El Demonio
Rabessa: el Viento del Oeste
Por
Alberto Espinosa Orozco
El
demonio Rabessa o Rabassa está ligado al mar primordial asexuado y, por tanto,
a la homosexualidad o androginia, siendo su figura la de un monstruo marino
bisexual. Por un lado, se le asocia a la hija del diablo, a Naamah, el ángel de
la prostitución, por lo que se relaciona también con Lilith, la primera mujer
de Adán en la tradición hebrea, caracterizada por ser infantilmente envidiosa y
esencialmente contraria a Artemisa (Diana).
Se
trataría de la sustantivación de los poderes femeninos opacos, o del aspecto
negativo del alma inferior. Su estampa sería la de una figura serpentina de
apariencia horrible: alada, de cabellos desordenados, de rostro verdoso y
reluciente, a la que se conoce como La Verde y, también, como La Egipcia
–imagen que evoca claramente a la Médusa, la terrible y petrificante Gorgona de
la mitología griega. Monstruo, en efecto, relacionado con las Gorgonas, las
Arpías, las Sirenas, las Náyades y las Ninfas. En su aspecto masculino se le
llama Rabisú, o Habisú, que significaría el vagabundo, el que asecha o el
merodeador. Deidad asirio babilónica que hace apariciones inesperadas o se
esconde en rincones oscuros; peligroso demonio que provoca trastornos y enredos
entre los habitantes de una casa.
Se le
relaciona con variados demonios, como Dybbuk, conocido como El Aferrado, que es
una entidad perversa y un espíritu errante que vaga entre los mundos de la vida
y de la muerte al querer escapar de su castigo, que no tiene cabida en el cielo
o que no sabe cómo llegar a él. Se trataría de un espíritu maligno que se
apodera de otro para poder vivir, o que se apodera de otro aprovechando
problemas emocionales o fisuras psíquicas. Se le considera causante de
afecciones fuertes como la ceguera, la sordera, las obstrucciones de la
garganta y el asma, la locura y el dolor corporal, así como de las migrañas.
A
Rabassa o Rabisú se le menciona también con los nombres de Abyzou, Obizo,
Obizuth y Bysou, nombres todos emparentados con el griego Abyssos, que significa
“abismo”, que es el foso sin fondo del Infierno. Contrafigura de Diana y
antítesis de San Rafael, Rabassa tiene miles de nombres y de formas, pues otros
pueblos y culturas la llaman Gylu, Amarohus, Abysu, Karkhoz, Brione, Berdellos,
Algiptione, Borma, Kharkanistea, Akida, Myia, Petomene o Antora. En todos los
casos se le asocia al viento contrario que viene del mar.
Probablemente
se trata del mismísimo monstruo marino llamado Rahab, el ángel caído a las
profundidades del mar. Del hebreo
“Râjâb” o “Râhâb”, que significa "ancha o grande", en griegos
“Rhajáb” o “Rhaáb”, donde significa "tormenta", "violencia”,
“tumulto" o "arrogancia”, “insolencia". Sería también la
babilónica deidad Tiamatt, el femenino del agua, que es su parte salada, dividida por el Creador en el
mito de la parte masculina, Apsu, la otra deidad siria, que corresponde al agua
dulce. La diosa mexicana Coatlicue sería la escenificación escultórica de ese
drama mitológico, donde los dos principios del agua primordial quedan enfrentados
en una sola entidad bajo la forma de dos colosales serpientes.
El
Testamento de Salomón lo presenta como un demonio que vaga por el mundo
buscando mujeres para estrangular a sus hijos recién nacidos, o que hace morir
a las madres. Se cuenta que Salomón mismo la encadenó en la entrada del Tempo y
la colgó de sus cabellos como castigo. Su culpa, nada menor, sería la de
apartar a los hombres de Dios por medio del llamado al adulterio y la
fornicación, alejándolos así de las buenas obras. Sería también una artista del
simulacro y de las imágenes supersticiosas. En hebreo se le llama “Tehau”, en
Asiria “Apsu” y en Siria “Abzu”, que se refiere al mar no diferenciado de antes
de la creación, al mar caótico y oscuro. Aunque vencida, no desaparece, sino
que vaga por el mundo ajena a la lealtad y, siendo estéril, es la portadora de
la envidia y del mal de ojo. En su aspecto masculino se le relaciona entonces
con un ser sin cabeza, que necesita robar una para poder ver, oler, oír, mirar
y comer, aunque se dice que San Miguel lo pisotea con los cascos de su caballo.
En este registro se le relaciona también con Belcebú o Belial (Baal Zebub),
conocido como El Rojo, patrono de la magia y caracterizado por su envidia y sus
celos por Cristo, por lo que se dice que acompañó a Judas Iscariote a la horca.
Enemigo del Señor Bueno, caracterizado por sus grandes genitales, se le asocia
también al cojo dios griego Saturno (Cronos, devorador de sus hijos), cundido
por la melancolía.
Es por
ello que otros lo asocian al demonio Asmodeo, el diablo cojo y deforme, amante
impetuoso y melancólico, que es además deshonrado. Demonio a la altura de los
tronos y de las Serafines que luego de la rebelión desobediente y la caída se
enfanga en las turbias aguas de los pecados capitales de la carne, siendo el
ícono de la lujuria y de la ebriedad. La tradiciones populares lo retratan
siendo aventado del cielo, quedando zambo al estrellarse contra el suelo
(Vulcano), teniendo que usar muletas o bien afectado con una pata de gallo.
Señas todas ellas de una imperfección ontológica radical, que lo hace un ser
marcado por la fealdad, que al ser el estigma de una falta o falla axiológica
lo convierte a perpetuidad en un ser desdichado, conocido por la cultura
vernácula como el “diablo cojuelo”.
Se
cuenta que los ángeles buenos comunicaron a Salomón ciertos conocimientos
secretos, junto con un anillo que le regaló San Miguel, en cuyo poder estaba el
poder dominar a los demonios. Armas con las que logró convocar a los espíritus
impuros para la construcción del Tempo y que luego empleó para encerrarlos en
una botella, menos al diablo cojuelo, que se le escapó, logrando posteriormente
liberar a sus secuaces del encierro.
Espíritu
del mal, ser que cojea o al que le falta una pata, pues, que maximiza su
iconografía bajo la forma de un ser con voz de dragón, cabeza de león, cola de
serpiente y pies de gallo. En otras ocasiones se le pinta con tres cabezas, de
cuervo, de toro y de ogro. Espíritu maldito por el Creador al que se le
atribuyen poderes mágicos asociados a la música, el drama y la danza, siendo su
imagen la de un juglar que practica la magia amorosa. Es identificado también
con el demonio de la ira o de la cólera del pene, cuya tarea es la de cambiar
las leyes de los sabios y de perturbar a los hombres con los deseos sexuales.
En
otras ocasiones se le considera como jefe de los archivos del Infierno. Es
entonces Baalberit o el llamado Baal de la Alianza, el conservador en jefe de
los archivos del Infierno, encargado de revisar todos los documentos que están
consignados los pecados de los hombres, los cuales transcribe en un libro
grande con caracteres deformes –a diferencia del pequeño libro de la vida en
que con luminosos caracteres se asientan las acciones buenas de los mortales.
Puede decirse, por último, que al estar íntimamente ligado a la envidia y al
mal de ojo se le relaciona asimismo con el apocalíptico Abaddon, el demonio de
los abismos sin fondo, Señor de las langostas que se dejó sentir en las lluvias
que arrasaron a Egipto.
Su
manifestación más patente se encentra en el fenómeno conocido como el Viento
del Oeste, que se extiende bajo la forma de potentes ventarrones en tierra
adentro preñados de malignidad, que golpea a las personas al doblar las
esquinas para extraviar y perder a las conciencias.
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