El
Chanate, el Camaleón y la Carpa: el
Grabado Mexicano Moderno
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
El grabado humilde
encuentra su grandeza en ser claramente a la vez arte técnico y artesanía,
mostrándonos así las dos caras opuestas y complementarias del trabajo, porque
si por un lado es producción, operación que transforma la materia de nuestra
herencia natural en bienes económicos
despegados de su raíz natal (lo que permite no sólo crear nuevos circuitos,
propiamente económicos, sino incuso cerrarse sobre si misma para erigir el
orden de la explotación y la injusticia social); por el otro es claramente
hechura: lucha amorosa con la materia grave, contacto corporal y manual con las
cosas y las sustancias del mundo y su
dúctil o escarpada resistencia. Es por ello que el arte del grabado nos pone de
frente a ese oscuro y nebuloso amor de la carne que al intelecto no le es dado
conocer; labor de oficio y de cocina y a la vez laboratorio de las formas que
se vacían y espejean en otras formas – tarea de purificación por medio de una
escala de procesos en donde las sombras de lo superfluo y sus velos se diluyen
para que aparezcan las condiciones de la nueva vida: el sentido germinal y vivo
que nos alienta con sus señales de claridad o con su luz a seguir por la subida
en que consiste el camino.
II
Las obras de Ramón
Eguira Ramón realizadas al aguafuerte (“El Chanate”, “Corona”, “Mundo
Interior”) destacan en este renglón, añadiendo a su búsqueda de un renovado
simbolismo el gusto por la tipografía y por la cita culta, también por la
ornamentación cuyo sentido de frugalidad apunta a la pureza de las formas y a
la claridad de las imágenes. Imaginación ceñida a los contenidos y controlada
por los sentimientos temperados que por ello ni se desborda en el subjetivismo
de la fantasía ni se desparrama en los vértigos del sensualismo.
Así, el chanate o
quiscal mexicano (frecuente desde E.U. hasta Perú) aparece en lo que tiene de
graciosa dignidad –pues sus instintos de nidificación y verdaderos ritos de
apareamiento (el macho salta y baila frente a la hembra), así como su canto
fuerte y estridente, nos hablan de un bello capítulo ejemplar de la naturaleza.
Ave que al igual que el cuervo esta relacionada con la clarividencia, ave de
Apolo y mensajera de los dioses, el chanate es también un símbolo del amor y
gratitud filial (las crías al llegar a la edad adulta alimentan a los padres) y
por extensión un emblema de la organización del mundo, que a la vez que
previene a los hombres de los peligros que los amenazan (conjurando la mala
suerte).organiza el mundo, difunde la civilización y la cultura. Asociado al
viento y al relámpago, el perspicaz chanate se encuentra así al principio de la
creación como una estampa del espíritu y de la memoria –siendo a la vez una
imagen de la soledad, del aislamiento voluntario del ser alado que decide vivir
en un plano supramundano.-pero también de la esperanza, pues el “cras, cras” de
su canto puede ser oído significando: “mañana, mañana”, “si no hoy será
mañana”.
III
Por su parte Antonio
Ruiz Ibarra, siguiendo la escuela mexicanista, presenta una magnifica imagen de
“El Camaleón” tallada en linoleum e impresa en papel de amate, motivando con ello
el resonar en la leyenda de la antigua canción del cuento relatado otra vez por
la Naturaleza. En esta ocasión se trata del la narración de la secreta alianza
entre el camaleón y la libélula que intercambian señales milenarias sobre un
fondo ornamental urdido por la tela de la araña, Diseño de reminiscencias
huicholes donde leerse una profunda solidaridad frente a la naturaleza. Imagen,
pues, que nos recuerda que el camaleón, demiurgo del trueno, del relámpago y de
la lluvia y que comunica al sol con los hombres al poseer todos los colores del
arco iris, es un símbolo poderoso de la fecundidad de la tierra, pues el animal
extraño del exuberante jardín es, junto con el escarabajo egipcio, uno de los
primeros seres vivos de andadura perezosa.
La obra el grabado “El
Camaleón” de Antonio Ruiz Ibarra, realizada con la técnica del linoleum sobre
papel de amate, tiene por su parte un elemento dinámico que lo convierte en una
especie de cuento o narración, casi en una fábula en donde podemos contemplar
los resortes y mecanismos del inconsciente humano o de la solidaridad simbólica
frente a la naturaleza. Sobre un fondo de ornamentación floral y de tela de
araña., aparece el camaleón que clava un ojo sobre la ligera libélula en una
especie de secreta complicidad. Porque el camaleón exhibe una compleja
bipolaridad: por un lado debido a tener los colores del arco iris comunica con
el sol, pero también con el relámpago, la lluvia siendo símbolo de fertilidad.
Por otro lado su manera perezosa de andar lo emparienta con la indolencia. El
camaleón, en efecto, cambia de color a voluntad, enseñando con ello en su
aspecto diurno a adaptarse a toda circunstancia y a adoptar las costumbres
ajenas; sin embargo, de noche adopta los atributos contrarios: los de la
hipocresía y de los intereses sórdidos e inconfesables –resultando por ello
falto de personalidad y originalidad, asimilable a un cortesano espiando en el
vestíbulo de los poderosos. Su lengua viscosa, signo de su avidez
cuidadosamente disimulada, indica el verbo persuasivo de quienes engañan con
palabras melosas, advirtiendo sobre sus malas intenciones. La imagen añade
empero la complicidad con la ligera y elegante libélula (llamada también espía-demos, caballito del diablo e incluso
señorita) cuya rapidez en el vuelo habla de una liberación traposa, equivalente
a una evasión –estableciendo con sus ojos facetados en treinta mil retículas y
con su pata debajo de la boca para coger a sus presas un singular paralelismo y
afinidad con el exorbitado camaleón. Imagen que nos recuerda también una
antigua tradición, según la cual el primer hombre, de nombre Uculcunculú, oyó
decir que en el jardín se le ordenó al camaleón decirles a los hombres que no
mueren, pero que estando enfadado se retrasó intencionalmente, mientras tanto el
lagarto se adelantó y llegó primero, diciéndoles a los hombres que mueren, todo
ello debido a la pereza y oscilación del camaleón. Cambiante como los siete
días de la semana el camaleón se caracteriza por tener también siete
propiedades.
El camaleón exhibe una
compleja bipolaridad: por un lado debido a tener los colores del arco iris
comunica con el sol, pero también con el relámpago, la lluvia siendo símbolo de
fertilidad. Por otro lado su manera perezosa de andar lo emparienta con la
indolencia. El camaleón, en efecto, cambia de color a voluntad, enseñando con
ello en su aspecto diurno a adaptarse a toda circunstancia y a adoptar las
costumbres ajenas; sin embargo, de noche adopta los atributos contrarios: los
de la hipocresía y de los intereses sórdidos e inconfesables –resultando por
ello falto de personalidad y originalidad, asimilable a un cortesano espiando
en el vestíbulo de los poderosos. Su lengua viscosa, signo de su avidez
cuidadosamente disimulada, indica el verbo persuasivo de quienes engañan con
palabras melosas, advirtiendo sobre su capacidad de mentir, de sorprender o
emboscar. Ser precavido exento de aventura o de generosidad, el paso lerdo del
camaleón combina con los ojos que mueve en todos sentidos dentro de la órbita,
recogiendo todas las informaciones como observador desconfiado y disimulado. Su
lomo arqueado en una cresta pronunciada nos habla de un ser tan precavido
cuanto fatuo y vanidoso; su cuerpo comprimido de su susceptibilidad y su cola
prensil de un ser traposo que hipócritamente o por detrás se apodera de los
bienes ajenos –combinando todo ello en un ser extraño, en cuyo orden ético se
combinan tanto poderes como fracasos. La imagen añade empero la complicidad con
la ligera y elegante libélula (llamada también
espía-demos, caballito del diablo e incluso señorita) cuya rapidez en el
vuelo habla de una liberación traposa, equivalente a una evasión –estableciendo
con sus ojos facetados en treinta mil retículas y con su pata debajo de la boca
para coger a sus presas un singular paralelismo y afinidad con el exorbitado
camaleón. Imagen que nos recuerda también una antigua tradición, según la cual
el primer hombre, de nombre Uculcunculú, oyó decir que en el jardín se le
ordenó al camaleón decirles a los hombres que no mueren, pero que estando
enfadado se retrasó intencionalmente, mientras tanto el lagarto se adelantó y
llegó primero, diciéndolos a los hombres que mueren, todo ello debido a la
pereza y oscilación del camaleón.
IV
La magnífica xilografía
impresa en color titulada “Folklore mental” de Gracia Doré Lévano
Rodríguez nos presenta una imagen que
siendo consciente de ser una obra artesanal se presenta es a la vez como una
vía de sabiduría. Arte humilde que es sin embargo simultáneamente una
meditación sobre los elementos y los segundos planos de la realidad, apuntando
claramente al sentido de lo sagrado o “divino” en el mundo y a la
sobresignificación de la vida. Un arte libre, es verdad, que no se petrifica en
si mismo y que conjuntamente es vía de
sabiduría sin estar encadenado por dogmas y que por ello precisamente puede
flotar ingrávido en una especie de tercera dimensión.
Así, la mano del primer
plano más que señalar ordinariamente el cristal traslúcido del agua con el dedo
índice, hace más bien un ademán de arrobo, en cuya de ingravidez y vuelo hay
una especie de comunión con las dos carpas aladas que flotan entre los velos de
las algas como si de un aire cristalizado se tratara. La mano pareciera así
simbolizar la tierra de la atención, mientras que las carpas aparecen como
representaciones simbólicas de los elementos primordiales, de los principios
Yin –Yang, que a la vez son el agua de vitalidad y el fuego del espíritu.
Desciframiento
simbólico también de las figuras, que ve en la carpa un animal de buen augurio
por ser montura y mensajero de los inmortales y un emblema de la longevidad, de
la fecundidad espiritual y la fertilidad material no menos que de la
superioridad intelectual. Porque la carpa por su coraje y perseverancia logra
remontar las corrientes río arriba, siendo por ello también una estampa de la
audacia y del vigor de la juventud, y al saberse moverse entre las algas
acuáticas emblema de la discreción.
Imagen que da la
sensación de una ligereza alada, pues, de vuelo e ingravidez, en cuya gracia se perfila la idea de arte sonriente y
caluroso donde se reencuentra una alegría primordial anterior al lujo de la
riqueza o a la tristeza de la marginación. Arte que busca la gracia, es verdad,
y que por ello encuentra la belleza encarnada en la frugalidad, la elegancia
simple de la naturaleza y en el “soplo” del espíritu. Belleza que es también la
de la dulzura femenina, en la que no hay sensualidad pero si desnudez,
presencia fresca, viva y modesta, limpia y luminosa que patentemente se
encuentra cerca de la idea de un Dios de amor y personal. Así, dentro de un
estilo japonesista y en cierto modo vangoghiano, la disciplina estética
cultivada por la grabadora pareciera hace de la belleza y la humildad artesanal
una norma de vida.
V
El arte del grabado,
oriundo de antiguas tradiciones y viejos legados del simbolismo universal,
heredera por vía directa de sabios herreros y magos alquimistas, al renovarse
al través de la enseñanza y la experimentación contemporánea, al herir con
renovados bríos la plancha de metal o abrir el surco en la dura carne de la
madera, ha ido descubriendo al través de la práctica del oficio antiguas
técnicas largamente olvidadas y, con ello, el tono anímico y los signos más
caros de toda una tradición de reflexión simbólica, amalgamando así al oro
escondido en el cobre o que c
orre por las vetas de la caoba el mercurio filosófico fecundante de la vida, haciendo con ello despertar de su reposo somnoliento a la semilla para abrirse al desarrollo de la vida y de la floración, para multiplicarse en la tierra húmeda que la acoge para dar, como los panes pródigos, por una sola semilla más de un ciento de cosecha. Despertar, en efecto, del arcaico letargo de la materia grave, sumida en la herrumbre anquilosada, que mediante las herramientas de finas gubias y afilados buriles logra rescatar una verdad escondida hace cien o hace mil años.
orre por las vetas de la caoba el mercurio filosófico fecundante de la vida, haciendo con ello despertar de su reposo somnoliento a la semilla para abrirse al desarrollo de la vida y de la floración, para multiplicarse en la tierra húmeda que la acoge para dar, como los panes pródigos, por una sola semilla más de un ciento de cosecha. Despertar, en efecto, del arcaico letargo de la materia grave, sumida en la herrumbre anquilosada, que mediante las herramientas de finas gubias y afilados buriles logra rescatar una verdad escondida hace cien o hace mil años.
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