Eugenio
Soto: Monumento “450 Aniversario”
Por
Alberto Espinosa Orozco
“Se les llamará robles de
justicia,
plantío de Yahvé para su gloria.”
Isaías 61.3
La macroesructura escultórica del arquitecto
Don Eugenio Soto “450 Aniversario”, se inscribe dentro del proyecto general de
dotar a la ciudad de Durango de una infraestructura moderna y funcional, el cual ha cumplido ya con
varias etapas en el relujamiento, restauración y reconstrucción urbana del espacio público, iniciándose las obras ya hace varios años con el remozamiento
de las fachadas del centro histórico.
La obra corresponde así a una nueva etapa en
el amplio proyecto de renovación del espacio público de la ciudad, dentro del
que destaca: la construcción de la “Plaza Fundadores”, la que cuenta con un
estilizado obelisco, un conjunto escultórico en bronce del artista Miguel Ángel
Simental sobre la fundación de la Nueva Vizcaya por el capitán Francisco de Ibarra
y la reconstrucción de un costado de la Iglesia de San Juanita; el remozamiento
del Paseo de las Moreras, que incluye la inserción de tres esculturas versantes
sobre costumbres regionales (a las que hay que sumar otras ocho en colocación), y; el Paseo de la Iglesia de Analco.
El proyecto de la “Plaza Hito: 450 Aniversario”, en cambio, ha quedado
por lo pronto a mitad de camino, pues sólo se ha concluido con el
asentamiento de la escultura monumental, ganada por concurso abierto por el
arquitecto Eugenio Soto y su Estudio, quedando pendiente la remodelación de la
cuadra completa, en donde por ahora se encuentra todavía una avejentada
escuela, a ser reubicada con posterioridad, por lo que el impacto social de la
obra puede evaluarse tan sólo parcialmente.
Hay que agregar que dicho proyecto, está ubicado entre las calles de
Independencia y el remate de la Avenida Felipe Pescador, en la colonia Silvestre Dorador, conocida popularmente como “Obrera”, apenas a 500 metros de la
Iglesia del Santuario, con su célebre “mercado de pulgas” los domingos, estando
por ello la obra situada en emplazamiento particularmente populoso y de gran
tradición. La escultura se entrelazará también
con la remodelación de un inmenso corredor que se encuentra justo enfrente de
la “Plaza 450 Aniversario”, conocido coloquialmente como “Zona Dorada”, en lo
que fuera la antigua y monumental Estación de Ferrocarriles, que por un momento albergara a
la dependencia privada “Transformadora Durango”, en donde se tiene contemplado
realizar un moderno complejo de oficinas gubernamentales, y probablemente
también un centro comercial o bien un sofisticado complejo escolar.
Para sopesar el impacto social de la
escultura primero hay que comprender su significación propia. La obra está
inspirada y recrea elementos del escudo heráldico de la Ciudad de Durango,
herencia de a tradición ibérica y peninsular novohispana que entregaba a las
ciudades escudos de armas. El blasón fue concedido por el Rey de España a la
entonces Villa de Durango en el Siglo XVII, ascendiéndola a la categoría de
Ciudad, siendo una réplica del escudo de Vizcaya, España –escudo compartido por
el municipio del Mezquital, colindante con el estado de Zacatecas. El mismo
escudo de armas de la ciudad de Durango, en México, guarda efectivamente
algunas semejanzas con el de aquella región, sin embargo, el escudo español
ostenta tres martillos de oro bien ordenados con seis brazaletes de plata, un
roble de plata enmarcado de sinople con un lobo de plata cebado de plata
rematado por la corona real, el cual perteneció originalmente a los Señores
López de Haro. En cambio, en el blasón
heráldico regional destacan los siguientes elementos: un árbol de roble color
café de abundante follaje verde, símbolo de libertad; dos lobos en actitud de
correr cebados de corderillo, que es símbolo de señorío; dos ramas de palma a
manera de guirnalda flanqueando el escudo, enmarcando todo el armazón de
bronce: arriba la corona real con piedras redondas azules y en rombo rojas;
rematado por un globo terráqueo con la cruz latina.
Hay que recordar el origen de la voz “Durango”: algunos sostienen que es
un antropónimo del apellido Turango, de raíces vascas o celtas, de significado
desconocido; otros que atiende a la ciudad de Vizcaya, España, de donde eran
oriundos algunos de los conquistadores, y que significaría en su aplicación regional “vega bañada por un
río", que es el Tunal. La palabra se deriva de la voz vasca “urango”, de “ur”, agua, y
“ango”, lugar, palabra usada por el joven Capitán Francisco de Ibarra para
bautizar un primer asentamiento en la nueva tierra conquistada, el 8 de julio de 1563, fecha de la fundación
de la provincia de la Nueva Vizcaya, día en que la Gran Chichimeca dejó de ser
“tierra de nadie”.[1]
II
La macroescultura, especie de microcosmos, se levanta así en un
espacio arquitectónico destinado a servir como un punto de referencia, tanto
geográfico como cronológico, que marca una nueva orientación, de
reconstrucción, restauración y relujamiento de la traza urbana. A partir del
elemento simbólico del árbol del roble, la enorme escultura se yergue, a partir
de una serie de planos en silueta de dicha figura, repitiendo cuatro veces el
mismo elemento, el motivo del roble, el cuales multiplicado se va extendiendo desde su posición vertical, en
placas de acero de 40 ctms., de diámetro, hasta formar una espigada enramada
horizontal, estilizándose con placas del 28 ctms., en su parte extrema, repitiéndose así el mismo motivo
por siete veces más, mediante una desafiante torsión o giro de 90 grados a partir de los primeros
planos, lo que le brinda a la estructura gracia, por el movimiento radical de la materia y el delicado dinamismo subsecuente que va adoptando en su extensión.
De tal forma, la escultura, de 45 metros de longitud y 8 metros de altura, recupera numerológicamente el motivo fundamental de su erección: la fundación de la provincia de la Nueva Vizcaya, hace 450 años, el 8 de julio de 1563. Por su parte los 11 robles en total que conforma el conjunto representarían a cada una de las instituciones del estado, destacándose sus cuatro fuertes pilares con los cuatro robles de la portada principal, como emblemas de los brazos más robustos del estado moderno: las secretarías de educación y cultura, salud, economía y servicios.
De tal forma, la escultura, de 45 metros de longitud y 8 metros de altura, recupera numerológicamente el motivo fundamental de su erección: la fundación de la provincia de la Nueva Vizcaya, hace 450 años, el 8 de julio de 1563. Por su parte los 11 robles en total que conforma el conjunto representarían a cada una de las instituciones del estado, destacándose sus cuatro fuertes pilares con los cuatro robles de la portada principal, como emblemas de los brazos más robustos del estado moderno: las secretarías de educación y cultura, salud, economía y servicios.
Así, aprovechado el árbol del roble de raíces salidas del escudo para
simbolizar la fortaleza y la libertad, espiritual y material, de la región, la
obra escultórica se viste de blanco esmaltado, para significar a la vez a la expiación
como a la pureza –todo lo cual insinúa tanto la férrea resistencia y
voluntad de los pobladores, ante los
escollos que la capital del estado ha tenido que superar para mantener su
desarrollo, algunas veces ciertamente precario, como la promesa de un destino
rutilante que brilla en su futuro, recordando con ello a la distancia la visión
que tuvo de la ciudad el escritor Jorge
Gram (David G. Ramírez), como una princesa encantada recostada sobre el valle
de luz.
Pureza del color, de la intención y de las formas que, al conectar los planos o coordenadas de lo horizontal y lo vertical, crean la tercera dimensión, más propiamente espacial, de la profundidad. Espacio que se abre, pues, no menos al aire de las alturas que circula por el extenso valle que a las evocaciones simbólicas y poéticas, habiendo en el moderno monumento algo de lo propio al ciclo muerte-renacimiento, pues nos habla de una transición que pasa de lo acerado e incluso de lo óseo, al murmullo acuático de una amplia enramada protectora, dando el conjunto la idea de un nuevo tiempo por venir en trance de constitución –que a la vez habrá de tomar su sabia de las viejas raíces, poniendo sus cimientos sobre la base de valores de edades pasadas hoy olvidadas, recordando así la tradición a la que nos debemos, de dónde venimos y que dará nuevamente de beber su agua diáfana de vida.
La estructura, de carácter orgánico, representa un
vasto proyecto cultural, siendo por ello un vértice en donde se dispone y
ordena cada parte con arreglo a la totalidad, entrelazando sus evocaciones en reminiscencias tanto vegetales y marinas, pero aludiendo también a la
organización de lo social en correlación con el paisaje. Así, los cuatro robles
que hunden sus raíces en la tierra y extienden sus ramas por el espacio aéreo
nos hablan del robustecimiento de la personalidad colectiva, pues la cultura
misma es un todo orgánico que se apoya en cada uno de sus puntos, corroborando
con ello o confirmando así la formación de un destino común y compartible, cuyo
fruto coincide finalmente con el simbolismo conjugado de la libertad y la justicia,
desprendido naturalmente de una enramada pura que, abriendo sus brazos en un
regionalismo por inclusión, se tiende al sol y a la luz de las edades para
volver a hacer transitables los caminos.
La imagen es pues la de la de una arboleda de
robustos robles, que tiene algo de la blancura de la verdadera libertad: de la
pureza ingrávida del aire transparente y de los caprichos tornasolados de la
luz al envolverla con mil mantos de sutilísimos colores cada día. Símbolo,
pues, de transformación ascendente, y indudablemente de grandeza, que tiene
también algo del fluyente río de imperturbable mármol que se curva, de nívea
bóveda mineral imantada de argento y de blanda nube viajera y pasajera. Muro de
contención también, pero que es puerta abierta, surcado por el aire
transparente y hecho casi de pura luz, esa pureza blanca tan antigua que hace
al día cada día con la nueva luz navegando a cada instante entre las horas. EL
simbolismo propio de la obra atiende así
tanto al paisaje regional como a la situacionalidad concreta en la que los
habitantes de la ciudad han crecido, con-crecido uno con los otros lado a lado.
Cuerpo, pues, de diafanidad, que señala un punto de inflexión en el que se
cruza el horizonte del espacio con la verticalidad del tiempo que llega, para
destacar en las posibilidades y potencias inmediatas los valores fijos,
constantes e inmutables, de un tiempo que vuelve -para recuperar el sentido
mediante la acción sensata guiada por el valor inasible, para abrirle así un
lugar a la esperanza.
III
Preguntar por el impacto social de una obra
es hacerlo por su razón de ser, por su telos:
por su función, servicio y utilidad para una comunidad, y en este sentido por
su justificación social, práctica o final, la cual a su vez revela la esencia misma de
la obra y la fundamenta. El monumento escultórico “450
Aniversario”, que corresponde al proyecto de remozamiento específicamente
estético de la ciudad de Durango, tiene como razón teleológica de ser, radicalmente: en un primer lugar, la dignificación y regeneración visual de un espacio urbano, pues obedece al
relujamiento de una zona ya desgastada por el correr del tiempo, donde antes se
ubicaba la estación de policía “El Mercadito”, una estación de bomberos ya muy
maltratada y un mercado destartalado, agónico, casi desierto, afectado todo ello el
polvo de los años abrasivos, el abigarramiento constructivo romo y la ruina. En este
sentido cumple con una función a la vez estética y social, pues se ocupa no
sólo de recuperación urbana de un espacio sino también de su embellecimiento. La obra,
así, abre un respiradero a la mirada, que a la vez que constituye un oasis
visual comunica un mensaje de pureza de realización y de grandeza natural del espacio, creando con ello un área de
contemplación, recreo estético y descanso. El espacio es por sí mismo un
ejercicio de expansión de la voluntad, del querer, que se postula asimismo
contra la insidiosa rutina de la indolencia: la violencia, el crimen, la desolación, la molicie, o el simple polvo abrasivo del olvido, que por
décadas ha golpeado, maltratado y marginando esa zona de la ciudad.
Arte bello, pues, no carene de utilidad, como es la vocación misma de la
arquitectura, que al crear un espacio público se relaciona directamente con el
servicio a una comunidad, siendo en esta
ocasión la utilidad de la obra ofrecer a la comunidad toda una visión simbólica
del destino colectivo que, sin dejar de ser moderno, remite a los emblemas más
caros y concretos de nuestra tradición local, despojándo de sombras a la zona para dejar atrás las tinieblas rencorosas del pasado. Exaltación, pues, de un destino, y con ello de la
madera de todo un pueblo resistente, curtido en aflicciones y adversidades
históricas, constituido por gente buena, de genio, sencilla, trabajadora, tan comprensiva como contenidamente ingeniosa.
Estructura, pues, que, por la propia
disposición de las partes con arreglo a una totalidad, no puede sino evocar una
relación de participación con el paisaje humano, pero íntimamente también con el geográfico, etérea montaña argentina, entrando de tal manera en relación directa con el cosmos entero, atendiendo a los valores clásicos de orden,
jerarquía y por tanto de justicia, cumpliendo con ello una la labor
estrictamente educativa, al articular en su alrededor situaciones de convivencia estética y socialmente formativas: de respeto de las nubes y su entorno, a la creación y a sus ritmos consonantes, y de amor a lo nuestro, de confianza en las potencialidades
de nosotros mismos y sobre todo de cuidado a la tierra y al medio ambiente que a la vez nos cobija y nos rodea. Muro
de fortaleza, decía, y a la vez puerta abierta sin tropezadero para la buena
voluntad, que no sólo quiere para México lo mexicano, sino lo mejor, donde el
pueblo pueda voltear hacia la luz radiante y eterna de la gloria, dando con
ello la obra del arquitecto Eugenio Soto Landeros la bienvenida a una nueva era, en
germen, que comienza.
El impacto social del proyecto arquitectónico corresponde al de una
obra propia, arraigada en la historia de Durango, pero que se abre
confiadamente a los valores universales de la ecúmene –vocación ínsita de las
grandes ciudades y de los grandes pueblos. La obra se nos revela así en lo que
tiene de verdadera originariedad, no menos que en lo que hay en ella de talento
constructivo, pues ha sido realizada al 100%
por trabajadores durangueños, teniendo al arquitecto Don Eugenio Soto a
la cabeza de la concepción, planeación, proyección y coordinación de las tareas.
Hay que indicar en este renglón que la gran escultura se encuentra
rodeada por una serie de arbotantes que a manera de pequeños racimos de árboles
delgados y modestos, como humildes truenos juveniles, que reforzando las evocaciones bucólicas del conjunto, pues por las noches, con sus reservas acumuladas de energías en sus celdillas por la bienhechora luz solar, iluminan felizmente el entorno -cumpliendo en las mañanas también con la
función de servir de sencillas bancas cuadradas, permitiendo así un respiro para el descanso a los transeúntes, con lo
cual se rubrica la obra no sólo como un proyecto perfectamente
interdisciplinario, sino sobre todo como un muy bien logrado ejemplo de
autonomía, capacidad y suficiencia de todo un grupo humano.
El proyecto ya realizado de la obra tiene en cuanto a su impacto
social una serie de efectos sobre la comunidad de carácter a la vez íntimo y
público, siendo sus logros o la teleología de la obra (fin), el de oxigenar
literalmente la zona, de abrir el espacio, pues se constituye como un paseo
ecológico, por decirlo así, pero también simbólico e incluso histórico, en
donde el robledal de la estética escultura nos conduce a un pasaje imaginario de blancas dunas que son olas que son nubes
que son aire. El espacio transparente, blanco, verde, del proyecto inconcluso “Hito:
450 Aniversario”, cumple así con una función educativa de la máxima relevancia
práctica: hacernos despertar al valor de las imágenes, de las analogías y sus
sistema interno de vasos comunicantes, a la metáfora y poesía de nuestra
tierra, llenando la imaginación de evocaciones bucólicas, marinas y celestes,
que en conjunto simbolizan al valle de luz que es el Guadiana.
Diseño de gran innovación y autonomía, la obra artística se ha ganado
así el ser considerada como un verdadero ícono de la ciudad, un emblema de
Durango, por darle un nuevo rostro a las realizaciones autóctonas que, sin
despreciar lo moderno, se fijan como un clavo en el horizonte de hoy a partir de
una acendrada valoración por la tradición y por lo nuestro, siendo a la vez su imponente imagen la de una pequeña y poderosa semilla: el anuncio ejemplar de los logros por venir de toda una comunidad, como desarrollo natural de su
proceso oxigenante de purificación, gestación y crecimiento, pues, de desarrollo y maduracin futura.
[1] El estado de Durango, rico en
recursos materiales, tanto vegetales como minerales, pues tiene el segundo
lugar en cuanto a extensión de bosques de todo el país y en su territorio
abunda el oro, la plata y otros metales, ocupa actualmente el 6.3 % del
territorio nacional con 124, 444 km2, con una población de un millón 500 mil
habitantes, el 1.5% de la población de la nación, siendo su territorio
relativamente poco poblado.
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