La Historian del Capitán Juan Joseph Zambrano
Por Alberto Espinosa Orozco
“Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.
La codicia en las manos de la suerte
se arroja al mar, la ira a las espadas,
y la ambición se ríe de la muerte.
¿Y no serán siquiera tan osadas
las opuestas acciones si las miro
de más ilustres genios ayudadas?”
Epístola Moral a Fabio
Anónimo Sevillano del Siglo XVI
I
El Capitán Juan Joseph de Zambrano y
Amaya nació en el año de 1751, siendo su origen incierto, pues unos dicen que
era de Alfaro, reino de Navarra, en la Rioja, España, mientras otros lo dan
como de Atinal, reino de Castilla. Hijo legítimo de Don Manuel de Zambrano y de
Doña María Manuela Amaya Calderón, llegó muy joven a la Nueva España,
estudiando la carrera de las armas y graduándose como Capitán de las Milicias
Provinciales. Siendo atraído por las noticias de los descubrimientos áureos en
las minas de Nueva Vizcaya, se radicó en la ciudad de Durango, contrayendo
matrimonio con Doña Ana María Gijón, sin tener la pareja descendientes. Luego
de morir su primera esposa, contrajo segundas nupcias con Silvestra Pereyra, de
cuyo matrimonio nació un único hijo, de nombre Ramón Zambrano Pereyra.
En el año de 1779, cuando Juan Joseph
Zambrano tenía 29 años de edad, llegó a la región de San Dimas, lugar enclavado
en la Sierra Madre Occidental, para establecerse en los Queleles, lugar llamado
así por el ave de rapiña, parecida al zopilote, pero que es negra con manchas
blancas. Por esas fechas la región, a 300 millas de la ciudad de Durango, era
declara todavía “terra incognitate”,
pues apenas había sido tocada por gambusinos y exploradores. Aún en el día de
hoy es una tierra prácticamente inaccesible, apenas conectada con Durango por
un estrecho camino de terracería.
Zambrano, astuto comerciante, llegó
acompañado por el fraile José Luis de los Ángeles Olbera, pues iba a la cabeza
de un puñado de hombres intrépidos expedicionarios organizados por Don
Desiderio Correa, de Durango, con la encomienda de establecer su cuartel
general para explorar la zona en un lugar llamado “Humasen” (Guarisamey), a
tres leguas de los Queleles. En los Queleles vivían tres familias numerosas,
compuestas por los Huizar, los Rubio y los Olano; gente astuta acostumbrada a
la soledad de la sierra, quienes quemaban piedras para la obtención de oro y
plata, vendiendo luego los metales en la ciudad de Durango a Doña María
Gertrudis Legaspia de Nevares y a Don Juan Nepomuceno Orestia de la
Godonera.
Zambrano, asentado en la región de
Humasen, no tardó en poner una tienda de abastos y chácharas, en cuya
miscelánea cambiaba su mercancía por trocitos de metal fundido a los gambusinos
y lugareños. Sin embargo, ante las hostilidades del nutrido clan Quelele, los
nuevos residentes consiguieron soldados del Rey de España para su protección,
levantando un fuerte que luego sería la Hacienda de beneficio del Baluarte.
Zambrano hizo primeramente sociedad con el Fraile José Luis de los Ángeles
Olbera para explotar la Ollera de los Ángeles Correa, la cual pronto
fructificó, máxime cuando el fraile casó con Teodosia Huizar, del clan Quelele.
Dice la leyenda que una noche Juan
Josep de Zambrano comandando una recua de mulas descansaba con un punado de sus
trabajadores en un borde sobre el río Piaxtla cuando, estando en compañía de
Cayetano Flores y José Fernández, oyeron a un tecolote que cantaba en la punta
de un huisache, algunos de sus empleados amagaron con disparar para abatir a la
ave, pero que el comerciante intervino para salvarle la vida, haciéndoles ver
que era una tecolota, y diciéndoles: “Esa Tecolota algo bueno o algo malo nos
anuncia”. Y así fue que al caer la noche encendieron una hoguera en el lugar
que estaban explorando, descubriendo a la mañana que los rescoldos de la
lumbrera “graneaban”, viendo con gran alegría las perlas y el hilo de de plata
fundida que resbalaba de la fogata, pues habían hallado un mineral, topando así
por casualidad una mina de inmensa riqueza.
Al poco tiempo Zambrano denunció la mina, a la que llamó “La
Tecolota”. Cuenta la leyenda que aquella
mina se denominó “La Tecolota” en honor a la segunda mujer de Zambrano,
Silvestra Pereyra, quien por alguna misteriosa y extraña circunstancia no podía
ver la luz del sol y vistiendo de negro sólo se dejaba ver de noche. Se decía
también que aquella región era oscura, lúgubre, maligna, porque estaba dominada
por los demonios Satán y Rabessa, por lo que se le consideraba un territorio
prohibido.[1] Lo
cierto es que con la gran riqueza que produjo la mina de La Tecolota, Zambrano
pudo comprar las minas de Agua Caliente en Guarisamey y La Puerta en San Dimas,
minas a las que hay que sumar la descubierta por un indio tributario que estaba
bajo su servicio: Santiago Cayetano Flores, procedente Jalpa, jurisdicción de
Guchipila, quien denunció la mina de Nuestra Señora de Guadalupe, como a veinte
leguas de Agua Caliente, más acá de Yamóriba, en el Cerro de Gavilanes, el 24
de septiembre de 1786.[2] En el
mineral de Agua Caliente se ubicó la Villa de Guarisamey, y en La Puerta el
mineral de San Dimas. Para finales del Siglo XVIII las principales minas de la
región pasaron a poder del activo minero emprendedor Zambrano. Así a La
Tecolota se sumaron La Punta, Promontorio, San Luis, Arana, Cinco Señores y La
Candelaria, mina que produjo enromes riquezas y que fue descubierta por el
propio Zambrano, quien también halló la boca de El Hundido, riquísima veta
metálica junto con Tapias, San Juan, El Muerto y Santo Tomás.
Conoce entonces y se hace amigo de Don
José Antonio Laveaga Churruchategui, a la sazón director del Colegio Real de
Metalurgia de la Ciudad de México, quien había trabajado minas en Guanajuato y
Puebla y era constructor de maquinaria metalúrgica. Traba sociedad con Laveaga
al cambiarle la mina “La Tecolota” por la mina “La Señora de la Candelaria”, en
Tayoltita, que era trabajada por los señores Leyva y el Sr. Vela, a quienes dio
por el intercambio 20 mulas y mercancía varia. La mina de La Candelaria ha
producido una inmensa fortuna, siendo explotada hasta el día de hoy por una
compañía norteamericana.
El clan Quelele lanzó amenazas y
practicó incluso en bandolerismo, celosos de su territorio, habiendo en la
región constantes sobresaltos y peligros, pero terminar por primero vender su
oro y después sus tierras a Zambrano, quien construyó una fortaleza en medio
del territorio vedado, vendiendo grandes cantidades del áureo y argentífero
metal en la ciudad de Durango, llevando la prosperidad a la aldea provinciana
que en una década habría de pasar de ocho a veinte mil habitantes ya para 1828.
Como Alcalde y regidor Zambrano impulsó el crecimiento de la ciudad, aumentando
calles y cuadras enteras.
La primera veta del mineral de
Nuestras Señora de la Consolación de Agua Caliente, en Guarisamey, fue
denunciada por Zambrano en 1784, y junto con el señor José Navarro y Olea,
visitador de la Nueva Vizcaya, establecen el mineral, correspondiendo a
Zambrano dirigir a un grupo de mineros españoles. La expansión de comerciante
se detonó al comprar, luego de la mina de La Candelaria, las minas de La
Soledad y de Cinco Señores y La Zacatera, pero sobre todo al construir la
Hacienda de Beneficio “El Baluarte”, en San Dimas, todo ello en sociedad con el
Sr. Laveaga, la cual duró hasta finales del Siglo XVIII.
El ascenso de Zambrano fue meteórico:
en menos de un lustro, para 1784, ya era dueño propietario de la mayoría de las
minas de San Dimas, descubiertas y en parte explotadas sin descanso hasta 1816,
en que murió; todo ello gracias a la red de alianzas y amistades que fue
tejiendo tanto con hombres importantes, como Laveaga y el visitador navarro y
Olea, como con los gambusinos españoles y los indios lugareños. Tres décadas y media de labor que rindieron
sus dividendos, ganando con ello el Quinto Real una fortuna hoy en día
difícilmente calculable. En ese tiempo se abrieron un sin número de minas,
debido a la riqueza notable de sus minerales.
En sociedad con la familia Laveaga,
Zambrano desplegó sus actividades a los estados de Hidalgo, Zacatecas, Sinaloa
y Durango. Primero con el Ingeniero Antonio de Laveaga y Churruchategui, y
luego con su hijo, Don Miguel Laveaga, quien tomó las riendas, siendo sucedido
a su vez por sus hijos, Don Clemente y Don Arcadio Laveaga, quienes se
hicieron, para 1824, dueños de las
mejores minas de San Dimas. Para fines del Siglo XIX los dos hermanos
Laveaga vendieron las minas de La Concordia, Cinco Señores y El Baluarte al
Coronel Daniel M. Burns y otros extranjeros. Todas esas minas fueron absorbidas
por una solo compañía norteamericana, entre fines del Siglo XIX y principios
del Siglo XX: Minas de San Luis, que produce un mil millones de dólares al año
en oro.
II
El Real de Minas de San Dimas se
encuentra enclavado en un terreno abrupto de la Sierra Madre Occidental, sobre
una garganta de inmensas y majestuosas montañas y caminos que vadean columnas y
precipicios. Forma parte de la región de las Quebradas, de difícil acceso, que
se caracteriza por la inmensa sierra de montañas que la rodean, por sus
barrancas y profundo cañón, y su clima selvático y tropical, estando regada por
los ríos Piaxtla, Los Remedios y Presidio que comprenden el Valle de Topia,
Santa María de Otáez y Ventanas, en vecindad con Sinaloa, Y Nayarit, cerca de
las poblaciones de San Ignacio y Culiacán. El territorio de San Dimas
específicamente, está cargado de tensión, permeado con las emociones extremas
de los hombres que ahí han habitado, que van del supremo entusiasmo de la
alegría al más triste lamento del sufrimiento, la desilusión y la fatiga,
pasando por el ensueño y la esperanza no menos que por la desesperación de los
reclamos y los gemidos de las luchas, lo que impregna al paisaje de una extraña
aura emocional extrema, que dan su coloratura al ambiente subjetivo. Tierra de
exagerada riqueza prácticamente a flor de tierra, de magníficos cuarzos duros,
a una profundidad de 300 varas máximo, proclive a problemas de inundaciones. Lo
cierto es que Gurisamey, San Dimas y sobre todo Tayoltita, habían sido
explotadas por gente pobre de la región, imposibilitados de comprar azogue para
beneficiar los metales, por lo que tenían que vender sus hallazgos a precios
ínfimos. Ciudades simpáticas enclavadas en un paisaje de grandiosas montañas,
abismos y gargantas, surcados por graciosos ríos perfumados de flores.
El nombre de San Dimas hace alusión al
buen ladrón que murió al lado de nuestro redentor Jesucristo. Sin embargo,
sabemos que sus autoridades fueron abusivas, pues exigían a los gambusinos
vender el mineral en láminas ya molidas y encabalgadas. En el rancho de La
Puerta vivían unos aventureros desbalagados dedicados a robar el mineral de las
minas, costumbre que luego se extendió a los lugareños esparcidos por el
territorio y que ha sido tolerada por las autoridades, especialmente en las
tres minas de Gavilanes, que son de muy buena ley.
San Dimas fue un pueblecito exótico,
raro y remoto, de sorprendente belleza, famoso por sus minerales áureos y de
argento. El camino de Agua Caliente fue mandado hacer por el visitador Don José
Navarro y Olea en el año de 1795, con lo que por fin pudieron entrar a la
región la sal, los víveres y el tan codiciado azogue, cobrando dos reales por
cada carga de mula y ahorrándose con ello dos días de jornada. Su plaza, de
escasos 80 m2, sembrada de naranjos, comunicada con calles empedradas de tres
metros de ancho hechas con las pomas redondas del arroyo, conduce a una iglesia
mandada construir por la familia Laveaga, decorada con frescos, santos feos y
algunas reliquias, de la que hoy en día tan solo queda una ruina. De la
Hacienda de Beneficio El Baluarte, antiguo fuerte militar, apenas sobrevive una
silueta de su antigua grandeza y sobriedad, junto con una antigua colección de
armas y arcabuces.
La región está ligada históricamente
al auge económico de Juan Joseph de Zambrano y Amaya, quien arrancó a la tierra
más de mil millones de pesos (catorce millones de esa época), siendo
considerado uno de los hombres más ricos de la Nueva España y estando su nombre
asociado al primer gran impulso minero en Durango. La explotación de las minas
en aquella región, probablemente más ricas que las de Guanajuato o Pachuca,
establecieron a Durango como la 3ª potencia mineral de México.
El gobierno en aquellas tierras
pertenece en realidad a la era feudal, siendo despótico, autoritario y
salpicado de actos de arbitrariedad, en donde sólo las compañías que ahí operan
tienen derecho a denunciar minas, siguiendo la tradición antigua de jefes o
caciques, por lo que no ha sido infrecuente la impiedad. Los pueblos mineros
son un buen ejemplo de la inestabilidad de las cosas humanas, pues su vida
suele ser corta, marcadas por el súbito crecimiento y el su dramático
decrecimiento y extinción, luego de de un periodo de creciente explotación de
la tierra y de los hombres. La mina de Tapias es un negro ejemplo de la
explotación de los seres humanos, sometidos a esclavitud y malos tratos, pues
mandaban a esa boca a los presos, remitidos de Durango, los que sin obtener
retribución alguna por su trabajo eran reducidos a ininterrumpidos malos
tratos, sufriendo los horrores de la inanición, las enfermedades, la falta de
luz y finalmente de la muerte. La promoción del vicio y de la ignorancia, de
los juegos de fortuna y los albures,
junto con el permisivismo sexual, es un factor más a tener en cuenta al
considerar la posterior ruina de la región. También la costumbre de limitarse a
repetir lo dicho, de no hablar, así como la nula intervención del centro en los
conflictos regionales.
Cerca del Real de Minas de Nuestra Señora de la Consolación nació y
murió el pueblo de Guarisamey, asentado sobre una pequeña meseta a orillas del
río Piaxtla. Su nacimiento se remonta a las primeras exploraciones y expediciones de españoles que en 1754
encontraron riquísimas vetas metálicas en el mineral de Agua Caliente. El real
de San Pedro de Guarisamey o Real de Agua Caliente llegó a tener 8 mil
habitantes en su etapa de auge, a finales del siglo XVIII, engendrando
fabulosas fortunas. Contó con una parroquia y alcaldía, con una plaza de toros
y los inevitables billares y cantinas, que hacían un pueblo bullanguero. El
Varón Alexander Von Humboldt visitó la zona en la lejana fecha de 1802,
asentando el primer examen de las formaciones geológicas y mineralógicas:
“Asombrosas montañas. Moles gigantes de pórfido diorítico que ni diez siglos
bastarían al hombre para arrancar de sus entrañas tan incalculables riquezas.”[3] Por
su parte San Pedro de Guarisamey, cercano a las bocaminas de La Prieta, La
Cayetana y El Reliz, cambió muchas veces de nombre, siendo conocido como Real
de Agua Caliente y Real de San Pedro de Gurisamey, teniendo como vecinos otros
poblados: San Pedro de Gavilanes, Nuestra Señora del Pilar, la Hacienda de
Valderrama y el Real de Tayoltita. Un poco más allá, el Real de San Antonio, el
Real de San Cayetano y el Real de Mala Noche. Su población estaba dividida por
castas, determinantes de la categoría social de personas, gente y gentuza:
españoles iberos o criollos, mestizos, indios, mulatos y calpamulatos, y en
donde no faltaban los “coyotes”, los “saltapatrás”, “de dónde vienes” y “no te
entiendo”. La autoridad legítimamente constituida constaba de juez, alcalde,
notario, alguacil y sereno; la iglesia, organizada canónicamente, contaba con
el cura propietario, teniente de cura, vicario, capellán y servicios religiosos
con “cruz alta” y “cruz baja”.
Cuando el poblado de Guarisamey desapareció un
día por la crecida del río Pixtla, luego de un escaso siglo de vida, sus
habitantes, que llegaron a sumar más de 8 mil almas en su época de bonanza,
tuvieron que emigrar a las poblaciones de El Pilar, Gavilanes y Tayoltita.
Principalmente emigraron a San Dimas, asentamiento fundado en 1786, cuya
autoridad civil, trasladada de Guarisamey en 1853, era designada desde la ciudad
de Durango, ejerciendo el mandato de forma patriarcal-dictatorial, beneficiando
más a los designados que a la población civil, llegando a ser el pueblo
principal de la región de las quebradas de 1883 a 1943. En 1833 el gobernador
del estado Francisco Elorreaga declaró a San Dimas Cabecera de Partido, cuando
la bonanza de la mina La Soledad producía 55 millones de aquellos pesos,
dejando no menos de 11 millones por concepto del Quinto Real, mientras que la
Abra, que no declaraba ganancias, era más rica que la anterior –a pesar de que
la Independencia de México causó el derrumbe de la minería en general, junto
con una serie interminable de guerras civiles, innumerables trastornos
sociales, de éxodos e inmigración.
Por más que se organizaron mejor,
contando con una escuela primaria, correos, telégrafos y alumbrado público en
su época de mayor auge, San Dimas terminó por convertirse también en un pueblo
fantasma, apoderándose de la ciudad el silencio, la soledad y la miseria. El
templo estilo neoclásico, construido en el año de 1849, fue arrojado también al
abandono, junto con la hacienda de beneficio llamada “El Guamuchil”. La extinta
población conserva, hacia el poniente, el cementerio particular de la familia
Laveaga, sobre 28 m2, con tres tumbas lúgubres, pudiéndose leer en alguna de
ellas: “Miguel de Laveaga. Natural de España. Fallecido el 24 de agosto de 1874
a los 73 años”. Lo cierto es que las minas de San Dimas apenas han sido
tocadas, sin que esa región se haya trabajada y desarrollada para ocupar el
primer lugar que le correspondería por sus fundos en la producción de oro y
plata a nivel nacional. Cuenta le leyenda regional que cuando se oiga el
silbido de la locomotora llegar, Guarisamey y San Dimas renacerán, llenando de
riqueza y esplendor a la nueva ciudad con obras más grandes.
Guarisamey como San Dimas son el día de hoy,
en efecto, dos poblados fantasma, habiendo contado la primera con 5 mil
habitantes y la segunda con 8 mil, en sus épocas de mayor esplendor. Luego de
la fabulosa fortuna extraída en la región por Juan Joseph de Zambrano, la
familia Laveaga quedó como dueña de muchas minas en la zona, que fueron
vendiendo con el paso del tiempo a partir de fines del Siglo XIX: Nuestra
Señora de la Candelaria, Cinco Señores y El Baluarte a Daniel M. Burns y a Mr.
Green, quienes fundaron la Mexican Candelaria Company; San Luis y Arana,
Bolaños y Dolores a Mr. Hagging y Mr. Herst, el famoso y excéntrico millonario,
quienes fundaron la San Luis Mining Company, compañía norteamericana que a
principios del Siglo XX absorbió a las demás empresas mineras norteamericanas
para transformarlas en la poderosa firma Minas de Sal Luis.
Otras minas fueron vendidas a
diferentes gambusinos y personajes de la región: La Tecolota a Gurrola y
Garrido; Remedios a J. M. Yañez; La Castellana a D. Gutiérrez, al igual
que San José de Ánimas, que quedó en
manos de D, Gutiérrez y N, Rubio; María Guadalupe a J. M. Regato; La Luz y Los
Reyes a manos de A. Osorio; San José de la Renta paso a poder de J.J. Millán;
Nuestra señora del Pilar a L. Quiroz, y; La Abra a manos de I. Manjarrez.
El Coronel Daniel M. Burns, al comprar
las minas de San Dimas, organizó la Durango Mining Company, en Nueva York,
compañía original de cuyo tronco salió la rama
de la Candelaria Mexican Silver Gold Mg. Corporation, y luego la Mexican
Candelaria Company. S.A. es probable que la compañía de Mr. Burns haya iniciado
sus trabajos en San Dimas en el año de 1870, pues se sabe con certeza que en
1871 era cuando menos propietaria de la mina de Bolaños, extendiendo sus
posesiones probablemente a la mina de la candelaria y luego de muchas más.
III
Hombre de varios mundos (la sierra, las minas, la
corte y la política, la empresa y la hacienda), el capitán Juan de Zambrano se
había dedicado no sólo a la explotación minera, sino también al gran comercio,
pues junto con una factoría de tabaco contaba con otros edificios en la ciudad
destinados a operaciones comerciales. Al grado que, debido a sus relaciones e
influencias económicas y sociales fue nombrado Regidor y Alférez Real de la
ciudad de Durango hacia a fines de siglo XVIII y en 1800 se le nombró Alcalde
Ordinario. Mandó construir un soberbio palacete conocido como el Palacio de
Zambrano, el cual se edificó de 1795 a 1800, ocupando prácticamente la
totalidad de la manzana, sobre una superficie de 6 200 m2, siendo hasta la
actualidad el edificio residencial más suntuoso que se haya construido en la
ciudad de Durango. El Portal de los Diamantes, también conocido como el Portal
de las Gallinas, que ocupaba todo el frente de la manzana del Banco, entre las
calles de Bruno Martínez y Constitución, sobre 5 de febrero, fue construido por
el mismo arquitecto que levanto su imponente palacete, a juzgar por las
pilastras del frontón, que son idénticas, por lo que no es improbable conjetura
que albergara diversas negociaciones del mismo acaudalado minero.
Se dice que perteneció a la Orden de
Santiago, ostentado el título de Conde, y aunque efectivamente fue conocido
como el Conde de Zambrano, el título en realidad nunca pudo obtenerlo
rectamente. Cuenta la leyenda que para el bautizo de su único hijo, Ramón,
mandó poner dos hileras de barras de plata que iban de la iglesia a la Iglesia
del Sagrario Metropolitano (San Juanita de los Lagos), pero que el Ayuntamiento
le prohibió tal ostentación por órdenes directas del Virrey.
Zambrano inició sus trabajos mineros,
en efecto, en la mina de Guarisamey (cuyo nombre significa “Mesa rodeada de
Pitayos”), enclavada en la Sierra Madre Occidental, donde luego de algunos años
logró acumular un cuantioso capital y con las décadas una increíble fortuna.
Llegó a ser dueño de enormes latifundios en la región lagunera, como la
Hacienda de Ramos, la Hacienda de Avilés, la de San Juan de Castas y otras más
bañadas por el río Nasas.
Cuentan las leyendas de Guarisamey que
en un domingo soleado, en que el viento acariciaba las mejillas atenuando los
rigores del sol rubicundo, como a eso del medio día, el Conde Zambrano
conversaba en la pequeña plaza del lugar con algunos amigos, cuando un grupo de
vecinos se acercaron para invitarlos a oír la Santa Misa. Sin embargo el Conde
los rechazó airadamente, exclamando entre grandes carcajadas. “¿Para qué
rezarle a Dios?”; y recorriendo con la aguda mirada las tierras de los
alrededores, ya con la voz colérica y ensoberbecida, dictaminó: “¡Todo esto que
tengo ni Dios me lo puede quitar!” A poco tiempo de celebrarse la misa negras
nubes amenazantes encapotaron el celaje, empezando primero una ligera lluvia
que se fue convirtiendo en una temible tormenta acompañada de truenos y
relámpagos. La lluvia arreció y los vecinos corrieron a refugiarse en sus casas.
A eso de las tres de la tarde la corriente del río comenzó a crecer y a crecer
hasta salirse de cauce e inundar las viviendas, por lo que todos abandonaron
sus pertenencias para correr hacia las partes altas. La fuerza de la corriente
del río fue tal que destruía las paredes de adobe como hojas de hojaldre,
arrasando la hacienda de beneficio de El Baluarte lo mismo que árboles y
animales doméstico, llevándose entre sus aguas a hombres, mujeres y niños,
muebles, hierros y todo lo que se ponía a su paso. La serpiente del río
saltando por cuestas y derrumbando muros, arrastró río abajo tierra, árboles y
personas. Zambrano se paró sobre una alta roca mirando como enloquecido como
desaparecían todas sus posesiones, quedando enterradas bajo toneladas de lodo y rocas, llorando de desesperación por la
pérdida de su inmensa fortuna. Para las cuatro de la tarde del floreciente
Gurisamey no quedaba sino un pueblo totalmente destruido y reducido a
escombros. Ante aquella manifestación del poder de la naturaleza el Conde de
Zambrano perdió la razón, siendo llevado unos días más tarde por sus familiares
a la ciudad de Durango donde, sin recobrar el juicio por aquella terrible
impresión, falleció en su inmenso Palacio el 17 de febrero del año de 1816.[4]
IV
Si bien es cierto que las minas de
Guarisamey se llenaron de agua, se afirma en la región que no sucedió lo mismo
con las minas inmediatas, las cuales permanecieron secas y no se hizo ningún
trabajo u obras de desagüe, por estar a considerable altura del río, como es el
caso de La Tecolota, Santa Rita, Promontorio y La Trinidad, lo que menos aún
pudo haber sucedido con las minas de Arana, Cinco Señores, San Luis y
Candelaria. Datos todos ellos inciertos, pues sabemos que, por una carta
autógrafa del Ing. José María Regato del 11 de fe febrero de 1844, el futuro
gobernador de Durango trabajaba la mina de La Candelaria, escribiendo al H.
Ayuntamiento de la ciudad de Durango que: “Debido a la hecatombe que azotó
aquella región, y por la intensidad de las lluvias en proporciones
inconcebibles, le ocasionaron gravísimas pérdidas materiales. Que todos sus
esfuerzos de cinco años quedaron reducidos a nada. La inundación que sobrevino
en tal magnitud destruyó en parte la hacienda del “Baluarte”, que derribó
muchas casas de la población y que la mina de la “Candelaria” se llenó de agua
hasta la boca.”[5]
Esa segunda inundación histórica de
mina de La Candelaria ocasionó al Ing. Regato no sólo el gasto de más de veinte
mil pesos en obras muertas, pues la quebrada de San Ignacio (el río Piaxtla) al
no dar vado impidió introducir los elementos vitales que venían por vía de San
Ignacio; también, lo que es el punto formidable en la repetición del fenómeno,
la pérdida de dos fincas que eran de su propiedad: una de ellas con valor de 19
mil pesos y otra más, ocupada por el Gobierno, que era ni más ni menos que el
Palacio que fue mandado construir por el Capitán Juan de Zambrano, sobre la
cual pesaba una hipoteca, valorada por el Ing. Regato en 40 mil pesos,
ofreciéndola en remate por 30 mil al H. Ayuntamiento, construcciones que así
ofrecía al estado para cubrir algunas sumas y créditos de algunas cuentas que
adeudaba al mismo gobierno. Interesante confesión, donde se asientan dos
fundamentalmente dos cosas: que el Ing. José María del Regato era el
propietario del palacio de Zambrano en 1844, y; que a pesar de que la mina La
Candelaria se encuentra a sobre una montaña a más de cinco mil pies sobre el
nivel del mar, al igual que otras en la región de San Dimas, sufre
periódicamente (cada 10, 15 o 20 años) las lluvias torrenciales de las regiones
costeras,, desprendiéndose entonces de los cerros, normalmente estériles y sin señas de corriente alguna,
enormes chorreras que abren canales que la misma agua forma para darle salida,
precipitándose así las culebras a las bocas de las minas, cuyos tiros servían
entonces, a manera de embudos, para
llenar las minas hasta la boca, con lo que explica que la mina de La Candelaria
haya permanecido inundada por muchos años.
El desfonde la mina de La Candelaria
no ocurrió sino hasta el año de 1878, cuando la compañía del Sr. Mr. David M.
Burns, la Candelaria Mexican Silver Gold Mining Company, encargó la tarea a los
gerentes Agustín D. Temple y su hermano Don Arturo. Desagüe que se llevó a cabo
primero de botas de lomo y siguiendo el método primitivo de la “escalera”, que
era un grupo de veinte o treinta hombres acarreando votos hasta vaciarlos abajo
en el cañón; luego se “picó” el cerro, aunque como dos pisos arriba del fondo,
por lo que no se desaguó la mina totalmente, causando sin embargo la empresa
alarma y sorpresa entre los habitantes, quienes inopinadamente vieron cómo una
enorme serpiente de agua se precipitaba por la cañada del Camposanto hasta
topar con el arroyo de La Pólvora, arroyando a su paso cuento encontraba,
rebasando el arroyo de san Dimas, frente a la Hacienda de San Antonio. Las labores se reiniciaron entonces a cargo
de los señores Laveaga, quienes por lo pronto habían rentado o venido la mina.
El comprador no fue otro que Mr. Daniel M. Burns, quien llegó a San Dimas
alrededor de 1880 para emprender trabajos en dicha mina de La Candelaria,
encontrando al poco tiempo de sus exploraciones un fabuloso “clavo” de metal de
muy buena ley, a cuya labor se llamó San Pedro. Para el año de 1888 el empresario
norteamericano instaló plantas hidráulicas para obtener fuerza eléctrica,
compresoras de aire para las máquinas perforadoras, sistemas de panes con
capacidad de 65 toneladas diarias, con lo que las obras de Santo Tomás y San
Carlos se modernizaron y formalizaron considerablemente. Por las mismas razones
La Candelaria logró moler en ese mismo año 8, 931 toneladas de mineral,
obteniendo el Coronel Burns ganancias líquidas por 700 mil pesos en ese sólo
año y de esa mina sola. El genial
emprendedor norteamericano creo entonces varias compañías más, para explotar La
Puerta, que no tuvo éxito, y la Estaca Mining Company, para explorar las minas
de La estaca y de la Contra Estaca, encontrando en ellas clavos y cuerpos
minerales bastante formales, con altas leyes de oro y plata, sosteniendo desde
entonces una producción estable, ensanchando progresivamente las platas de
fuerza para explotar las minas a una escala más amplia.
V
En lo que respecta al Capitán Juan
Joseph de Zambrano y Amaya, sabemos que vivió en su casa con su familia, su
esposa, su hijo y un hermano, con muchas y hasta exageradas comodidades,
haciendo incluso alardes desmedidos de ostentación. A su muerte, ocurrida a
consecuencia de aquel fatal fenómeno meteórico de 1816, el hombre fuerte que se
había asentado en la capital del estado de Durango, entonces capital de la
Nueva Vizcaya, llegando a ser uno de los diez hombres con mayores caudales de
toda la Nueva España al finalizar el siglo XVIII, dejó a sus herederos y
familiares en una frágil posición económica, desbaratándose con su ausencia la
intrincada red de relaciones sociales y comerciales que había urdido durante su
vida, sujetas sus propiedades a la codicia de unos y a la astucia
administrativas de los restantes.
A un escaso año de su muerte, en 1817,
ya la familia más cercana de Zambrano había tenido que abandonar el suntuoso
palacete, arrendando el inmueble al flamante gobierno independentista, que
inmediatamente la dispuso para instalar sus oficinas administrativas, y el
Intendente de Provincia para trasladar ahí su residencia. Hubo también un largo
litigio por aquella codiciada propiedad, el cual duró la friolera de 21 años en
resolverse, debido seguramente a la inestabilidad del país asolado por las
guerras civiles, siendo finalmente legalmente adjudicada la mansión a los
herederos del segundo matrimonio de Zambrano, su viuda Silvestra Pereyra, “La
Tecolota”, y su único hijo Ramón Zambrano Pereira, lo que no sucedió sino hasta
el año de 1837.
Sin embargo Atanasio Saravia refiere que José
Ignacio Gallegos le envió una copia del testamento del señor Zambrano, quien
testó sus bienes libremente en Durango el 13 de febrero de 1816, disponiendo,
como albacea de su primera esposa, Doña Ana María Xijón, con quien en el tiempo
de su matrimonio había recibido la herencia de su padres, se entregase la casa
de su morada o palacio de Zambrano, , la casa de la Factoría de Tabaco
(habitada por el licenciado Don Rafael Bracho), el Coliseo y las casas y
accesorias de la plazuela a los hijos de Juan Miguel Subízar y de Doña María
Josefa Quintero: Doña María Ignacia, Doña Fernanda, Doña María de la Luz, Don Manuel,
Don Juan, Don Pedro y Don Esteban, si las ganancias cabían, pues se había
declarado en quiebra. Atanasio Sarabia, (Apuntes para la Historia de Nueva Vizcaya,
Obras IV. UNAM. México, 1993. Pág. 115.)
La familia arrendó el edificio a un año de la muerte de Zambrano al gobierno, convirtiéndose en la casa del Intendente de Provincia, oficinas de la Corona Española y comercios. Como quiera que fuera, la posición de la familia heredera fue empeorando, por lo que antes de 1844 el palacete fue vendido al Ing. José María Regato por una cantidad superior a los 30 mil pesos, quien les compró también las minas de Guarisamey, entre otras aquella mina legendaria de La Candelaria, así como la Hacienda del Baluarte, entre otras muchas propiedades. Luego de la tromba que arruinó su actividad minera en San Dimas, el Ing. Regato quedó endeudado hasta los ojos con el gobierno, en razón de impuestos, pero también de créditos e hipotecas que había pedido al Estado, por la que ofreció la regia mansión al gobierno, pignorando su costo en 40 mil pesos, pero ofreciéndola en 30 mil pesos, junto con otra finca de su propiedad en la misma ciudad de Durango, cuyo costo ascendía a los 19 mil pesos, por lo que se deduce que la deuda contraía con el gobierno era altísima, pues ascendía a no menos de 50 mil pesos. Tales aciagas circunstancias llevaron al Ing. Regato a perder las dos fincas, así como las minas enclavadas en el mineral de San Dimas. La lujosa residencia fue finalmente expropiada por el gobierno en el año de 1857, consolidándose el monumental edificio como sede de los poderes del estado, despacho del ejecutivo y residencia de los gobernadores.[6] Quedó así en el olvido el proyecto de un Palacio del Ayuntamiento realizado ex profeso, que a principios del Siglo XIX le fuera encargado al famoso arquitecto e inigualable artista Manuel Tolsá, ambición que no superó la realidad virtual que hay en los planos y mapas arquitectónicos, los que finalmente también desaparecieron. En el recuerdo, en cambio, permaneció como indeleble huella del fenómeno de súbito encumbramiento y no menos súbita ruina de Zambrano, poniendo así de manifiesto con tan singular ejemplo la inestabilidad de las cosas humanas.
La familia arrendó el edificio a un año de la muerte de Zambrano al gobierno, convirtiéndose en la casa del Intendente de Provincia, oficinas de la Corona Española y comercios. Como quiera que fuera, la posición de la familia heredera fue empeorando, por lo que antes de 1844 el palacete fue vendido al Ing. José María Regato por una cantidad superior a los 30 mil pesos, quien les compró también las minas de Guarisamey, entre otras aquella mina legendaria de La Candelaria, así como la Hacienda del Baluarte, entre otras muchas propiedades. Luego de la tromba que arruinó su actividad minera en San Dimas, el Ing. Regato quedó endeudado hasta los ojos con el gobierno, en razón de impuestos, pero también de créditos e hipotecas que había pedido al Estado, por la que ofreció la regia mansión al gobierno, pignorando su costo en 40 mil pesos, pero ofreciéndola en 30 mil pesos, junto con otra finca de su propiedad en la misma ciudad de Durango, cuyo costo ascendía a los 19 mil pesos, por lo que se deduce que la deuda contraía con el gobierno era altísima, pues ascendía a no menos de 50 mil pesos. Tales aciagas circunstancias llevaron al Ing. Regato a perder las dos fincas, así como las minas enclavadas en el mineral de San Dimas. La lujosa residencia fue finalmente expropiada por el gobierno en el año de 1857, consolidándose el monumental edificio como sede de los poderes del estado, despacho del ejecutivo y residencia de los gobernadores.[6] Quedó así en el olvido el proyecto de un Palacio del Ayuntamiento realizado ex profeso, que a principios del Siglo XIX le fuera encargado al famoso arquitecto e inigualable artista Manuel Tolsá, ambición que no superó la realidad virtual que hay en los planos y mapas arquitectónicos, los que finalmente también desaparecieron. En el recuerdo, en cambio, permaneció como indeleble huella del fenómeno de súbito encumbramiento y no menos súbita ruina de Zambrano, poniendo así de manifiesto con tan singular ejemplo la inestabilidad de las cosas humanas.
[1] El distrito de San Dimas
fue reportado como minero en 1757, su producción histórica es sobre 654
millones de onzas de plata y 9.4 millones de onzas de oro. Ramón Amón Larrañaga Torróntegiui
afirma que los curas de la época la consideraban una zona maligna, de difícil
acceso y nativos conflictivos, altamente peligrosos. Por su parte un padre de
apellido Figueroa aseguraba que los indígenas eran Humas pero que hablaban
lengua Xixime y fueron los que realmente estaban establecidos en la zona de
Guarizamey. Cuando los Tepehuanos se rebelaron su cabecilla lo llamaban
Gogoxito y será el gobernador Alvear quien le da muerte. En 1630 llega el padre
Pedro Gravina quien muere en 1663. Para 1663 comienzan a llegar los Jesuitas,
vía rio Piaxtla estableciéndose primero en la misión de Santa Polonia, luego
funfdaron la misión de San Geronimo de Ajoya, la de San Agustín, San Javier, la
misión de Guaymino (Frente al actual poblado de San Ignacio), Cabazan, San Juan
y se menciona entre ellos a Cristóbal Robles (FILOSOFÍA MARISMEÑA/ TAYOLTITA,
DURANGO. Jueves, 1 Octubre 2015). Por otr parte, el
demonio Rabessa o Rabassa está ligado al mar primordial asexuado y, por tanto,
a la homosexualidad o androginia, siendo su figura la de un monstruo marino
bisexual. Por un lado, se le asocia a la hija del diablo, a Naamah, el ángel de
la prostitución, por lo que se relaciona también con Lilith, la primera mujer
de Adán en la tradición hebrea, caracterizada por ser infantilmente envidiosa y
esencialmente contraria a Artemisa (Diana). Se trataría de la sustantivación de
los poderes femeninos opacos, o del aspecto negativo del alma inferior. Su
estampa sería la de una figura serpentina de apariencia horrible: alada, de
cabellos desordenados, de rostro verdoso y reluciente, a la que se conoce como
La Verde y, también, como La Egipcia –imagen que evoca claramente a la Médusa,
la terrible y petrificante Gorgona de la mitología griega. Monstro, en efecto,
relacionado con las Gorgonas, las Arpías, las Sirenas, las Náyades y las
Ninfas. En su aspecto masculino se le llama Rabisú, o Habisú, que significaría
el vagabundo, el que asecha o el merodeador. Deidad asirio babilónica que hace
apariciones inesperadas o se esconde en rincones oscuros; peligroso demonio que
provoca trastornos y enredos entre los habitantes de una casa. Se le relaciona
con variados demonios, como Dybbuk, conocido como El Aferrado, que es una
entidad perversa y un espíritu errante que vaga entre los mundos de la vida y
de la muerte al querer escapar de su castigo, que no tiene caída en el cielo o
que no sabe cómo llegar a él. Se trataría de un espíritu maligno que se apodera
de otro para poder vivir, o que se apodera de otro aprovechando problemas
emocionales o fisuras psíquicas. Se le considera causante de afecciones fuertes
como la ceguera, la sordera, las obstrucciones de la garganta y el asma, la
locura y el dolor corporal, así como de las migrañas. A Rabassa o Rabisú se le
menciona también con los nombres de Abyzou, Obizo, Obizuth y Bysou, nombres
todos emparentados con el griego Abyssos, que significa “abismo”, que es el
foso sin fondo del Infierno. Contrafigura de Diana y antítesis de San Rafael,
Rabassa tiene miles de nombres y de formas, pues otros pueblos y culturas la
llaman Gylu, Amarohus, Abysu, Karkhoz, Brione, Berdellos, Algiptione, Borma,
Kharkanistea, Akida, Myia, Petomene o Antora. En todos los casos se le asocia
al viento contrario que viene del mar. Probablemente se trata del mismísimo
monstruo marino llamado Rahab, el ángel caído a las profundidades del mar. Del hebreo “Râjâb” o “Râhâb”, que significa
"ancha o grande", en griegos “Rhajáb” o “Rhaáb”, donde significa "tormenta",
"violencia”, “tumulto" o "arrogancia”, “insolencia". Sería
también la babilónica deidad Tiamatt, el femenino del agua, que es su parte salada, dividida por el Creador en el
mito de la parte masculina, Apsu, la otra deidad siria, que corresponde al agua
dulce. La diosa mexicana Coatlicue sería la escenificación escultórica de ese
drama mitológico, donde los dos principios del agua primordial quedan
enfrentados en una sola entidad bajo la forma de dos colosales serpientes. El Testamento
de Salomón la presenta como un demonio que vaga por el mundo buscando
mujeres para estrangular a sus hijos recién nacidos, o que hace morir a las
madres. Se cuenta que Salomón mismo la encadenó en la entrada del Tempo y la
colgó de sus cabellos como castigo. Su culpa, nada menor, sería la de apartar a
los hombres de Dios por medio del llamado al adulterio y la fornicación,
alejándolos así de las buenas obras. Sería también una artista del simulacro y
de las imágenes supersticiosas. En hebreo se le llama “Tehau”, en Asiria “Apsu”
y en Siria “Abzu”, que se refiere al mar no diferenciado de antes de la
creación, al mar caótico y oscuro. Aunque vencida, no desaparece, sino que vaga
por el mundo ajena a la lealtad y, siendo estéril, es la portadora de la envidia
y del mal de ojo. En su aspecto masculino se le relaciona entonces con un ser
sin cabeza, que necesita robar una para poder ver, oler, oír, mirar y comer,
aunque se dice que San Miguel lo pisotea con los cascos de su caballo. En este
registro se le relaciona también con Belcebú o Belial (Baal Zebub), conocido
como El Rojo, patrono de la magia y caracterizado por su envidia y sus celos
por Cristo, por lo que se dice que acompañó a Judas Iscariote a la horca.
Enemigo del Señor Bueno, caracterizado por sus grandes genitales, se le asocia
también al cojo dios griego Saturno (Cronos, devorador de sus hijos), cundido
por la melancolía. Es por ello que otros lo asocian al demonio Asmodeo, el
diablo cojo y deforme, amante impetuoso y melancólico, que es además deshonrado.
Demonio a la altura de los tronos y de las Serafines que luego de la rebelión
desobediente y la caída se enfanga en las turbias aguas de los pecados
capitales de la carne, siendo el ícono de la lujuria y de la ebriedad. La
tradiciones populares lo retratan siendo avenado del cielo, quedando zambo al
estrellarse contra el suelo (Vulcano), teniendo que usar muletas o bien
afectado con una pata de gallo. Señas todas ellas de una imperfección
ontológica radical, que lo hace un ser marcado por la fealdad, que al ser el
estigma de una falta o falla axiológica lo convierte a perpetuidad en un ser
desdichado, conocido por la cultura vernácula como el “diablo cojuelo”. Se
cuenta que los ángeles buenos comunicaron a Salomón ciertos conocimientos
secretos, junto con un anillo que le regaló San Miguel, en cuyo poder estaba el
poder dominar a los demonios. Armas con las que logró convocar a los espíritus
impuros para la construcción del Tempo y que luego empleó para encerrarlos en
una botella, menos al diablo cojuelo, que se le escapó, logrando posteriormente
liberar a sus secuaces del encierro. Espíritu del mal, ser que cojea o al que
le falta una pata, pues, que maximiza su iconografía bajo la forma de un ser
con voz de dragón, cabeza de león, cola de serpiente y pies de gallo. En otras
ocasiones se le pinta con tres cabezas, de cuervo, de toro y de ogro. Espíritu
maldito por el Creador al que se le atribuyen poderes mágicos asociados a la
música, el drama y la danza, siendo su imagen la de un juglar que practica la
magia amorosa. Es identificado también con el demonio de la ira o de la cólera
del pene, cuya tarea es la de cambiar las leyes de los sabios y de perturbar a
los hombres con los deseos sexuales. En otras ocasiones se le considera como
jefe de los archivos del Infierno. Es entonces Baalberit o el llamado Baal de
la Alianza, el conservador en jefe de los archivos del Infierno, encargado de
revisar todos los documentos que están consignados los pecados de los hombres,
los cuales transcribe en un libro grande con caracteres deformes –a diferencia
del pequeño libro de la vida en que con luminosos caracteres se asientan las
acciones buenas de los mortales. Puede decirse, por último, que al estar
íntimamente ligado a la envidia y al mal de ojo se le relaciona asimismo con el
apocalíptico Abaddon, el demonio de los abismos sin fondo, Señor de las
langostas que se dejó sentir en las lluvias que arrasaron a Egipto. Su
manifestación más patente se encentra en el fenómeno conocido como el Viento
del Oeste, que se extiende bajo la forma de potentes ventarrones en tierra
adentro preñados de malignidad, que golpea a las personas al doblar las
esquinas para extraviar y perder a las conciencias.
[2] Luévanos Becerra, José
Antonio. Coordinador. Tayoltita. Centro Minero de las Quebradas.
Guraisamey. San Dimas. Ed. Minas de San Luis. Durango, México. 1996.
Págs. 30-31. El Sr. P. Lares aclara que el indio analfabeta Santiago Cayetano
Flores registró en la ciudad de Durango la mina “Nuestra Señora de Guadalupe”,
registrando simultáneamente, de manera perfectamente formal, el plan para
fabricar hacienda con agua o artes para beneficiar metales en la zona, siendo
cosa de justicia, alegando no ser de malicia y todo lo necesario, ayudándolo a
firmar el documento Juan de Arritola en solicitud admitida y registrada en la
misma fecha del 24 de septiembre de 1786. Cosa que probaría que no fue el
susodicho indio el descubridor de la mina de Agua Caliente, como haría pensar
Everardo Gámiz en su libro Durango Gráfico, la cual habría sido
en realidad descubierta 29 años antes, en 1757, por exploradores españoles que
la explotaron am muy baja escala.
[3] Op.
Cit. Pág. 30.
[4] Op. Cit. Pág. 26.
[5]
Op. Cit. Págs. 32 a 34.
[6]
El Poder Legislativo en cambio ocupó por muchos años como sede la Casa Real,
hoy Hotel San Jorge, hasta que fue comprada por el rico hacendado Juan
Nepomuceno Flores Alcalde.
Primeramente les felicito por tremendo documento de informacion.
ResponderEliminarMi nombre is Jose J. Alvarez
soy originario de Durango Dgo.
emigre ase 42 anos y al leer esta historia me trasportaron a mi Durango, Felicidades.
Gracias Don José, vuelva pronto, se está poniendo muy bonito Durango, gracias por sus comentarios ...!!!
EliminarAgradezco mucho que haya usted publicado este artículo de mi abuelo paterno.
ResponderEliminarSaludos.
Adolfo González
Marsvillosa historis , yo poseo los documentos que nos legó nuestro tatarabuelo Dn. Antlnio Ramón De Zambrsno Pereira , en los que se prueba el origen hidalgo de Dn. Juan Jose De Zambrano y Amaya así como su parengesco con los Condes de Montellano , el documento es expedido en 1667 en la Cd de Alfaro , sirve como identificación y recomendación psrs los Zambrsno y Amaya wue vienen a la Nueva España donde Dn. Juan José cursa la carrera de lss armas y emprende du aventura en la Nueva Vizcaya.
ResponderEliminarHola buen dia, tiene algún correo electrónico para entrar en contacto con usted?, nosotros somos descendientes de esos Zambrano de Durango, actualmente vivimos en chihuahua
EliminarBuen día, actualmente estoy realizando un documental del Pilar, antigua iglesia y molino, gavilanes y sus alrededores, tengo fotografías y video del lugar, dejo mis datos para contacto engelberth_t@hotmail.com Facebok: Engel Trejo y Durango Desconocido
EliminarHola soy descendiente de José Antonio Laveaga Churruchategui me gustaría conocer más de su historia. Me llamo Adrian mi celular es 5580351477
ResponderEliminarMuy interesante, lo felicito, soy José Luis Zambrano Valdez hijo de José Isabel Zambrano González (finado)originario de Hoztotipaquillo, Jalisco, el denunció la mina La Yesca en Jalisco siguiendo la tradición familiar, siempre nos platicó que su bisabuelo provenía de Durango y sus ancestros, el principal tenía el título de Conde y se refería a ese Sr. Juan José
ResponderEliminarYo radico en Culiacán, Sin. Correo gafemex@gmail.com y cel 6671760106
ResponderEliminarYo radico en Culiacán, Sin. Mi correo gafemex@gmail.com y cel 6671760106
ResponderEliminarMuy interesante!! Felicitaciones.
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