jueves, 1 de septiembre de 2016

Don Héctor Palencia Alonso: Notable Durangueño Por Alberto Espinosa Orozco

Don Héctor Palencia Alonso: Notable Durangueño
Por Alberto Espinosa Orozco


Al cumplirse 12 años ya del deceso del culto abogado Don Héctor Palencia Alonso, toda una comunidad de fe en el espíritu universitario y en la cultura estará de luto, recordando las muchas prendas del querido mentor, de historiador, abogado, periodista y sabio, con las engalanaba tanto la cátedras universitarias como las prensas rotativas del periodismo regional y nacional, no menos que los foros culturales, con su impecable concepción de la cultura en la vibrante voz del ilustradísimo orador.
El legado del Lic. Palencia Alonso al frente del ICED difícilmente puede ser aquilatado en una época, como lo es la nuestra, abrazada por las sombras vagas y amenazada por el oscurantismo. Baste mencionar que, dando ejemplo de tolerancia, intentó armonizar a todos los grupos, tomando en cuenta a cada participante en los empeños artísticos locales, destacando sobre todo los logros distintivos de la cultura durangueña que ha habido en la cuadro veces centenaria historia de su conformación, preservando en lo posible las propios tradiciones regionales y alentando a los artesanos con exposiciones, eventos y apoyos de todo tipo, y  yendo más allá de su historia, incardinando todo ello a los logros de la cultura universal, para poner a Durango a la altura del arte.
En la sede del ICED, asentada en lo que fuera el Hospital del Estado y luego el Colegio de Huérfanos “Juana Villalobos”, contando con un raquítico presupuesto, gozó, sin embargo, durante su administración de un desarrollo notable: 3 Museos en funciones (El Museo Domingo Arrieta, el Museo del Cine y de la Fotografía, la Pinacoteca Virreinal del Estado), la “Biblioteca Olga Arias” y otras dos, más 2 Salas de Exposiciones, un Cine sabatino, el Centro de Investigación y Periodismo abocado a la atención a los artistas denominado “El Laberinto” y la Dirección conformaban su organismo vivo, al que habría que sumar el más cara proyecto de su administración: La Sala y Centro de Estudios Musicológicos “Silvestre Revueltas”, presidida por una escultura de nuestro héroe santiaguero, que rescató uno de los edificios derruidos del viejo internado y tardó 4 años edificar, haciendo ahorros aquí y allá, y acabado en finos mármoles de la región y con los más sofisticadas tecnologías eufónicas de los adelantos modernos.
El interrumpismo político característico de nuestra república terminó por dar al traste con aquella empresa, dando lugar a la entrada al llamado Centro de Convenciones Bicentenario, presidido en su baluarte cultural por la artista Pilar Rincón. Los museos se desmontaron y se dispersaron o perdieron, junto con la biblioteca “Olga Arias”, de la que no se si quedó un tomo, mientras que los restos fúnebres de la Fonoteca fue a parar a las Oficinas de Radio UJED, donde permanecen arrumbados y en completo desorden, preservándose sólo de aquella preciada iniciativa la escultura de Silvestre Revueltas, que fue a dar, como tantas otras que decoraban el jardín ideal del Maestro Palencia Alonso, a las actuales oficinas excéntricas del ICED, apostada en la sima de un lomerío en una casona nueva y rentada, que anteriormente sirvió como sets cinematográficos a filmes de escasa producción y nula memoria.
La incuria y negligencia en materia de cultura tocó quizá su ápice cuando en el año de 2010 fue violentamente desempotrada la placa en bronce, reservada a la memoria de los héroes, que conmemoraba el lugar de su nacimiento de Don Héctor Palencia, en la Calle de Hidalgo # 311, misma casa que otrora viera el nacimiento de otra luminaria durangueña: Dolores de Río.






Tocará pues a la flamente administración estatal de la cultura rescatar, de entre sus innumerables trabajos periodísticos, las joyas más preciadas de la historia y de la cultura Durango, de sus orígenes, fundación y destino todo, los volúmenes que haya menester, en una labor de rescate e investigación, e imprimirlos para el enriquecimiento de los jóvenes de ahora y para los futuros científicos sociales y sabios todos de la posteridad de esta región geográfica, que aguarda paciente el tiempo de su gestación, germinación y luminosa florescencia, contando en sus raíces con ese faro del espíritu, cuyas teas de luz viva no podrán ser borrar ni por las mezquindades del tiempo feroz ni por el soñoliento hechizo de la  inconsciencia.

Vale la pena recordar ahora el núcleo la doctrina de la Durangueñeidad, a 12 años del fallecimiento de su insigne inspirador, el sabio abogado y bienhechor de la cultura regional Don Héctor Palencia Alonso. Momento de conciliar el pasado con el presente, para poder así escanciar el vino nuevo en odres nuevos. Tesis no económica, ni política, como quisieran algunas manos estrábicas y oídos miopes, prosélitos del determinismo materialista, hoy en día tan en boga; por lo contrario, se trata de una tesis propiamente cultural, que atañe a la cosas del espíritu, a la comunidad y a la intimidad de la persona, consistente esencialmente en una defensa del pasado que, al preservar y restaurar nuestra memoria colectiva, nos permita poner en foco lo que somos y el acento del corazón en el alma misma de nuestro pueblo, de nuestra raza, signada con un destino histórico de independencia frente a las potencias hegemónicas internacionales, aportando con ello una nota sin par por su colorido al concierto mundial de las naciones.
Tesis de conciencia histórica es la de la durangueñeidad, pues, que se enmarca dentro de del amplio movimiento de la filosofía del mexicano propuesto por José Gaos y a su zaga por Octavio Paz, que nos hace ver lo que tiene nuestra circunstancia moderna de ser nuestras vidas plurales y superpuestas a otras capas tectónicas del tiempo, por lo que resultan nuestras vidas, vidas hermenéuticas también, cuya modernidad radica justamente en el esfuerzo de ser contemporáneos de todas las edades, de ver nuestra actividad de hoy sobre un transfundo del sentido, contrarrestado las inercias del hombre viejo y pagano, bárbaro e inmoral, o excéntrico y extremista por el que se desfonda toda modernidad, con las linfas del hombre nuevo y sus inconsútiles destellos de luz y velos de belleza.
Contra el desprecio de esos soñadores de quimeras, de esos habitantes del futuro inexistente, que sacrifican por el mezquino progreso personal la memoria colectiva que nos hace pertenecer a un horizonte espiritual colectivo, la tesis de nuestro querido mentor Don Héctor Palencia nos hace despertar a un valor enraizando íntimamente a nuestra tradición, a nuestra memoria colectiva, que al preservar en la evocación y en el recuerdo los tesoros de nuestros artistas más insignes nos permite poner el punto sobre las íes, la tilde en lo que es realmente importante y valioso, por su sentido trascendente incluso, para participar con ello y formar parte del alma sencilla, humilde y colorida, de un pueblo señalado por el dedo de Dios.
Todos los que conocimos al maestro Palencia Alonso hemos quedado marcados por su personalidad, por su ejemplo generoso o por sus sabios escritos singulares. Porque en el maestro durangueño se daba, como en una evidencia deslumbrante, la presencia del sentido común, de la alta cultura y del buen gusto, acompasado por un armónico sentido del arte y de la vida.
Podría decirse que toda su enseñanza se funda en esa evidencia. Ahora que los días y fatigas de Héctor Palencia se han apagado para remontarse con su luz optimista y certera a otras esferas, se perfila la trayectoria de su vida como la de un alto surtidor del sentido, como faro inalcanzable: como un horizonte orientador.
No buscó poder ni metal, empero su vida fue una procesión de méritos semejantes a una marcha triunfal. Porque el maestro Héctor Palencia siempre tuvo para los otros la palabra edificante en los belfos y en la pluma el comentario generoso del reconocimiento, donde se distingue la acción meritoria y que alicienta el espíritu.
Como promotor de la cultura, su labor que se extendió durante décadas de esfuerzos ininterrumpidos, a juzgar por los resultados, promovió millares de eventos culturales, la edición de centenares de libros y cientos de exposiciones, además de haber labrado millones de líneas tejidas con sencillas expresiones de mercurio o de argento en las que siempre ponderó y estimuló el trabajo de sus coterráneos, reconociendo sin ningún dejo de insidia, el talento y las virtudes ajenas.
Los frutos con que el alto surtidor de cultura coronó su fecunda vida, fueron sin duda las difíciles virtudes de la prudencia y la paciencia, de la concordia y la orientación, no menos que la fraternidad. Nadie ignora que tal universo axiológico puede reducir a una expresión cardinal cuyo nombre es humanismo.
El Durango de ayer no volverá a ser el Durango de ahora. Porque la semilla esparcida generosamente por el maestro Héctor Alfonso Palencia Alonso dará a su tiempo sus mejores flores y sus más sazonados frutos. Porque los maestros llegan a ser también lo que les hacen ser sus discípulos, a los que ahora les toca corresponder a generosidad con gratitud.
Porque a pesar de que nuestros ojos de carne no volverán a ver en la tierra la figura del singular maestro, dulcísimo padre, de genio lírico y metafísico consumado, no obstante que han concluido su peregrinaje entre nosotros, y aunque su magisterio no volverá reconfortar los mortales oídos tanto del sabio como del necio, quedará su imborrable lección de vida, de vivir con secreto como prescribe el arte de la vida. En virtud del recuerdo y de la palabra escrita no dejará de fluir, a pesar de la ausencia carnal, su incomparable fuente de virtud ni su incorruptible timbre cantarino. 



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