir a todo aquel que desfallece, sino sobre todo por ir siempre del agua a la luz, de la tierra al cielo, de la conciencia interior a la sabiduría y a la plenitud –simbolizando con ello la mutación, el trasvase de un mundo a otro.
   El Unicornio no tiene morada fija. Vive en los bosques o en los jardines y recuerda  a un mensajero de una tierra extraña o extranjera. Entre las estrellas su hogar se encuentra en el Ecuador. Atravesada por la vía láctea la constelación del Unicornio es vecina de las constelaciones del Can Mayor, el Can Menor, Hidra, Orión y Géminis. Su figura fue descubierta por el astrónomo alemán Jacob Bartsch en el siglo XVII, a la cual se le llama también Monoceros, siendo su estrella más rutilante Alpha Monocerotis.
   Su antecedente histórico hay que buscarlo  en la época del pleistoceno, hace un millón de años, pues de esa época data el Procamptocerus brivatense, una pequeño antílope con dos cuernos pegados sobre su frente cubiertos por una sola vaina.



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