La Toma de Zacatecas: la Repartija
Por Alberto
Espinosa Orozco
I
La Toma de Zacatecas
tuvo dos capítulos; el registrado en 6 de julio de 1914 cuando las fuerzas de
Pánfilo Natera asediaron la ciudad y se enfrentaron a las fuerzas de Victoriano
Huerta, siendo derrotadas por el general Benjamín Argumedo el 14 de julio; y la
batalla decisiva, una semana más tarde, en que la famosa División de Norte
ataco por todas partes aquella plaza, estando comandado el ataque por Felipe
Ángeles quien se adelantó a las acciones para reconocer el terreno y fijar las
posiciones estratégicas, asistiendo en persona el general supremo de aquel
inmenso y fabuloso ejército: Doroteo Arango, el mítico Centauro del Norte. A la
postre las fuerzas federales fueron completamente envueltas y derrotadas por
los insurgentes en la Villa de Guadalupe. La guerra civil detonada por aquella
revuelta armada daba con ello cima al conflicto ideológico latente en la
sociedad, que se apresuraba a entrar en la era de la modernidad, la técnica y
el progreso, descrito por el bate jerezano Ramón López Velarde como un choque
entre dos modalidades humanas irreconciliables: los católicos de “Pedro el
Ermitaño” y los “jacobinos de la Época Terciaria”, quienes se odiaban los unos a
los otros... con “buena fe”.
La batalla de Zacatecas fue la más sangrienta y la mayor de las que tuvieron
lugar en la revolución, teniendo como aglutinante la guerra contra el usurpador
Victoriano Huerta (“El Chacal”). Debido
a la posición estratégica de Zacatecas, cruce de ferrocarriles situado en plexo
solar geográfico de la nación, aquella batalla definió el rumbo de la
revolución.
La ciudad, de 30 mil almas, había
impresionado a atacantes y defensores por su belleza de pulida gema y
zozobrante pintoresquismo barroco: en ella una población reacia a la alteración
de las costumbres se posaba en aquella encantadora miniatura, que tiene algo de
tasita de oro y de argentino dedal, en que numerosas personas, vestidas de
negro en su mayoría, subían y bajaban por las calles perdidas entre las heladas
barrancas, dando a la ciudad el aspecto de las antiguas poblaciones religiosas.
A lo lejos Felipe Ángeles contempló desde una montaña la estampa del
águila formada por las apiñadas casas de la ciudad de Zacatecas, con el valle
de Calera y de Fresnillo allá abajo, escrutando los cerros de la Bufa y el
Grillo convertidos en dos posiciones formidablemente fortificadas.
Villa llegó a Guadalupe el 22 de julio para comandar el sitio y ajustar los preparativos,
planeado los últimos detalles junto con Felipe Ángeles, resolviéndose atacar
Zacatecas por todos los lados a la vez.
La rosada ciudad colonial era defendida por
12 mil federales armados con 12 cañones de 80 cts., dispuestos en los cerros de
la Bufa, el grillo y la Sierpe. Más allá el crestón de la Bufa se instaló un
poderoso reflector, con la finalidad de impedir los ataques nocturnos de los
revolucionarios. La Loma de Santa Clara era defendida por el general Benjamín
Argumedo con 600 hombres de caballería, mientras que la estación de
ferrocarriles era custodiada a por Jacinto Guerra con 400 hombres a caballo.
Diversos fortines diseminados por toda la ciudad con puntos de artillería
completaban las fuerzas federales.
El ejército revolucionario estaba
constituido por 22 mil hombres de la División del Norte, más 18 hombres de la
División del Centro de Pánfilo Natera, de los hermanos Arrieta, de Santos
Bañuelos y de Domínguez, conformando una imponente marea humana de 40 mil almas
apoyada por 40 cañones, 28 de ellos dispuestos por el norte y 12 por el sur.
Los federales habían organizado dos líneas
de defensa: la exterior, con puntos de apoyo en los cerros Tierra Colorada y
Tierra Negra, en la villa de Guadalupe y en el cerro del Padre, y; la interior,
con puntos de apoyo en el cerro del Grillo, en el de la Bufa, estos con
emplazamientos de artillería, y en la loma del Refugio, Loreto, los Clérigos y
la Sierpe. .
El cerro del Grillo cayó como a la una de la
mañana, corriendo los soldados de las baterías federales por las calles de la
encantadora ciudad colonial, presas del pánico. Cientos de ellos se desvestían
en las calles, tirando donde fuera sus uniformes y sus rifles para no ser
reconocidos.
Después de terribles combates los días 21 y
22, los federales expulsados de la Bufa llegaron en total confusión a la Plaza
de Armas, enloquecidos de espanto, en una visión lamentable de esa gente que
huía de Zacatecas bajo una lluvia de balas, para ser finalmente masacrados por
las fuerzas de la División del Norte en el camino de huida hacia la vecina
ciudad de Guadalupe, registrándose la última batalla el día 23 de junio por la
mañana. Los cañones rebeldes detonaron al mismo tiempo apoyando el despliegue
las fuerzas de caballería y de infantería de las brigadas Morelos, Robles,
Zaragoza, Villa, Cuauhtémoc, Hernández, Benito Juárez, González Ortega, con los
generales Rosalío Hernández, Toribio y Maclovio Herrera quien atacó por la
estación de ferrocarriles a Jacinto Guerra. 20 mil invasores inundaron las
calles de Zacatecas con una lluvia de balas al grito de: “¡Viva Villa; mueran
los pelones desgraciados!”. Entraron por las calles de Barrio Nuevo, Peñitas,
la Pinta y Juan Alonso. Se extendió el fuego de granadas por el sur y el
sur-este. Las fuerzas del general Pánfilo Natera tomaron el Hospital Civil en
medio de una masacre. Uno a uno fueron cayendo los puestos de defensa. Al Medio
día, el jefe de los federales Luis Medina Barrón ordenaba la retirada, reconcentrándose
sus mermadas fuerzas, en la última fase de la batalla, en el centro de la
ciudad sólo para ser cruelmente exterminadas. Gran cantidad de federales no
lograron escapar, quedando atrapados en la calle de Juan Alonso cuando se
dirigían a Guadalupe, siendo emboscados y masacrados sin piedad, muriendo 5 mil
federales por 3 mil insurgentes en la batalla más sangrienta de todas.
Zacatecas se había convertido ese día en un
infierno, sumido en una ola de destrucción que barrió la ciudad, produciéndose
como crudo resultado lo que puede describirse llanamente como una carnicería.
En determinado momento, como a las 5 de la tarde, hubo una terrorífica
explosión en el corazón del centro, que hizo cimbrar a toda la ciudad: el
Coronel Leobardo Bernal había hecho
volar la mina que estaba en el edificio del Palacio federal tomado como Cuartel
General, cargado con grandes cantidades de municiones, cuando un gran número de
soldados intentaba ponerse a resguardo de los rebeldes que entraban para tomar
las instalaciones. Toda la manzana de edificios, desde el Banco Mercantil de
Zacatecas de la familia Sescosse, que exhibía un enorme hueco, hasta llegar al
comercio de “La Palma” quedó hecho un montón de ruinas. La Botica de Guadalupe del
Sr. López de Lara se derrumbó, y toda la familia del magistrado Lic. Manuel Magallenes
que vivía en los altos con 9 miembros, voló en pedazos, salvándose ileso del
desastre un pequeño niño de 6 meses de nacido, el cual fue rescatado de entre
los escombros 4 días después del incidente protegido por un ropero de roble; el
Hotel Plaza y la casa de Don Nacho Flores quedaron severamente dañados, lo
mismo que el Correo de México que se encontraba en la acera contraria. Cientos
de cuerpos humanos y decenas de caballos yacían enterrados entre los escombros.
La culpa de aquel incidente recayó sobre el jefe político de la ciudad, teniente
coronel Leobardo Bernal, quien fue mandado fusilar por Pancho Villa –aunque luego
se esgrimió la versión de que la culpa fue de los rebeldes, quienes habrían
disparado sus armas para volar la cerradura de las bodegas del palacio de la
Real Caja. El edifico virreinal del Siglo XVIII albergaba, en efecto, la caja
fuerte de la pagaduría militar, por lo que los rebeldes villistas habrían de abrir
la puerta a punta de pistola codiciosos del botín y por el ansia de armas -sin
saber que adentro se ocultaban los abastecimientos de parque debido a que ahí
se encontraba la jefatura de armas. A las 5:50 de la tarde la explosión,
concatenada en tres tiempos, hizo volar la manzana entera, muriendo en aquella
voladura 121 civiles, 89 federales y 35 revolucionarios.
Al día siguiente en la Plaza de Armas el
espectáculo pavoroso de innumerables cuerpos apilados unos sobre otros completó
la tétrica escena. A las 9 de la noche cesó todo combate y la ciudad se
sumergió en las sombras. Para el día 25 de junio el espectáculo era dantesco:
pilas de cadáveres se encontraban apiñados por toda la ciudad; poco después una
serie de jorobas sobre el suelo aparecieron en la plaza de San Juan de Dios, en
la Plaza de Santo Domingo, en la Plazuela Guadalajarita y en la Estación de
Ferrocarriles, las cuales fueron visibles por mucho tiempo.
Los 7 kilómetros que van de Zacatecas a Guadalupe quedaron llenas de cadáveres,
al grado de impedir el tránsito de los carruajes. El 80% de los federales
fueron muertos allí. La primera alegría morbosa de Felipe Ángeles pronto se
transformó en duelo por aquella masacre. Las calles y los cerros de Zacatecas estaban
tapizadas de cadáveres. El genio militar de Villa y Ángeles, junto con la ayuda
de Tomás Domínguez, Pánfilo Natera y Santos Bañuelos, habían logrado tomar
Zacatecas en 3 días.
Se cuenta aún hoy en Zacatecas que en esa batalla fueron tantos los cadáveres
de hombres, niños y bestias, que tuvieron que ser incinerados en las calles y
plazuelas; otros enterrados en fosas comunes o tirados en algunas bocas de
mina. Al día siguiente recogieron en las calles de la ciudad 850 cuerpos
sin vida y varios cientos de caballos inmóviles, procediendo a quemar a 3 mil
cadáveres más en el camino entre Zacatecas y Guadalupe. Con siete mil hombres
apostados en la Villa de Guadalupe Pancho Villa tomó las riendas de la región,
mientras que detonaba una derrota indeleble a las fuerzas del usurpador general
Victoriano Huerta, a consecuencia de la cual tuvo que pedir protección y huir a
los Estados Unidos.
Los daños a las casas
particulares y comercios fueron
cuantiosos. El almacén de Jesús Soto fue saqueado, robando más de 2 mil pesos
en mercancía, por las fuerzas villistas dirigidas por el general Rosalío
Hernández que entraba por el norte. La
casa del Lic. Manuel Soto, donde tenía sus oficinas, fue completamente desvalijada,
usando la parte inferior del inmueble como caballerizas. Lo mismo sucedió con
la casa d Manuel Macedo y de su hijo Benigno, las cuales fueron entregadas a
las fuerzas villistas desatadas por el azar. De los templos robaron pinturas de
valor, sustrayendo de los altares imágenes y ornamentos valiosos. Los caballos,
carruajes y automóviles de la gente acomodada fueron robados en su totalidad. Se
apoderaron también de la casa del Sr. Luis Escobedo. La casa del Obispo de
Zacatecas, Miguel de la Mora, sufrió también del terrible saqueo. Dos filibusteros
profesionales enrolados entre las fuerzas villistas, el ex convicto Jim The
Clark y el capitán villista Yondor Gloz, deserajaron la caja fuerte, y luego de
robar todo lo que tuvieron a su alcance cargaron el enrome botín en varios
trenes enviándolo hacia el norte, tomaron más de 200 mil pesos en metálico
dando a Villa la mitad de su parte, degollándose mutuamente después por motivo
de un entredicho. A 20 personas respetables, entre las cuales se encontraba
Manuel Zesati, Eusebio Carrillo, el abogado José Torres, el comerciante Manuel
Rodarte y el rico comerciante Cornelio Sauza, las obligaron a barrer ignominiosamente
las calles –pareja suerte correría el editor y litógrafo Nazario Espinosa. Al
poco tiempo muchos oficiales revolucionarios fueron apoderándose de todas las haciendas
de la región a nombre de la justicia social.
II
Un par de
años atrás, en de 1912, Don Nazario Espinosa, a los 72 años de edad, había
incursionado por primera vez en política, postulando su candidatura para
diputado, teniendo su fórmula como suplente a Benito Palacios en mancuerna,
quienes apoyaban la candidatura para Gobernador del Estado a C. Alberto
Elourdy, por el Partido Liberal Zacatecano. Lo cierto es que en ese año de
disturbios revolucionarios el partido liberal local se encontraba dividido,
ganando la contienda para gobernador el candidato liberal apoyado por el Club
Anti-Reelecionista, Lic. José Guadalupe González, quien en ese mismo año asumió
la regencia del Estado.
No sabemos
si su poca fortuna en aquella incursión en la política regional o sí su
supuesta vinculación a una cofradía de un grupo Mason, siempre en pugna entre
los ritos yorquino y escoceses, lo marcó de alguna manera, exponiéndolo en 1914
a las vendettas e iras revolucionarias. Como quiera que haya sido, lo que sí
sabemos es que
Enrique
Espinosa Dávila, hijo primogénito de Don Nazario, atendía la librería y la
papelería de su padre, local que se encontraba casi enfrente de lo que fue
posteriormente el Cine Ilusión. Cuando el Coronel Bernal voló el edificio del
gobierno, voló también la papelería, robándose luego las fuerzas villistas todas
las cosas que habían quedado servibles.[2] La
imprenta de grandes cuartos y enormes ventanales estilo europeo que estaba en
el Callejón del Cobre sirvió en cambio como cuartel a los forajidos; ahitos de
frustraciones centenarias y de explosivos resentimientos, ávidos de violencia y
sedientos de venganza destruyeron todo lo que encontraron en su estancia, Ahí
trabajaba un hijo de Don Nazario, Antonio, quien vio con
ojos asombrados de espanto como las fuerzas rebeldes iban robando todo lo que hallaban a
su alcance, quedando en el taller apenas unas cuantas máquinas para el final de
la refriega. Entre otras cosas en la papelería había tibores de porcelana, oriental, muy
finos, que después de la revolución se llegaron a ver en algunas casas
elegantes de Zacatecas, donde
presumiblemente los habían vendido los rebeldes villistas.
La
papelería se encontraba apenas al lado del Hotel de la Plaza y de la asociación
política Zacatecanos Unidos, cuyo órgano “La
Unión Zacatecana” era
dirigido por el Sr. Alberto Muños, los cuales también habían volado. La “Papelería de Libros en Blanco” del
reconocido litógrafo Nazario Espinosa fue destruida también, a consecuencia de
la mina que voló el Palacio Federal, mientras los revolucionarios saqueaban el
Almacén de Ropa y Abarrotes “La Caja”,
la cual fue quemada por el revolucionario Galván. Algunas casas quedaron
también destruidas en sus interiores. Aciagos acontecimientos que dejaron en la
psicología colectiva zacatecana una profunda cicatriz, la cual se ahondó al
quedar la plaza prácticamente abandonada por más de cinco décadas, colapsándose
la población a los 20 mil habitantes, quedando la ciudad por mucho tiempo
sumida en el limbo, sin grandes personalidades, sin los necesarios documentos
escritos, sin transformaciones económicas y sociales.
III
Con el nuevo gobierno algunas imprentas fueron posteriormente intervenidas
por el Estado. La “Tipografía del Sagrado
Corazón de Jesús”, establecida en el año de 1901en el Internado Anexo a la
Capilla de Guadalupe, sostenida por el Sr. Canónigo Anastasio Díaz, de
Aguascalientes, la cual fue dirigida por los Sres. José Sandoval, Vicente
Serrano y Juan Muro, luego intervenida por el Gobierno Revolucionario en 1914,
trasladada al Hospicio de Niños de Guadalupe, y devuelta a su propietario en
1920 por órdenes expresas del presidente de la república Álvaro Obregón; el Sr.
Mariano Elías fundó la “Tipografía
Moderna” en 1906, la cual permaneció hasta la muerte de su dueño 1927,
localizándose en la Calle de Arriba #2 (Av. Guerrero y Allende) y luego en la
Avenida González Ortega, siendo intervenida por el General Eulogio Ortiz y
luego entregada a su esposa la Sra. Elías, quien en 1946 se la llevó a
Chihuahua.
También la tipografía del “El
Ilustrador Católico”, dirigida por Vicente Serrano, Juan Muro y Francisco
Delgado, que fue intervenida en 1914 por las fuerzas revolucionarias y
trasladada en 1915 al hospicio de Niños en Guadalupe de Zacatecas; una parte de
esa imprenta fue prestada por el Gobernador Enrique Estrada, en 1918, a la
“Cámara Obrera” de la Escuela Nacional para Maestros (luego Auditorio del
Instituto de Ciencias), integrada por los Sres. Prof. Teodoro Ramírez, Tomás
Leal, J. Inés Medina, José C. Escobedo y Francisco Torres, laborando en ella
los reconocidos tipógrafos Gregorio R. Rivera, José y Manuel Escobedo y el
Señor Jesús F. Sánchez, quienes editaron ahí la “Ley Agraria del Estado de Zacatecas”, taller que luego se cambió a
la Avenida Hidalgo, donde por su inspiración comunista tuvo como nombre a “La Internacional”, encargándose de ella
el Sr. Gregorio R. Rivera, pasando después los implementos tomados prestados de
ese lugar al Palacio de Gobierno; la imprenta fue devuelta en 1920 por el
Gobernador del Estado, cambiando de nombre a “Imprenta de Refugio Guerra”, sosteniéndose hasta 1926, año en de
nuevo fue intervenida por el gobernador interino Sr. Leonardo Recéndez Dávila,
quien puso al frente al Sr. Salvador Arciniaga y fue cambiada definitivamente
al Hospicio de Niños de Guadalupe donde, según se dijo, finalmente fue fundida
una prensa “Brower” para hacer arados con ella.
IV
Cuando la
entrada de Pancho Villa en Zacatecas, sus tropas hicieron cuartel en la
imprenta, destrozando las máquinas y robando todo lo que pudieron, volando la
papelería de Don Nazario a consecuencia de la temible explosión que hubo en un
edifico del gobierno, donde después estuvo el Cine Ilusión. Como suprema
humillación a punta de pistola obligaron al orgulloso litógrafo, pasando la
barbarie sobre sus ideales de tolerancia, racionalidad y buena fe, a barrer con
una escoba los papeles quemados y los restos destrozados de las cajas
tipográficas, cuyas letras habían quedado esparcidas por la calle, como si
fuesen los inteligibles signos de un poema roto y mancillado. En la imprenta no
se salvaron sino unas cuantas máquinas que, luego de la ausencia de su dueño,
fueron manejadas por su hijo Enrique Espinosa Dávila.
Don
Nazario Espinosa Araujo murió un lustro después de aquel incidente, el 30 de
marzo de 1919, unos meses antes de cumplir los ochenta años de edad, en la casa
donde vivía, situada la Plaza de Miguel Auza #29, descansando sus restos fúnebres en una fosa
del lote #7 del panteón de “La Purísima”, en la ciudad de Zacatecas que tanto
amó.
[1] Friederich Katz, Pancho
Villa. Tomo I. Editorial Era, ICED, CONACULTA. Traducción de Paloma
Villegas. Págs. 398 a 404.
[2] En la actual Avenida Hidalgo, antes llamada Calle Real y
luego Calle de la Merced Nueva, se encontraba las Antiguas Casas Consistoriales
o Casas Reales de los Intendentes, que es donde se encuentra hoy en día el
Hotel Santa Lucía. En ese edificio estuvieron por dos semanas, del 20 de Agosto
a 5 de septiembre de 1811, las cabezas decapitadas del Cura Hidalgo, Allende,
Aldama y Jiménez, en tránsito para la Alóndiga de Granaditas, Guanajuato, en
donde para escarmiento del pueblo fueron las cabezas colgadas cada una de una
esquina, donde permanecieron hasta 1821, hasta que finalmente fueron sepultadas
en la Columna del Monumento a la Independencia conocida popularmente como “EL
Ángel”.
[3] Datos obtenidos de un escrito
personal de uno de los nietos de Nazario Espinosa, Don José Nazario Espinosa González, fechado en
1987, titulado “Pequeños datos que recuerdo sobre mis antepasados y que
futuros sepan de donde proceden”.
[4] El costo estimado de bienes
habría sido el siguiente: el valor de la finca donde se encontraban los taller
ascendía a 19, 248 pesos; el de la imprenta con máquinas y útiles a 15, 644
pesos; el del taller de litografía con máquinas y útiles a 23, 584; la
encuadernadora a 6 652 pesos; el de la caldera de vapor que proporcionaba la
fuerza motriz a 5, 530 pesos; las mercancías a 12, 871 pesos; más los muebles y
enseres de ambas imprentas a los que sumaba los útiles del fotograbado por
cerca de 3, 000 pesos más. Los adeudos
diversos y documentos a pagar sumaban 32 mil pesos. Todo lo cual daba un
resultado de más de 56 mil pesos libres de polvo y paja.
[5] En la Plaza Miguel Auza, en los
bajos del edificio que fuera el Hotel Zacatecano, estuvo en 1905 la “Imprenta Literaria” del Señor Domiciano
Hurtado, quien publicaba ahí el periódico “El
Correo Zacatecano”, dirigido por Mariano Elías. Otra imprenta que estuvo en
esa calle hasta 1909 fue “La Imprenta de
Thomas Lorck”, estando situada en la Antigua Plaza de San Agustín #21.
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