lunes, 19 de septiembre de 2016

El Palacio de Zambrano de Durango y sus Murales Por Alberto Espinosa Orozco

El Palacio de Zambrano de Durango y sus Murales
Por Alberto Espinosa Orozco





I
El Palacio de Zambrano fue ordenado construir por Juan Joseph Zambrano y Amaya en el año de 1795 y terminado a finales del año 1798, iniciándose la construcción, por órdenes del mismo propietario, del Teatro Coliseo, el cual fue inaugurado el 4 de febrero de 1800, llevandose a cabo la primera representación el 19 de marzo de 1800.
Las piedras para la construcción del palacio, como de tantas iglesias y casonas edificadas por ese tiempo, fueron extraídas de la cantera que se encuentra en la cara norte del Cerro de los Remedios, frente al actual Lago de los Patos, donde se ve un desfile de roca, quedando en sus inmediaciones un viejo socavón de un yacimiento de estaño puro y múltiples cavernas misteriosas. 
La imponente construcción palaciega del Capitán Juan Joseph de Zambrano y Amaya puede considerarse el más deslumbrante y espléndido edificio barroco del norte de la república mexicana. Se realizó totalmente en cal y canto, con una fachada terminada en cantera, obedeciendo a una tendencia barroca de estilo austero, resultando su portada a la vez sobria y ligeramente afrancesada, sobre una extensión de 6 mil 200 m2, abarcando en sus orígenes toda la manzana, posándose paralelamente, apenas a una cuadra de distancia de la Plaza de Armas.



El Palacio de Zambrano se construyó en terrenos del Bachiller José Salcido, quien en 1778 se desempeñaba como cura en Cosala. Hombre de gran fortuna, el Bachiller Salcido era dueño de la Hacienda de Santa Teresa, conocida como la San Martina, que contaba con capilla y una casa muy decente, más la caballada de ganado; del rancho de San José, que contaba con cuatro sitios de ganado,inmediato al Cerro del Mercado. Era además propietario de una casa en la Calle de Constitución (antes Calle de Santa Ana); dueño de varias propiedades en los terrenos ocupados luego por el Teatro Principal (hoy en día el Teatro Ricardo Castro); de una casa en calle de Juárez (antes Calle de la Cárcel de San Pedro); del Mesón de la Señora Santa Ana, que eran varias casas en lo que es hoy el Jardín Hidalgo; más la casa que se encontraba edificada en los terrenos de lo que es hoy el Palacio de Zambrano. 



Destaca su esplendido portal, expresión de la grandeza y amplia visión de toda una época. Hubo en Durango otros portales famosos, hoy en día desaparecidos. En primer lugar el Portal de los Diamantes, llamado popularmente Portal de las Gallinas, donde lo mismo se comerciaba con piedras preciosas de las minas de Guarisamey, con amarillos y traslúcidos berilos del Cerro del Mercado, que con aves de corral, el cual corría por la actual calle 5 de Febrero, entre Bruno Martínez y Constitución, obedeciendo sus columnas toscanas y arcos de medio punto al mismo estilo barroco durangueño que el Palacio de Zambrano, prolongándose de tal manera su portal hasta la Plaza de Armas. El simpático y famoso Portal de las Palomas, que corría por la calle 20 de Noviembre, entre Juárez y Victoria, el cual contaba con columnas rematadas con grecas prehispánicas con motivos serpentinos y que, luego de ser incendiado durante la toma de Durango por las tropas revolucionarias, fue mandado demoler, por estrictos motivos progresistas, por el general  Gabriel Gavira en 1917 -junto con el Templo de San Francisco, el Convento de San Antonio y el Templo de la Tercera Orden de los Franciscanos, que se encontraban prácticamente frente al Palacio del Conde del Valle de Suchil. Existió también el Portal del Reposo, en las Casas Consistoriales que se encontraban dentro de la actual Plaza de Armas, enfrente de Catedral Basílica Menor, y en el Hotel Richelieu. Por su parte la Huerta de los Jesuitas contó durante una época con portales a su alrededor. Hoy en día existen tan sólo dos portales más, junto al Palacio de Zambrano, en el Palacio del Congreso y en el Palacio de Justicia, que continúan el estilo barroca de aquel palacete, de más reducidas dimensiones. 



















Enfrente de la fantástica mansión se encuentra lo que originalmente había sido la Huerta de los Jesuitas y que el acaudalado e incontenible hombre de negocios compró, junto con las casas que al sur de la plaza formaban el pequeño Callejón de los Zapateros, y los terrenos a espaldas del Templo de San Ignacio (hoy Templo de San Juanita de los Lagos, conocido también como el Sagrario), llamándose en su tiempo Jardín de Zambrano. Luego que el mismo general Gavira mandó ampliar la calle de Bruno Martínez, a precio de derrumbar la cúpula del Sagrario de Durango, que era la mayor bóveda de la ciudad, el jardín creció, siendo conocido hasta los años 40´s como Jardín Victoria, el cual estaba sembrado de árboles. llamado oficialmente en nuestros días como Plaza de los Tres Poderes y, siendo popularmente conocido como Plaza IV Centenario. Ocupa una explana inmensa, destacándose al fondo una conjunto escultórico, realizado por dos alumnos de Francisco  Montoya de la Cruz: Rogelio Morales y Manuel Soria, grandes artistas regionales, que versa sobre la figura de Benito Juárez y la Educación sirviendo, según cuenta el pintor Jesús Gómez, el maestro Santos Vega como modelo.







Atanasio Saravia afirma que el jardín cuando menos estuvo incorporado al Colegio de los Jesuitas hasta 1851, de acuerdo al plano de Durango publicado por José Fernando Ramírez, el cual, después de la expulsión de los jesuitas en 1767, se convirtió en el Colegio Seminario hasta 1859, siendo ocupado en 1860 por el Colegio del Estado con todo y su rica biblioteca. Probablemente en ese año fue abierto al público, estado sus lados limitados por amplios portales, siendo uno de los más bellos paseos de Durango, convertidos los portales con el pasar del tiempo en asentamiento y habitación de los arrieros que ahí descargaban sus recuas de mulas. Cuando se inauguró el ferrocarril que unía Durango con Piedras Negras, se emprendieron obras para borrar esa fea vista, plantando árboles y trazado de arriates, convirtiéndolo en un agradable jardín totalmente descubierto.[1]  
El frente del gran palacio, marcado actualmente con el # 97, sobre la Calle Real (hoy 5 de Febrero) tiene dieciséis arcos concatenados, siendo uno de ellos más amplio, el doceavo contando de izquierda a derecha, que corresponde a la puerta principal y da acceso al gran patio central, creando todo ello un portal o corredor de gran extensión y belleza urbana. Todos los arcos, ventanas y esquinas están almoadillados, con flecos barrocos escurridos en su base. Los arcos son de medio punto, sostenidos por columnas toscanas.[2] 







Actualmente exhibe el inmueble cuatro puertas. La puerta principal, flanqueada por cuatro placas conmemorativas, está enmarcada por en un diseño de cantera, con una concha y una gran lágrima que escurre en el centro, flanqueada por dos columnas adosadas con guardametralla, arcos recortados, con una bordadura mixtilínea con roleos, en tanto que en el trabajo de ebanistería destacan dos grandes medallones elípticos al centro y uno más en la parte superior. La segunda puerta comunica al segundo patio y corresponde a la Casa Anexa. El portón es de diseño llano, rústico, rodeada por un grueso marco de cantera con poca ornamentación, salvo dos las dos urnas en cantera que rematan por arriba las puntas de la ondulada cornisa. En los extremos de la fachada hay dos puertas más, que comunicaban a recibidores o salas de estar, hoy ocupadas por dos simpáticos cafés. A lo largo del portal hay siete ventanas verticales, a intervalos regulares, rematadas con copetes en la parte superior. 











La planta superior del edificio luce nueve balcones a intervalos irregulares, enmarcados en trabajos de cantera finamente ornamentados, mixtilíneos, bulbosos y de gran altura, protegidos con herrería forjada simple. Destaca el balcón central, cuya decoración se reduplica hasta superar las cornisas onduladas, que coronan todo el remate del frontispicio, con un nicho al centro donde se halla una copia de la Campana de Dolores Hidalgo, con un medallón sobrepuesto a la cornisa con la fecha de 1810 –estando la campana original en el nicho de Palacio nacional de la Ciudad de México. Hay que destacar el movimiento ondulante en el remate de la cornisa de la fachada, que refuerza una evocación marina, o del río del tiempo humano, en el que todos navegamos. En efecto, la fachada tiene en lo alto cornisas ondulantes y bulbosas cuyos roleos, de formas mixtilíneas caprichosas que dan la impresión del oleaje, evocando las caracolas marinas, destacándose las guardamalletas o lambrequines, mismos que cuelgan como lágrimas por todo el recinto, dando todo ello al edificio un estilo barroco único, siendo el más rico en forma y estilo de toda la arquitectura en Durango.[3]










El costado oeste exhibe cinco ventanales, más un gran portón, que es enorme y de ruda confección, enmarcado en cantera prácticamente sin adornos, por donde se daba acceso a las bodegas y entraban los carruajes, sobre la Calle de Zambrano (hoy en día Ignacio Zaragoza). Tiene cinco ventanales en parte baja y en la planta alta siete balcones enmarcados en cantera de forma menos ornamentada o más discreta.





El costado este, sobre la Calle Coliseo (hoy en día marcada en la esquina de 5 de febrero como “3ª de Bruno Martínez”), tiene una gran puerta, con marco elaborado  de cantera, marcada con dos números, en #1 y el #97, donde se daba acceso a la familia del Capitán Zambrano, comunicando con los aposentos de la segunda planta. Existe una puerta más, de dimensiones reducidas, con marco de cantera almoadillado, en la esquina con la Calle Real, que llevaba a un pequeño recibidor, el cual también conectaba con la parte superior del inmueble donde estaban las oficinas del prominente minero emprendedor.  A su lado se siguen concatenadamente ocho ventanas regulares en la parte baja, y pasando el gran portón, una más, de dimensiones más amplias, más doce balcones en la parte superior, a intervalos regulares, ornamentadísimos, estilo barroco churrigueresco, idénticos a los balcones del frontispicio.













A su lado se encuentra el Teatro Victoria, antiguamente Teatro Coliseo. La fachada del edifico exhibe una gran puerta triple, con dos portones a cada lado, que corresponden en la planta alta a los cuatro balcones,  habiendo tenido un costo de 22 mil pesos oro, estando su entrada en la ahora calle de Bruno Martínez, llamada en ese tiempo Coliseo. La primera obra que se estrenó fue un fragmento de la tragedia Andrómaca de Eurípides.[4] El teatro fue remodelado y reinaugurado en 1910, abriéndose una entrada por el otro costado, llamándose desde entonces Teatro Victoria, en homenaje al primer presidente de México, general Guadalupe Victoria.








II
La construcción se realizó en la última parte del Siglo XVIII, reflejando la bonanza económica de Nueva Vizcaya por el descubrimiento de riquísimos yacimientos mineros en las minas de Nuestra Señora de la Consolación de Agua Caliente, en Guarisamey, en posesión de Juan Joseph de Zambrano. Hay que recordar que en 1770 el Virrey Carlos Francisco de Croix y el Visitador Oficial José de Gálvez, futuro socio de Zambrano, proponen la creación de las llamadas “Provincias Internas”, con un gobierno independiente del central, siendo confirmadas por decreto en 1776, aunque jurídicamente Nueva Vizcaya siguió dependiendo jurídicamente de la Audiencia de Guadalajara. Las provincias Internas comprendían Durango, Nueva Extremadura, Sinaloa, Sonora, las dos Californias, Nuevo México y Texas –cuando la capital de Durango se mudó temporalmente, en 1780, a Arizpe.  Minero activo, inteligente y emprendedor, Zambrano fue sin embargo un explorador sin misericordia y hombre soberbio y finalmente desdichado, quien decoró su palacio con un lujo exagerado, de  insultante ostentación, haciendo hiriente exhibición de su fabulosa riqueza, expresada también en sus muebles, carrozas y en las modas del vestuario.   
La gran mansión constaba de por lo menos con tres patios, uno de ellos era el corral, donde además se ubicaban las cocheras y las caballerizas, ocupando el inmueble gran parte de la cuadra, que iba de la Calle Principal (hoy 5 de Febrero) a la Calle Mayor (hoy 20 de Noviembre), flaqueada por la Calle de Zambrano (hoy Ignacio Zaragoza) y la Calle Coliseo (hoy Bruno Martínez). El señorial recinto solariego, suntuoso y monumental, fue el primero de dos plantas en el centro histórico de Durango, contando también con una capilla particular.
El patio principal, de grandes dimensiones, perfectamente conservado, es de estilo barroco sevillano, muy adornado, comunicando a la segunda planta por una hermosa escalera medieval, está formado por galerías de tres arcos simétricos en sus cuatro costados, proyectándose hacia el nivel superior. Tiene la forma de dado central y está flanqueado por corredores con arcadas monumentales de medio punto, apoyadas en pilastras con relieves de almohadillado. Se trata de columnas dóricas, de severo estilo toscano, con un elegante cajeado de canaladura prominente que las envuelve, en la primera planta, sobresaliendo las columnas siamesas y los arcos en diafragma, ostentando al centro, como repito, una hermosa escalinata bifurcada.















En los muros del patio central del Palacio de Zambrano pueden admirarse las obras murales que Guillermo de Lourdes realizó al temple entre 1935 y 1937, conocidas en su conjunto como “Historia del Proceso Revolucionario”, ocupando desde el primer corredor de la entrada principal hasta los arcos de la segunda planta. En conjunto se trata de cinco series, todas ellas de altísimo mérito estético, contribuyendo al esplendor de la señorial edificación, siendo el recinto civil que cuenta  con un mayor número de obras pertenecientes al movimiento muralista mexicano en Durango.
Los bellísimos murales de Manuel Guillermo de Lourdes comienzan a desenvolverse en el zaguán de la entrada principal, donde el artista pintó las alegorías: El Trabajo en la Hacienda Porfiriana y La Acordada













En los corredores del patio principal, el muro frontal y en los laterales, plasmó con un gran sentido didáctico continuo la Historia del Proceso Revolucionario, larga serie de muros que encuentra su desenlace más dramático sobre los muros norte, titulados en su conjunto La Lucha de Facciones, siendo en su conjunto un mural histórico narrativo, cuya lectura está dispuesta, entrando por la puerta principal de izquierda a derecha. Pintó también dos hermosos murales de pequeñas dimensiones en la rampa de la escalera medieval, de difícil ejecución triangular, y otros dos en el descanso de la escalera. Junto con Horacio Rentería Rocha, en la planta alta del edificio, en el año de 1935 o 36, realizó la obra “La Patria con los brazos abiertos cobijando al pueblo”. Por su parte, de 1935 a 1936 Horacio Rentería, su ayudante y discípulo, pintó en los arcos del patio principal, una serie de ocho escudos de armas, de extraño simbolismo y personal diseño. Cabe agregar que en la obra mural fungió como ayudante el artista local Manuel Rodríguez Prado, quien luego se desempeñaría como maestro de arte en las escuelas secundarias del estado. 
























 Los corredores comunican, mirando hacia al norte, al llamado patio trasero, de planta cuadrada, no de grandes dimensiones, de arquería de medio punto que se proyecta al segundo nivel, resguardado con balcones de herrería colonial, más allá del cual se encontraban la cava y los talleres. En la actualidad había en ese recinto un par de vitrales dedicado a Benito Juárez, colocados a principios del siglo XX.
En la planta alta del imponente edifico sobresalen una serie de trabajos murales de fuerte carácter nacionalista. Arriba de las escaleras, el mural clásico-modernista de Manuel Guillermo de Lourdes “La Patria Abre los Brazos para Reconocer a sus Hijos”, de 1936.



Enfrente de él, sobre el costado sur, destaca la llamada Sala de Gobernadores donde, además de los retratos de los gobernadores de Durango de 1937 a la fecha, se puede admirar el mural de  Francisco Montoya de la Cruz “La Liberación de los Trabajadores”, realizado en el fervor de la era cardenista. El Salón Principal del Palacio fue hasta 1978 la sala de sesiones del Congreso del Estado, convirtiéndose luego en sala de reuniones del gobernador y ahora parte del Museo temático Francisco Villa, donde se encuentra la Galería de los Gobernadores, con los retratos de los gobernadores de Durango de 1824 a la fecha.











En el corredor que rodea al patio central, sobre la segunda planta, hay que admirar una serie mural del mismo Francisco Montoya de la Cruz, realizada entre 1950 y 1952: al oriente la serie “La Educación Pública en Durango”; al sur, “Industrialización y Progreso de Durango”, y; al oriente, “La Agricultura y Minería en Durango”, una serie de imágenes que parecieran congeladas en el tiempo, promesas de una bonanza futura que han quedado, muchas de ellas, en el ambiguo territorio del ensueño. En el corredor poniente; rematando todo el conjunto con un pequeño mural de recia composición titulado “El Arado”, de 1952, situado en la corona del primer tramo de la escalera imperial, como envolviendo los dos murales triangulares de Guillermo de Lourdes, plasmado a manera de colofón y rúbrica de la gran obra muralística de todo el conjunto. En esa labor tuvo como ayudantes a Felipe H. Santoyo y Salvador Hernández, y a Manuel Sánchez como maestro albañil, quienes, al lado del maestro Montoya de la Cruz, plasmaron los temas, problemas e ideales de la minería, la agricultura, la educación y el desarrollo económico del estado de Durango.









En el cubo de la escalera principal se encuentran dos extraordinarios murales de grandes dimensiones: una pintura al temple de Manuel Guillermo de Lourdes titulada “La fundación  de Analco por los padres franciscanos”. Enfrente de la cual el Ing. Luis G. Sandoval pintó al oleo, en el año de 1979, “La llegada de Juárez a Durango”. Éste último mural, también conocido como “Juárez en Durango a su regreso de Chihuahua”, narra la historia de cuando el presidente Benito Juárez arribó frente a la Plaza de Armas, encontrándose en plena calle con Doña Luz Noriega de Arce, quien extendió una gran bandera francesa para que el carruaje del benemérito atropellara la bandera de los invasores. Juárez, entonces, llamó a la prudencia, invitando a la concurrencia a la cordura. Entre la comitiva que llegó a recibirlo estaban Sebastián Ledo de Tejada, José María Iglesias y el general Ignacio Mejía. Hay también en el descanso de la escalera un nicho con venera en el que descansa una escultura del Benemérito de las Américas, debido a que el presidente Benito Juárez se alojó en sus aposentos por unos días, cuando regresaba de Paso del Norte, para restaurar la República, siendo por ese tiempo el Palacio de Zambrano la sede del Poder Ejecutivo de la Nación por tres días.





El segundo patio, conocido como Patio de Servicio, zona en que se encontraban las oficinas, la tienda y las bodegas de Zambrano. El día de hoy el patio se encuentra decorado con un acrílico en grandes dimensiones del artista regiomontano Guillermo Ceniceros, que versa sobre el flamante puente “El Baluarte”.



Las escaleras de herradura, de reducidas dimensiones para que subieran las mulas cargadas con las barras de plata, forman un estrecho cubo, decorado por la obra maestra del artista Guillermo Bravo Morán: “México Raíces de su Historia”, realizado en 1979, el cual puede considerarse la rúbrica, labrada con pinceles de cinabrio y argento, de la escuela mexicana de pintura y del movimiento muralista mexicano todo, por ser una síntesis de su estética y motivos históricos fundamentales. La Casa Anexa, en efecto, es un segundo cuerpo del edificio, junto a la casa principal, de menor esplendor en cuanto a su edificación que se comunica con la planta alta, donde se encontraban las oficinas del fabuloso comerciante que, después, fueron por cientos de años las oficinas del ejecutivo del estado, hoy en día ocupadas por burócratas y mandos medios del ICED, donde se encuentra también un cuadro de intención mural de Jorge Quiñones, teniendo como ayudante a Tere Serrato.   









         Zambrano quiso ornamentar su enorme palacio, decorado con un lujo exagerado, según se afirma, poniendo balcones de plata, para competir en ostentación de riqueza con el mismo Virrey de la Nueva España, acción que el Ayuntamiento si ya no pudo aceptar, rechazándola por considerarla exageradamente ostentosa. Construcciones con arquerías había sólo otras tres en Durango: el Portal de las Palomas, el Portal de Reposo, que se encontraba entre la Catedral y la Plaza de Armas, destruidos ambos por el gobernador General Gabriel Gavira en su proyecto de ampliación de la vialidad de lo que hoy es la calle 20 de Noviembre, en el año de 1917. El otro se encontraba contiguo al edificio de Zambrano, conocido en su tiempo como el Portal de los Diamantes.
III
Juan Joseph Zambrano murió en el año de 1816 y la regia construcción fue rentada por sus propietarios al gobierno, estableciendo ahí las oficinas de la Casa de Intendencia de la Provincia de la Nueva Vizcaya; posterior a la consumación de la independencia fue la sede del gobierno del Estado y la residencia de los gobernadores. Luego de 21 años de litigio, los herederos naturales de Zambrano ganaron el pleito resuelto en los tribunales en 1837 a favor de los hijos de su segundo matrimonio quienes, sin embargo, perdieron la propiedad por falta de pago de contribuciones al gobierno, por lo que se les expropió y pasó a ser sede del Poder Ejecutivo del Estado, actualmente en él se ubica el Museo Gral. Francisco Villa.
   Sin embargo, hay que recordar que la primera planificación del  primer el Ayuntamiento de Durango fue obra de los arquitectos Manuel Tolsá y Juan Rodríguez. En efecto, luego del gobierno interino de Don Felipe Barry, por el año de 1778, al hacerse cargo del gobierno el teniente coronel Felipe Díaz de Ortega y Bustillo, envió al Virrey Manuel Antonio Flores una triste pintura, en la que éste veía a un enfermo agonizante “que ni puede resistir las medicinas fuertes, ni le bastan las suaves para salir del peligro”. La Provincia, según se asienta en el informe de Díaz Ortega, acusaba graves problemas religiosos, políticos, económicos, administrativos y de justicia, sobre todo en las tierras pertenecientes a los indios –siendo los más graves los religiosos, pues había pueblos donde apenas se tenía idea de la “Buena Nueva”; por otra parte, el problema político y económico no radicaba sólo en la desatención de las obras públicas, que requerían de saneamiento y limpieza tanto en sus calles como oficinas, sino en la ausencia de ayuntamientos, de escuelas y cárceles en cada pueblo; y el problema de los vicios de los naturales, enfrascados en el vino y los juegos, que sólo haya solución al ponerlos a trabajar, siendo en todo ello aconsejado por el Teniente del Gobernador Don Pedro Pló y Alduán.
No habiendo en la ciudad de Durango locales propios para las intendencias, ni cajas reales, ni real aduana, ni factoría de tabaco y ensaye, se propuso construir un edificio en terrenos del Palacio Viejo, que se encontraba en ruinas y era propiedad de la corona. Ello se debía a que las oficinas que albergaban las oficinas del Ayuntamiento y de la Real Hacienda, que se encontraba frente a la Catedral, eran pequeñas e insuficientes, como decía Velazco y Restán en su padrón, las cuales además impedían “el lucimiento y el desembarazo” de la Catedral y de la plaza.[5]
   Dicho solar en que se intentó construir el mencionado edificio había sido el mismo en que el Capitán Francisco de Ibarra, fundador de la ciudad, construyera su palacio, conocido como el Palacio Viejo, en la cuadra al sur de la Plaza de Armas, y que ya para último tercio del siglo XVIII se encontraba en ruinas por el descuido y la abrasión propia del tiempo. Poco antes de la construcción del Palacio de Zambrano, en 1786, el gobernador Teniente Coronel Felipe Díaz Ortega mandó hacer al Maestro Constructor Juan Rodríguez los planos del Nuevo Ayuntamiento. Los dichos planos, conservados tanto en el Archivo de Indias como en el Archivo Histórico del Gobierno de Durango, incluyen el alzado principal de la planta baja, más la explicación de los mismos y el presupuesto, que ascendía a la suma de 102, 091 pesos más dos reales. El edificio, que nunca se llegó a construir, debió asentarse en el solar del Palacio Viejo, entre las calles de 5 de Febrero, Constitución, calle Juárez y Pino Suárez.
El complejo proyecto arquitectónico incluía, además de la vivienda de los gobernadores, cinco oficinas, intendencia, Cajas Reales, Real Aduana, más despachos de aduna, oficina de archivo, tesorería, la fábrica de tabacos y ensaye, más las casas para los jefes de oficina y para el ensayador, siguiendo un modelo similar al anterior ayuntamiento, constituyendo el centro neurálgico de la vida colonial. El edificio, planeado para ser edificado en el solar del Palacio Viejo, no llegó efectivamente a construirse, a pesar de los planos hechos por Juan Rodríguez quien, en compañía de Nicolás Bautista Marín, el arquitecto de la torre de catedral, se habían dado a la tarea de medir perfectamente aquel el solar. En el año de 1790 el mismo maestro Rodríguez pensó incluir en la casona, en realidad inexistente, obrajes para textiles y curtiduría, una escuela de hilados y la casa de las recogidas, más un almacén para paños junto a la fábrica de obrajes y de textiles, sumando por último los calabozos. Sin embargo, al proyecto, que fue enviado y recibido por el virrey, no se le dio ningún trámite.[6]
Los primeros planes para edificar un nuevo ayuntamiento no se habían llevado a cabo por parte del gobierno, por lo que a principios del siglo XIX, en el año de 1801, el gobernador Bonavía encargo otro proyecto  para el edificio de las dependencias gubernamentales al afamado escultor y arquitecto neoclásico Manuel Tolsá (1757-1816), pagándole quinientos pesos para levantar los primeros planos y hacer el presupuesto para la fábrica de las Casas Consistoriales, Cárceles, Alóndigas y demás oficinas.[7] Desgraciadamente los planos se extraviaron en Durango, por lo que fue necesario mandar hacer una copia a la ciudad de México. Las Casas Consistoriales no se construyeron nunca, por lo que las Casas Consistoriales, las Cárceles, Alhóndigas y demás oficinas se trasladaron finalmente a la Casa de Zambrano.[8]  







El sentimiento de unidad de la identidad nacional no puede ser otro que un sentimiento de identidad cultural, ligado necesariamente a la cultura de todo el continente latinoamericano, esa patria mayor de la que hablara el filósofo de la educación José Vasconcelos. Cultura ligada también y esencialmente al Viejo Mundo, al ingenio y genio ibérico, que desde el principio vio en esta tierra el lugar de la utopía, el topos del utopos, el sitio geográfico propició para dar concreción y realidad a los sueños del espíritu –por más que ello se expresara en los albores de nuestro nacimiento como nación en una serie de mitos y fábulas, dirigidas no menos a la imaginación que al sentimiento, como fueron las historias sobre las Siete Ciudades de Cíbola.
País encantador y de ensueño ha sido el nuestro, resultado de la amalgama fecunda entre novedad y tradición, de pertenencia a una comunidad de fe trascendente y a una realidad concreta, con la que hemos crecido, en la que compartimos una serie de imágenes e ideales. País encantador, lleno de belleza y de colorido,  de gente sencilla y alegre, cuyo pueblo resistente como pocos destila en sus venas una especie de añeja sabiduría popular, que ha sabido también amalgamar a la festividad de lo nuevo el bronce de la tradición, ahondando con ello en su incomparable sentimiento estético de la vida, hecho proporcionalmente a medias partes de vislumbre del bien metafísico, trascendente, que es la categoría del ideal, y de amor por lo concreto, con aquello que hemos con-crecido. Crecer con las imágenes del paisaje mexicano, no menos el de su geografía que el des personajes y figuras emblemáticas, nos lleva también a amar sus símbolos más caros, con los que hemos con-vivido, vueltos sangre por decirlo así de nuestra sangre, y nutricia leche de amor donde se sacia nuestra sed de sentido y de pertenencia.




[1] Atanasio G. Saravia, Obras. Vol. IV. Apuntes para la Historia de Nueva Vizcaya. UNAM. 1993. México. Pág. 108 a 109.
[2] En la cuadra contigua existió una construcción de una sola planta, cuyo portal exhibía una arquería y pilastras de factura idéntica a la de la casa del Capitán Zambrano, conocido en su tiempo como Portal de los Diamantes o portal de las Gallinas). Desconocemos si su propietario fue el mismo Zambrano, aunque la fecha de su construcción parece haber sido paralela a la de su castillo. 
[3] Torres Vargas, B. (2000, diciembre) El Palacio de Zambrano. Revista Alarife 2000.
[4] Andrómaca era hija de Eetión, el rey de Tebas que pereció, junto con sus siete hijos varones, a manos de Aquiles en el octavo año del sitio de Troya, cuando los griegos hicieron una expedición de castigo contra los tebanos por la ayuda prestada a los sitiados. Además, su madre se suicidó tras perder a su esposo e hijos. Más tarde, cuando Troya fue conquistada, sufrió el horror de ver morir a su marido y a su pequeño hijo Astianacte, también llamado por su padre Escamandro, que fue despeñado desde lo alto de una torre mientras ella se alejaba cautiva de la ciudad. Hecho el reparto de los cautivos de Troya, tocó Andrómaca como botín a Neoptólemo, hijo de Aquiles, quien la llevó a Grecia, ya que era rey de Ftía. Tuvo con él tres hijos, Pérgamo, Píelo y Moloso, este último antepasado de los reyes del Epiro.
[5] María Angélica Martínez Rodríguez, Momento del Durango Barroco. Arquitectura y Sociedad en la Segunda Mitad del Siglo XVIII. Pág. 313. Obra Inédita. 1996.
[6] Los planos del arquitecto Juan Rodríguez se conservan por duplicado en el Archivo Histórico de Durango y el Archivo de Indias. Los planos de Juan Rodríguez pueden verse en: José Ignacio Caballero, Durango Colonial Págs. 477 y 478.
[7] Manuel Tolsá y Sarrión nació en Énguera, Valencia, el 4 de mayo de 1759 y murió en Las Lagunas, México, el 25 de diciembre de 1816, a los 59 años de edad, por causa de una úlcera gástrica, siendo inhumado en el panteón del Templo de Oaxaca. Estudió en Valencia, su tierra natal, en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, formándose en aquella ciudad como escultor en el taller de Don José Puchol. En Madrid estudió en Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde fue discípulo de Ribelles, Gascó y Gilabert, reconocidos maestros del estilo neoclásico, teniendo en Madrid como maestro de escultura a Don Juan Pascual de Mena, autor del Neptuno de Paseo del Prado. Fue nombrado en 1798 académico de mérito de dicha institución unos meses más tarde de San Carlos.
   Trabajó como escultor en la cámara el rey y fue distinguido como ministro de la Junta de Comercio, Moneda y Minas, con lo que estableció una fuerte relación con el mundo Novo Hispano. En 1789 Manuel Tolsá solicita la vacante de Director de Escultura en la Academia de Bellas Artes de San Carlos Borromeo de México. En dicha solicitud hace valer sus méritos y afirma estar ejecutando varias obras, tanto para la Corte como para fuera de ella, y agrega que está realizando algunas para el Conde de Floridablanca. Fue nombrado Director de Escultura de la recién creada Academia de San Carlos en la ciudad de México, saliendo del puerto de Cádiz para el Nuevo Continente en febrero de 1791. Llegó a la Nueva España con 76 cajones, conteniendo copias de esculturas clásicas del Museo Vaticano vaciadas en yeso, libros e instrumentos de trabajo, entre los años  1791, a los 40 años de edad y casó en el puerto de Veracruz con la señora María Luisa de Sanz Téllez Girón y Espinosa de los Monteros, con la que procreó nueve hijos. A su llegada a la ciudad de México el ayuntamiento le encargó las obras de drenaje y de abastecimiento de aguas de la ciudad y la reforestación de la Alameda Central, el acondicionamiento de las nuevas plantas del Coliseo y del Real Seminario –trabajos por los que, según se cuenta, no recibió compensación económica alguna. Como director de Escultura de la Academia de San Carlos en México trabajó con otros dos valencianos: Joaquín Fabregat, director de grabado, y Rafael Ximeno, director de pintura. En tal escuela contuvo los excesos del barroco imponiendo la enseñanza de un equilibrado estilo neoclásico. Diseño y se encargó de la construcción de la cúpula, de las balaustradas y de los zócalos de las cruces del atrio, remodelando también la fachada de la Catedral Metropolitana concluyendo con ello su edificación (1792-1813). Decoró las torres y el frontispicio con estatuas, destacando entre ellas las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad) que rematan el cubo del reloj. Construyó el Palacio de la Escuela de Minería (1797-1813), siendo distinguido como Ministro de la Junta de Moneda y Minas; también proyectó y edificó el Antiguo Palacio de Buenavista (1795), hoy Academia de San Carlos –obras neoclásicas que dan carácter a la ciudad, firmes y severas, muy admiradas por el varón Alexander Von Humboldt a principios del siglo XIX, quien popularizó el calificativo de Charles Joseph Lattrobe para la ciudad de México como “la Ciudad de los Palacios. Una de sus  obras escultóricas más destacadas, obediente al estilo barroco, se encuentra en la ciudad de Puebla, pues es el autor del baldaquino o del retablo mayor en el altar principal de la Catedral de esa ciudad, conocido como “El Ciprés” (1799). Es suyo también el retablo del altar principal de la Catedral de Santo Domingo y el altar principal de la iglesia de la Profesa –basándose como modelo para el rostro de la Virgen María en la fisonomía de María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba (“La Güera Rodríguez”).  El retablo del altar mayor del Convento de las Capuchinas dedicado a San Felipe de Jesús, hoy desaparecido, fue también obra de su ingenio, así como la fuente que se encontraba al inicio del Camino Real de Toluca, desaparecida también. El muy poco conocido busto de Hernán Cortés que se encuentra en el Hospital de Jesús, es una escultura en bronce salida de sus manos esculpida para su tumba.  También esculpió los Cristos fundidos en bronce que se encuentran en la Catedral de Morelia, así como la virgen esculpida en madera de la Virgen conservada en el arzobispado de Puebla, tallando también las cabezas de la Dolorosa que se encuentran en la Profesa y en el Sagrario. También es obra suya la celda para la Marquesa de Selva Nevada en el Convento de Regina Porta Coeli (hoy Universidad del Claustro de Sor Juana), proyectando y dirigiendo las obras para las casas del Marqués de Apartado y del marqués de Selva Nevada. Entre sus muchas actividades se dedicó asimismo a la fabricación de muebles y a la fundición de cañones, abriendo también una casa de baños y una fábrica de coches e instalando un horno de cerámica. Los planos del Hospicio Cabañas (1797) fue uno de sus grandes proyectos, el cual dejó sin concluir –imponente arquitectura en la plasmó el genio artístico de José Clemente Orozco su mayor obra muralística. Es suyo también el proyecto para la construcción de la última etapa, de estilo neoclásico, de la Iglesia de Loreto. Dejó además una serie de proyectos que su temprana muerte impidió realizar, como son: una plaza de toros, un cementerio y un convento, pero también los planos para el Palacio de Gobierno de la Ciudad de Durango.
[8] Archivos Históricos del Gobierno de Estado de Durango. Casillero 2, Expediente 205. “Expediente sobre construcción de Cajas Reales Municipales en esta Ciudad de Durango”, 1801. 32FF.









3 comentarios:

  1. Ö Durango Durango mi tierra querida! genialísimo su conocimiento de ésta ciudadcita tan colonial. Saludos Cordiales

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  2. Gracias Eewin Sandoval... hermosos palacios los de tierra... entre céntricas ruinas que ya se levantarán... un abrazo cordial igualmente

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  3. Grandiosa como exhaustiva reseña, sobre el esplendor del arte barroco en la arquitectura como en las artes generales, en la ciudad de Durango. Saludos y abrazos, estimado poeta e historiador del arte, Alberto Espinosa. Saludos y abrazos...

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