La Durangueñeidad
Hoy
Por Víctor
Samuel Palencia Alonso
I
El 31
de agosto se cumplió el duodécimo aniversario luctuoso de Héctor Alfonso
Palencia Alonso, autor de la doctrina de "La Durangueñeidad",
relativa al ideal de armónico progreso de Durango, basado en nuestros recursos
materiales y en el mundo espiritual que da unidad a lo durangueño.
La
Durangueñeidad es el concepto y tesis con que el maestro Héctor Palencia Alonso
supo encapsular una hermosa filosofía del hombre y de la historia: como las
pautas de la cultura históricamente obtenidas en una sociedad, que resultan
varias, para nuestra más sana convivencia. Insistió siempre en la necesidad
social de consolidar y transmitir una cultura propia, durangueña, nutrida en
los valores regionales y nacionales, históricamente seleccionados.
La
Durangueñeidad y la Mexicanidad. La historia como origen y símbolo. A Durango
le han nacido hombres y mujeres que, dotados de un excepcional talento, han
logrado dar proyección universal a la tierra que les nutrió sus primeros
anhelos estéticos. Igual maestría les ha distinguido tanto en el ejercicio
literario como en la elaboración de una sinfonía: no nos ha sido ajeno ni el
verso ni la nota.
También
bajo el azul purísimo de su cielo (Azul Durango, escribió el poeta mayor
Alexandro Martínez Camberos) se han forjado insurgentes, reformistas,
revolucionarios, teólogos, líderes sociales, políticos, músicos, médicos,
cantantes, violinistas, poetas, historiadores, filántropos, periodistas,
cuentistas, retratistas, entre otros, poseen una circunstancia común: son nuestra
presencia en el universo de la historia.
Escribió
Héctor Palencia que hay un mundo espiritual que blasona a los hijos de Durango,
y es la razón de ser del más sano provincialismo. Un provincialismo por
inclusión y no por exclusión, que incorpore ideas, sentimientos, aspiraciones,
pero que conserve sus hondas y viejas raíces en el campo de la Historia y en la
tierra con espíritu.
El
mundo espiritual que da unidad esencial a la Patria Chica está constituido por
las comunes imágenes, valores, tradiciones, costumbres, usos sociales, ideas,
forma de vida con las que el ser humano se desenvuelve desde la infancia. Y una
buena parte de la más válida educación de los niños y jóvenes de Durango
consiste en transmitir todo ese mundo espiritual, con la intención de que
pasado y presente no se repudien ni se ignoren.
Quizá
el secreto de la más venturosa incorporación a un mundo cambiante, se halla en
seguir siendo, a través de los cambios rápidos y brutales, los lugareños
-durangueños- que nos afirmamos en la tradición, los durangueños de raíz -raíz
quiere decir penetración a la tierra- inmersos en el seno de esta provincia
nuestra. "Durangueñeidad" no quiere decir oposición a la modernidad.
Es
conservar los logros distintivos de nuestra comunidad, y como toda cultura se
encuentra en movimiento, la "Durangueñeidad" exige incorporar las
ideas de modernidad, sí, pero recibir dicha modernidad a través de nuestra
propia cultura, para que raíz y conciencia posibiliten nuestra incorporación a
la vida contemporánea. Cualquier cambio valedero tiene que ser inseparable de
nuestra vertebración cultural.
La
Historia, la más bella y trágica obra de Dios, es una incansable devoradora de
tiempos. Cierto que los individuos, aun los más famosos, pasan por ella con la
fugacidad de un instante en la larga y tumultuosa noche de Dios que se llama la
eternidad. Sobrevive tan sólo el desinteresado quehacer de hombres y mujeres
cuando se convirtieron en "polvo y cenizas". Y con el ánimo de que
entendamos mejor el mundo espiritual de Durango, recurro a las palabras de
Ernesto Renán y que mucho tienen que ver con la "Durangueñeidad", que
dicen: "Se ama a la casa que se construyó y que se transmite".
En
estos tiempos revueltos en que las técnicas de la comunicación masiva nos hacen
vecinos de todas las culturas, y nos ponen a merced de las grandes potencias
que cuentan con los más eficaces instrumentos para difundir sus valores y
propaganda, el provincialismo es de la mayor trascendencia porque sólo a través
de él se puede buscar y exaltar el alma nacional, o estilo colectivo de vida
que con características propias de cada región, y sin perder nunca sus rasgos
esenciales -nacionales- late todavía en el seno de la santa provincia.
Dicen
los filósofos -como Alberto Espinosa- que todos los que conocimos al maestro
Palencia Alonso hemos quedado marcados por su personalidad, por su ejemplo
generoso o por sus sabios escritos singulares. Porque en el maestro durangueño
se daba, como en una evidencia deslumbrante, la presencia del sentido común, de
la alta cultura y del buen gusto, acompasado por un armónico sentido del arte y
de la vida.
Podría
decirse que toda su enseñanza se funda en esa evidencia. Ahora que los días y
fatigas de Héctor Palencia se han apagado para remontarse con su luz optimista
y certera a otras esferas, se perfila la trayectoria de su vida como la de un
alto surtidor del sentido, como faro inalcanzable: como un horizonte
orientador.
No
buscó poder ni metal, empero su vida fue una procesión de méritos semejantes a
una marcha triunfal. Porque el maestro Héctor Palencia siempre tuvo para los
otros la palabra edificante en los belfos y en la pluma el comentario generoso
del reconocimiento donde se distingue la acción meritoria y que alicienta el
espíritu.
Como
promotor de la cultura, su labor que se extendió durante décadas de esfuerzos
ininterrumpidos, a juzgar por los resultados, promovió millares de eventos
culturales, la edición de centenares de libros y cientos de exposiciones,
además de haber labrado millones de líneas tejidas con sencillas expresiones de
mercurio o de argento en las que siempre ponderó y estimuló el trabajo de sus
coterráneos, reconociendo sin ningún dejo de insidia, el talento y las virtudes
ajenas.
Los
frutos con que el alto surtidor de cultura coronó su fecunda vida, fueron sin
duda las difíciles virtudes de la prudencia y la paciencia, de la concordia y
la orientación, no menos que la fraternidad. Nadie ignora que tal universo
axiológico puede reducir a una expresión cardinal cuyo nombre es: humanismo.
El
Durango de ayer no volverá a ser el Durango de ahora. Porque la semilla
esparcida generosamente por el maestro Héctor Alfonso Palencia Alonso dará a su
tiempo sus mejores flores y sus más sazonados frutos. Porque los maestros
llegan a ser también lo que les hacen ser sus discípulos, a los que ahora les
toca corresponder la generosidad con gratitud.
Porque
a pesar de que nuestros ojos de carne no volverán a ver en la tierra la figura
del singular maestro, dulcísimo padre, de genio lírico y metafísico consumado,
no obstante que han concluido su peregrinaje entre nosotros, y aunque su
magisterio no volverá reconfortar los mortales oídos tanto del sabio como del
necio, quedará su imborrable lección de vida, de vivir con secreto como
prescribe el arte de la vida.
En
virtud del recuerdo y de la palabra escrita no dejará de fluir, a pesar de la
ausencia carnal, su incomparable fuente de virtud ni su incorruptible timbre
cantarino. Lloren entonces durangueños ilustres, mexicanos todos, si son
hombres, porque se ha apagado el faro marino en la tierra adentro de su solar
nativo.
II
"Durangueñeidad"
-dice su autor- no quiere decir oposición a la modernidad. Es conservar los
logros distintivos de nuestra comunidad, y como toda cultura se encuentra en
movimiento, la "Durangueñeidad" exige incorporar las ideas de
modernidad, sí, pero recibir dicha modernidad a través de nuestra propia
cultura, para que raíz y conciencia posibiliten nuestra incorporación a la vida
contemporánea. Cualquier cambio valedero tiene que ser inseparable de nuestra
vertebración cultural.
"Lo
durangueño como solución", ha dicho el maestro en filosofía René Barbier
al comentar, o más bien fundamentar la "Durangueñeidad". Esta
doctrina, escribe, apunta a la revelación constante e insistente del hecho de
que la sociedad durangueña, como tal, no sólo tiene afinidades y semejanzas
externas, inesenciales, frívolas y transitorias, sino que posee identidades
irreductibles y últimas; identidades de espíritu y de conciencia; de
aproximaciones de almas y no sólo de instintos, que tiene combinaciones de
esencias permanentes, invariables, consistentes, capaces de circular con
sentido de fecundación, por todas las arterias de nuestra vida en común y con
la relatividad de aquello que siendo de todos por ser tan extenso y a la vez
tan profundo, no es a la postre de nadie en particular: justamente como la
excelsitud del arte".
Mantengamos
vivo el amor por Durango, lo durangueño, que ha dado estilo y rumbo a esta
ciudad provincial, fantásticamente protegida por San Jorge traspasando al
dragón mitológico, donde el azul de su cielo y sus crepúsculos que son, como
acuarela de dorados, de lilas y de castaños, señalan el centro espiritual de
una tierra que tiene en el mapa la espléndida forma de un gran corazón.
Durango
nunca fue una ciudad exótica ni pintoresca. El poeta Alexandro Martínez
Camberos se alegraba, porque a pesar de ver a la ciudad de Durango en el mapa,
como un equilibrista sobre el alambre tenso del trópico, se salvó del bochorno,
y del sudor, y las maracas, y de ser una ciudad "bonita". Era una
ciudad socioeconómicamente lógica y formalmente correcta, y resultaba en razón
de su origen una prolongación urbanística de España. Los constructores de las
antiguas ciudades partían de una base firme: la ciudad, decían, se comunica, le
habla al ciudadano con un lenguaje de formas, con una ortografía de materiales,
de construcción. Se crea así, el discurso del entorno y la consiguiente poética
del espacio citadino. Y el ciudadano responde a ese lenguaje formal con otro:
el de la forma de su quehacer de cada día, instalado en esa dimensión adicional
a la de la ciudad, la del tiempo. Si se examina el lenguaje de la ciudad y su
diálogo con el ciudadano, se puede saber por qué la ciudad es indiferente y
conocer más de los problemas sociales. Toda ciudad plasma una forma social o
antisocial, y la estética es el aspecto más sintomático de la cuestión urbana.
Hay un
mundo espiritual que blasona a los hijos de Durango, y es la razón de ser del
más sano provincialismo. Un provincialismo por inclusión y no por exclusión que
incorpore ideas, sentimientos, aspiraciones, pero conserve sus ondas y viejas
raíces en el campo de la Historia y en la tierra con espíritu. El mundo
espiritual que da unidad esencial a la Patria Chica está constituido por las
comunes imágenes, valores, tradiciones, costumbres, usos sociales, ideas,
formas de vida con las que el ser humano se desenvuelve desde la infancia. Quizá
el secreto de la más venturosa incorporación a un mundo cambiante, se halla en
seguir siendo, a través de los cambios rápidos y brutales, los lugareños
-durangueños- que nos afirmamos en la tradición, los durangueños de raíz -raíz
quiere decir penetración a la tierra- inmersos en el seno de esta bella
provincia nuestra.
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